Capítulo4
Me levanté apresurada del suelo, cubriéndome de polvo en mi bata de dormir. El resplandor del fuego iluminaba tenuemente mi cara, sin embargo su tono de voz era indiferente.

— No pasa nada, solo lo abrí un momento y vi que había insectos, tal vez cucarachas, así que lo quemé.

Cuando vio mi reacción, al final se dio cuenta de que había ido demasiado lejos.

Suspiró y dijo:

— ¿Te encuentras bien? Lo siento mucho, solo me puse muy nervioso. Este álbum lo hemos recopilado juntos durante diez años. ¿No habíamos dicho que lo sacaríamos para mostrarlo cuando nos casáramos? ¿Por qué entonces lo quemaste de esta manera?

— Si tenía cucarachas, podrías haber esperado un poco a que volviera o enviarme un mensaje, podríamos haberle encontrado una solución.

El hombre parado frente a mí ya no era aquel muchacho que prometió amarme toda la vida.

Ni siquiera quería mirarlo.

— Ya hace mucho tiempo que no regresas a casa, debe ser que estás muy ocupado con el trabajo. Por eso no te molesté con estas bobadas.

—Y Carlos, en este diario no hay nada que se haya hecho para mí. Durante diez años, encontraste todo lo relacionado con los conejos, pero olvidaste algo... —hice una pausa, sonriendo con frialdad y algo de resignación—. En verdad me gustaba.

Sus pupilas se dilataron de inmediato.

— ¿Qué quieres decir con eso?

Lo miré fijamente y, palabra por palabra, le dije:

— Sabes, no sé si lo sabes pero nunca me gustaron los conejos.

Se quedó de pie junto a mí, con la mirada pérdida.

Aquella escena era algo triste de mirar.

Él siempre había interpretado el papel de alguien muy amoroso, pero ni siquiera sabía lo que me gustaba, pero sí sabía muy bien lo que le gustaba a la asistente que acababa de conocer.

Me di la vuelta para irme, pero pensó que estaba haciendo una escena de celos y me agarró del brazo, arrastrándome con fuerza hacia su pecho.

Su respiración envolvió mi cuerpo y, me sentí muy asqueada cuando me tocó.

No me soltaba, y en cambio, parecía preocuparse por mí:

— ¿Estás enferma? Disculpa, sé que he estado tan ocupado que he ignorado tus sentimientos por completo, pero cuando termine los pendientes del trabajo, te llevaré a comprar lo que te guste, ¿dale? ¡Te compraré lo que tú quieras amor!

Si hubiera escuchado esto hace un tiempo atrás, tal vez habría perdido la razón y lo habría perdonado.

No obstante después de haber estado en la sala de emergencias una vez, ya no quería tener nada que ver con él.

Si se le olvidó cual era mi alergia por estar pendiente de otra mujer, ya no podía seguir esperando nada de esta relación.

Cuando se calmó un poco, lo aparté con firmeza.

— No tienes que pedirme perdón. Si de veras te sientes tan mal, ¿por qué no me organizas entonces otra fiesta de cumpleaños?

Antes, por pasar tanto tiempo en la empresa, nunca tuve una fiesta de cumpleaños.

Pero ahora, me voy pasado mañana, y quiero pasar un cumpleaños con él.

Al escuchar mi deseo tan estúpido, sus ojos se llenaron de pánico.

Una leve sensación de inseguridad apareció de repente en su rostro.

Estuvo dispuesto a aceptar, pero justo cuando iba a preguntar algo, su celular sonó.

Miró el identificador de llamada y me explicó:

— El horario de la reunión con el grupo ha cambiado, tengo que regresar en este momento a solucionar eso. Si logro cerrar el trato sobre la distribución de los recursos con el apoyo de tus padres, mi plan para convertirme en el líder de la Tribu del Valle estará más cerca que nunca.

No me esperes esta noche, pero estate segura de que cumpliré lo que prometí.

Mientras hablaba, ya estaba en la puerta.

Cuando terminó de hablar, se marchó.

Me quedé inmóvil, escuchando el sonido característico del celular.

Era el timbre de Angie, lo reconocí perfectamente.

Pero decidí mejor quedarme callada.

A la mañana siguiente, los organizadores de la fiesta llegaron a casa.

Además de ellos, también apareció Angie.

Con una gran sonrisa me explicó:

— Natalia hermanita mía, este es mi plan de fiesta, por eso vine a supervisarlo personalmente.

Ella estaba parada tan tranquila de manera tan natural, como si fuera la dueña de la casa.

Pero después de pasar todo el día organizando, me di cuenta de que aquella escena no era más que una versión simplificada de su fiesta de cumpleaños.

Cuando todos se fueron por la noche, ella caminó hacia mí con una sonrisa desafiante.

— Natalia, todos trabajaron demasiado todo el día, ¿qué te parece? ¿Te pueden hablar al menos un poco?

Miré el anillo que ella llevaba en la mano, el que ya nunca sería mío, y mi voz se tornó sombría:

— Es de segunda mano, deberías quedártelo, te lo regalo.

Al terminar de hablar, ella miró con rapidez hacia el lado, luego agarró una daga de plata de la mesa y se la clavó en la mano.

La daga cortó enseguida su brazo, y ella empezó a llorar de dolor.

Antes de que pudiera reaccionar, Carlos me zampo una cachetada en la cara.

— ¿Qué diablos estás haciendo? Angie con mucho cariño pidió permiso para venir a ayudarte con la fiesta, ¿y tú le haces esto?

— Si no te gusta lo que hace, ¡hazlo tú misma!

No me dio oportunidad alguna de explicarme, y después de desahogarse, levantó a Angie y corrió desesperada hacia la puerta.

Me quedé sentada pensativa en el sofá, esperando en la sala vacía y silenciosa.

Al amanecer, aún no había llegado ni una sola persona a la fiesta.

Era cierto, estos diez años, parecía que solo Carlos y yo existíamos en este mundo, y yo giraba siempre a su alrededor.

Cuando llegó el pastel de cumpleaños, lo acomodé a un lado de la mesa y corté un pequeño trozo para mí.

Puse la vela más pequeña que encontré y cerré los ojos para pedir un deseo.

Esperaba que nunca más lo volviera a ver.

Debido a que Angie había elegido un pastel de mango, y debido a mi alergia al mango, al final no pude probar mi pastel.

Cuando el contador llegó a cero, mi celular emitió una estruendosa alarma, tomé mis maletas y dejé la Tribu del Valle sin mirar atrás.

En el tren hacia otra tribu, envié un último mensaje a Carlos:

— Así que esto fue todo. No hace falta que nos contactemos más.

Nunca más me busques. Con una sola palabra, despedí diez años de juventud, y la obsesión que tenía con Carlos.

El silbido del tren resonó, y el comienzo de una nueva vida empezó con el sonido de los motores.

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