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2.Un millón de euros

Capítulo 2. Un millón de euros

—Me tendrás a mí, Praxis —contestó Thalia.

Praxis vio latir el pulso en el cuello de Thalia. Si no supiera la verdad, pensaría que estaba desesperada. Pero todo eso, como tres años atrás, no era más que un engaño.

—Creo que subestimas tus encantos —observó él con crueldad—. ¿De verdad crees valer más de un millón de euros?

—Por supuesto —ella palideció aunque se mantuvo firme.

—No pretendo insultarte —mintió Praxis—, pero jamás pagaría por algo que podría conseguir gratis. Y en abundancia.

—Y yo que pensaba que preferías mantener amantes —espetó ella—. Dudo que te salga gratis.

—¿Una noche para saldar la deuda de tu hermano? Eso no me atrae —Praxis se encogió de hombros—. Pero ¿una amante? ¿Durante el tiempo que yo decida? Eso es otra cosa. Aunque más… fatigoso.

Thalia apretaba los labios y empezó a cerrar los puños antes de dejar caer las manos.

—Maravilloso —contestó ella con una ligereza claramente falsa, ya que ella misma era falsa, por mucho que reaccionara el cuerpo de Praxis—. ¿Es lo que quieres?

—Normalmente soy yo el que hace la proposición —él hizo una mueca—. No me lo impone una mujer desesperada por limpiar el nombre de un hermano al que debería repudiar.

—Las familias son complicadas.

—Yo pensaba que la mía lo era —él la estudió antes de fingir una expresión escandalizada—. Pero admito que cuando te concedí esta cita, no me esperaba esto.

—¿Y qué esperabas?

—Excusas —Praxis la miró hasta que ella se sonrojó—. Menuda mártir eres, Thalia.

Los ojos de Thalia, de un incierto color ámbar que a veces parecía oro, centellearon.

—Yo nunca me calificaría como mártir.

—¿No? Pero aquí estás, sacrificándote por una familia que no lo merece —él rio cuando Thalia lo fulminó con la mirada—. No entiendes cómo funciona esto, ¿verdad? Se supone que al menos debes fingir estar motivada por una incontrolable lujuria.

—Dime qué quieres —rogó Thalia con voz tensa—. No hay necesidad de jugar a esto, ¿verdad?

—Pero quizás lo que yo quiero de ti sea el juego.

—De acuerdo —ella apartó la mirada.

—¿Y cómo nos pondremos de acuerdo? —Praxis dejó de fingir que no se estaba divirtiendo—. Hay mucho que considerar. No vas a necesitar mi apoyo económico, ya que estarás pagando una deuda. Yo, por supuesto, exigiré acceso ilimitado. Para ello dispongo de numerosas propiedades.

—Acceso —repitió Thalia—. Acceso ilimitado.

—¿Qué pensabas que hacía una amante? —él rio.

—Sinceramente —ella carraspeó—, pensaba que era una palabra arcaica para describir las relaciones de un hombre rico.

—Llámalo relación si quieres. Lo cierto es que se trata de un acuerdo comercial. Me gusta exponer todas las expectativas por adelantado para evitar desagradables malentendidos —él volvió a encogerse de hombros—. Quiero lo que quiero. Cuando lo quiero.

—Te refieres a sexo —Thalia lo miró de nuevo.

—Sexo, sí. Y cualquier otra cosa que quiera —de nuevo rio ante la expresión que Thalia intentaba ocultar—. Compañía. Encandilar a algún socio en una aburrida cena. Mantener conversaciones animadas, réplicas ingeniosas, y todo teniendo el aspecto de un adorno que la mayoría de los hombres no se pueden permitir. Pero si yo fuera tú, me centraría más en el sexo. Lo necesito en gran cantidad.

Praxis se sentía fascinado por el cambio en la expresión de Thalia, en el color de su rostro. Si no supiera que era un arma cargada y apuntada contra él, podría haber pensado que lo hacía en contra de su voluntad, o por lo menos sin el nivel de entusiasmo digno de un operativo como ella. Como todos los miembros de su familia.

Porque sin duda ya lo había hecho anteriormente si no, ¿por qué la habían enviado a ella?

«Sabes que lo ha hecho antes», se recordó a sí mismo. «Te lo hizo a ti».

—¿Estás dispuesto? —preguntó ella con voz ligeramente ronca, pero sin incertidumbre en ella. Disimulaba bien, otra señal de que estaba interpretando un papel—. Si me tomas como amante, estarás unido a mi familia. De un modo que supongo no te gustará.

—No creo que sea yo al que menos le guste.

—Nosotros hablamos de negocios, pero sabes que la prensa lo verá como una relación más convencional.

—Si la prensa no hiciera suposiciones, no existiría —él hizo un gesto de desprecio—. No me preocupa.

—De acuerdo entonces —Thalia se cuadró de hombros como si se preparara para una batalla—. ¿Cómo suelen empezar estas cosas?

Praxis habría admirado su bravuconería si no estuviera basada en lo poco que ella lo deseaba. Y en lo poco que intentaba disimularlo.

—No te he pedido que seas mi amante, Thalia —contestó él—. Esta conversación es solo una situación hipotética.

—¿Qué quieres decir con hipotética? —las mejillas de Thalia volvieron a teñirse de rojo y Praxis se descubrió más interesado de lo debido, incluso fascinado—. Me estoy ofreciendo.

—Pero no eres de fiar —él sacudió la cabeza—. Para empezar eres una West, por tanto mentirosa. Además, ya intentaste seducirme una vez.

