Hay una sola cosa peor que un duende del bosque enojado: un clan entero de duendes del bosque enojados. Lucía tuvo que explayarse, fumando un cigarrillo junto al Casa de Piedra, al final del Cajón, porque yo nunca le había prestado demasiada atención a la variada población de elementales de tierra en la Patagonia y tuve que reconocerme un ignorante en el tema.
Son una raza tranquila, dijo, que suelen pasar sus vidas en lo profundo del bosque sin que nadie se entere de su existencia. Prefieren evitar a los humanos, y por regla general conviven de forma pacífica con las demás razas de elementales y animales en su área. Lo único capaz de despertar su ira es que profanen su territorio. Y ahí estaba el problema. El loteado febril de Península San Pedro había alcanzado un par de hectáreas ocupadas por un cipresal antiguo. Los terrenos se vendieron baratos y pronto empezaron a aparecer motosie
A partir del día siguiente empezamos a ocuparnos de los duendes. Todas las noches, después que Ariel se dormía, la llevaba a Península San Pedro y la dejaba trabajando en el sello. Mientras ella se dedicaba a tejer la red de energía y oraciones que debía confinar al clan, yo pasaba el tiempo charlando con otros duendes, dríades, algunas hadas audaces y hasta un par de silfos. Todos los bosques de la zona parecían estar ya ocupados, y pronto tuve que ampliar el radio de búsqueda hacia las zonas que los humanos todavía no habían habitado. Por fin, casi dos semanas más tarde, una venerable anciana de un clan en las laderas del Capilla me mencionó un vallecito al otro lado del cerro que, hasta donde ella sabía, permanecía sin reclamar. Invertí toda la noche siguiente en registrar el lugar de punta a punta y hablar con cuanto elemental encontré, para asegurarme de que es
Fue nuestra primera discusión. Ella estaba encaprichada en darles otra oportunidad. Yo insistía en que ya habían sobrepasado todo límite y no se los podía dejar sueltos, ni siquiera en el Capilla, lejos de las zonas habitadas. El empate resultante no nos dejó satisfechos en lo más mínimo, pero tampoco encontramos otra alternativa: Lucía iba a tratar de negociar con ellos sin cruzar el sello, y si se negaban a escucharla o rechazaban la opción que les ofrecíamos, reduciríamos el sello y los encerraríamos en un radio de pocos pasos, hasta que cambiaran de actitud o se murieran de hambre.Lo que ninguno de los dos se había detenido a mirar era el calendario. Al día siguiente era el cumpleaños de Esteban, un agenciero amigo mío de la secundaria y que Lucía trataba bastante. Hacía unos diez años que Esteban festejaba su cumpleaños con f
La fiesta era un mundo de gente, como siempre. Para colmo, ese año a Esteban se le había ocurrido organizar un concurso al mejor disfraz y había conseguido un fin de semana gratis en Llao-Llao para el ganador y un acompañante. Así que todo el mundo estaba tan producido que costaba reconocer a nadie hasta que los escuchaba hablar. Y considerando el volumen de la música, ni siquiera entonces la identificación era demasiado segura. Llegué temprano con Mauro y Majo. Mi amigo iba disfrazado de Goku, con un traje naranja y todos los pelos parados. Mi hija había estado a punto de quedar encerrada bajo llave cuando vi su disfraz de enfermera, que incluía una minifalda para infartar a un muerto. Yo llevaba el traje de sacerdote que alquilaba todos los años. Sabía que Lucía no podía haber llegado todavía, pero igual di una vuelta entre la gente, buscándola.Pasó una ho
