Capítulo cinco

Al día siguiente, Neta-lee se encontró a primera hora en casa de su hermana.

Como tía predilecta e invitada favorita — por no mencionar, esclava ocasional — debía ayudar con los arreglos para el cumpleaños de su sobrina. Y dado que el resto de los invitados no llegarían hasta entrada la tarde, se pasó gran parte de la mañana y mediodía decorando el jardín donde se llevaría a cabo la celebración.

Sin embargo, a pesar de fingir mil sonrisas y bromear animadamente con su sobrina y cuñado, su hermana mayor tenía sus agudos ojos puestos sobre ella. Por lo que se le estaba tornando casi imposible ocultar el centenar de emociones que revoloteaban en su interior. 

—¡Tía! — exclamó Cassie, desde la otra punta del extenso jardín, cargando una enorme caja, incluso más grande que su propio cuerpecito —. ¡Ayúdameee! ¡Esto está pesado!

Neta-lee corrió a su encuentro, asustada, olvidando su propia tarea con urgencia para ir ayudarla. Pero, cuando alzó la caja violeta y brillante, se dio cuenta que era de cartón y que realmente de peso no tenía nada.

Cassie, al verla descuidada, se arrojó sobre ella y la abrazó por la cintura con una risita.

John rió atronadoramente desde la otra punta del jardín, mientras terminaba de colocar los arcos con globos rosa, celeste, lila y morado. Los ojos vivarachos de su hija lo encontraron a la distancia y le lanzó un guiño torpe con sus ojitos celeste.

—Pequeña mentirosa — dijo sonriendo, picándole la nariz con suavidad y dejando la caja vacía en el suelo —. ¿Por qué hiciste eso? Casi me da un infarto del susto — recriminó, cruzándose de brazos fingidamente molesta.

Cassie le miró sin apagar su sonrisa pícara.

—Quería ver qué tan rápido corrías a salvarme — explicó soltándola. Quedando de pie frente a ella con ambas manos detrás de su espalda —. Te demoraste menos que papá cuando le dije que me estaba ahogando en la bañera el otro día — se encogió de hombros restándole importancia.

Neta-lee abrió los ojos desmesurados, entre el pasmo y la entretención, alzó la mirada para buscar la de su cuñado y este se río más fuerte.

—Bueno, fue menos cruel que la broma que le hizo a su madre — explicó John, dejando una hilera de globos, atados al respaldo de una silla.

—Pero, ¿qué le pasa a tu hija? — inquirió alucinada, volviendo al rostro pilluelo de su sobrina.

—Según ella, busca un súper héroe con súper velocidad — expuso con ligereza, acomodando ahora un par de mesas —. Según yo, busca ser comediante. Según Diana, está buscando un súper castigo.

—Mamá se enojó porque no la elegí para ser superhéroe con súper velocidad — volvió a restarle importancia, encogiéndose de hombros y arrugando un poquito la nariz —. Pero no me importa si me castiga, porque papá de todos modos juega conmigo.

Neta-lee contuvo la risa e intentó mantener la seriedad.

—¿Sabes que a los niños que mienten les crece la nariz?

Cassie sacudió la cabeza y las coletitas de su cabello negro, a ambos lados, se sacudieron. 

—Pues sí — asintió Neta-lee, acunclillándose para estar a la altura de la niña. Le tocó la punta de la nariz con dos suaves golpecitos y prosiguió —. Y no solo eso, también le salen grandes orejas de burro y enormes colas de cerdito.

Los ojos de Cassie se ensancharon, atemorizados, al escuchar a su tía.

—Eso no es cierto — murmuró en un hilillo de voz.

—¿Segura, pequeño monstruo? — inquirió, desafiándola.

Cassie tragó con fuerza, su pequeño cuello subió y bajo y luego se puso a negar con rapidez.

Neta-lee reprimió la sonrisa al verla atemorizada y se aprovechó de su infantil inocencia para darle una lección.

—¿Prometes no mentir? — preguntó con suavidad.

—Pero no estaba mintiendo — hizo un mohín con los labios y frunció su pequeño entrecejo.

—Nada de bromas pesadas, entonces — apuntó —. Porque a quiénes hacen bromas de mal gusto, también les crecen enormes patas de pato.

La pequeña jadeó de miedo y miró sus pies y tocó su nariz y sus orejas con urgencia. Sus ojitos azules temerosos siguieron mirando a su tía.

—Promételo, Cassie. Sino haré que te aparezca todo eso ahora — la asustó en un susurro.

La niña buscó ayuda de su padre, pero este fingió estar ocupado. Luego volvió los ojos a la seriedad de su tía y asintió repetitivas veces.

