Cuando Neta-lee postuló para trabajar como asistente personal, pensó que su estadía allí duraría un par de meses e incluso que no excedería el año.
Sin embargo, desde el penoso día donde había llegado a la mansión Vincent, sin un gramo de experiencia en el cuerpo, y más por obligación que por gusto, ya no pudo dar marcha atrás a aplazar su propia vida con tal de mantenerse en ese lugar.
Y no era que se arrepentía diariamente de aquella decisión, solo que días como aquellos, cuando el cascarrabias de su jefe le daba un regaño brusco — casi a gritos — solo por no ser lo suficientemente eficiente, era que se replanteaba seriamente seguir en ese lugar.
No era una mujer experimentada y le faltaba mucho para ser el epítome de la perfección, pero le ponía pasión a su trabajo lo suficiente para llegar al extremo. Y aunque aquellos reclamos tampoco sucedían a menudo, cuando sucedía, le tocaba la moral tener que bajar la mirada y aceptar las duras y frías palabras de su jefe por tonterías.
Porque exactamente eso eran sus absurdos reclamos; boberías sin sentido.
Suspiró desganada y se sentó tras su escritorio de caoba.
Como su pequeño cubículo se encontraba a las afueras del despacho de su grandísimo e idiota jefe, se dio un par de minutos para respirar profundo.
Se quitó los anteojos, apoyó los codos sobre la superficie de madera y ocultó el rostro entre las manos. Repitió dos sencillos y eficientes mantras para esas oportunidades:
«Agradece lo poco que tienes, porque hay algunos que no tienen nada» y el infaltable «Amo mi trabajo. Amo mi trabajo. Amo mi trabajo»
Y, de verdad, lo agradeció.
Pensó en su pequeño piso, en los pequeños lujos mortales que se daba de vez en cuando y se concentró, sobre todo, en que, si seguía trabajando como hasta ahora, podría obtener el sueño de su vida más pronto que tarde.
Con aquello en mente, mucho más renovada y motivada a seguir adelante con el día laboral y las pocas horas que le quedaban para ir a casa ese viernes, es que se puso a trabajar.
Ordenó los archivos faltantes, revisó los correos electrónicos y organizó toda la documentación propicia.
Le llevó un par de tazas de cafés a su neandertal y ermitaño jefe, como mandatos y ofrendas de paz, y se sumergió en sus quehaceres pendientes decididamente hasta que la hora de irse llegó en un abrir y cerrar de ojos.
Comenzó a organizar todas las cosas en su escritorio y a responder los últimos mensajes pendientes cuando una vocecilla infantil, que conocía muy bien, llamó su atención.
—¿Nate…?
—¿Sí? — inquirió sin dejar de redactar el e-mail.
—¿Puedes leerme un cuento antes de irte?
Neta-lee levantó la mirada del monitor de la computadora y la posó en el niño que se hallaba de pie, con una mantita verde afelpada abrazada a su cuerpo. Sus tiernos ojos verdes e infantiles, esperaban con paciencia y algo de temor su respuesta.
Neta-lee le sonrió con cariño.
Su carita dulce, con desordenado cabello rubio, estaba ligeramente ladeada.
—Aún es temprano para dormir, Noah — le dijo con suavidad, desviando la mirada a la pantalla del computador para cerciorarse de la hora; siete de la tarde exactas. Volvió los ojos al niño y prosiguió —. Ni siquiera has cenado aún.
—¿Te quedas a cenar conmigo?
Ella negó suavemente, rechazando su petición.
—No puedo, cariño. No es apropiado. Además, ya cenamos juntos ayer, ¿lo recuerdas?
—No quiero cenar solo hoy — murmuró el pequeño con sus ojitos llenándose de lágrimas —. Siempre como solo, ni siquiera Nicole se queda conmigo.
Confesó con tristeza, aferrándose a su mantita y haciendo alusión a la descuidada niñera que había sido contratada hace unas semanas.
A Neta-lee no le gustaba esa mujer.
Su forma inapropiada de tratar al niño había hecho que intercediera en su defensa muchas veces, ganándose uno que otro reproche de su jefe por interferir en el trabajo de la señorita Pinnock.
Uno que verdaderamente no hacía como debía. Noah siempre se encontraba solo cuando no debía, hacía los deberes que a veces estaban mal e incluso sus horarios de sueño se encontraban descompuestos.
Un niño pequeño necesitaba reglas y amor, y ninguna de las dos cosas se le proporcionaba en esa enorme mansión de hielo donde solo se respiraba silencio.
Ni siquiera su arisco jefe le daba a su propio hijo bienestar y, muy en su interior, Neta-lee lo maldecía por comportarse de esa manera con un niño de seis años tan hermoso, risueño y encantador.
