El destino era algo francamente impredecible. Aunque algunos aseguraban que el destino era algo que ya estaba escrito de antemano, y que nada ni nadie lo podría cambiar, Gabriel no creía en ello. Muchos decían que los padres de los que nacemos, la ciudad en dónde crecimos, las personas que conocemos, aquellas con las que nos relacionamos, estaban ya predestinadas para nosotros. Pero para la loba Gabriel Levana, aquello era tan solo palabreria. El destino no estaba escrito por nadie, y solo las decisiones que tomábamos, nos llevaban a un final u otro…eso se decía mentalmente a si misma Gabriel, que miraba por la ventana de aquel taxi, que la llevaba a su nuevo departamento en la ciudad de New York. Al menos allí, por el momento, estaría a salvo. Había logrado salir con éxito de Rumania, escapando así de las temibles brujas de Muniellos, y del príncipe Giles Levana. Sus padres, aquellos seres “divinos” que abandonaron a su suerte dejándola bajo el cuidado de las brujas, al menos hab
La tarde se sentía fresca, y las hojas amarillentas en los árboles, caían tan lentamente mecidas por el viento, que parecían estar danzando. Las personas iban en venia, algunas con café en mano, mientras se apresuraban a regresar a sus trabajos, otras, disfrutaban de una amena charla con sus amistades o con sus parejas, en sus vidas completamente tranquilas y normales, donde su mayor angustia podría ser llegar a fin de mes, alguna materia en la universidad o pagar la hipoteca de casa o su coche…extrañaba tener una vida así, o al menos, aparentarla.Niccolo Salvatore se tocaba la cabeza doliente. El joven padre Meuric, lo había encontrado en un deplorable estado dentro del cementerio de aquel pueblo, y lo había llevado de regreso al hotel en donde habían decidido hospedarse al llegar. Sentado en aquella cafetería al aire libre, mientras esperaba el regreso del sacerdote con algo que le ayudase a calmar aquella tremenda migraña producto del alcohol que había ingerido hasta perder la raz
En la vieja mansión entre las montañas, la nieve caía repentina e intensa, sumiéndolo todo en un anticipado invierno para el que no estaban aun preparados. Los lobos cargaban a cuestas cuanta madera en buen estado habían logrado encontrar en los bosques ya cubiertos de nieve y humedad, y las mujeres preparaban sopas calientes en las cocinas para sus hombres y sus hijos. Devlyn Kingsley observaba con indiferencia el sufrimiento de la manada London, escuchando como algunos se atrevían a maldecirlo por lo bajo, asegurando que Artem Kingsley era el verdadero Alfa de la manada, y que bajo su cuidado no estarían pasando por nada de eso.—La manada esta descontenta, Alfa Devlyn. Creen que no hay suficiente comida almacenada en las alacenas, y que la madera no alcanzará para soportar el invierno. Aun no es demasiado tarde, creemos que, si salimos ahora llevando las provisiones, lograremos llegar al pueblo y conseguir refugio, al menos las mujeres y los niños… ——¡Silencio Adolphus! — gritó De
Altos arboles de copas verdes y frondosas, que se mecían suavemente en aquel apacible y gentil viento, que parecía más una suave caricia de primavera, transmitían una paz indescriptible en aquel paraíso de cielos azules. El agua cristalina en aquel hermoso lago, refrescaba sus plantas mientras observaba a los hermosos patitos jugueteando con su madre, y aquella calma que sentía, era una que no había sentido jamás…como si nadie allí quisiera hacerle daño.Génesis sonreía mirando a aquella hermosa mujer de cabellos plateados que sostenía a un hermoso niño entre sus brazos, de encantadores cabellos que parecían hebras de plata fina, y una hermosa piel ligeramente morena; sus ojos eran hermosos, especiales como ningunos otros que jamás hubiese visto, pues eran violetas como los de ellas, pero con hermosos bordes dorados como el color que tenían los de Artem. Aquel hermoso niño, era realmente tan bello como ningún otro.—No tienes que preocuparte por él, Génesis, será un niño sano y fuerte
