Aquella fogata en medio de la plazoleta en el bosque, mostraba la danza del fuego tal y como era. Violencia sin freno, violencia que podría quemarlo todo, con solo arrojar un poco de su poder hacia las amarillentas copas de los árboles…violencia que, en él, había dejado una marca imborrable que nada ni nadie desvanecería jamás. Sus ojos de cielo nublado, observaban aquella danza infernal que lo mantenía bajo un hechizo, y que le mostraba aquellas imágenes en su mente una y otra vez.Los ojos sin vida, la sangre que brotaba sin detenerse…aquel pañuelo en sus manos que ella llevaba en el cuello aquella mañana. Cerrando los ojos, Niccolo se negó nuevamente a creer en ello, y aferrando aquel pañuelo a su pecho, en silencio, nuevamente lloró.Su compañero aún seguía durmiendo; él y el padre Meuric se dirigían hacia los bosques de los Cárpatos, en donde el castillo del segundo príncipe se encontraba, y en donde, según las palabras del cuarto príncipe, encontraría a Génesis y su maldito aman
En aquellas montañas rodeadas de bosques y hermosos paisajes de cuentos, un hermoso ser merodeaba en el silencio. La niebla parecía nacer desde más entrañas mismas de los Cárpatos, llegando paulatinamente hasta los pueblos conforme llegaba el anochecer. Todas las personas se ocultaban en sus casas, o al menos lo hacían aquellas que aún creían en viejas supersticiones y costumbres, y daban por hechos verídicos las viejas leyendas de aquellos lugares. El ser humano era asqueroso. Se dedica a si mismo aquel hermoso ser, que desde la oscuridad de los bosques observaba a aquella jovencita siendo atacada por un par de hombres humanos, que le doblaban la estatura y el peso. La oscuridad, siempre atraía a los peores monstruos. —¡Quédate quiere maldita!, si te quedas quieta prometo que vas a disfrutarlo mucho. — decía aquel alcoholizado hombre casi obeso, en el oído de la pobre jovencita que sollozaba aterrada intentando golpearlo en el rostro. —¡Termina rápido que sigo yo! — gritaba otro
—Ayúdame a llevarla a mis aposentos que son más modernos, temo que la loba está sufriendo un aborto espontáneo. — dijo la vampiresa Isobel Bennet, mirando a Artem Kingsley. Aterrado por aquellas palabras, el lobo negro de inmediato siguió a la vampiresa, con la inconsciente Génesis aún en sus brazos. Aquello no podía estar pasando. Génesis jamás despidió aroma alguno del embarazo. ¿Cómo era posible? —¿Estás segura de eso? — cuestionó Artem sintiéndose culpable. —Tiene todos los signos de alerta, tengo que revisarla. — respondió Isobel abriendo las puertas de sus aposentos, en dónde Artem entró con Génesis en sus brazos. Observando aquel iluminado con lámparas eléctricas, Artem se sorprendió, pues daba por hecho que no había electricidad alguna en todo el castillo. —¿Cómo? — cuestionó. —Eso no importa. — interrumpió Isobel. — Déjala sobre mi cama, voy a revisarla, ayúdame a sacarle la ropa. — ordenó la vampiresa. Artem hizo lo que la consorte del Conde de Bourgh le estaba or
—Necesito observar aun más, se muestra un leve desprendimiento en la placenta…Isobel, ¿Sabes cuántos semanas tiene de embarazo? — cuestionaba un amable médico de mediana edad con cabellos canos. —No lo sabemos, al parecer ni siquiera ella sabe de su estado. ¿Puede salvarse el feto? — cuestionaba Isobel Bennet mirando el monitor en aquel cuarto privado de hospital. —No estoy seguro…creo que debemos tenerla bajo observación, la madre también corre peligro… — respondió con honestidad el médico. Artem escuchó aquella conversación. Habían llegado relativamente rápido a ese pequeño hospital que parecía demasiado solitario. Un zumbido dentro de su cabeza lo aturdía logrando que se sintiera mareado, y un sudor meramente frio perlaba su frente. —Alfa Artem…ella va a estar bien. — decía Benazir tocando el hombro del lobo negro, pero aquel permaneció ajeno y perdido en sus pensamientos. Artem Kingsley se tía su corazón acelerado; una taquicardia lo atacaba una y otra vez cada vez que ve
