Neta-lee vio su reflejo en el espejo del baño. Evitó mirarse a los ojos y, en cambio, tomó atención a las pesadas ojeras que marcaban claro cansancio y a la falta de color de sus mejillas. Incluso el cabello negro se le veía opaco. Tan apagado como su ánimo. Se lavó las manos, las secó con una pequeña toalla y luego quitó la goma de su cabello que lo sostenía en una coleta baja. Lo peinó como pudo con los dedos antes de volver a sostenerlo y forzó una sonrisa, demasiado plástica como para parecer natural, pero lo suficientemente estable para no derrumbarse al salir de la habitación y ver al niño de brillantes ojos verdes que se encontraba durmiendo. Entonces, dejó de sonreír al darse cuenta que él seguía descansando. Dejó que el peso sobre sus hombros se multiplicara, mientras se acercaba a la cama de Noah y se sentaba en la orilla para observar cómo descansaba. En un rato tenía que marcharse de ese lugar y ni siquiera había encontrado las palabras correctas para decirle la verdad. ¿Có
El rugido las sobresaltó y detuvo a Nicole.Ambas se volvieron a ver a Demien, quién se acercaba con largas zancadas. Tenía la furia brillando en sus ojos y la mandíbula apretada. Los rasgos tan comprimidos con la ira, que Neta-lee incluso alcanzó a ver una vena latiendo en la parte lateral de la cien y una muy notoria en el cuello. Demien pasó por su lado, casi empujándola, y se acercó peligrosamente a Nicole. Y mientras se convertía en un hombre realmente fuera de sí, Neta-lee se preguntó, en el velo de la sorpresa, cuánto tiempo llevaba él de pie oyendo la conversación.—¡He dicho que te largues! — le gritó a la cara, haciendo que la mujer brincara y ensanchara los ojos de miedo. —Pero, Demien, amorcito…—¡Lárgate ahora! — dijo con dientes apretados y la tomó del brazo, empujándola a la salida. Abrió la puerta de la entrada y la sacó —. ¡No quiero volver a verte en tu mald1ta vida! —¡Demien, puedo explicarlo! Dante y Silas aparecieron en la entrada, ambos altos y trajeados y co
Neta-lee alzó el rostro al sol, o al menos a los pocos rayos que se colaban bajo la copa del árbol a sus espaldas y que la cubría. La fría brisa, con los cálidos rayos se entremezclaron. La combinación solía hacerla estremecer, pero esta vez solo se limitó a la saturación de sensaciones. Había hablado largo y tendido durante más de dos horas, y ahora, llevaba varios minutos en silencio, solo disfrutando de la tranquilidad típica del lugar. Tras la despedida difícil con Noah el martes, había escapado a un lugar donde podía encontrar algo de paz en su vida. Lo cual necesitaba con urgencia, debido a los últimos y catastróficos acontecimientos. La culpa después de salir de la mansión había sido pesada y no la había dejado dormir lo suficiente por la noche, incluso tras llorar un manantial de lágrimas que la dejaba agotada y deshidratada. Por lo que, mientras recordaba la pena y las acusaciones de Noah por su inminente despedida, había ido a parar al cementerio. Se pasó todo el martes se
Alguien la sacudió. Era ligero, pero definitivamente alguien la estaba moviendo. Neta-lee frunció el ceño y se acurrucó en posición fetal, envuelta en su largo abrigo.—Señorita Saint-Rose — escuchó a lo lejos una voz masculina llamando —. Señorita, despierte. —¿Qué…? — balbuceó abriendo los ojos adormilada. —Es hora de cerrar. Debe marcharse — informó el hombre mayor parado a un palmo de distancia. —¡Fausto…!Neta-lee al reconocerlo, se incorporó del banquillo. Barrió la mirada por el lugar, algo desorientada por unos segundos, estaba comenzando a anochecer y la brisa fría seguía haciendo de las suyas. No fue hasta que la avalancha de tristes recuerdos la atacó, es que pudo procesar donde se hallaba. —Discúlpeme. Debí de olvidar poner la alarma de aviso— musitó con rapidez, recuperando su bolso y levantándose. El hombre de pelo cano, sonrisa amable y rostro con marcadas arrugas y manchas por el sol, le dedicó una mirada empática, mientras le hacía una señal para guiarla a la sa
