Un rumor a mi izquierda me obligó a tratar de calmarme. Alguien salía de entre los arbustos hacia la playa. Me desentendí del ruido. Debía ser una de las tantas parejitas que buscan un poco de intimidad al amanecer. Pero no escuché pasos y volví a mirar. Una chica se había detenido a ponerse los zapatos. Estaba sola. Tal vez su acompañante se había demorado terminando de vestirse. Ella me vio y se acercó con paso inseguro. Supuse que todavía estaba un poco borracha. Llevaba un vestido negro muy corto, escotadísimo. Me puse los lentes de sol antes de que llegara a mi lado. Sabía que en su estado no iba a advertir mi cara congestionada.
—Disculpe, ¿me podría decir la hora?
Su vocecita temblaba como si estuviera a punto de quebrarse en llanto, y sus ojos estaban demasiado abiertos, las pupilas dilatadas. No olí alcohol en su aliento. Mientras le contestaba
Ni rastros de colectivos. Un taxi libre dobló la curva hacia mí. Raro, lo normal hubiera sido verlo pasar en dirección contraria, hacia el centro. Mi billetera se retorció de dolor cuando lo paré, pero no tenía alternativa. Mi abuela Nita siempre decía que todo el entorno tiende a ser solidario con una cazadora cuando tiene una misión importante. Y parecía que ése era el caso. Si no hubiera estado con Julián, si no hubiera sentido la urgencia súbita de bajarme del remís e ir a esa playa en particular, y ninguna otra de todas las que se abren entre el centro y mi casa, nunca habría descubierto el conjuro. Siguiendo ese razonamiento, la aparición providencial de este taxi confirmaba mi corazonada de que tenía que apurarme.Le escribí a mi hermana Julia. Iba a necesitar toda la información que pudiera juntarme antes de enfrentar a ese demonio. Despu&eacut
En un pueblo chico, en un ambiente cerrado como el del turismo, las noticias corren como fuego con buen viento en un pinar. Ni los choferes ni los guías se sorprendieron de que no los invitara a tomar unos mates antes de salir, como indica el ritual de la buena excursión. Supusieron que estaba apurada por irme al velatorio. Les di las órdenes de servicio, una que otra indicación y me fui apurada en dirección opuesta a la cochería. Media hora después estaba de vuelta en la playa.Detrás de los matorrales todo seguía igual y no había señales de la chica. Opté por sentarme en las rocas de la orilla a esperar. El viento era un poco frío, pero el sol empezaba a dejarse sentir. Ignoraba cuánto tendría que esperar, sólo sabía que no podía moverme de ahí. Saqué el celular y empecé a leer lo que me había mandado mi hermana. Hab&iacut
Se me ocurrió mientras miraba sin ver el lago. Hacía horas que mi mente vagaba por sus propios derroteros, sin dejar huellas claras en mi memoria, y tal vez era de agradecer. La mañana se había arrastrado como una culebra, el mediodía había pasado y se había ido, la tarde avanzaba. Y la chica no había vuelto. En algún momento me había llamado Mauro porque todavía no había ido al velatorio. No me acuerdo qué excusa inventé para justificar mi ausencia. Y de pronto el pensamiento estaba ahí, claro y concreto como si alguien hubiera colgado un cartel frente a mi nariz.Si la chica volvía e invocaba a su demonio amigo, yo tal vez no tuviera tiempo de hacer todo el ritual para sellarla. Pero si tenía algún objeto suyo, podía desarrollar parte del ritual en su ausencia y dejarlo listo para activar el sello cuando se presentara el momento propicio.