Noah se merecía a un padre, pero su jefe no participaba en ese papel desde hace mucho.
—Te propongo algo: yo terminaré de ordenar todo aquí, enviaré los últimos mensajes e iré a cenar contigo, ¿te parece bien?
—¿Y me leerás un cuento antes de marcharte?
Neta-lee asintió sin dejar de sonreír.
De todos modos, ese huraño hombre ni siquiera salía de su despacho para acompañar en las comidas a su propio hijo, ¿qué iría mal si ella lo acompañaba un rato?
Sabía que él se quedaría solo, a cargo de aquella descarada niñera, todo el fin de semana. No lo vería hasta el lunes, algo que siempre le dolía recordar. Quedarse un rato más esa tarde no hacía mucha diferencia en sus planes para esa noche.
Además, ver el brillo de esperanza y felicidad en los ojos de ese niño, valía la pena incluso el regaño si su jefe se llegase a enterar.
—Sí, te leeré un cuento. Pero primero tengo que terminar con esto, ¿está bien?
—Sí — asintió y luego señaló la mesa con su manito libre —. ¿Puedo esperar aquí mientras terminas? No quiero volver con la señorita Pinnock.
La sonrisa de Neta-lee vaciló, pero se recompuso rápido.
—Claro. Ven aquí — le hizo un ademán con la mano para que rodeara el escritorio. Cuando lo tuvo frente a ella, lo tomó por debajo de las axilas y lo sentó en su mesa, quedando casi a la misma altura ocular. Sabía que tardaría al menos unos quince minutos más en terminar, así que buscó algo para que se mantuviera distraído —. Por un rato serás mi asistente, ¿te parece?
Le tocó la punta de la nariz con el dedo, haciéndolo reír y sacudir la cabeza con diversión.
Neta-lee sacó del cajón del escritorio un libro de dibujos, que era un regalo reservado para su sobrina que vería ese fin de semana. Sabía que bien podría comprar otro libro mañana camino a la casa de su hermana.
Lo desenvolvió del papel rosa y se lo entregó a Noah, luego le tendió un lápiz
—Mira, solo tienes que unir los puntos con los números señalados y ayudarme a descubrir qué animal se esconde detrás — le señaló la página, con un dibujo incompleto e hizo un pequeño mohín con los labios cuando los ojitos de Noah le miraron atento —. Yo he tratado hace días de hacerlo, pero soy muy torpe para lograrlo. ¿crees que podrás hacerlo?
Noah sonrió y asintió decidido varias veces.
Neta-lee le acarició el lateral de la cara.
—Buena suerte, entonces, muchachón — animó —. Porque he intentado hacerlo por días y no lo he logrado.
Le dedicó un guiño juguetón y lo dejó con su tarea, mientras ella misma completaba las suyas.
Menos de cinco minutos más tarde, Noah le mostraba orgulloso la enorme pareja de osos, marcada por torpes y temblorosas líneas, que había descubierto al unir los números.
Neta-lee le sonrió y se echó la culpa por ser tan torpe, algo que el pequeño defendió señalando la dificultad de la tarea y que no la culpaba en lo absoluto.
Ella contuvo la risa por su raciocinio tan infantil y, luego, le dejó la tarea de completar otros retos que traía el libro: como sumar las frutas y los animales o reescribir un par de frases sencillas.
Cuando ambos acabaron, Neta-lee apagó la computadora, recogió su bolso y bajó al niño del escritorio. Todo mientras Noah comenzaba a relatarle los datos curiosos que había aprendido con el profesor privado ese día.
Nate ni siquiera se tomó la molestia de despedirse de su jefe; rara vez lo hacía y siempre y cuando él la buscara para pedir algo de último momento, asique no valía la pena intentarlo.
Ambos se internaron en el pasillo para dirigirse a la cocina.
Noah con su mantita pegada al pecho con una mano y con el libro en la otra.
—¿Sabías que el corazón de una ballena pesa 180 gramos? — dijo él con suma admiración.
Neta-lee le sonrió divertida, mientras era guiada.
—¿No serán kilogramos?
Él frunció su pequeño ceño y se dio unos segundos para pensar.
—Sí, creo que eso es. 180 kilogramos. Kilogramos — repitió y luego lo hizo otra vez, pero de manera más concentrada y para sí mismo, como sí tratara de no olvidarlo—. Oh, ¿y sabías que una serpiente joven muda su piel cada cuatro a ocho semanas?
—¿En serio?
—Sí — asintió y sus ojitos volvieron a posarse en ella llenos de expectación —. Ah, ¿sabías que hay un escarabajo que junta el popó de otros animales y los transforma en una enorme bola popó que lleva a todos lados?
