La mañana nublada, húmeda y helada, le dio la bienvenida pocas horas después. Como los últimos días, Neta-lee había seguido su rutina sencilla; bañarse, vestirse y salir sin preámbulos camino al cementerio. Deteniéndose solo por un momento, en una pequeña floreria antigua y anticuada, para comprar un ramo de flores. Pasó gran parte del día sentada en el banquillo frío de concreto y, para cuando la tarde llegó, tomó sus cosas y se encaminó a casa con el mismo sentido vacío y ese sentimiento de cansancio continúo. Caminó envuelta en su abrigo gris, hundiendo las manos en los bolsillos y la nariz en la bufanda roja, escapando de la fría brisa mientras atravesaba la calzada ensombrecida por los edificios que no dejaban pasar los repentinos rayos del sol vespertino. El cielo ahora se mostraba más despejado, con revoltosas nubes blancas y otras grises salpicadas, pero con un fuerte y enorme sol que había aparecido tras ellas cuando llegó el medio día. Cuando volvió a su piso tranquilo,
—¿Qué ocurrió? ¿Dónde están ahora? — preguntó con las cuerdas vocales comprimidas, ni siquiera ella reconoció su propia voz. Su respiración se había vuelto errática y a pesar de que todas las extremidades le temblaban violentamente, debido a la repentina descarga de adrenalina, salió del apartamento y corrió escaleras abajo mientras, terminaban de acomodarse la chaqueta de un tirón, se cruzaba el aza del bolso sobre el pecho y escuchaba la voz temblorosa y asustada de Stacy, explicándole la salida de Noah esa tarde y como desapareció del parque sin que nadie se diera cuenta. El miedo, el pánico y la rabia recorrían sus venas y, para cuando empujó la puerta del portal de apartamentos y saltó a la orilla de la calzada en un intento de encontrar un taxi, sin importarle la imagen que proyectaba al verse desesperada, alguien gritó su nombre y todo a su alrededor detuvo su movimiento frenético. Perdió la respiración y giró lentamente sobre sus talones, sus ojos ensanchados viendo al pequeñ
—¡Noah! — exclamó, al ver a su hijo sentado en el taburete. Neta-lee estaba recuperando el equilibrio, sosteniéndose a la puerta, cuando Demien se arrojó sobre su hijo y lo abrazó con fuerza. Incluso ella se quedó paralizado al ver la desesperación de ese abrazo, que vagamente le recordó al que ella le había dado. Pero el gesto de dolor compungido de ojos cerrados de Demien sobre el hombro de su hijo, fue lo que más le había pasmado. Nunca había visto esa clase de desolación en el estoico rostro de ese hombre. Siempre era arisco, huraño, frío…—¿Estás bien? ¿Te hizo algo? — preguntó Demien, alejándose para mirarlo el rostro, aún acuclillado frente al pequeño. Neta-lee observó los ojos ensanchados y desconcertados de Noah, quién miraba a su padre en silencio. También se fijó en lo tenso que se encontraba y el desarreglado aspecto de su ex jefe; su cabello rubio salpicado en canas siempre bien peinado ahora estaba alborotado, como si se hubiera pasado los dedos incontables veces por e
El tenso ambiente no se había calmado lo suficiente cuando Demien estampó el puño, que aún contenía la foto arrugada, varias veces contra la puerta. Noah se sobresaltó violentamente, se encogió e intentó esconderse detrás de Neta-lee, quién igual había pegado un brinco.—¡Demien! — exclamó y él se detuvo abruptamente, pero no se volvió. Respiraba pesado y sus hombros subían y bajaban trabajosamente. La mano empuñada aún contra la madera, paralizada, con los nudillos rojos y la superficie con restos de sangre. Al ver que él no tenía intención de hablar, Neta-lee tomó la mano de Noah y se retiró en silencio por el pasillo. Ella misma estaba tensa y molesta, pero con Noah en medio no podía decirle un par de cosas nada agradables a ese furioso hombre de la estancia. Llegaron a su habitación y Neta-lee sentó a Noah en su cama, se arrodilló delante de él y le tomó el rostro gacho que se negaba a mirarle a los ojos. —Todo está bien — dijo con suavidad, intentando impregnar seguridad con
