Leah Cuando pasé los seis meses de embarazo de los trillizos estaba enorme como una casa. Bueno, debía admitir que yo me había tomado el embarazo como una carta libre para tragar todo lo que quisiera sin restricciones. Además de tener tres cuerpecitos dentro moviéndose, clavándose en mis costillas y presionando cada órgano, lo que me dificultaba incluso sentarme con comodidad y ni hablar de pararse. Aunque bien recordaba que fue un proceso gradual en el cual aumenté de peso de forma gradual y paulatina. En este caso tenía la sensación de haber aumentado diez kilogramos de la noche a la mañana cuando solo llevaba dieciséis semanas. Lo que era injusto, injusto por demás porque en esta ocasión estaba cuidando bastante más de mi alimentación. Me había apuntado a yoga y una clase especial de cardio para embarazadas. No quería volver a cometer los errores del pasado, y necesitaba energía para trabajar, ocuparme de tres niños, un esposo y la decoración de la nueva casa. Frederick me ayuda
Leah Cuando vi a Frederick fumando apoyado en la pared a la salida de yoga, negué con la cabeza y él se apresuró a apagarlo en el piso, porque sabía que lo regañaría. Ya le había pedido muchas veces que dejase de fumar, pero a pesar de sus esfuerzos no lograba hacerlo. Era un hábito horrible, que esperaba que pronto pudiese abandonar, aunque no lo hacía frente a mí o los niños, temía por su salud. Me acerqué a él sin salir de mi asombro, estaba segura de que a esas horas estaría en una reunión. —¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté con una sonrisa, antes de tomar un largo trago de agua. A pesar de lo bien que me hacía hacer yoga, cada día me sentía menos motivada a ir durante mi almuerzo y con más ganas de echarme una larga siesta, aun me sentía bastante cansada. —¿No tenías una reunión programada para el almuerzo? Me tomó de la mano, tirando de mí suavemente para abrazarme, dejando que enterrase mi rostro en la curva de su cuello y me besó el cabello. —Le dije a Ambrouse que t
Frederick Cuando salí del garaje acelerando sentí que hacía más frio de lo común, a través del casco se colaba el aire punzante de la noche. A esa hora algunas personas aún caminaban por las aceras y los automóviles iban y venían aunque con menor intensidad que en hora pico. Recorrí las calles esperando encontrar el pastel de chocolate que le hacía tanta ilusión a Leah o al menos una porción que reemplazase la que me había comido el día anterior. Recorrí algunas cafeterías con la esperanza de obtener lo que buscaba, pero en la mayoría solo tenían Pie de chocolate, no estaba seguro de que eso calmara su antojo. Por lo que continúe dando vueltas, hasta que recordé una pastelería en Columbus Avenue, seguramente estaría cerrada, sin embargo estaba muy seguro de que la zona de fabricación estaba en el mismo edificio y como ya eran casi las cuatro de la madrugada, encontraría a algunos empleados en el lugar. Conduje por la calle setenta y uno hasta Columbus. El lugar estaba obviamente c
Leah Cuando la primera alarma sonó a las cinco treinta, busqué con la mano el cuerpo cálido de mi esposo. Cada mañana ocurría lo mismo, sonaba dos veces antes de que nos diéramos por vencidos y finalmente nos levantásemos. Pero mientras eso ocurría, me abrazaba a su espalda disfrutando de los últimos minutos antes de comenzar la batalla diaria. A veces él era quien me abrazaba, acunándome entre sus brazos con cuidado, acariciándome el cabello y regando besos en mi cuello. Abrí los ojos lentamente cuando no lo encontré y de pronto recordé lo ocurrido durante la madrugada, él había salido a buscarme pastel porque me encontraba en uno de esos transes narcisistas que me ocurrían de vez en cuando, cada vez que el deseo irracional por comer algo me atacaba, en una gran mayoría de veces, era chocolate. Lentamente los recuerdos de la noche me llegaron, entonces me incorporé nerviosa. Me había dicho que no tardaría, pero la primera alarma acababa de sonar. Me concedí un minuto para quedarm