Neta-lee rodeó la taza de café caliente con ambas manos, mientras observaba fijamente a la mujer de aspecto regio sentada frente.La mesera, una muchacha de sonrisa amable — pero bastante torpe —, se estaba tomando su tiempo en traer el pedido que Coralie había solicitado. Ambas se mantuvieron en completo silencio desde que Neta-lee aceptó salir de su apartamento y habían bajado a una pequeña y acogedora cafetería a un par de calles de su piso. Coralie no adelantó gran cosa, aparte de comentar quién era. Pero Neta-lee sabía que había más que eso, aunque todavía seguía sin averiguarlo. La joven chica volvió, con la taza de café de Coralie y, está vez, se marchó bastante más rápido. Neta-lee, que ya no aguantaba más de las ansias por saber qué se traía entre manos esa mujer, habló: —¿Qué es lo que quiere realmente?Coralie alzó la mirada un momento, deteniendo por unos segundos la tarea de servir azúcar a la taza, un poco asombrada, quizás, por la directa pregunta. Pero se compuso ráp
Cuando el contenido de las páginas de internet comenzaron a volverse absurdas, Neta-lee dio por finalizada su búsqueda y cerró la laptop de un golpe. Se quitó las gafas para frotarse los ojos cansados e irritados por la falta de descanso, dejándolos a un lado. Se movió de la encimera, donde llevaba rato sentada leyendo cualquier artículo que se le cruzara en el camino, y se arrastró hasta el sofá, frente a la televisión. Miró el techo, sutilmente iluminado por las intermitentes luces provenientes de las imágenes de la televisión encendida pero enmudecida, repasando el contrato que Coralie le había dejado hace varias horas. Las condiciones no eran las óptimas, pero hasta ahora era la única opción que había caído en sus manos para seguir en la vida de Noah… aunque solo sería parte de ella por seis meses (máximo un año, si las cosas se llegasen a complicar), antes de que Coralie prescindiera de su servicios y volviera a la cruda realidad. Después de ese tiempo, siempre y cuando Demien p
La mañana nublada, húmeda y helada, le dio la bienvenida pocas horas después. Como los últimos días, Neta-lee había seguido su rutina sencilla; bañarse, vestirse y salir sin preámbulos camino al cementerio. Deteniéndose solo por un momento, en una pequeña floreria antigua y anticuada, para comprar un ramo de flores. Pasó gran parte del día sentada en el banquillo frío de concreto y, para cuando la tarde llegó, tomó sus cosas y se encaminó a casa con el mismo sentido vacío y ese sentimiento de cansancio continúo. Caminó envuelta en su abrigo gris, hundiendo las manos en los bolsillos y la nariz en la bufanda roja, escapando de la fría brisa mientras atravesaba la calzada ensombrecida por los edificios que no dejaban pasar los repentinos rayos del sol vespertino. El cielo ahora se mostraba más despejado, con revoltosas nubes blancas y otras grises salpicadas, pero con un fuerte y enorme sol que había aparecido tras ellas cuando llegó el medio día. Cuando volvió a su piso tranquilo,
—¿Qué ocurrió? ¿Dónde están ahora? — preguntó con las cuerdas vocales comprimidas, ni siquiera ella reconoció su propia voz. Su respiración se había vuelto errática y a pesar de que todas las extremidades le temblaban violentamente, debido a la repentina descarga de adrenalina, salió del apartamento y corrió escaleras abajo mientras, terminaban de acomodarse la chaqueta de un tirón, se cruzaba el aza del bolso sobre el pecho y escuchaba la voz temblorosa y asustada de Stacy, explicándole la salida de Noah esa tarde y como desapareció del parque sin que nadie se diera cuenta. El miedo, el pánico y la rabia recorrían sus venas y, para cuando empujó la puerta del portal de apartamentos y saltó a la orilla de la calzada en un intento de encontrar un taxi, sin importarle la imagen que proyectaba al verse desesperada, alguien gritó su nombre y todo a su alrededor detuvo su movimiento frenético. Perdió la respiración y giró lentamente sobre sus talones, sus ojos ensanchados viendo al pequeñ