El 16 de octubre me tomó completamente por sorpresa. Había pasado la última semana como una verdadera autómata, sin registrar nada de lo que sucedía a mi alrededor. Ya no necesitaba la faja apretándome las costillas todo el día, y los moretones de mi espalda casi habían desaparecido. Pero el encuentro con ese extraño demonio alado me había dejado una secuela mucho más profunda y duradera: el miedo. Era algo mucho más sutil que vivir aterrorizada todo el tiempo. Todavía poblaba buena parte de mis sueños para convertirlos en pesadillas, todavía se me aceleraba el pulso cada vez que recordaba las palabras de la abuela Clara, que persistían en mi memoria como una sentencia definitiva: “Vas a volver a encontrártelo.”
Era una suerte que Majo ya hubiera empezado a trabajar con nosotros. Mauro estaba tan pendiente de ella que no prestaba atención a
—Lu, qué suerte que llamaste, estaba buscando tu número.Cuando un transportista que contrataste te saluda de esa forma, es el momento justo para empezar a buscar alternativas de emergencia. Eso hice, escuchando sólo a medias las excusas que Chapi intentaba darme. El chofer de su kombi estaba descompuesto y tenía ese servicio de todo el día colgado, así que iba a tener que cubrirlo él y todavía no encontraba alguien para manejar el minibús y hacer la entrada del aeropuerto que me había confirmado diez días atrás.—Voy a seguir buscando, pero si conseguís alguien más, mejor. Avisame nomás. Voy a tener señal hasta las diez.Gracias, Chapi. Te aviso. Y que te garúe finito.—¡Buenos días, Vietnam!La voz de Lucas desde la puerta del local no contribuyó a mejorar mi humor, pero tenía que conc
Entramos al aeropuerto casi sin haber cruzado palabra con Lucas. Está fresco. Sí. Ojalá se mantenga el buen tiempo. Al menos para la caminata de mañana. Quince minutos más de silencio, los dos mirando hacia adelante, la ruta oscurecida. En algún momento prendió la radio, una estación de música tranquila. Pareció espesar el silencio. Me di cuenta sorprendida que era la primera vez, en los años que llevábamos trabajando juntos, que estábamos solos.—Llegamos temprano —dijo, señalando el pabellón de arribos. Todavía no había ningún transporte estacionado en la puerta.—Mejor.Se detuvo con suavidad y tiró del freno de mano. Manejaba bien. De hecho, mejor que muchos transportistas que conocía. Se volvió hacia mí con una sonrisa vaga.—¿Querés que te espere acá, o
Circuito Chico con caminata a la mañana, almuerzo y Cerro Catedral a la tarde. Bien, nada complicado. Tenía planeado escaparme al mediodía y dejar que Lucas los llevara solo a Catedral. No podía desaparecer de la oficina toda la semana, y no me interesaba quedarme trabajando hasta cualquier hora de la noche para dejar todo listo para el día siguiente. Sobre todo si ese día siguiente amanecía con el fam tour camino a San Martín, y yo con ellos. Resoplé mentalmente. Más valía que los de Tango nos llenaran de reservas para todo el año. No quería aguantar el tedio de la excursión a San Martín gratis.Bajé a la ruta saboreando la mañana, fría y luminosa como sólo puede ser la primavera en Bariloche. Ariel no tenía clases y se había quedado durmiendo. El aire empezaba a oler a flores y a polen, para desesperación de los alé
El grupo nos esperaba en la recepción del hotel, todos listos y radiantes. Subieron a la kombi parloteando como estudiantes, pero se callaron en cuanto Lucas agarró el micrófono. Lo escuché con curiosidad porque era la primera vez que lo veía guiar. Otra vez por supuesto, su manejo del grupo era magistral, y alternaba la información en dosis justas de historia, geología, flora y fauna y hasta chismes de gente famosa que había pasado por ahí o por allá. Además de su inglés perfecto, sabía hablar con un ritmo que permitía que los pasajeros asimilaran lo que decía sin hacerse lento, y todo el tiempo daba pie a preguntas que contestaba de buena gana. Ya la noche anterior se había aprendido los nombres de todos, y bromeaba con ellos como si fueran amigos personales. Habíamos decidido dar la vuelta al revés para evitar gentíos y nuestra primera parada fue Pu
