Capítulo3
Sus reproches inconclusos se ahogaron en su garganta por mi respuesta fría.

Colgué decepcionada el celular y, justo en ese momento, el carro llegó a la casa que compartía con Carlos.

Al bajar del carro, el grupo de trabajo de Carlos comenzó a enviar un montón de mensajes.

Cuando entré, ya habían más de cien notificaciones.

En la parte superior, había una foto de Angie donde se veía a Carlos claramente agachado en el suelo, sudoroso, arreglando el cableado eléctrico para ella.

— ¡Nuestro jefe Carlos, millonario y futuro alfa de la tribu! ¡Qué caballero es! ¿No creen ustedes?

— ¡Con un jefe así, estoy dispuesta hasta a trabajar gratis! ¡Voy enseguida a firmar un contrato laboral de por vida!

— ¡Con un alfa así, me comprometería a servirle a la tribu toda mi vida sin remuneración!

Luego, continuaban los comentarios de otros empleados, llenos de envidia y bromas.

— Nunca he visto a mi jefe de esa manera, ¿no decía que le gustaba estar limpio? ¡Pues no parece!

— ¡Dios mío, y sin esmoquin es tremendo papacito! ¡Quiero casarme con alguien como él, que nadie me lo quite!

— La foto la subió la futura dueña de nuestra tribu, pero ojo con esto, el trabajo es el único camino para conseguir las cosas.

Antes, cuando Carlos no tenía dinero para contratar a un asistente, yo era su brazo derecho e izquierdo a la vez, manejaba todos los asuntos. Pero desde que Angie tomó mi lugar, su atención comenzó a centrarse solo en ella, y se olvidó de mí.

En aquel grupo… ya era hora de salir.

Leí todos los mensajes, borré el historial y abandoné definitivamente el grupo sin dudar.

Ya había decidido irme, y ahora, Ver cómo sería su vida luego del matrimonio ya no me dolía como antes.

Recordé cuando Carlos recién fundó la empresa, todos los días publicaba en el grupo sobre mi rutina de trabajo.

Subía fotos mías al grupo sin que me diera cuenta: unas veces preparando café, otras escribiendo en agendas.

Todos en la empresa sabían lo mucho que me amaba. Y con ese profundo amor de por medio, hasta trabajar sin sueldo parecía ser algo dulce.

Pero con el tiempo, la empresa creció y los proyectos aumentaron.

Carlos comenzó a quejarse de que yo no tenía experiencia, que no podía manejar grandes proyectos.

Entonces contrató a Angie, y ella asumió con rapidez todos mis trabajos.

Carlos prohibió que se mencionara mi nombre en el grupo. En público y en privado, siempre ponía a su nueva asistente primero.

Una compañera que antes tenía una buena relación conmigo, cuando comentó que Angie no hacía su trabajo tan bien como yo, fue castigada de forma severa con el retiro de un bono anual.

Al final, le envié en secreto 50,000 verdes para que no renunciara.

Carlos no pensó que fui yo quien siempre lo acompañó desde el principio, que fue gracias a mis padres que le abrieron las puertas del gran mundo empresarial.

Al regresar a esa casa donde había vivido durante diez largos años pero que siempre me parecía extraña, comencé a hacer mis maletas en completo silencio, recogiendo solo lo más importante.

Mis ojos se posaron justo sobre un grueso álbum de fotos, que estaba en una esquina de la estantería, cubierto por una capa fina de polvo. Lo tomé con cuidado, me senté en la cama y abrí la primera página.

Ahí estaban todos los regalos de conejos que Carlos me había dado durante esos diez años.

Desde los primeros peluches y llaveros, hasta las postales de conejos de todo el mundo, pasando por las esculturas artesanales limitadas de conejos, e incluso algunas pinturas de artistas poco conocidos con temática de conejos.

Siempre sonreía y le decía:

— Deseo encontrar todo lo relacionado con conejos en el mundo, para que al despertar cada día veas tus cosas favoritas.

Hace diez años, me prometió que cuando me terminara de dar los 9999 regalos relacionados con conejos, nos casaríamos.

Dijo que quería sobornar mi corazón con todos estos bellos regalos, para que me convirtiera en su esposa.

Aquel álbum fue especialmente diseñado para contener 9999 fotos. Pero al llegar a la última página, aún había un espacio en blanco.

Miré ese pequeño espacio vacío durante un rato, esbozando una sonrisa amarga.

Al final, no importaba cuánto esfuerzo hubiera puesto en ello, todo se había ido en un abrir y cerrar de ojos al diablo.

Tomé el álbum y salí apresurada de la habitación, bajando al lugar vacío de la casa. Saqué una fosforera y con desprecio lo quemé.

Las llamas de forma voraz empezaron a recorrer el borde del álbum, y las fotos desaparecieron en el fuego, convirtiéndose en cenizas y al final no quedo nada.

Esos regalos habían sido testigos de mis diez años de juventud, y en ese momento, el fuego los evaporó junto con todos mis recuerdos.

Cuando Carlos regresó y vio la escena, perdió todo color y no lo podía creer.

Corrió desesperado hacia mí, me empujó a un lado e intentó rescatar el álbum.

Pero el fuego era demasiado fuerte, y en cuanto se acercó, la ola de calor lo empujó con fuerza hacia atrás.

Las llamas enseguida le rozaron la mano, quemándola, y él soltó un grito desgarrador de dolor.

En un estado de desesperación, trató de apagar las llamas con los pies, pero esto no sirvió de nada.

Solo pudo quedarse atónito mirando cómo esas fotos, que contenían diez años de recuerdos, se desvanecían poco a poco en la luz del fuego.

— ¡¿Estás loca o qué?! —finalmente se giró hacia mí, sus ojos ardían con una ira más intensa que la de las llamas, su voz estaba llena de incredulidad y furia.

— ¡Destruiste todo! ¡Son diez años de esfuerzo echados al traste! ¡¿Sabes lo que acabas de hacer?
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