El destino era algo francamente impredecible. Aunque algunos aseguraban que el destino era algo que ya estaba escrito de antemano, y que nada ni nadie lo podría cambiar, Gabriel no creía en ello. Muchos decían que los padres de los que nacemos, la ciudad en dónde crecimos, las personas que conocemos, aquellas con las que nos relacionamos, estaban ya predestinadas para nosotros. Pero para la loba Gabriel Levana, aquello era tan solo palabreria. El destino no estaba escrito por nadie, y solo las decisiones que tomábamos, nos llevaban a un final u otro…eso se decía mentalmente a si misma Gabriel, que miraba por la ventana de aquel taxi, que la llevaba a su nuevo departamento en la ciudad de New York. Al menos allí, por el momento, estaría a salvo. Había logrado salir con éxito de Rumania, escapando así de las temibles brujas de Muniellos, y del príncipe Giles Levana. Sus padres, aquellos seres “divinos” que abandonaron a su suerte dejándola bajo el cuidado de las brujas, al menos hab
La tarde se sentía fresca, y las hojas amarillentas en los árboles, caían tan lentamente mecidas por el viento, que parecían estar danzando. Las personas iban en venia, algunas con café en mano, mientras se apresuraban a regresar a sus trabajos, otras, disfrutaban de una amena charla con sus amistades o con sus parejas, en sus vidas completamente tranquilas y normales, donde su mayor angustia podría ser llegar a fin de mes, alguna materia en la universidad o pagar la hipoteca de casa o su coche…extrañaba tener una vida así, o al menos, aparentarla.Niccolo Salvatore se tocaba la cabeza doliente. El joven padre Meuric, lo había encontrado en un deplorable estado dentro del cementerio de aquel pueblo, y lo había llevado de regreso al hotel en donde habían decidido hospedarse al llegar. Sentado en aquella cafetería al aire libre, mientras esperaba el regreso del sacerdote con algo que le ayudase a calmar aquella tremenda migraña producto del alcohol que había ingerido hasta perder la raz
En la vieja mansión entre las montañas, la nieve caía repentina e intensa, sumiéndolo todo en un anticipado invierno para el que no estaban aun preparados. Los lobos cargaban a cuestas cuanta madera en buen estado habían logrado encontrar en los bosques ya cubiertos de nieve y humedad, y las mujeres preparaban sopas calientes en las cocinas para sus hombres y sus hijos. Devlyn Kingsley observaba con indiferencia el sufrimiento de la manada London, escuchando como algunos se atrevían a maldecirlo por lo bajo, asegurando que Artem Kingsley era el verdadero Alfa de la manada, y que bajo su cuidado no estarían pasando por nada de eso.—La manada esta descontenta, Alfa Devlyn. Creen que no hay suficiente comida almacenada en las alacenas, y que la madera no alcanzará para soportar el invierno. Aun no es demasiado tarde, creemos que, si salimos ahora llevando las provisiones, lograremos llegar al pueblo y conseguir refugio, al menos las mujeres y los niños… ——¡Silencio Adolphus! — gritó De
Altos arboles de copas verdes y frondosas, que se mecían suavemente en aquel apacible y gentil viento, que parecía más una suave caricia de primavera, transmitían una paz indescriptible en aquel paraíso de cielos azules. El agua cristalina en aquel hermoso lago, refrescaba sus plantas mientras observaba a los hermosos patitos jugueteando con su madre, y aquella calma que sentía, era una que no había sentido jamás…como si nadie allí quisiera hacerle daño.Génesis sonreía mirando a aquella hermosa mujer de cabellos plateados que sostenía a un hermoso niño entre sus brazos, de encantadores cabellos que parecían hebras de plata fina, y una hermosa piel ligeramente morena; sus ojos eran hermosos, especiales como ningunos otros que jamás hubiese visto, pues eran violetas como los de ellas, pero con hermosos bordes dorados como el color que tenían los de Artem. Aquel hermoso niño, era realmente tan bello como ningún otro.—No tienes que preocuparte por él, Génesis, será un niño sano y fuerte