El atardecer ensombrecía la huella bajo los coihues y cipreses que murmuraban en el viento. El aire era fresco, húmedo, quieto. La caminata se me hizo larga en mi ansiedad, pero finalmente me detuve frente a la piedra que buscaba. Ahora que estaba sola, me tomé mi tiempo para estudiar el sello roto. Tal como supusiera, era la única grieta en toda la piedra. Pasé la mano por los trazos que yo misma tallara en la superficie suave e irregular, seguí con la yema de los dedos la línea de la grieta. Ahí estaba, en el extremo inferior: el residuo de una secreción viscosa, incolora. Al acercar los dedos a mi nariz sólo confirmé lo que sospechaba. El demonio había escapado de su prisión.Las ramas de un coihue crujieron en el viento sobre mi cabeza, ese ruido de puerta vieja que me encanta. Más arriba, el rumor del follaje recordaba el del mar. Miré a mi alrededor preguntánd
Pedro y yo no nos sorprendimos de que Lucía se evitara venir a Catedral con la excusa de sus pendientes en la oficina. Iba a tener que pasar casi toda la semana con el grupo, así que era obvio que querría aprovechar esa tarde, sobre todo con su consabida adicción maníaca al trabajo.Ese año había nevado tarde y la temporada de esquí todavía no había cerrado a pesar de que mediaba octubre, así que el cerro estaba bastante concurrido. Nos llevó un rato subir hasta el Lynch pero la espera valía la pena. En una tarde como ésa, una cerveza al sol en la terraza rodeada de nieve era un verdadero privilegio. Apenas pude desprenderme del grupo, fui a saludar a algunos conocidos en la aerosilla. Me alegró encontrar ahí a Nahuel, un guía de la última camada que hacía el invierno como patrullero. Tomaba mate con los silleros, las tablas apoyadas ahí
Pedro se mostró contento de que nos fuéramos antes de que se armara el embotellamiento cotidiano a la salida del cerro. La ruta no estaba muy cargada y en cuarenta minutos estábamos en el centro. En la oficina, encontré a Mauro explicándole a Majo algo sobre una cuenta, sentados con las sillas pegadas y perdiendo más tiempo en mirarse que en prestar atención a la cuenta. Me obligué a contener mi impaciencia, pero Majo notó que me pasaba algo. Alegué cansancio, aun sabiendo que no me iba a creer del todo.Acepté el mate que me ofrecía Mauro para hacerse el buen yerno. —¿Querés que te lleve a casa, nena? —ofrecí.Ella vaciló. Mauro asintió sonriendo, subiendo la apuesta a yerno virtuoso.—Es que ahora empieza a entrar gente a comprar —dijo Majo—. Si no te molesta, prefiero quedarme a ayudar.Señalé
La energía de Blas volvió a incrementarse. Ahora podía leer en ella y supe que preparaba su último ataque, el golpe de gracia. Lo conminé silenciosamente a detenerse, sabiendo que me escucharía. La única respuesta que obtuve fue una carcajada burlona. Sin embargo, había logrado al menos uno de mis objetivos: distraerlo. Era cuanto necesitaba.Irrumpí en la playa y vi que Lucía estaba caída de espaldas, apenas sostenida con sus codos, tratando infructuosamente de volver a levantarse. Blas permanecía a diez metros de ella y sostenía en su diestra un globo de energía oscura que brillaba con un matiz sangriento. Lo arrojó contra Lucía sin prestarme atención. La escuché ahogar un gemido, sabiéndose condenada. Crucé la playa y me detuve un paso por delante de ella, extendiendo mis brazos a los lados para cubrirla. El globo de energía se