—Uh, eso es asqueroso — dijo con una mueca de fingido desagrado.
Noah sonrió, arrugó su nariz, y estuvo de acuerdo.
—Lo sé — le dijo y se inclinó un poquito hacia su costado, susurrando en voz bastante alta—. También pensé eso cuando el profesor Lammet me lo dijo.
Arrugó su rostro con una mueca de disgusto, mientras sacudía la cabeza.
Neta-lee le miró con una sonrisa.
¿Cómo podía ser que, teniendo a un niño tan educado, bien portado, risueño y curioso a su ermitaño jefe no le diera ganas de pasar tiempo con él?
No lo comprendía, le era difícil lograr hacerlo.
Pero la intrínseca molestia por Damien Vincent, se esfumó cuando escucharon unos apresurados pasos acercarse.
Y tan rápido como Noah estaba a su lado, fue tironeado hacia delante con fuerza.
Neta-lee se detuvo a un escaso paso de distancia, descolocada.
—¡Niñato estúpido! ¿dónde carajo estabas? — vociferó Nicole, sin dar sin darse cuenta que Nate se encontraba escuchando detrás de unos de los pilares — ¡Cuando te digan que te quedes en un lugar, hazlo! — tomó a Noah del brazo con fuerza y pellizcó un par de veces. El niño intentó quitársela de encima, sin gritar, pero con una mueca de dolor y el labio violentamente temblando, mientras las lágrimas comenzaban a cubrir su rostro. Se aferró a su mantita y el libro con fuerza mientras era zarandeado con violencia—. Estoy harta de tener que andar detrás de ti, niñato. Eres un bueno para nada. Ni siquiera puedes quedarte quieto en un lugar. Eres un mal niño — le dijo con tono cruel, sin soltarle el brazo—. Por eso tu padre no te quiere, por eso nadie te va a querer nunca. Porque eres un niño malo y feo y desobediente y…—Y si no quitas tus uñas de él, voy a partirte el rostro.Neta-lee dio un paso adelante, enardecida. Estaba tan tensa como la cuerda de un arco mientras contenía las ganas d
Nicole salió del despacho justo cuando Neta-lee estaba a unos pasos de la puerta.Llevaba la nariz con dos tapones de papel higiénico y una sonrisa satisfecha en los labios enrojecidos, mientras se limpiaba las comisuras de la boca con los dedos en un gesto sexual sugestivo.La mancha de sangre en su blusa era evidente, pero todo rastro en su rostro había desaparecido.Neta-lee apretó los dientes y cuando pasó junto a ella, capturó su brazo y se lo apretó con fuerza. La observó con todo el odio que pudo, pero la sonrisa de superioridad en los labios de Nicole no desfalleció ni un milímetro.—¡Señorita Saint-Rose! — gritó su jefe con impaciencia.Nate, con voluntad, soltó a Nicole con violencia y pasó por su lado empujándola.Sabía que la batalla contra su jefe sería complicada, por no decir imposible, pero había aguantado muchas cosas de Nicole Pinnock; robos, mentiras y lenguaje inapropiado. Presenciar como maltrataba a Noah había rebasado el vaso de su paciencia.Podía aceptar cualq
Quince minutos después, y tras calmarse por completo, Neta-lee entró en la cocina.Stacy y Rosita la miraron con ansiedad, pero ella les hizo un ademán con la mano para que no preguntaran por el momento.Cuando se acercó hasta Noah, le ofreció la mejor de las sonrisas tranquilizadoras y se sentó junto a él en la mesa.El niño le miraba con preocupación, pero Neta-lee se encargó de distraerlo lo suficiente para que viera que ella se encontraba bien. Stacy comenzó a servirles la cena y, entre un silencio de comienzo incómodo, Neta-lee animó a punta de bromas y sonrisas juguetonas a que Noah le siguiera relatando lo aprendido en el día con el profesor.A pesar de sus ojitos tristes y atentos, él cedió y comenzó a desenvolverse.Las bromas de Rosita y Stacy no faltaron y en un grato ambiente de risas, comieron hasta que la hora de dormir llegó.Neta-lee acompañó a Noah hasta su cuarto, se cercioró que se lavara los dientes de manera correcta y se pusiera el pijama.Cuando el pequeño se ac
Al día siguiente, Neta-lee se encontró a primera hora en casa de su hermana.Como tía predilecta e invitada favorita — por no mencionar, esclava ocasional — debía ayudar con los arreglos para el cumpleaños de su sobrina. Y dado que el resto de los invitados no llegarían hasta entrada la tarde, se pasó gran parte de la mañana y mediodía decorando el jardín donde se llevaría a cabo la celebración.Sin embargo, a pesar de fingir mil sonrisas y bromear animadamente con su sobrina y cuñado, su hermana mayor tenía sus agudos ojos puestos sobre ella. Por lo que se le estaba tornando casi imposible ocultar el centenar de emociones que revoloteaban en su interior. —¡Tía! — exclamó Cassie, desde la otra punta del extenso jardín, cargando una enorme caja, incluso más grande que su propio cuerpecito —. ¡Ayúdameee! ¡Esto está pesado!Neta-lee corrió a su encuentro, asustada, olvidando su propia tarea con urgencia para ir ayudarla. Pero, cuando alzó la caja violeta y brillante, se dio cuenta que er