Frederick —Son niñas…Tenías razón, ambas son niñas… —Escuché decir a Leah en un gemido desde algún punto difuso de mi mente. —Por favor…Despierta… No sabía de dónde provenía su voz, no estaba seguro de si se trataba de un sueño o si realmente aquello estaba ocurriendo. De lo único que estaba seguro era que tenía la sensación de que mi cuerpo junto con todo lo que lo rodeaba, estaba siendo despedazado. Alguien más hablaba aunque los sonidos se fueron esfumando bajo un zumbido intenso que necesitaba con urgencia que cesara. De pronto fui consciente de que mi garganta estaba seca y áspera, justo cuando el olor a alcohol mezclándose con el desinfectante me llegó a oleadas. Solo entonces comencé a caer en la cuenta de que no estaba en casa. Intenté incorporarme aunque ni siquiera podía moverme, ni mucho menos abrir los ojos. —¡Debía despertar hace hora! —Chilló. —¿Cuándo demonios va a despertar? —La escuché gemir nuevamente y comencé a desesperarme. Quería decirle que si había desper
Frederick Me removí incomodo en la cama cuando Leah me acomodó la almohada con cuidado de no tocar el cuello ortopédico. Me explicaron que estaría en observación tres días más luego de la cirugía que le realizarían a mis piernas. Porque el maldito cretino que me arrolló, me había roto ambas piernas. Luego podría ir finalmente a casa con mi familia, aunque debería ir a rehabilitación dos veces por semana. Sin embargo, la doctora Johansson me aseguró que en algunos meses podría caminar. Iba a hacer lo que fuera necesario para recuperarme pronto o no estaría a tiempo para acompañar a mi esposa al curso pre parto, además esperaba poder cuidarla y no que fuese al revés. Pronto su vientre comenzaría a crecer, por lo que no quería convertirme en una carga. Ella ahuecó mis mejillas y me dio un beso profundo, suave, tembloroso, podría acostumbrarme a los cuidados siempre que fuesen tan efusivos como ese. Sonreí cuando se separó y noté que tenía el ceño fruncido. —¿Estás bien? —Le pregunté
Leah Cinco meses despuésMe miré en el enorme espejo del vestidor de la nueva casa. Ni siquiera sabía porque había elegido un espejo tan grande, ahora me podía ver en todo mi esplendor, enorme. Nada me entraba, nada. Me había pasado horas dando vueltas en bata después del baño, que aparentemente era lo único que me quedaba bien. Quizás podría ir al curso con una camiseta de Frederick y bata. No me parecía una idea tan descabellada. Mi esposo abrió la puerta de la habitación con una sonrisa en los labios, como siempre estaba radiante. Luego del accidente había realizado grandes cambios, no solo era quien sostenía prácticamente todo, nos daba ánimos, era alguien mucho más optimista, y alegre, tal como si hubiese renacido. Todos estaban sorprendidos, la rehabilitación fue todo un éxito y antes de cumplir los tres meses asistiendo ya podía caminar con la ayuda de un bastón ortopédico. No podía estar más orgullosa de él, me ayudaba con los últimos detalles de la decoración de la casa, l
Frederick Le tapé los ojos mientras la guiaba hasta el cuarto de las niñas. Habíamos trabajado como un grupo de agentes secretos durante días para tener listo el cuarto de las niñas, se convirtió en una especie de proyecto familiar del cual estábamos orgullosos. —Solo unos cuantos pasos más. —Le dije cuando atravesamos el pasillo. —Pronto estaremos en el lugar de la sorpresa. —Ella sonreía, porque tenía ligeras sospechas, ya que le había prohibido entrar en la habitación durante la última semana. Leah comenzó a sacudirse, intentado ver algo, pero se lo impedí. —¿Debería tener miedo? —Sí, absolutamente sí. —Le dije al tiempo que abría la puerta del cuarto de las niñas.Dentro estaban Emma y los niños. Mi hermana finalmente se había mudado con nosotros porque para ser sinceros pasaba la mayor parte de su semana en casa. Además Williams estaba conociendo a alguien y en ocasiones era bastante incómodo para ella estar en el ático que alquilaron luego de la detención de mi madre. Ento