—Parece que te gustan las verduras –comentó él viendo cómo ella se llevaba un brócoli a la boca.
—Son el alimento más sano y nutritivo. Buenas para la piel, el cabello y las uñas. Tú deberías comer un poco más—. Raphael sonrió.
—Constantemente me recuerdas a una abuela—. Heather se atragantó y empezó a toser. Raphael tuvo que darle golpecitos en la espalda.
— ¿Estás bien?
—Sólo… broncoaspiré –logró articular.
— ¿Bronco… qué?
— ¿Y se besaron? –Preguntó Tess impresionada.—Sí.— ¿Y qué tal fue? –Heather soltó un suspiro bastante descriptivo. Había salido de nuevo con John a la hora que sabía su amiga estaría de nuevo en casa, y nada más llegar, se habían puesto a cotorrear como dos abuelas con mucho que contar de sus nietos.—Vas a tener sexo del bueno, ¡cómo te envidio! –aquello la alarmó un poco, y el semblante le cambió.— ¿Crees que Heather fuera virgen? –Tess no disimuló lo chistoso que aquello le sonaba y rio de una manera que parecía más bien un grito.
— ¿Qué haces? –le preguntó Georgina a Heather, al encontrarla sumamente concentrada frente a un portátil en su habitación. En realidad, lo miraba como si fuera la primera vez que tenía uno delante.—Sé usarlo.—El qué.—Esta cosa.— ¿Hablas del portátil? Claro que sabes usarlo. Y todo lo que tenga que ver con aparatos que casi piensan por sí mismos.— ¿No es extraño?—Para nada… Oh… lo dices porque… ¿estás recobrando la memoria? –Heathe
Heather bajó del auto y miró el enorme jardín de la casa paterna de Raphael. Allí había vivido Ralph sus últimos años.La casa era preciosa, una verdadera casa de veraneo de dos niveles, blanca y compuesta más que todo de cristal, que no dejaba ver nada hacia el interior, pero que de seguro sí permitía ver de adentro hacia afuera. En el exterior, había muchas palmeras y rocas negras decorando el jardín, y en el momento, un hombre podaba el césped bajo la brillante luz del sol. Heather se puso su sombrero blanco que hacía juego con su vestido mirando hacia el cielo azul. Hacía un delicioso calor.Suspiró, pensando en que, si Ralph se hubiera casado con ella, no habrían llegado a ser lo
—¿Cómo murió Cinthya? –le preguntó Heather a Richard al final de la tarde, el sol se iba metiendo, pero ellos permanecían en la enorme sala acristalada desde donde aún entraba la luz.Ambos hombres alzaron la mirada; Raphael, porque no recordaba haberle dado el nombre de su abuela, y Richard sorprendido de que a su nuera le interesaran esos detalles de su familia.—Ah, este chico aún no había nacido –contestó Richard—. Cáncer. Cáncer de mama.—Vaya, lo siento –contestó Heather un poco impresionada. Raphael tenía veintiséis años, y si había muerto antes, indicaba que había sido a sus cincuenta, o antes… muy joven, a su parecer.
Desde el mismo momento en que Heather volvió a su casa, luego de dejar la de Raphael y Richard, se puso a manos a la obra en pro de la gala de beneficencia. Lo que Heather no imaginó es que hubiera tanto que hacer. Se resistía a contratar una empresa organizadora de eventos, así que junto a Georgina planeó el itinerario para visitar los estudios de renombrados artistas por todo el país para pedirles que donasen sus obras de arte para la gala. Esperaba que pocos se opusieran.El sábado llegó, y Heather buscó un vestido negro y sencillo y un hermoso arreglo floral para acompañar a Richard y a Raphael en la ceremonia del décimo aniversario de la muerte de Ralph Branagan. No se podía creer que lo hubiese sobrevivido tantos años… y menos que fuera a hacerle
Una botella de cerveza se presentó ante sus ojos. Raphael la sostenía para ella.No bebía cerveza, pero más porque antes no era muy bien visto que una dama las bebiera, y luego porque el médico siempre le prescribió: nada de alcohol. Ahora podía, aunque fuera un poco.La recibió y le dio un sorbo. Era suave y refrescante, y estaba helada.—Mmmm –murmuró. Raphael se sentó a su lado en la tumbona, y sin previo aviso, se acercó a ella y la besó.En sus lenguas aún había restos de cerveza, así que el beso estuvo mezclado con la bebida y el sabor de la cebada.Raphael metió la mano debajo de su ve
Los días se fueron pasando, y Heather se alegró de tener a mano el equipo que Raphael le ofreció para trabajar; fue más que eficiente, funcionaban como un reloj perfectamente cronometrado, y Heather comprendió cómo era que los ricos se hacían ricos. Parecían intuir cada sugerencia suya y se adelantaban a cumplirla. Era maravilloso.A Tess la llevaba de vez en cuando para aprovechar el tiempo y contarle todo lo que le estaba pasando en su nueva vida, cómo a veces no se creía que todo aquello fuera real… y tan perfecto. Tess sólo sonreía feliz por su vieja amiga.—Quiero que asistas a la fiesta –le dijo Heather, una tarde que asistían a una degustación del segundo servicio de catering que comprobaban para luego aceptar o descartar.
— ¿Para qué me traes aquí? –preguntó Lisa con tono altanero—. ¿Pretendes hacerme un llamado de atención, acaso?—Sólo reclamarte, porque debería ser a ti a quien más se le agradeciera la organización de esta gala.—No me vengas con mentiras, niña –soltó Lisa, y cuando vio a Tess entrar en el despacho y cerrar la puerta tras ella, la miró de arriba abajo—. ¿Qué hace ésta aquí?—Créeme, te conviene que me quede –susurró Tess, y se quedó quieta en su lugar. Lisa prefirió ignorarla y se volvió a Heather.—No te vengas con tus aires de grandeza, Heather Ca