Había poca gente en la calle para ser un viernes. Terminada la temporada de invierno, la ciudad volvía a quedar sólo para nosotros por un par de meses. Algunos grupos de estudiantes, jubilados, nada notorio. Majo me esperaba en El Dutch como prometiera, y para sorpresa de Gabriel, me fui con ella a una mesa abajo en vez de quedarme en la barra como solía.
Aunque todavía no había llegado el fam tour, Tango ya nos estaba mandando cuatro o cinco reservas por semana para el verano, y nos habían dicho que esperaban triplicar ese promedio en los próximos dos meses. Sumado a las cuentas que ya teníamos, era obvio que Mauro y yo no íbamos a poder solos con todo, y se me había ocurrido que a la hora de contratar a alguien para que nos diera una mano, Majo era una excelente opción. Estaba a mitad de su carrera de Administración de Empresas, era responsable, de trato agradable. Íbamos a nec
Me abrí paso entre la gente hacia la barra. La perspectiva de volver a ver a Julián me ponía contenta. Y un poco nerviosa. Nuestra última conversación había resultado… bastante personal. Hace cinco años que no nos vemos, me repetí. Hay que tomárselo con calma. Le pedí a Gabriel un licor de melón con energizante. De pronto sentía la urgente necesidad de estar bien despierta.—Hola, tanto tiempo.Miré a mi izquierda y encontré una cara familiar y atractiva que me costó un momento reconocer. Le sonreí.—Hola… Blas, ¿no?Él sonrió también, asintiendo. —Hacía rato que no te veía por acá.Me encogí de hombros. —Trabajo.—¿Todo bien?Me pareció detectar un eco de ironía en su pregunta y lo atrib
Me mezclé entre la gente sintiendo que el corazón me latía como un tambor. Me encerré en el baño y enfrenté el espejo respirando hondo, pero la expresión que encontré en mi cara me indicó que por más que intentara serenarme, estaba peleando una batalla perdida. Me saqué los anteojos, me alisé la ropa, me acomodé el pelo. Hubiera dado cualquier cosa por una ventanita que me permitiera escaparme por los techos. De pronto me sentía atrapada en un remolino de emociones e imágenes del pasado, perdida en un laberinto engañoso de callejones sin salida. Y tenía un miedo atroz de volver a enfrentarme con todo eso. Ese pasado del que Julián había sido parte, aunque no protagonista.Respiré hondo, abrí la puerta y salí. Decidí no volver a la mesa enseguida. Le hice señas a Gabriel y esperé mi trago prendiendo
Resbalé por la tierra húmeda de rocío, sujetándome a algún que otro arbusto para no perder el equilibrio. Cuando mis pies tocaron la roca, me erguí y avancé hacia la orilla del lago. El sol asomaba tras el cerro Villegas allá en el este, bañando el Nahuel Huapi con su luz oblicua y cobriza que realzaba los azules y los verdes, descubriendo la tenue bruma que empezaba a levantarse del agua por la diferencia de temperatura. Me dejé caer sentada en la piedra fría, prendí un cigarrillo. La primera lágrima cayó antes de que pudiera darme cuenta.—¿Ya te escapás? —había murmurado Julián un rato antes, sonriendo a través del sueño.—Hoy me toca abrir la oficina y tengo que ir a casa a cambiarme.Me había sujetado la mano y tironeado, tratando de retenerme. Lo había besado por última vez antes
Un rumor a mi izquierda me obligó a tratar de calmarme. Alguien salía de entre los arbustos hacia la playa. Me desentendí del ruido. Debía ser una de las tantas parejitas que buscan un poco de intimidad al amanecer. Pero no escuché pasos y volví a mirar. Una chica se había detenido a ponerse los zapatos. Estaba sola. Tal vez su acompañante se había demorado terminando de vestirse. Ella me vio y se acercó con paso inseguro. Supuse que todavía estaba un poco borracha. Llevaba un vestido negro muy corto, escotadísimo. Me puse los lentes de sol antes de que llegara a mi lado. Sabía que en su estado no iba a advertir mi cara congestionada.—Disculpe, ¿me podría decir la hora?Su vocecita temblaba como si estuviera a punto de quebrarse en llanto, y sus ojos estaban demasiado abiertos, las pupilas dilatadas. No olí alcohol en su aliento. Mientras le contestaba