Hay quienes dicen que lo que mueve al mundo es el dinero. Otros dicen que es el poder político. Otros, la religión. La información, el poder militar, la ambición, la determinación de los pueblos.Mentira.El verdadero motor de la humanidad, el único impulso indiscutible detrás de todos y cada uno de nuestros actos, es otro: las hormonas. Las secreciones químicas que rigen nuestros deseos y aversiones.Y reto a cualquiera a que me demuestre lo contrario.Esa noche, en ese momento, nada de eso se me pasó por la cabeza, por supuesto.Sólo era consciente de que Lucía estaba ahí. Había llegado a la fiesta, aparentemente ilesa. El alivio que me provocó verla me abrumó por un instante. Y ese instante fue suficiente.Antes de que pudiera darme cuenta de lo que hacía, crucé la cocina y la abracé desde atrás, un brazo cr
Estaba despierta.Lo sabía porque la cabeza no puede doler tanto ni en las peores pesadillas.Tuve un recuerdo rápido, borroso, de bebida pasando por mis manos. Cerveza, licor, espumante, champagne. Tenía motivos para sentir esos cuchillos ensañándose con mi cráneo.Por suerte no tenía que ir a la oficina hasta la tarde.Siempre hay que tratar de ver el vaso medio lleno… Muy a tono, mi analogía.Me di vuelta sin abrir los ojos y subí el acolchado hasta mis orejas. Podía seguir durmiendo un rato más.En ese momento un rayo de luz muy clara me tocó la cara. Un rayo de sol. Inconfundible. Fruncí el ceño y subí las mantas. Mis sábanas no huelen así. Y el sol no entra directamente por mi ventana en ningún momento del año.Sentí el escalofrío que me erizó la espalda y abrí lo
Debo haberme adormecido.Lo siguiente que registré fue unos dedos tamborileando en mi hombro. Alcé la vista, encandilada por el sol del mediodía, y encontré a Ariel parado frente a mí, carpetas bajo el brazo y una expresión reprobadora en su carita adorada, que iba perdiendo los últimos rasgos infantiles. Me pasó por al lado para abrir la puerta y entró sin volver a mirarme. Arrastré los pies tras él y los dejé llevarme a mi cuarto. Él me siguió.—Podrías haber avisado que no venías a dormir.Estábamos sufriendo una inconveniente inversión de roles. Giré para enfrentarlo tratando de parecer enojada, pero mi ceño fruncido no era rival para el de él.—No sabía que tengo que rendirte cuentas de lo que hago.—Tal vez te cueste recordarlo porque Raziel borró todas las marcas, p
Entrar en la oficina demandó todo mi valor. Estaba encogida por dentro, agazapada, esperando el primer comentario burlón de Mauro. Que nunca llegó. Me saludó como siempre y Majo se hizo eco desde arriba. Oculté mi confusión, apurándome a ocupar mi escritorio y sumergirme en el trabajo. Pero seguía en un estado de tensión insoportable. La campanilla del teléfono me sobresaltaba, el chasquido de la puerta del local me paralizaba el corazón. Una hora después bajó Majo a despedirse de nosotros con su sonrisa encantadora. Por más que escarbé en su expresión con toda mi paranoia, no pude encontrar nada fuera de lo común en su forma de mirarme ni en su acento al hablarme.Pero el infarto esperaba a la vuelta de la esquina, y entró corriendo apenas Majo se fue. Mauro alzó la vista de la computadora, esperó a verla irse y atravesó la oficin
La noche se me hizo eterna hasta que Ariel y yo terminamos de comer. Cuando se fue a su cuarto, me encerré en el mío para cambiarme apurada. Pero cuando abrí la puerta lo encontré en la cocina, sirviéndose jugo.—¿Vas a salir? —me preguntó, de espaldas.Sabía que tenía razón con su actitud reprobadora, pero eso no evitaba que me molestara. Le contesté en el mismo tono seco.—Sí.—¿Con Raziel?—Sí. —Se suponía que la adulta era yo, así que atemperé el tono—. Tenemos que terminar lo de los duendes, en Península.Giró hacia mí, me observó un momento y asintió sonriendo de costado.—Tratá que no te mastiquen tanto esta vez.Crucé la cocina en dos pasos y le eché los brazos al cuello. Él me estrechó