Lo cierto es que… Ella no quería morir. Sus ojos se posaron en la luna, grande y majestuosa filtrándose con su resplandor plateado por las ramas de los árboles. —Perdóname diosa, perdón mi cachorro… —susurró, su voz quebradiza, cargada de una tristeza inimaginable— No pude… No pude traerte a este mundo. Para mí, nunca fuiste… una herramienta.Las palabras se desvanecieron en el frío aire nocturno.¡NO PODÍA! ¡NO QUERÍA MORIR AHÍ! Connie hizo un enorme esfuerzo y se levantó lentamente, apoyándose con la rama de un árbol que utilizó de bastón. Ella comenzó a avanzar, caminando a pasos lentos, tambaleante soportando el dolor monumental de todo su cuerpo, loba y corazón. Un rastro de sangre en el suelo tras ella, sus lágrimas que emergían nublando su vista… Regresando al territorio de Luna Plateada. Fue entonces, cuando comenzó a acercarse a la entrada que vio a distancia a una silueta familiar, una hechicera anciana que era su bisabuela y curaba a los lobos heridos en batalla; al
¡De inmediato, se acercó gateando hacia el baúl!, sentada frente a ese objeto y con manos temblorosas, lo abrió.En su interior… ¡Una capucha blanca!—¿Qué es esto…? —se preguntó, sosteniendo la capucha blanca entre sus manos, sin recordar en absoluto su origen.¡BOOOM! En ese instante, un destello cegador iluminó todo el oscuro sótano. Connie cerró los ojos, una helada ventisca la envolvió, y sólo pudo ver una escarcha blanca rodeándola.Pero en un parpadeo…¡Se encontró en un bosque majestuoso, antiguo y colosal!—¿Dónde estoy…? —susurró, hasta que un aroma delicioso sacudió todos sus sentidos, estremeciéndose por completo ante la embriagadora fragancia. Connie cayó de rodillas, su mano cubriendo ligeramente su nariz. «¡ES ÉL!»Aulló su loba. «¡Es nuestro mate! ¡Nuestro destinado!»—Pero yo… Siento que, ya conocía este aroma… —susurró Connie, su rostro mostrando un hermoso rubor. "Ah… Maldición… Qué bien huele…" Pensó, sorprendiéndose de sus propias ideas indecentes. ………
—¡¡NOOOOOO!! El grito de Connie resonó con fuerza mientras se sentaba de golpe. Ella… ¡se encontró en una habitación glamurosa! Las tonalidades claras iluminaban el espacio, con largas ventanas que filtraban la oscuridad de la noche. Elegantes candelabros colgaban del techo, proyectando una luz dorada que danzaba en las paredes. Su corazón latía desbocado, una sensación asfixiante la invadía. Se dio cuenta de que estaba sentada en una cama tamaño king, vestida solo con una bata blanca de tirantes. Fue en ese momento cuando el aroma de ese ser la envolvió, un olor embriagador que la hizo cubrirse la nariz con la mano. La habitación estaba impregnada de una fragancia que ella consideraba como lo más rico y adictivo del mundo. Rápidamente, cerró sus muslos, sintiendo un cosquilleo recorrer su cuerpo. No sabía cuánto tiempo había pasado; apenas recordaba haber visto a ese imponente Rey albino. —Mi mate… —susurró al recordar su afilada mirada violeta y cómo la h
—¿… Eh? —Connie se quedó atónita, sus ojos celestes perdidos en la figura imponente de aquel ser. —¿Cómo está tu vientre? —preguntó él, dejando que su mirada descendiera hacia esa zona. Connie sintió una oleada de vergüenza al darse cuenta de lo desarreglada que estaba su bata, con sus muslos completamente expuestos y la tanga blanca a la vista. Rápidamente, intentó acomodar la falda, pero él detuvo su movimiento con firmeza, sujetándole la muñeca y señalándole con la otra mano. Sus ojos volvieron a la zona de su vientre, donde una pequeña joya púrpura brillaba cerca de su ombligo. —¿Qué es esto…? —preguntó, confundida. —La magia de mi dragona más longeva, puedes llamarla: Mirza. Es poderosa, aunque tiene sus límites, como la edad. —¡Te estoy escuchando! —exclamó la mujer que aparentaba tener alrededor de cincuenta años. Connie miró al Rey albino, tratando de entender. —¿Dragona…? ¿Esa mujer es una mujer-dragón? Pero… De repente, el Rey Gael se dio cuenta de algo
