Ledeni čovjek, en croata significa Hombre de hielo.
Cuando la función de la película acabó, con varios aplausos — mayormente de niños y pocos, aunque reticentes pero presentes, de padres o acompañantes de turno — Neta-lee no pudo contener la sonrisa que amenazaba con partirle el rostro en dos.Ni siquiera la seguidilla de interrupciones que había hecho durante el largometraje, con el fin de tener alguna conversación a base de mensaje de texto con Stacy, opacaba la sensación de calidez que la embargaba en ese momento.Aún cuando la fea cabeza del fatalismo no dejaba de sacar a relucir que no debía de ser tan ingenua como para pensar que podía eludir un problema a futuro, creía que debía de mantenerse ocupada en cosas más importante y no en la atención de los imprevistos que podrían aparecer de un momento a otro.No obstante, a pesar de la horrible cara de la vacilación que oscurecía tan bonito momento cada cierto rato, se obligó a mantenerse atenta y tranquila y disfrutar lo que más pudiera el momento junto a Noah.Cuya pasión, en ese in
Neta-lee se revolvió inquieta sobre la cama. Algo a la distancia le molestaba. Era un murmullo. Un zumbido que se escuchaba ahogado en alguna parte y que estaba irritando su sueño. Giró la cabeza contra la almohada, con los labios fruncidos y el ceño también, intentando evitar el incesante sonido que no la dejaba descansar. Se revolvió entre las sábanas, intentando huir, pero nada de lo que hacía — ni siquiera ocultar la cabeza bajo la almohada —, era suficiente para escapar de aquella infernal musiquilla. Porque se dio cuenta, para su desgracia, que una vez terminaba y le daba unos gratos segundos de paz y armonía a la habitación, los justos para pensar volver a conciliar el sueño, el zumbido ahogado y la canción baja volvía a atormentarla. Al final, se rindió. No podría seguir durmiendo hasta que detuviera ese sonido. Abrió los ojos enfurruñada y encontró oscuridad. Alargó la mano hasta la mesita de noche y dio manotazos hasta hallar el interruptor de la lamparilla. Cuando l
Alguien hablaba. Alguien estaba hablando, en un susurro ronco tal vez.Neta-lee arrugó la frente, irritada un poco por la interrupción de su descanso. Pero, en cuanto volvió a estar todo en silencio, se relajó. Volvió a dormir. Y, entonces… alguien tocó su hombro y ella apenas pudo esquivar, aún con los ojos cerrados y totalmente somnolienta, el segundo toque fuerte sobre su hombro izquierdo. Movió la cabeza sobre la almohada y emitió un suave sonido de protesta desde el fondo de su garganta, pero el golpeteo no cesaba, ni siquiera esa voz… la voz que decía su nombre y llamaba a la superficie. La que repetía su nombre sin cesar, en un tono que no podía identificar debido al sueño. Volvió a protestar y movió el hombro intentando esquivar ese toque, esa voz y volver a descansar. Escuchó un bufido. No, una mezcla de suspiro y resoplido. Y luego… entonces, de nuevo dijeron su nombre, está vez más fuerte. Y, en medio del limbo entre el sueño y la vigilia, se tensó. Abrió los ojos y, la m
Neta-lee vio su reflejo en el espejo del baño. Evitó mirarse a los ojos y, en cambio, tomó atención a las pesadas ojeras que marcaban claro cansancio y a la falta de color de sus mejillas. Incluso el cabello negro se le veía opaco. Tan apagado como su ánimo. Se lavó las manos, las secó con una pequeña toalla y luego quitó la goma de su cabello que lo sostenía en una coleta baja. Lo peinó como pudo con los dedos antes de volver a sostenerlo y forzó una sonrisa, demasiado plástica como para parecer natural, pero lo suficientemente estable para no derrumbarse al salir de la habitación y ver al niño de brillantes ojos verdes que se encontraba durmiendo. Entonces, dejó de sonreír al darse cuenta que él seguía descansando. Dejó que el peso sobre sus hombros se multiplicara, mientras se acercaba a la cama de Noah y se sentaba en la orilla para observar cómo descansaba. En un rato tenía que marcharse de ese lugar y ni siquiera había encontrado las palabras correctas para decirle la verdad. ¿Có