Neta-lee se apartó de Demien, mirándole descolocada. También algo atemorizada. Abrió la boca y la volvió a cerrar, repitió ese ejercicio un par de veces. Miró la impenetrable careta de Demien, que esperaba paciente su respuesta. Pero ella no tenía palabras. Ante él sólo había quedado una mujer muda cuyos pulmones quemaban exigiendo precioso aire. —¿Y bien? —¡Santo cielo! — se dobló hacia adelante, con los brazos cruzados contra el estómago, mientras jadeaba algunas bocanadas de oxígeno. Se sintió mareada. Repentinamente desolada y mientras intentaba concentrarse en no desmayarse, un recuerdo escondido en el recóndito lugar de su memoria salió a relucir. Era ella, seis años antes, con el hombre a quién le había entregado el corazón y que le pedía matrimonio con palabras similares. «Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Neta-lee» El conocido pánico arañó sus entrañas y escoció sus heridas. «Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Neta-lee» Cerró los ojos, int
Los golpes en la puerta eran insistentes. Fuertes. Neta-lee farfulló quejándose entre dientes y apretó los ojos, girando el rostro para huir del sonido, pero entre más intentaba escapar de ese infernal aporreo, más fuerte resonaba en sus oídos. Se acomodó de costado, con la cabeza contra el lado cálido que hizo que su cabeza subiera y bajara al ritmo de una profunda respiración. Se sentía agradable. Suspiró e intentó sumergirse de nuevo en el plácido sueño, aliviada de que el llamado a la distancia se detuviera. Respiró, se calmó y pocos segundos después el sonido de su teléfono celular en el salón interrumpió su esfuerzo por volver a la dicha de tranquilidad. Arrugó el ceño disgustada, enterrando el rostro en la templada y sólida masa que se sentía suave bajo su mejilla, cuando ésta dejó escapar un suspiró y la respiración profunda le dio en la frente, agitando algunos mechones de su cabello, es que ella se paralizó. Cada muro a su alrededor se levantó y cada alarma en su cabeza la
Diana observa el intercambio con seriedad, mientras que John fingía estar distraído ayudando a su hija a cortar pan y preguntándole a Noah si quería una rebanada de pie de limón. —¿En serio? — Demien alzó los ojos y la estudió con frialdad. —Sí. La acabo de cancelar, informando que se pospondrá para mañana a mediodía — sonrió con dulzura fingida y se acercó hasta él, poniéndose a sus espaldas y tomándolo por los hombros para tirar del abrigo —. Ya puedes calmarte y desayunar tranquilo. No hay nada por qué preocuparse hoy, más que por un gran día en el acuario. —¡Sí! — gritó Cassie con entusiasmo, desde la mesa, alzando el puño —. ¡Iremos a ver a las nutrias! — luego la vio inclinarse en dirección a Noah y preguntar con sus grandes y emocionados ojos celestes —. ¿Conoces las nutrias? ¿Las has visto?Vio a Noah sacudir la cabeza, negando en silencio.John sonrió y Diana le ofreció una fugaz y cándida sonrisa a su hija, que comenzó a parlotear sobre sus últimos descubrimientos que hab
—¿Nate, cuántas veces has ido al acuario?La vocecilla de Noah la distrajo. Apartó la mirada de la ventanilla y miró al retrovisor para encontrar el reflejo del pequeño niño esperando paciente su respuesta. Se volvió ligeramente sobre su asiento, para mirar la parte trasera del vehículo y con ello a Noah. Demien conducía a su lado. El ambiente era una mezcla de música pop de una estación de radio al azar y tensión. Tras salir de su apartamento, Neta-lee había acordado con su familia que se encontrarían en el acuario ya que no cabrían todos en un mismo auto. Cassie había intentado convencerla de que ella se fuera con ellos en el auto de John, pero Neta-lee declinó tirando ligeramente de unas de sus coletas y bromeando. No había posibilidad alguna de que dejara solo a Noah con Demien, puesto que intuía que este último se echaría atrás a la primera oportunidad. Aquello había causado una ronda de preguntas que había almacenado en un rincón de su mente, sumándole a la lista de cosas por