Alguien la sacudió. Era ligero, pero definitivamente alguien la estaba moviendo. Neta-lee frunció el ceño y se acurrucó en posición fetal, envuelta en su largo abrigo.—Señorita Saint-Rose — escuchó a lo lejos una voz masculina llamando —. Señorita, despierte. —¿Qué…? — balbuceó abriendo los ojos adormilada. —Es hora de cerrar. Debe marcharse — informó el hombre mayor parado a un palmo de distancia. —¡Fausto…!Neta-lee al reconocerlo, se incorporó del banquillo. Barrió la mirada por el lugar, algo desorientada por unos segundos, estaba comenzando a anochecer y la brisa fría seguía haciendo de las suyas. No fue hasta que la avalancha de tristes recuerdos la atacó, es que pudo procesar donde se hallaba. —Discúlpeme. Debí de olvidar poner la alarma de aviso— musitó con rapidez, recuperando su bolso y levantándose. El hombre de pelo cano, sonrisa amable y rostro con marcadas arrugas y manchas por el sol, le dedicó una mirada empática, mientras le hacía una señal para guiarla a la sa
Neta-lee rodeó la taza de café caliente con ambas manos, mientras observaba fijamente a la mujer de aspecto regio sentada frente.La mesera, una muchacha de sonrisa amable — pero bastante torpe —, se estaba tomando su tiempo en traer el pedido que Coralie había solicitado. Ambas se mantuvieron en completo silencio desde que Neta-lee aceptó salir de su apartamento y habían bajado a una pequeña y acogedora cafetería a un par de calles de su piso. Coralie no adelantó gran cosa, aparte de comentar quién era. Pero Neta-lee sabía que había más que eso, aunque todavía seguía sin averiguarlo. La joven chica volvió, con la taza de café de Coralie y, está vez, se marchó bastante más rápido. Neta-lee, que ya no aguantaba más de las ansias por saber qué se traía entre manos esa mujer, habló: —¿Qué es lo que quiere realmente?Coralie alzó la mirada un momento, deteniendo por unos segundos la tarea de servir azúcar a la taza, un poco asombrada, quizás, por la directa pregunta. Pero se compuso ráp
Cuando el contenido de las páginas de internet comenzaron a volverse absurdas, Neta-lee dio por finalizada su búsqueda y cerró la laptop de un golpe. Se quitó las gafas para frotarse los ojos cansados e irritados por la falta de descanso, dejándolos a un lado. Se movió de la encimera, donde llevaba rato sentada leyendo cualquier artículo que se le cruzara en el camino, y se arrastró hasta el sofá, frente a la televisión. Miró el techo, sutilmente iluminado por las intermitentes luces provenientes de las imágenes de la televisión encendida pero enmudecida, repasando el contrato que Coralie le había dejado hace varias horas. Las condiciones no eran las óptimas, pero hasta ahora era la única opción que había caído en sus manos para seguir en la vida de Noah… aunque solo sería parte de ella por seis meses (máximo un año, si las cosas se llegasen a complicar), antes de que Coralie prescindiera de su servicios y volviera a la cruda realidad. Después de ese tiempo, siempre y cuando Demien p
La mañana nublada, húmeda y helada, le dio la bienvenida pocas horas después. Como los últimos días, Neta-lee había seguido su rutina sencilla; bañarse, vestirse y salir sin preámbulos camino al cementerio. Deteniéndose solo por un momento, en una pequeña floreria antigua y anticuada, para comprar un ramo de flores. Pasó gran parte del día sentada en el banquillo frío de concreto y, para cuando la tarde llegó, tomó sus cosas y se encaminó a casa con el mismo sentido vacío y ese sentimiento de cansancio continúo. Caminó envuelta en su abrigo gris, hundiendo las manos en los bolsillos y la nariz en la bufanda roja, escapando de la fría brisa mientras atravesaba la calzada ensombrecida por los edificios que no dejaban pasar los repentinos rayos del sol vespertino. El cielo ahora se mostraba más despejado, con revoltosas nubes blancas y otras grises salpicadas, pero con un fuerte y enorme sol que había aparecido tras ellas cuando llegó el medio día. Cuando volvió a su piso tranquilo,
