Pero la vida sigue su curso, y a las seis la alarma me devolvió a mi realidad cotidiana. Me costó levantarme, pero no mucho más que de costumbre. La ducha me ayudó un poco a despabilarme. Contra toda lógica, no tenía secuelas físicas de la noche anterior, ningún moretón, ni raspón, ni dolor muscular. Sólo estaba mortalmente cansada.
Había helado durante la noche, la escarcha todavía pintaba los jardines en la mañana fría. Pedro llegó a la oficina casi atrás mío, Lucas un poco después. Tomamos mate sin hablar demasiado y nos fuimos enseguida.
La excursión a San Martín fue el mal sueño que no había tenido por la noche. Aunque miles de personas la disfrutan cada año, para mí siempre resulta monótona, larga, aburrida. Tuve que forzarme a dejar de lado los recuerdos de lo que me había pas
Los días siguientes trajeron un regreso paulatino a la rutina. Volví a estar en la oficina las horas que no pasaba con el fam tour, cuya semana se iba terminando. El jueves pude hacer jornada completa mientras ellos iban a Isla Victoria con Lucas, y tuve que reconocer que extrañaba mi escritorio en el rincón. Mauro y Majo se las habían arreglado bastante bien en mi ausencia, aplicando la sencilla regla de apilar en mi escritorio todo lo que no podían resolver. Así que me encontré con una linda pila de pendientes que me mantuvo entretenida hasta entrada la tarde. Para el viernes, el último día del fam tour, teníamos programada la excursión a Tronador y ahí me fui, por una vez feliz ante la perspectiva de abandonar mi pequeño feudo.El bosque estaba hermoso como siempre, y el lago Mascardi nos regalaba todos sus colores en cada parada. Lucas nos hizo detener en un acantilado pasand
En el momento no me paré a pensarlo, y después era demasiado tarde.El hecho consumado era que había permitido que Lucía me viera, le había dicho mi nombre, le había prometido explicaciones posteriores. Y le había asegurado que la ayudaría siempre que me necesitara.A eso llamo meter la pata hasta el cuello.Y sin embargo, no era lo peor. Lo más grave era que había sido totalmente sincero.Me había desarmado con una mirada y una mano temblorosa.Mi guiada a San Martín al día siguiente había sido la más patética desde que me recibiera, y era de agradecer que los vendedores no lo hubieran notado. Tenía tantas cosas en la cabeza que tenía que pensar antes de decir el nombre de cada lago, sin exagerar.Todavía me sorprendía esa faceta que descubriera en Lucía. La conocía gruñona y eficie
Su reacción me sorprendió. Esperaba que me soltara y se apartara de mí, como mínimo. Acababa de decirle que era igual a esa criatura aviesa que había estado a punto de matarla dos veces en un mes. Pero los dedos que sostenían mi mano se cerraron, estrechándola, y su otra mano cubrió la marca en mi palma. Alcé la vista para encontrar sus ojos, que se habían vaciado de preguntas y ahora brillaban húmedos. Sabía que nada en mí revelaba el desconcierto que me superaba. Ella sólo vería una cara serena e inexpresiva, y era una suerte. Porque la emoción que me provocaron esas lágrimas contenidas habría sido difícil de explicar.—Vos no sos como él —dijo.Era inevitable la ironía. —¿Cómo podés saberlo? —Vos, una simple humana que no ve más allá de sus narices, confinada
Había poco trabajo, como siempre en noviembre. Pedro y yo hacíamos las pocas excursiones que armaban en la agencia, y César se encargaba solo de los traslados. Éramos los tres de confianza, y Lucía y Mauro acordaron que se turnarían para cubrir las mañanas, y empezarían a cerrar los sábados a la tarde y los domingos hasta mediados de diciembre. Mi hija insistió en hacerse cargo de las salidas de los domingos a la mañana, ganándose la gratitud eterna de los dos.Lucía volvió a llamarme en su segunda mañana libre. Su voz me alcanzó clara, inconfundible, cuando bajaba de Campanario con diez pasajeros. Los acompañé hasta la kombi, le dije a Pedro que iba al baño y salí disparado hacia el cerro Otto.—Disculpá, pero estoy en medio de Circuito Chico con tus pasajeros.No era la mejor excusa para darle. Opté por
