El atardecer ensombrecía la huella bajo los coihues y cipreses que murmuraban en el viento. El aire era fresco, húmedo, quieto. La caminata se me hizo larga en mi ansiedad, pero finalmente me detuve frente a la piedra que buscaba. Ahora que estaba sola, me tomé mi tiempo para estudiar el sello roto. Tal como supusiera, era la única grieta en toda la piedra. Pasé la mano por los trazos que yo misma tallara en la superficie suave e irregular, seguí con la yema de los dedos la línea de la grieta. Ahí estaba, en el extremo inferior: el residuo de una secreción viscosa, incolora. Al acercar los dedos a mi nariz sólo confirmé lo que sospechaba. El demonio había escapado de su prisión.
Las ramas de un coihue crujieron en el viento sobre mi cabeza, ese ruido de puerta vieja que me encanta. Más arriba, el rumor del follaje recordaba el del mar. Miré a mi alrededor preguntánd
Pedro y yo no nos sorprendimos de que Lucía se evitara venir a Catedral con la excusa de sus pendientes en la oficina. Iba a tener que pasar casi toda la semana con el grupo, así que era obvio que querría aprovechar esa tarde, sobre todo con su consabida adicción maníaca al trabajo.Ese año había nevado tarde y la temporada de esquí todavía no había cerrado a pesar de que mediaba octubre, así que el cerro estaba bastante concurrido. Nos llevó un rato subir hasta el Lynch pero la espera valía la pena. En una tarde como ésa, una cerveza al sol en la terraza rodeada de nieve era un verdadero privilegio. Apenas pude desprenderme del grupo, fui a saludar a algunos conocidos en la aerosilla. Me alegró encontrar ahí a Nahuel, un guía de la última camada que hacía el invierno como patrullero. Tomaba mate con los silleros, las tablas apoyadas ahí
Pedro se mostró contento de que nos fuéramos antes de que se armara el embotellamiento cotidiano a la salida del cerro. La ruta no estaba muy cargada y en cuarenta minutos estábamos en el centro. En la oficina, encontré a Mauro explicándole a Majo algo sobre una cuenta, sentados con las sillas pegadas y perdiendo más tiempo en mirarse que en prestar atención a la cuenta. Me obligué a contener mi impaciencia, pero Majo notó que me pasaba algo. Alegué cansancio, aun sabiendo que no me iba a creer del todo.Acepté el mate que me ofrecía Mauro para hacerse el buen yerno. —¿Querés que te lleve a casa, nena? —ofrecí.Ella vaciló. Mauro asintió sonriendo, subiendo la apuesta a yerno virtuoso.—Es que ahora empieza a entrar gente a comprar —dijo Majo—. Si no te molesta, prefiero quedarme a ayudar.Señalé
La energía de Blas volvió a incrementarse. Ahora podía leer en ella y supe que preparaba su último ataque, el golpe de gracia. Lo conminé silenciosamente a detenerse, sabiendo que me escucharía. La única respuesta que obtuve fue una carcajada burlona. Sin embargo, había logrado al menos uno de mis objetivos: distraerlo. Era cuanto necesitaba.Irrumpí en la playa y vi que Lucía estaba caída de espaldas, apenas sostenida con sus codos, tratando infructuosamente de volver a levantarse. Blas permanecía a diez metros de ella y sostenía en su diestra un globo de energía oscura que brillaba con un matiz sangriento. Lo arrojó contra Lucía sin prestarme atención. La escuché ahogar un gemido, sabiéndose condenada. Crucé la playa y me detuve un paso por delante de ella, extendiendo mis brazos a los lados para cubrirla. El globo de energía se
