—Tiempo sin vernos, muchacho, creo que tú y yo tenemos algo de que hablar. — dijo aquel hombre.Entrando en modo defensivo, Niccolo reconoció a aquel miserable lobo que tenía delante.—Tu… — y mirándolo a los ojos, el cazador de cabellos rubios atacó sin pensarlo. —¡Detente ahora! — gritó Leopoldo Montefeltro, entrando en medio de aquel lobo y Niccolo logrando detener el ataque repentino de este último.Niccolo se sorprendió de sobremanera al mirar al padre de Génesis frente a él, y frenando el ataque que le había hecho a aquel miserable Alfa.—El viejo Montefeltro… — murmuró el cazador rubio.Retrocediendo dos pasos, Niccolo miró con desprecio y rencor a los hombres que tenía delante. Aquel lobo no era nadie más que aquel maldito Alfa, padre del lobo miserable con el que su madre había huido después de abandonarlo a su suerte.—Zorudo…el miserable Alfa que acogió a mi madre dentro de su manada, por ser la ramera humana de su hijo. ¿Viniste a dejarme a algún mensaje de esa
“Mi hijo está muerto, fue asesinado hace dieciséis años por tu padre, Nicanor Salvatore…al igual que tu madre. Ella llevaba esto en su cuello el día en que tu padre la asesino intentando protegerte, cazador. ¿En verdad no lo recuerdas? Mocoso”Niccolo despertaba de aquel desmayo sufrido. Abriendo los ojos en aquel desconocido lugar, el cazador de cabellos rubios sintió su estómago revuelto, y los deseos de vomitar se hicieron presentes. Repasando con la mirada aquel extraño espacio, rápidamente ubicó una puerta entreabierta en donde se alcanzaba a apreciar azulejo; aquel debía de ser el baño, y corriendo hacia, rápidamente en el lavamanos devolvió la nada que tenía en el estómago. Escuchando la puerta crujir, dio una mirada de soslayo reconociendo así a Leopoldo Montefeltro quien lo miraba con un deje de lastima, y le alcanzaba una toalla para que pudiera limpiarse.—¿Qué haces aquí Montefeltro?, nosotros somos enemigos, y no importa lo que digas, ni la sucia artimaña que hayas planea
—Al fin te encuentro solo, Artem, quiero presentarte…a nuestro hijo. Este niño, es tu heredero. — aseguraba Ayla Kale, sosteniendo a su falso hijo entre sus brazos, mientras sonreía con un deje de crueldad.Sintiendo el olor de ese infante, Artem retrocedió un par de pasos. Aquello no era posible, durante todos esos años que estuvo sometido a la voluntad de la falsa luna de piel morena, no lograron engendrar hijo alguno.—Eso es imposible, ¿Por qué debería de creerte?, me fui hace mucho dejándote en los bosques de Muniellos. Ese niño no puede ser mío. — dijo Artem con firmeza.Ayla dejó escapar una cruel risotada.—Cuando decidiste abandonarme para buscar a esa maldita loba de mal augurio, yo ya estaba cargada con tu semilla, mi Alfa Artem, por eso es que emprendí una larga búsqueda y persecución para encontrarte, pero estuviste huyendo de mí. Solo yo soy tu única Luna, Génesis Levana nació para su hermano gemelo, no es para ti…y tu lugar es conmigo y nuestro hijo, Artem. No puede ser
—Tu debes de ser mía…tan solo mía…y no lo aceptaré de otra manera. Nacimos juntos, estaremos juntos…y moriremos juntos, Génesis. — decía Giles Levana sobre los labios de su gemela, para luego besarla con fiereza.Cerrando los ojos, y sin lograr sacarse a Giles de encima suyo, Génesis derramó lágrimas. Aquello la heria profundamente; lastimando su alma más allá de lo que podía soportar. Llamando a Artem Kingsley en su mente, la loba blanca lloró desconsolada, sintiendo los labios de su hermano sobre los suyos. El, apestaba a licor.Giles sentía una terrible desesperación y desesperanza, al sentir sobre su cuerpo el terrible dolor de la marca del vínculo que lo unía a esa loba desconocida que había huido de él. Besar los labios de otra mujer, era una condena que se pagaba con dolor físico y dolor de alma, pues era una traición a aquel lazo de marca que unía a macho y hembra que por nada ni por nadie podría romperse…un lazo de esclavitud que los condenada a permanecer juntos hasta que la