—Sí. Sí — balbuceó, llevándose las manos a la nariz como si temiera que le creciera en cualquier momento. —. Prometo no mentir ni hacer bromas malas.

—Bien, pequeña — asintió, enderezándose. Le pasó una mano por el cabello, despeinándola un poco y la dejó en libertad —. Ve a jugar, pequeño monstruo mentiroso.

Cassie, sin perder un segundo, se fue corriendo.

—¡Mamáááá! — gritó, mientras entraba en la casa por una de las puertas corredizas de cristal que daban al patio —. ¡Tía Nate dijo que me crecería cola de cerdo y orejas de burro!

Acusó a todo pulmón.

John y Nate, lanzaron fuertes carcajadas al escucharla.

—Eso fue cruel — comentó John con una risotada, acercándose a ella con algunas sillas pequeñas y entregándoselas.

—Pero justo. La pequeñaja debe aprender — dejó algún par de sillas pequeñas para niños cerca de una mesita de té color rosa —. Y tú, debes aprender a ponerle límites.

—Lo sé — concedió suavemente mientras agitaba la cabeza y se encargaba de acomodar algunas flores —. Pero me es imposible resistirme a la carita de mi niña.

—Es tierna, pero a veces da miedo…

—Es un milagro y es lo único que voy a decir al respecto — dijo John, con la sonrisa asomándose bajo su espeso bigote castaño bien cuidado y con sus ojos marrones rebosando cariño al mencionar a su hija.

Neta-lee le correspondió y, en silencio, pensó que realmente esa niña era un milagro viviente.

A su hermana le había costado mucho concebirla, años de tratamiento de fertilidad junto a su esposo. Pero, a pesar de ser el milagro de la familia - del cual todos estaban profundamente agradecidos - no podía evitar pensar que también Cassie era un terremoto.

Un huracán de entretención.

Algunas veces más apacibles que otros y, sobre todo, la luz en las vidas de Diana y John.

Eso la hizo sonreír tiernamente, mientras terminaban de decorar el lugar.

Neta-lee también tenía un milagro en su vida, pero no era suyo. Y, aun así, como Cassie era la luz en la vida de su hermana, Noah era la luz en su propia vida llena de melancolía.

Pensar en él, en ese momento, la entristeció.

Deseaba estar con él en ese instante, haberlo dejado por la noche había dolido más que las veces anteriores, en especial después de aquella confesión de afecto.

Y, aunque se había encargado de dejarle un mensaje escrito sobre su mesita de noche donde le deseaba un hermoso día y mencionaba que le quería, aún deseaba tenerlo consigo. Tanto o más, que cada respiración que había tenido desde que se había dormido al llegar a casa ardía profundamente.

Lo necesitaba tanto…, que le daba miedo.

***

Luego de almorzar algo ligero, preparado por las expertas manos de su hermana, Neta-lee escapó al baño para poder hablar con Stacy por teléfono.

Si bien no podía ir los fines de semana a ver a Noah, al menos podía preguntarle a ella si el niño se encontraba bien y, tal vez, si la descuidada niñera - que no sabía si habían despedido o no -, no estuviera cerca, charlar con él unos pocos minutos.

—Se encuentra jugando — informó Stacy en un susurro —. No se ha separado del libro de dibujos durante toda la mañana.

Oír aquello la enterneció. Recargó la cadera contra el lavabo, mientras charlaba.

—¿Alguna novedad con la señorita Pinnock? — indagó, sin poder refrenar la curiosidad insana.

El silencio que se respiró al otro lado de la línea, por un largo instante, hizo creer a Neta-lee que la comunicación se había cortado.

—¿Stacy? — preguntó —. ¿Sigues allí?

—Sí — respondió la señora, con algo de incomodidad. Neta-lee frunció el ceño —. Nate… — carraspeó ligeramente y escuchó cómo el ambiente a través de la línea cambiaba ligeramente, como si Stacy se estuviera moviendo. Una alarma se encendió en su cerebro y se puso tensa. Apretó los dedos contra la superficie del lavabo —. No sé cómo decirte esto, querida niña…

—¿Decirme qué? — dijo repentinamente nerviosa.

—Nicole no se presentó a trabajar esta mañana...

—Eso es bueno.

—Pero no es todo — continuó Stacy con tensión, guardó silencio otro puñado de segundos antes de suspirar y contarle lo sucedido —; No se presentó a trabajar, pero sí para salir con el señor Vincent.

—¡¿Que ella qué?! — escupió Neta-lee con el ceño fruncido y la sorpresa en el cuerpo —. ¿Cómo que para salir con él?