—Pensaste que yo… —Thalia sacudió la cabeza incrédula. Praxis ahora se estaba refiriendo a aquella noche hacía tres años, en la que se habían besado en un corredor sin saber quiénes eran, pero cuando él descubrió su nombre, la rechazó completamente—. Culpa mía. Si no querías hacer negocios, me lo hubieras dicho.

—Admiro a una mujer capaz de negociar. Sobre todo cuando ella es el negocio. Nada de coqueteos ni de revolotear sin llegar al asunto.

—Si no te interesa el negocio que has sugerido, dime qué te interesa entonces —ella lo fulminó con la mirada.

Praxis se sentía intrigado ante esa mentirosa vacua y avariciosa, como el resto de su familia. Era traicionera, y tan sucia como los demás. Pero lo ponía duro. La deseaba.

Solo había una manera de aplacar ese anhelo, a pesar de la mujer que lo inspiraba.

—Este negocio en particular requiere, digamos, un anticipo —afirmó él con tranquilidad.

—Un anticipo. De sexo.

—Aunque prefiero el sexo…

—Abundante —interrumpió ella—. Te he oído.

—Abundante, sí, pero también con cierto nivel de excelencia —él sonrió crispado—. Lo único que sé de ti es que eres egoísta y muy dispuesta a obedecer a tu familia. Nada de eso me sugiere que seas buena en la cama.

Le pareció oír un respingo.

—Debo suponer… —los ojos ambarinos brillaban, pero la voz de Thalia era cortante y directa—. Supongo que lo que me estás pidiendo es una prueba.

—Hablamos de más de un millón de euros, Thalia, contando los intereses —contestó Praxis muy serio—. Debo asegurarme de que obtengo el valor de mi dinero.

Esperaba que ella huyera de la habitación, quizás gritando. Por mucha costumbre que tuviera de solucionar los problemas coqueteando, una idea con la que él no disfrutaba, dudaba mucho que alguien le hubiese hablado así jamás.

Para su sorpresa, Thalia se encogió de hombros.

—Me parece justo —contestó con indiferencia—. ¿Aquí?

—Aquí mismo está bien, Thalia —él inclinó la cabeza—. Puedes empezar por desnudarte.

Aunque el griego era en extremo guapo, sensual y olía de maravilla, su despotismo y ausencia de cualquier empatía le hacía cruel, incluso bestia. Un bárbaro de época medieval.

Ella no contestó, no sabía hacerlo, no imaginaba cómo podría decir algo que la denigrara menos o que la justificara. No tenía salida más que cumplir los designios de su padre. Era su boleto hacia la libertad. Y eso era sin contar la atracción que sentía hacia Praxis Stratos desde el instante en que lo había conocido.

Thalia lo empujó hasta que él cayó sobre su silla, no contando con la fiereza de la chica que aunque no lo quería reconocer le despertaba deseos muy ocultos y le resultaba tierna la manera en que temblaba ante dos duras palabras.

Luego de que ella, muda de miedo se sentara a horcajadas sobre él, buscó su boca. Él en cambio fue tras sus muslos, le abrió las piernas y deshizo el broche de sostén para después perderse dentro de ella

No había marcha atrás... para ninguno de los dos.

Ella se sentía sucia, pero al mismo tiempo se sentía consumida por el fuego que provocaba la fricción de su diminuto cuerpo con el de aquel griego gigante.

—¡Praxis! —gimió, sin poder contener un segundo más la explosión de placer que latía en lo más profundo de sus entrañas.

—Córrete para mí, pequeña West —exigió él en un murmullo gutural. Su voz era igual de salvaje que su aspecto—. Déjate ir.

Y lo hizo. Thalia sintió que nadaba entre nubes de algodón. Ni siquiera era consciente de que él llegaba al éxtasis justo unos segundos después. Estaba agotada y avergonzada, pero feliz. Porque sin importar los motivos que la habían llevado a encontrarse con Praxis, lo que había ocurrido entre los dos había sido verdadero. Ambos habían sentido algo muy fuerte, estaba segura.

—Praxis, yo... —titibeó conmocionada—, yo...

—Has sabido dar un buen pago a cambio de lo que pides —la voz gruesa del griego la interrumpió, bajándola de las nubes directamente a la tierra mojada y llena de fango—. Has caído incluso más bajo que el delincuente de tu hermano, Thalia West. Ahora sal de mi oficina y de mi vida y daré por completada tu trabajo.

Ella se quedó helada. Le llevó demasiado tiempo registrar las palabras. Y más tiempo aún comprenderlas. Y cuando lo hizo, cuando el golpe la alcanzó donde debía, se tambaleó hacia atrás.

Trató de dar un paso, pero no pudo siquiera moverse. Entonces él recogió su vestido del suelo y se lo tiró a la cara, como si no valiera nada...

¿Es que acaso lo valía? Acababa de entregar tal vez lo más importante para una mujer: su dignidad.

Como si toda la sangre que había fluido en ella hubiese desaparecido. Y de repente estaba helada y los dientes empezaron a castañetear. Sentía las manos rígidas, pero hizo lo que pudo para vestirse apresuradamente.

¿En qué había estado pensando? ¿Cómo había podido permitir que sucediera eso?

Desearlo…

Se puso el vestido como pudo, le dio un

a última mirada al hombre que acababa de llevarla al cielo y al infierno en cuestión de minutos. Él hizo como si no hubiera nadie más en la oficina, así que ella decidió hacer lo mismo. Levantó la barbilla bien alto y mirando al frente salió de la oficina. No reparó en nadie, no se detuvo hasta que estuvo fuera del edificio.

Había cumplido su misión. Ahora sería una mujer libre y se iría bien lejos tanto de toda la inmundicia que arrastraba su propia familia, como de la crueladad y el despotismo de Praxis Stratos.

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