Aquella fogata en medio de la plazoleta en el bosque, mostraba la danza del fuego tal y como era. Violencia sin freno, violencia que podría quemarlo todo, con solo arrojar un poco de su poder hacia las amarillentas copas de los árboles…violencia que, en él, había dejado una marca imborrable que nada ni nadie desvanecería jamás. Sus ojos de cielo nublado, observaban aquella danza infernal que lo mantenía bajo un hechizo, y que le mostraba aquellas imágenes en su mente una y otra vez.Los ojos sin vida, la sangre que brotaba sin detenerse…aquel pañuelo en sus manos que ella llevaba en el cuello aquella mañana. Cerrando los ojos, Niccolo se negó nuevamente a creer en ello, y aferrando aquel pañuelo a su pecho, en silencio, nuevamente lloró.Su compañero aún seguía durmiendo; él y el padre Meuric se dirigían hacia los bosques de los Cárpatos, en donde el castillo del segundo príncipe se encontraba, y en donde, según las palabras del cuarto príncipe, encontraría a Génesis y su maldito aman
En aquellas montañas rodeadas de bosques y hermosos paisajes de cuentos, un hermoso ser merodeaba en el silencio. La niebla parecía nacer desde más entrañas mismas de los Cárpatos, llegando paulatinamente hasta los pueblos conforme llegaba el anochecer. Todas las personas se ocultaban en sus casas, o al menos lo hacían aquellas que aún creían en viejas supersticiones y costumbres, y daban por hechos verídicos las viejas leyendas de aquellos lugares. El ser humano era asqueroso. Se dedica a si mismo aquel hermoso ser, que desde la oscuridad de los bosques observaba a aquella jovencita siendo atacada por un par de hombres humanos, que le doblaban la estatura y el peso. La oscuridad, siempre atraía a los peores monstruos. —¡Quédate quiere maldita!, si te quedas quieta prometo que vas a disfrutarlo mucho. — decía aquel alcoholizado hombre casi obeso, en el oído de la pobre jovencita que sollozaba aterrada intentando golpearlo en el rostro. —¡Termina rápido que sigo yo! — gritaba otro
—Ayúdame a llevarla a mis aposentos que son más modernos, temo que la loba está sufriendo un aborto espontáneo. — dijo la vampiresa Isobel Bennet, mirando a Artem Kingsley. Aterrado por aquellas palabras, el lobo negro de inmediato siguió a la vampiresa, con la inconsciente Génesis aún en sus brazos. Aquello no podía estar pasando. Génesis jamás despidió aroma alguno del embarazo. ¿Cómo era posible? —¿Estás segura de eso? — cuestionó Artem sintiéndose culpable. —Tiene todos los signos de alerta, tengo que revisarla. — respondió Isobel abriendo las puertas de sus aposentos, en dónde Artem entró con Génesis en sus brazos. Observando aquel iluminado con lámparas eléctricas, Artem se sorprendió, pues daba por hecho que no había electricidad alguna en todo el castillo. —¿Cómo? — cuestionó. —Eso no importa. — interrumpió Isobel. — Déjala sobre mi cama, voy a revisarla, ayúdame a sacarle la ropa. — ordenó la vampiresa. Artem hizo lo que la consorte del Conde de Bourgh le estaba or
—Necesito observar aun más, se muestra un leve desprendimiento en la placenta…Isobel, ¿Sabes cuántos semanas tiene de embarazo? — cuestionaba un amable médico de mediana edad con cabellos canos. —No lo sabemos, al parecer ni siquiera ella sabe de su estado. ¿Puede salvarse el feto? — cuestionaba Isobel Bennet mirando el monitor en aquel cuarto privado de hospital. —No estoy seguro…creo que debemos tenerla bajo observación, la madre también corre peligro… — respondió con honestidad el médico. Artem escuchó aquella conversación. Habían llegado relativamente rápido a ese pequeño hospital que parecía demasiado solitario. Un zumbido dentro de su cabeza lo aturdía logrando que se sintiera mareado, y un sudor meramente frio perlaba su frente. —Alfa Artem…ella va a estar bien. — decía Benazir tocando el hombro del lobo negro, pero aquel permaneció ajeno y perdido en sus pensamientos. Artem Kingsley se tía su corazón acelerado; una taquicardia lo atacaba una y otra vez cada vez que ve