Ni rastros de colectivos. Un taxi libre dobló la curva hacia mí. Raro, lo normal hubiera sido verlo pasar en dirección contraria, hacia el centro. Mi billetera se retorció de dolor cuando lo paré, pero no tenía alternativa. Mi abuela Nita siempre decía que todo el entorno tiende a ser solidario con una cazadora cuando tiene una misión importante. Y parecía que ése era el caso. Si no hubiera estado con Julián, si no hubiera sentido la urgencia súbita de bajarme del remís e ir a esa playa en particular, y ninguna otra de todas las que se abren entre el centro y mi casa, nunca habría descubierto el conjuro. Siguiendo ese razonamiento, la aparición providencial de este taxi confirmaba mi corazonada de que tenía que apurarme.Le escribí a mi hermana Julia. Iba a necesitar toda la información que pudiera juntarme antes de enfrentar a ese demonio. Despu&eacut
En un pueblo chico, en un ambiente cerrado como el del turismo, las noticias corren como fuego con buen viento en un pinar. Ni los choferes ni los guías se sorprendieron de que no los invitara a tomar unos mates antes de salir, como indica el ritual de la buena excursión. Supusieron que estaba apurada por irme al velatorio. Les di las órdenes de servicio, una que otra indicación y me fui apurada en dirección opuesta a la cochería. Media hora después estaba de vuelta en la playa.Detrás de los matorrales todo seguía igual y no había señales de la chica. Opté por sentarme en las rocas de la orilla a esperar. El viento era un poco frío, pero el sol empezaba a dejarse sentir. Ignoraba cuánto tendría que esperar, sólo sabía que no podía moverme de ahí. Saqué el celular y empecé a leer lo que me había mandado mi hermana. Hab&iacut
Se me ocurrió mientras miraba sin ver el lago. Hacía horas que mi mente vagaba por sus propios derroteros, sin dejar huellas claras en mi memoria, y tal vez era de agradecer. La mañana se había arrastrado como una culebra, el mediodía había pasado y se había ido, la tarde avanzaba. Y la chica no había vuelto. En algún momento me había llamado Mauro porque todavía no había ido al velatorio. No me acuerdo qué excusa inventé para justificar mi ausencia. Y de pronto el pensamiento estaba ahí, claro y concreto como si alguien hubiera colgado un cartel frente a mi nariz.Si la chica volvía e invocaba a su demonio amigo, yo tal vez no tuviera tiempo de hacer todo el ritual para sellarla. Pero si tenía algún objeto suyo, podía desarrollar parte del ritual en su ausencia y dejarlo listo para activar el sello cuando se presentara el momento propicio.
Comencé a recitar la última parte del ritual manteniéndome oculta entre los matorrales. Mi intención no era inhibir las habilidades mágicas de la chica: quería hacerlas desaparecer por completo. Esa brujita que estaba entregándose de nuevo a un demonio, sus gemidos enronquecidos delatando más placer que dolor, no iba a poder siquiera espantar un mosquito sin un buen insecticida. Me iba a asegurar que nunca en su vida volviera a hacerle daño a nadie.Sus jadeos a pocos pasos, mientras el demonio la poseía en completo silencio, alimentaban una rabia sorda que parecía quemarme por dentro. Esa bruja había invocado a un ser tan cruel sólo por egoísmo. Había sentenciado a muerte al hombre que decía amar sólo porque él no la correspondía, o porque amaba a otra persona. Y ahora gritaba de placer en los brazos del asesino. Jamás se había de