Cracovia, Polonia, 1392 d. C.Me gusta escuchar sus gritos de agonía cuando los consume el fuego…también el sonido de sus huesos rompiéndose…los humanos, son muy divertidos, son mis juguetes favoritos.Horror, es todo cuanto había en aquellos entonces, cuando la humanidad aun temía de los seres de las penumbras que llegaban con la niebla, cuando aún clamaban a su dios por piedad y las madres escondían a sus pequeños bajo sus cuerpos por las noches…la edad media…la época dorada del oscurantismo, cuando los hombres que proclamaban el nombre de dios masacraban a inocentes al igual que lo hacían las bestias de la noche…no había dios, no había luz…no había esperanza…y eso, era muy divertido.Aquella noche, un hermano mayor liberaba al menor de su largo encierro.— No debes olvidar que esta era no es la misma cuando te forzaron a dormir hermano, son más de 628 años desde que Vasile te forzó a quedarte dormido —Ojos dorados se abrían por primera vez después de más de 6 siglos a la penumbra,
— Es perfecto que aun exista…pero si vuelvo a jugar demasiado Vasile me pondrá a dormir de vuelta — dijo casi con decepción Nicholas.— No te preocupes Nicholas, no dejare que vuelva a castigarte…ve, conoce el nuevo mundo del hombre, su era moderna donde ya nadie teme, donde se han olvidado de los horrores de la larga noche — dijo Dragos alentando al joven vampiro.Sin meditarlo un momento, Nicholas Sallow voló hasta el resplandor de la pacifica ciudad en Polonia, las luces, sus máquinas de acero que parecían transportarlos sin necesidad de ser jalados por caballos, las personas caminando en las penumbras iluminadas por la extraña luz artificial que salía de los que parecían ser farolas, sus extrañas ropas descubiertas que no dejaban nada a la vivida imaginación, hombres que vestían como mujeres, mujeres que vestían como hombres, reproducción humana en callejones oscuros, olor a humo y alcohol, música horrenda que parecía aniquilar almas en lugar de confortarlas, el hombre moderno era
En aquel sueño, se hallaba el paraíso.—Tarara…tarara…tarara…rarara… —Artem observaba a Ayla abrazando aquella sabana en donde había estado el falso hijo creado con artes oscuras y maliciosas. Sus ojos verdes parecían fijos en aquel bulto improvisado entre sus brazos, pero en realidad, su mirada estaba perdida en la nada. Era el tercer día que permanecía encerrada en aquellos calabozos malolientes y húmedos, y desde que Lowell había acabado con aquel falso hijo, la loba morena no había pronunciado palabra alguna; solo algunos arrullos y sibilancias habían salido de sus labios, en un intento de consolar a las sábanas vacías. El plato de comida que le había sido servido, se hallaba completo, y los gusanos comenzaban a hacer lo propio; aquella despreciable hembra, tampoco había probado bocado alguno.Ayla había hecho mucho daño, más del que podría perdonarse. El rechazo a Génesis, su única luna, las lagrimas que su hermosa loba blanco derramó creyéndolo un monstruo sin corazón ni alma…l
Las ratas merodeaban por las muy sucias calles, y los vagabundos hacían lo propio en casi cada esquina de aquella ciudad. La noche había caído cubriéndolo todo de penumbras, y solo algunas lámparas funcionales, le daban luz a los recónditos callejones y sus empedrados caminos. Giles se tapaba la nariz con un pañuelo, pues el hedor a orines de Paris era insoportable, y ni la belleza de torre Eiffel era suficiente para compensar en deteriorado estado de aquella la llamada “ciudad del amor”.Había seguido la pista que aquella vieja carta le había obsequiado, dándole una dirección en Paris en donde aquella infame mujer que lo sedujo intencionadamente para preñarse, podría estar refugiándose para no enfrentar su ira. Había llegado recién a la ciudad, y ya tenia un grande deseo por marcharse; solo esperaba encontrar a aquella maldita para tomarla y llevarla a su mansión en Italia. Había resuelto dejarla encerrada y bajo vigilancia allí, hasta que nacieran sus hijos, luego, la asesinaría par