«Te haré mi esposa.» Las palabras del Rey dragón resonaron en la mente de Connie, como un eco impactante. —¿Por qué? ¡¿Por qué quieres eso?! —su voz se alzó, llena de incredulidad y rabia, mientras su corazón latía desbocado. El Rey albino la rodeó con sus brazos, levantándose junto a ella del suelo con una facilidad mágica que la dejó sin aliento. Una vez de pie, la soltó, dejándola tambalearse por un instante. —Hablaremos de nuestro matrimonio en la cena —dijo él con desdén, ignorando por completo sus preguntas. Sus ojos violetas, afilados como dagas, la recorrieron de arriba abajo, evaluándola como si fuera un objeto. —Vístete apropiadamente. —¿Vestirme? —Connie sintió cómo la vergüenza la invadía—. ¿Qué es este lugar y por qué hay una oficina en el anexo? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que perdí la consciencia? ¿Y con qué me visto si no tengo… nada? —susurró, sintiendo cómo sus mejillas se sonrojaban. El Rey señaló hacia la distancia, y Connie siguió su mirada. De la ma
—Tienes que ser tú, pequeña —dijo el Rey albino, inclinándose hacia Connie. La cercanía de esa figura imponente hizo que un escalofrío recorriera el cuerpo de Connie, dejándola inmóvil mientras lo observaba. ¿Qué podía hacer? Cada roce de ese ser, que parecía ajeno al efecto que causaba en ella, desataba un caos en su mente. —¿Por qué yo…? —su voz apenas fue un susurro tembloroso. Gael apartó la mano de Connie de la manija de la puerta. —Probé si podías resistir mi magia; mi esencia está en ti, y has hecho un buen trabajo —hizo una pausa, dejando que el silencio se alargara, haciendo que esos segundos se sintieran eternos—. No puede ser otra hembra, solo tú. —¿Y solo por eso te crees con el derecho de hacerme tener tus crías? —frunció el ceño, liberándose del agarre firme que él ejercía sobre su muñeca—. ¡¿Vas a ayudarme o no, sin rechistar, con mi m@ldita venganza?! —No. Haré más que eso. Connie lo miró con confusión. —¿De qué hablas? —le preguntó ella de inmediato. —Te en
La diosa bendijo a las manadas del mundo, otorgando un don especial a cada una. Uno de esos dones, exclusivo del primer Alfa, se transmitía a través de generaciones, formando lo que se conocía como "la rama principal" de la herencia real. Connie, una hembra híbrida, poseía ese don por derecho divino, heredado de su madre, la anterior Alfa, uno tan poderoso como era… Manipulador y borrar recuerdos de su víctima, por medio de una mordida especial. De pie en el espacioso baño, Connie recargó su espalda contra la puerta, apoyando una mano en su pecho izquierdo. Su corazón latía desenfrenado, y aunque intentaba calmarse, era prácticamente imposible. Abrió lentamente los ojos, y el celeste claro que los caracterizaba se tiñó de un rojo carmesí. «¡No podemos seguir así!», le gruñó su loba, Sary, en un susurro interno. «¿Y qué sugieres? Está claro que él se aprovecharía de mis circunstancias si descubre la verdad…», respondió Connie, exhalando mientras apoyaba ambas manos en el lava
—¿Y con quién los vas a tener? ¿Aún no te has dado cuenta, pequeña loba? —dijo Gael, apareciendo ante ella en un instante, su dedo señalando su vientre. Él se inclinó hacia Connie, su rostro a centímetros de distancia de esa hembra, y le susurró: —Tú quedaste estéril por culpa de ese Alfa. La magia de mi dragona está "sanando" tu vientre. Pero, después de hacerlo, el único con suficiente poder para embarazarte y asegurarte un parto sin complicaciones soy yo. Cualquier intento con otro ser terminará irremediablemente en un trágico aborto para ti. Connie guardó silencio sorprendida. Viendo cómo ese Rey se marchaba. ………… Más tarde esa noche. El salón del consejo se extendía en una habitación rectangular, donde una mesa ovalada plateada brillaba bajo la luz tenue, rodeada de sillas blancas y acolchadas con altos respaldo. —¡No, majestad! ¡Es una asquerosa loba! —gritó uno de los consejeros del Rey dragón, su voz llena de desprecio. —Tampoco estoy de acuerdo. Sería un insulto c