Capítulo ocho
Cuando dio la una de tarde, un tirón en el estómago le recordó que debía alimentarse.

El día anterior apenas había probado bocado y esa mañana ni siquiera había pensado en desayunar por culpa de los nervios. Ahora, su cuerpo fatigado le pedía comida a gritos, por lo que luego de dar una última revisión a la bandeja de su correo electrónico y otro repaso rápido al móvil, se levantó y cogió la bolsa con delicias que Diana había enviado para Noah y también para las chicas de la cocina.

Respiró profundo y, con todo el ánimo que pudo impregnar en su sistema, emprendió su camino a la cocina.

A mitad de pasillo, se detuvo al escuchar su nombre.

—¡Nate!

El grito de júbilo y el sonido de los pasos apresurados detrás de ella, le hizo voltearse. Justo a tiempo para recibir un abrazo por la cintura que la hizo trastabillar medio paso atrás con tal de estabilizarse.

Una sonrisa real y totalmente sincera se extendió en sus labios cuando bajó los ojos para mirar los del niño risueño que la abrazaba.

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