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Capítulo ciento treinta y siete: viéndola.
Yo solo comencé a llorar al escucharlo y Jesua me abrazó acariciando mi cabeza con delicadeza,

— Dime Jesua, ¿sabes dónde está? — le pregunté en medio del llanto,

— Si lo sé hermano.

—Quiero verla— le digo sin dudar, pero él suspira antes de contestarme,

— ¿Estás seguro?; Juno, ella está en un psiquiátrico, no sé cómo la vamos a encontrar.

Yo despego mi cabeza de su pecho y lo miro a los ojos,

—Prométeme que me llevarás contigo cuando vayas a verla— le pido tomando su mano en la mía,

— Está bien, mañana mismo iremos juntos, te lo prometo— me dijo dándome alivio.

Esa noche ninguno de los dos pudo dormir en absoluto, yo solo giré en mi cama, quedando con la vista clavada en la oscuridad, haciéndome mil preguntas, imaginándome muchos escenarios en mi mente, sé que Jesua estaba igual o peor que yo, al fin y al cabo, él si la conoció, si la recuerda perfectamente.

Sé que no ha podido dormir porque ha pasado la noche atendiendo a mi sobrina e impidiendo que Luca se leva
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