—Lo que oyes — exhaló, pesadamente —. Esa m*****a mujer llegó emperifollada, con su mejor ropa de suripanta playera — informó sin ocultar su desprecio —. Se pavoneo toda una hora mientras esperaba que el señor bajara por ella. Cuando él llegó, ella se transformó en una masa de coqueteo descarado y exhibicionismo. Gracias al cielo, Rosita tenía distraído a Noah arriba practicando piano. Si no, no sé qué imagen se hubiera llevado el niño — chasqueo la lengua un par de veces molesta. Mientras que Neta-lee escuchaba todo sin creérselo por completo —. Ella lo besuqueo como quiso, fue realmente incomodo ver a esa perra… — Stacy tosió para ocultar la palabra y sino fuera porque Neta-lee se encontraba estupefacta, se hubiera reído de la dulce señora diciendo improperios —. Digo, que la señorita y el señor, se comportaran de ese modo fue realmente extraño.

—¿Qué pasó luego? — preguntó, con hilo de voz.

—Se marcharon. Vaya a saber Dios donde. El señor Vincent se la llevó del brazo mientras ella se pavoneaba — suspiró otra vez, resignada —. Él solo me indicó que debía quedarme con el niño durante todo el día y que él volvería el lunes a primera hora. Ni siquiera me dio un número de emergencia si llegase a ocurrir algo. Solo se marchó sin siquiera despedirse de su hijo, como de costumbre…

—¡Ese malnacido! — exclamó Neta-lee, en cuando pudo procesar todo.

No cabía en su ira. ¿Cómo demonios ese hombre se podía acostar con una mujer tan sucia como ella? ¡La misma mujer que maltrató a su hijo, lo humilló y además intentó robar las joyas de su ex esposa!

—Nada más y nada menos — concordó, Stacy.

Todo pasaba muy rápido, la rabia y el temor, pero sobre todo la preocupación por el niño. No es que desconfiara de Stacy o Rosita, pues sabía que con ellas se encontraría mucho más a salvo que con la m*****a de Nicole, pero de todos modos necesitaba verlo en ese momento. Cerciorarse que se encontraba bien y repetirle, encarecidamente, que no se encontraba solo y que lo quería con todo su corazón.

—Iré con él — soltó balbuceante y decidida.

—No, Nate. Tienes que estar con tu familia — exhortó Stacy—. Además, si vienes puedes meterte en problemas. Lo sé, porque la chulita de Nicole presumió que en cuanto llegaras el lunes la carta de despido sería segura.

—¡Hija de puta! — murmuró con iracunda y se mordió el dorso de la muñeca para no gritar de frustración.

—Mucho — dijo Stacy —. Pero no puedes venir, ¿de acuerdo? Al menos no hasta que pueda averiguar un poco más sobre el asunto de tu supuesto despido. No quiero que te arriesgues.

—Bien — respondió, con resignación y sequedad.

Stacy tenía razón, por muchas ganas que tuviera de verlo, debía controlarse. Si Nicole tenía a Demien de su parte, las cosas podían ponerse peligrosas. Era mejor mantener la calma y esperar a que la batalla llegara el lunes por la mañana.

Alguien llamó a la puerta del baño un par de veces. Neta-lee se sobresaltó y en susurros rápidos se despidió de Stacy.

—Llámame por cualquier cosa — solicitud con urgencia —. No importa que hora sea, solo llama si pasa algo.

—Tranquila, querida niña — tranquilizó Stacy y otra ronda de golpes se oyó en la puerta —. Todo está bien aquí. No te agobies y aprovecha a disfrutar de tu familia.

—En cualquier momento — volvió a señalar, ignorando el llamado insistente —. Por favor.

—Lo haré. Ahora ve y disfruta tu día libre.

Con lo último dicho, la llamada terminó.

Neta-lee, aún sin salir de su asombro por tal brutal noticia, se sostuvo al lavabo con fuerza y le tomó varias respiraciones profundas para poner todo en orden. Cuando al fin se encontró lista para salir a hacerle frente la insistente ola de golpes, ocultó sus emociones y abrió la puerta.

Cassie la hizo a un lado con urgencia y se subió el vestido hasta la cintura para sentarse en el inodoro.

—Casi me hago pis, tía — alegó con un gimoteo —. Demoraste mucho.

—Lo siento — respondió despacio, sin evitar sonreír.

Comenzó a salir del baño para dejarle privacidad.

—¡Mi mamá dijo que fueras al taller! — le informó a grito, antes de que cerrara la puerta del todo.

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