—¿Qué ocurrió? ¿Dónde están ahora? — preguntó con las cuerdas vocales comprimidas, ni siquiera ella reconoció su propia voz. Su respiración se había vuelto errática y a pesar de que todas las extremidades le temblaban violentamente, debido a la repentina descarga de adrenalina, salió del apartamento y corrió escaleras abajo mientras, terminaban de acomodarse la chaqueta de un tirón, se cruzaba el aza del bolso sobre el pecho y escuchaba la voz temblorosa y asustada de Stacy, explicándole la salida de Noah esa tarde y como desapareció del parque sin que nadie se diera cuenta. El miedo, el pánico y la rabia recorrían sus venas y, para cuando empujó la puerta del portal de apartamentos y saltó a la orilla de la calzada en un intento de encontrar un taxi, sin importarle la imagen que proyectaba al verse desesperada, alguien gritó su nombre y todo a su alrededor detuvo su movimiento frenético. Perdió la respiración y giró lentamente sobre sus talones, sus ojos ensanchados viendo al pequeñ
—¡Noah! — exclamó, al ver a su hijo sentado en el taburete. Neta-lee estaba recuperando el equilibrio, sosteniéndose a la puerta, cuando Demien se arrojó sobre su hijo y lo abrazó con fuerza. Incluso ella se quedó paralizado al ver la desesperación de ese abrazo, que vagamente le recordó al que ella le había dado. Pero el gesto de dolor compungido de ojos cerrados de Demien sobre el hombro de su hijo, fue lo que más le había pasmado. Nunca había visto esa clase de desolación en el estoico rostro de ese hombre. Siempre era arisco, huraño, frío…—¿Estás bien? ¿Te hizo algo? — preguntó Demien, alejándose para mirarlo el rostro, aún acuclillado frente al pequeño. Neta-lee observó los ojos ensanchados y desconcertados de Noah, quién miraba a su padre en silencio. También se fijó en lo tenso que se encontraba y el desarreglado aspecto de su ex jefe; su cabello rubio salpicado en canas siempre bien peinado ahora estaba alborotado, como si se hubiera pasado los dedos incontables veces por e
El tenso ambiente no se había calmado lo suficiente cuando Demien estampó el puño, que aún contenía la foto arrugada, varias veces contra la puerta. Noah se sobresaltó violentamente, se encogió e intentó esconderse detrás de Neta-lee, quién igual había pegado un brinco.—¡Demien! — exclamó y él se detuvo abruptamente, pero no se volvió. Respiraba pesado y sus hombros subían y bajaban trabajosamente. La mano empuñada aún contra la madera, paralizada, con los nudillos rojos y la superficie con restos de sangre. Al ver que él no tenía intención de hablar, Neta-lee tomó la mano de Noah y se retiró en silencio por el pasillo. Ella misma estaba tensa y molesta, pero con Noah en medio no podía decirle un par de cosas nada agradables a ese furioso hombre de la estancia. Llegaron a su habitación y Neta-lee sentó a Noah en su cama, se arrodilló delante de él y le tomó el rostro gacho que se negaba a mirarle a los ojos. —Todo está bien — dijo con suavidad, intentando impregnar seguridad con
Neta-lee se apartó de Demien, mirándole descolocada. También algo atemorizada. Abrió la boca y la volvió a cerrar, repitió ese ejercicio un par de veces. Miró la impenetrable careta de Demien, que esperaba paciente su respuesta. Pero ella no tenía palabras. Ante él sólo había quedado una mujer muda cuyos pulmones quemaban exigiendo precioso aire. —¿Y bien? —¡Santo cielo! — se dobló hacia adelante, con los brazos cruzados contra el estómago, mientras jadeaba algunas bocanadas de oxígeno. Se sintió mareada. Repentinamente desolada y mientras intentaba concentrarse en no desmayarse, un recuerdo escondido en el recóndito lugar de su memoria salió a relucir. Era ella, seis años antes, con el hombre a quién le había entregado el corazón y que le pedía matrimonio con palabras similares. «Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Neta-lee» El conocido pánico arañó sus entrañas y escoció sus heridas. «Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Neta-lee» Cerró los ojos, int