Un viernes a la noche, a fines de noviembre, Lucía me llamó a su casa. Se sobresaltó al verme aparecer en su comedor, hasta que su mente procesó lo que ya sabía: que me podía mover mucho más rápido de lo que ella era capaz de percibir y no me había teletransportado ni nada por el estilo, sino que había abierto y cerrado la puerta sin ruido.—Trabajo —dijo, señalando su mochila sobre la mesa—. Diego me escribió. Parece que la abuela de alguien anda moviendo más muebles ahora que cuando estaba viva.—¿Dónde?—En el Arrayanes, atrás del cementerio. La familia tuvo que mudarse porque la dueña de casa casi se muere de un infarto de miedo.—¿Querés que te acompañe?Mi ofrecimiento la tomó por sorpresa. Comprendí que sólo me había llamado para explicarme
Hay una sola cosa peor que un duende del bosque enojado: un clan entero de duendes del bosque enojados. Lucía tuvo que explayarse, fumando un cigarrillo junto al Casa de Piedra, al final del Cajón, porque yo nunca le había prestado demasiada atención a la variada población de elementales de tierra en la Patagonia y tuve que reconocerme un ignorante en el tema.Son una raza tranquila, dijo, que suelen pasar sus vidas en lo profundo del bosque sin que nadie se entere de su existencia. Prefieren evitar a los humanos, y por regla general conviven de forma pacífica con las demás razas de elementales y animales en su área. Lo único capaz de despertar su ira es que profanen su territorio. Y ahí estaba el problema. El loteado febril de Península San Pedro había alcanzado un par de hectáreas ocupadas por un cipresal antiguo. Los terrenos se vendieron baratos y pronto empezaron a aparecer motosie
A partir del día siguiente empezamos a ocuparnos de los duendes. Todas las noches, después que Ariel se dormía, la llevaba a Península San Pedro y la dejaba trabajando en el sello. Mientras ella se dedicaba a tejer la red de energía y oraciones que debía confinar al clan, yo pasaba el tiempo charlando con otros duendes, dríades, algunas hadas audaces y hasta un par de silfos. Todos los bosques de la zona parecían estar ya ocupados, y pronto tuve que ampliar el radio de búsqueda hacia las zonas que los humanos todavía no habían habitado. Por fin, casi dos semanas más tarde, una venerable anciana de un clan en las laderas del Capilla me mencionó un vallecito al otro lado del cerro que, hasta donde ella sabía, permanecía sin reclamar. Invertí toda la noche siguiente en registrar el lugar de punta a punta y hablar con cuanto elemental encontré, para asegurarme de que es
Fue nuestra primera discusión. Ella estaba encaprichada en darles otra oportunidad. Yo insistía en que ya habían sobrepasado todo límite y no se los podía dejar sueltos, ni siquiera en el Capilla, lejos de las zonas habitadas. El empate resultante no nos dejó satisfechos en lo más mínimo, pero tampoco encontramos otra alternativa: Lucía iba a tratar de negociar con ellos sin cruzar el sello, y si se negaban a escucharla o rechazaban la opción que les ofrecíamos, reduciríamos el sello y los encerraríamos en un radio de pocos pasos, hasta que cambiaran de actitud o se murieran de hambre.Lo que ninguno de los dos se había detenido a mirar era el calendario. Al día siguiente era el cumpleaños de Esteban, un agenciero amigo mío de la secundaria y que Lucía trataba bastante. Hacía unos diez años que Esteban festejaba su cumpleaños con f