—Entonces ¿estarás a mi lado siempre?

—Te quiero y nunca más volveré a dejarte sola.

Ella sabía que no le mentía, sabía que le estaba diciendo la verdad, sus ojos negros llenos de ternura demostraban todo lo que estaba sintiendo. Él la había querido desde la primera vez que la vio en aquella casa, a pesar de todo el daño que le causó, a pesar de haberlo negado durante tanto tiempo, él sabía que estaba perdidamente enamorado de ella. Y ella pensaba lo mismo, le quería igual o más que él, no le importaba todo el daño que le hubiera causado, todos los momentos felices que había pasado a su lado lo superaban todo.

—Nunca es mucho tiempo, ya me dejaste sola una vez y tengo miedo de que vuelva a suceder. No podría volver a pasar por lo mismo.

—Lo siento, fui un estúpido, pensé en mí mismo y te dejé. Pero ahora he cambiado y sé que lo único que me importa en este mundo eres tú, tú y mi precioso hijo. Te prometo que no volveré a dejarte sola, pase lo que pase yo estaré a tú lado.

La miraba con tanta intensidad, que sabía que pasara lo que pasara él no volvería a hacer lo mismo. Él había cambiado, ya no era el chico malo y prepotente que conoció, ahora era mejor persona, pero aún mantenía esa esencia suya que a ella la volviera loca.

—Sé que dices la verdad, pero tengo miedo, tienes que entenderme ¿Qué pasa si te vuelves a ir? Esta vez no solo me dejarías a mí, también dejarías a nuestro hijo.

—Te he dicho que pase lo que pase estaré a tu lado, vosotros dos sois lo mejor que me ha pasado en la vida, sois mi tesoro más preciado. Cuando te dejé no sabía que estabas embarazada, pero ahora que lo sé, aunque hayan pasado 5 años no te volveré a dejar, eso te lo prometo.

Al igual que él le había jurado que no les dejaría solos nunca más, ella también podía jurar que sin él su vida no tenía sentido, le daba igual que la hubiera abandonado, que la hubiera dejado sola cinco años y que se hubiera perdido el crecimiento de su hijo. No podía culparlo, ella lo quería y sabía que, si le hubiera dicho que estaba embarazada, él se hubiera quedado, bastante culpa sentía ya él.

—Te quiero, fuiste y eres el amor de mi vida y sé que a partir de hoy seremos la familia perfecta.

Y con esas últimas palabras los dos sabían que estaban destinados, que nada en este mundo podía pasar para hacerlos cambiar de opinión. Los dos agradecían al destino por haberlos unidos. A un destino que pronto les haría la vida imposible, ese destino que hizo que su hijo y su amigo pelearan en la parte trasera del coche, ese maldito destino que hizo que se giraran para calmarlos, en el momento que un coche venía de cara, ese destino que destruyó sus vidas para siempre.