El rugido las sobresaltó y detuvo a Nicole.Ambas se volvieron a ver a Demien, quién se acercaba con largas zancadas. Tenía la furia brillando en sus ojos y la mandíbula apretada. Los rasgos tan comprimidos con la ira, que Neta-lee incluso alcanzó a ver una vena latiendo en la parte lateral de la cien y una muy notoria en el cuello. Demien pasó por su lado, casi empujándola, y se acercó peligrosamente a Nicole. Y mientras se convertía en un hombre realmente fuera de sí, Neta-lee se preguntó, en el velo de la sorpresa, cuánto tiempo llevaba él de pie oyendo la conversación.—¡He dicho que te largues! — le gritó a la cara, haciendo que la mujer brincara y ensanchara los ojos de miedo. —Pero, Demien, amorcito…—¡Lárgate ahora! — dijo con dientes apretados y la tomó del brazo, empujándola a la salida. Abrió la puerta de la entrada y la sacó —. ¡No quiero volver a verte en tu mald1ta vida! —¡Demien, puedo explicarlo! Dante y Silas aparecieron en la entrada, ambos altos y trajeados y co
Neta-lee alzó el rostro al sol, o al menos a los pocos rayos que se colaban bajo la copa del árbol a sus espaldas y que la cubría. La fría brisa, con los cálidos rayos se entremezclaron. La combinación solía hacerla estremecer, pero esta vez solo se limitó a la saturación de sensaciones. Había hablado largo y tendido durante más de dos horas, y ahora, llevaba varios minutos en silencio, solo disfrutando de la tranquilidad típica del lugar. Tras la despedida difícil con Noah el martes, había escapado a un lugar donde podía encontrar algo de paz en su vida. Lo cual necesitaba con urgencia, debido a los últimos y catastróficos acontecimientos. La culpa después de salir de la mansión había sido pesada y no la había dejado dormir lo suficiente por la noche, incluso tras llorar un manantial de lágrimas que la dejaba agotada y deshidratada. Por lo que, mientras recordaba la pena y las acusaciones de Noah por su inminente despedida, había ido a parar al cementerio. Se pasó todo el martes se
Alguien la sacudió. Era ligero, pero definitivamente alguien la estaba moviendo. Neta-lee frunció el ceño y se acurrucó en posición fetal, envuelta en su largo abrigo.—Señorita Saint-Rose — escuchó a lo lejos una voz masculina llamando —. Señorita, despierte. —¿Qué…? — balbuceó abriendo los ojos adormilada. —Es hora de cerrar. Debe marcharse — informó el hombre mayor parado a un palmo de distancia. —¡Fausto…!Neta-lee al reconocerlo, se incorporó del banquillo. Barrió la mirada por el lugar, algo desorientada por unos segundos, estaba comenzando a anochecer y la brisa fría seguía haciendo de las suyas. No fue hasta que la avalancha de tristes recuerdos la atacó, es que pudo procesar donde se hallaba. —Discúlpeme. Debí de olvidar poner la alarma de aviso— musitó con rapidez, recuperando su bolso y levantándose. El hombre de pelo cano, sonrisa amable y rostro con marcadas arrugas y manchas por el sol, le dedicó una mirada empática, mientras le hacía una señal para guiarla a la sa
Neta-lee rodeó la taza de café caliente con ambas manos, mientras observaba fijamente a la mujer de aspecto regio sentada frente.La mesera, una muchacha de sonrisa amable — pero bastante torpe —, se estaba tomando su tiempo en traer el pedido que Coralie había solicitado. Ambas se mantuvieron en completo silencio desde que Neta-lee aceptó salir de su apartamento y habían bajado a una pequeña y acogedora cafetería a un par de calles de su piso. Coralie no adelantó gran cosa, aparte de comentar quién era. Pero Neta-lee sabía que había más que eso, aunque todavía seguía sin averiguarlo. La joven chica volvió, con la taza de café de Coralie y, está vez, se marchó bastante más rápido. Neta-lee, que ya no aguantaba más de las ansias por saber qué se traía entre manos esa mujer, habló: —¿Qué es lo que quiere realmente?Coralie alzó la mirada un momento, deteniendo por unos segundos la tarea de servir azúcar a la taza, un poco asombrada, quizás, por la directa pregunta. Pero se compuso ráp