Diana se encontraba callada, mucho más que lo normal, mientras que Neta-lee hablaba animadamente de todo lo que se venía a la mente para evitar por cualquier medio el tema que de seguro su hermana tocaría.No quería hablar de ello en ese momento, menos cuando intentaba ocultar su preocupación y el zumbido constante en su pecho que le imploraba correr a ver a Noah.Se dedicó a lazar las pequeñas bolsas con golosinas para las niñas y niños invitados a la fiesta, con el agradable aroma a vainilla flotando a su alrededor, mientras le relataba una absurda historia del primo Simón, que en realidad no tenía gracia alguna, pero que acompañó de risas fabricadas y sonrisas fingidas.Aún así, por mucho que quiso aplazar el asunto, su hermana terminó de perder la paciencia.—¡Oh! Y ya sabes, mamá se puso como loca cuando...—Déjalo estar, Nate — exhortó Diana con seriedad, interrumpiendo sus palabras—. Ya suelta lo que te tiene de esa forma y deja de fingir, que no te queda nada bien.—No sé de qu
Al día siguiente, Neta-lee seguía sin tener noticias de su malnacido jefe, y mucho menos sobre la amenaza de despido que colgaba sobre su cabeza.La única vaga información que había obtenido de Stacy, era que la llegada de Demien se retrasaría hasta el lunes por la tarde y no a primera hora. Lo cual había corroborado por medio de un escueto e-mail que había recibido poco después.Por ello, con el miedo vagando en su mente intentó contactar a Dante, quién era uno de los principales encargados de la seguridad de la familia Vincent, para poder sonsacarle información.Como era de esperarse, el hombre de pocas palabras apenas soltó prenda sobre la situación y, en cambio, solo le deseo buena suerte. Algo que, por supuesto, no había ayudado demasiado a Neta-lee a relajarse el resto de su día libre.***Cuando llegó el lunes, la incertidumbre podía con todo su sistema nervioso.No había miedo más profundo que ser despedida, principalmente ahora que sabía que Noah la quería.¿Qué sería de ella
Cuando dio la una de tarde, un tirón en el estómago le recordó que debía alimentarse.El día anterior apenas había probado bocado y esa mañana ni siquiera había pensado en desayunar por culpa de los nervios. Ahora, su cuerpo fatigado le pedía comida a gritos, por lo que luego de dar una última revisión a la bandeja de su correo electrónico y otro repaso rápido al móvil, se levantó y cogió la bolsa con delicias que Diana había enviado para Noah y también para las chicas de la cocina.Respiró profundo y, con todo el ánimo que pudo impregnar en su sistema, emprendió su camino a la cocina.A mitad de pasillo, se detuvo al escuchar su nombre.—¡Nate!El grito de júbilo y el sonido de los pasos apresurados detrás de ella, le hizo voltearse. Justo a tiempo para recibir un abrazo por la cintura que la hizo trastabillar medio paso atrás con tal de estabilizarse.Una sonrisa real y totalmente sincera se extendió en sus labios cuando bajó los ojos para mirar los del niño risueño que la abrazaba.
Los sonidos de la risa de Noah, la conversación de Rosita y Stacy y el saludo que ambas le dieron, fue suficiente para dejar el desagradable pensamiento de Darren, el chisme de Nicole y la mala imagen que tenían de ella, de lado.Anotó un recordatorio mental de hablar con Silas y Andrea antes de salir del trabajo sobre los chismes que Nicole había esparcido. De seguro había llegado alguno a sus oídos, más que mal no eran demasiados los empleados de esa mansión y la señorita Pinnock era de las que hablaban con todos con tal de obtener algo a cambio.—Niña querida, ¿qué tal la fiesta de cumpleaños? — preguntó Stacy, cuando Neta-lee se sentó en la barra de desayuno, al lado de Noah, para poder almorzar.El pequeño la miró con curiosidad ante la información de Stacy. Masticó la pasta a la boloñesa, sin apartar la mirada de Nate.—Estupenda, llena de ruido y niños corriendo por doquier — sonrió y alzó la bolsa que tenía con ella —. Diana les manda galletas especiales.Stacy la recibió con u