Comencé a recitar la última parte del ritual manteniéndome oculta entre los matorrales. Mi intención no era inhibir las habilidades mágicas de la chica: quería hacerlas desaparecer por completo. Esa brujita que estaba entregándose de nuevo a un demonio, sus gemidos enronquecidos delatando más placer que dolor, no iba a poder siquiera espantar un mosquito sin un buen insecticida. Me iba a asegurar que nunca en su vida volviera a hacerle daño a nadie.Sus jadeos a pocos pasos, mientras el demonio la poseía en completo silencio, alimentaban una rabia sorda que parecía quemarme por dentro. Esa bruja había invocado a un ser tan cruel sólo por egoísmo. Había sentenciado a muerte al hombre que decía amar sólo porque él no la correspondía, o porque amaba a otra persona. Y ahora gritaba de placer en los brazos del asesino. Jamás se había de
Se acercó con lentitud deliberada, observándome sin dejar de sonreír.—Tantos deseos frustrados en ese corazón. ¿No querés pedir siquiera uno? —Soltó una risita que me empujó un paso hacia atrás—. Ya viste que el precio no es tan desagradable como lo pintan.Era el momento perfecto para dar media vuelta y salir corriendo, tal como aconsejara la abuela Clara y como suplicaba mi instinto de conservación. Pero cuando quise moverme, descubrí con horror que mis piernas no me obedecían: estaba clavada al suelo como si tuviera los pies en un bloque de cemento.—Qué gracioso. Le tenés miedo a tus propios deseos.Apenas presté atención al detalle de que parecía capaz de leer mi mente. Sentí el sudor que me resbalaba por la cara y bajo la ropa. No lograba mover mis pies siquiera un milímetro, y el demonio estab
El 16 de octubre me tomó completamente por sorpresa. Había pasado la última semana como una verdadera autómata, sin registrar nada de lo que sucedía a mi alrededor. Ya no necesitaba la faja apretándome las costillas todo el día, y los moretones de mi espalda casi habían desaparecido. Pero el encuentro con ese extraño demonio alado me había dejado una secuela mucho más profunda y duradera: el miedo. Era algo mucho más sutil que vivir aterrorizada todo el tiempo. Todavía poblaba buena parte de mis sueños para convertirlos en pesadillas, todavía se me aceleraba el pulso cada vez que recordaba las palabras de la abuela Clara, que persistían en mi memoria como una sentencia definitiva: “Vas a volver a encontrártelo.”Era una suerte que Majo ya hubiera empezado a trabajar con nosotros. Mauro estaba tan pendiente de ella que no prestaba atención a
—Lu, qué suerte que llamaste, estaba buscando tu número.Cuando un transportista que contrataste te saluda de esa forma, es el momento justo para empezar a buscar alternativas de emergencia. Eso hice, escuchando sólo a medias las excusas que Chapi intentaba darme. El chofer de su kombi estaba descompuesto y tenía ese servicio de todo el día colgado, así que iba a tener que cubrirlo él y todavía no encontraba alguien para manejar el minibús y hacer la entrada del aeropuerto que me había confirmado diez días atrás.—Voy a seguir buscando, pero si conseguís alguien más, mejor. Avisame nomás. Voy a tener señal hasta las diez.Gracias, Chapi. Te aviso. Y que te garúe finito.—¡Buenos días, Vietnam!La voz de Lucas desde la puerta del local no contribuyó a mejorar mi humor, pero tenía que conc
Entramos al aeropuerto casi sin haber cruzado palabra con Lucas. Está fresco. Sí. Ojalá se mantenga el buen tiempo. Al menos para la caminata de mañana. Quince minutos más de silencio, los dos mirando hacia adelante, la ruta oscurecida. En algún momento prendió la radio, una estación de música tranquila. Pareció espesar el silencio. Me di cuenta sorprendida que era la primera vez, en los años que llevábamos trabajando juntos, que estábamos solos.—Llegamos temprano —dijo, señalando el pabellón de arribos. Todavía no había ningún transporte estacionado en la puerta.—Mejor.Se detuvo con suavidad y tiró del freno de mano. Manejaba bien. De hecho, mejor que muchos transportistas que conocía. Se volvió hacia mí con una sonrisa vaga.—¿Querés que te espere acá, o