Capítulo diez
Cuando Neta-lee terminó con las llamadas pendientes, se sentía exhausta.

Se quitó los anteojos, cerró los ojos, y se llevó la mano a la parte inferior del cuello para masajear los músculos tensos mientras intentaba aliviar el estrés.

Dejó escapar un profundo suspiro de alivio y se dedicó a oír la melodía que se percibía a lo lejos y que llegaba a penas con sonidos discordantes hasta donde estaba.

Se escuchaba algo torpe y desacorde, pero, de todos modos, sonrió.

En el sonido lejano podía distinguir un gran avance de las últimas semanas. Ya no eran simples tecladazos chirriantes, ahora era más parecido a una verdadera canción.

El fruto de trabajo y dedicación.

Y a pesar de que no debía, se levantó.

Tomó de nuevo sus anteojos y se guardó el móvil en el bolsillo, luego caminó con premura por el pasillo.

Cuando estaba llegando al umbral del salón principal vio como Rosita se asomaba desde la esquina observando el espectáculo. Caminó más despacio, y casi de puntillas, para no ser escuchada
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