Él estaba ahí.Lo primero que vi al abrir los ojos.Inmóvil y silencioso en la escasa claridad que entraba por mi ventana.La cabellera larga y lacia como un río de hielo. La cara hermosa, irreal, tan serena. Los ojos tan claros que parecían de agua.Su extraño atuendo oscuro hacía pensar en un uniforme militar antiguo. La ancha faja drapeada blanca, los detalles en puños y hombros, los faldones que le cubrían las piernas hasta las rodillas, los pantalones estrechos, las botas de caña alta.Y su perfume.Yo conocía ese perfume.Lo había percibido sólo un instante, diez días atrás, la primera vez que me enfrentara al demonio alado. Mejor dicho, la primera vez que esa criatura había estado a punto de matarme. Ahora ya iban dos veces y contando.Era el perfume que acompañaba a esa sombra fugaz que se proyectara so
Pero la vida sigue su curso, y a las seis la alarma me devolvió a mi realidad cotidiana. Me costó levantarme, pero no mucho más que de costumbre. La ducha me ayudó un poco a despabilarme. Contra toda lógica, no tenía secuelas físicas de la noche anterior, ningún moretón, ni raspón, ni dolor muscular. Sólo estaba mortalmente cansada.Había helado durante la noche, la escarcha todavía pintaba los jardines en la mañana fría. Pedro llegó a la oficina casi atrás mío, Lucas un poco después. Tomamos mate sin hablar demasiado y nos fuimos enseguida.La excursión a San Martín fue el mal sueño que no había tenido por la noche. Aunque miles de personas la disfrutan cada año, para mí siempre resulta monótona, larga, aburrida. Tuve que forzarme a dejar de lado los recuerdos de lo que me había pas
Los días siguientes trajeron un regreso paulatino a la rutina. Volví a estar en la oficina las horas que no pasaba con el fam tour, cuya semana se iba terminando. El jueves pude hacer jornada completa mientras ellos iban a Isla Victoria con Lucas, y tuve que reconocer que extrañaba mi escritorio en el rincón. Mauro y Majo se las habían arreglado bastante bien en mi ausencia, aplicando la sencilla regla de apilar en mi escritorio todo lo que no podían resolver. Así que me encontré con una linda pila de pendientes que me mantuvo entretenida hasta entrada la tarde. Para el viernes, el último día del fam tour, teníamos programada la excursión a Tronador y ahí me fui, por una vez feliz ante la perspectiva de abandonar mi pequeño feudo.El bosque estaba hermoso como siempre, y el lago Mascardi nos regalaba todos sus colores en cada parada. Lucas nos hizo detener en un acantilado pasand
En el momento no me paré a pensarlo, y después era demasiado tarde.El hecho consumado era que había permitido que Lucía me viera, le había dicho mi nombre, le había prometido explicaciones posteriores. Y le había asegurado que la ayudaría siempre que me necesitara.A eso llamo meter la pata hasta el cuello.Y sin embargo, no era lo peor. Lo más grave era que había sido totalmente sincero.Me había desarmado con una mirada y una mano temblorosa.Mi guiada a San Martín al día siguiente había sido la más patética desde que me recibiera, y era de agradecer que los vendedores no lo hubieran notado. Tenía tantas cosas en la cabeza que tenía que pensar antes de decir el nombre de cada lago, sin exagerar.Todavía me sorprendía esa faceta que descubriera en Lucía. La conocía gruñona y eficie
Su reacción me sorprendió. Esperaba que me soltara y se apartara de mí, como mínimo. Acababa de decirle que era igual a esa criatura aviesa que había estado a punto de matarla dos veces en un mes. Pero los dedos que sostenían mi mano se cerraron, estrechándola, y su otra mano cubrió la marca en mi palma. Alcé la vista para encontrar sus ojos, que se habían vaciado de preguntas y ahora brillaban húmedos. Sabía que nada en mí revelaba el desconcierto que me superaba. Ella sólo vería una cara serena e inexpresiva, y era una suerte. Porque la emoción que me provocaron esas lágrimas contenidas habría sido difícil de explicar.—Vos no sos como él —dijo.Era inevitable la ironía. —¿Cómo podés saberlo? —Vos, una simple humana que no ve más allá de sus narices, confinada