El corazón de Melanie latía furioso en su pecho cuando cerró la puerta. Se tocó los labios recordando aquel momento, reviviendo cada roce y caricia de los labios del castaño que había despertado sensaciones pecaminosas en su interior.
—Melanie. ¿Eres tú, cariño? —preguntó Margaret, su abuela materna al escuchar ruido en la entrada.
—Sí, abue. ¡Ya llegué! —respondió elevando la voz.
Su abuela siempre la esperaba sentada en su mecedora sin importar la hora que fuese. Ya ella estaba cansada de insistir en que no lo hiciera, pero Melanie había heredado su testarudez.
—Vamos, abue. Es hora de dormir —le dijo cuando llegó hasta ella.
La anciana tomó su bastón y caminó hasta la habitación del piso inferior, ya no podía subir todos los escalones que la llevaban arriba, y se recostó en la cama. Su nieta la cubrió con una fina sábana de lino y le acarició el cabello color cenizo, entremezclado con hebras blancas.
—Te quiero, abue —pronunció mientras la llenaba de besos.
—Y yo a ti, cariño —murmuró la anciana y se durmió enseguida.
La vida de Mel se resumía en estudiar, trabajar y estar con su abuela, la única familia cercana y permanente que tenía. Samantha, su madre, falleció por una afección cardíaca cuándo tenía siete años y William –a quién dejó de llamar padre muchos años atrás– solo aparecía en ocasiones con un único objetivo: causar problemas.
Samantha le había asegurado los estudios universitarios a su hija, pero Melanie debía esforzarse para pagar todas las cuentas. Entre la comida, los estudios y los medicamentos de su abuela, apenas le alcanzaba para comer. Y la mayoría de su ropa la compraba usada o de descuento.
Subió a su habitación y encendió una pequeña lámpara de osito que atesoraba con mucho cariño, su madre se la dio el día de su cumpleaños número siete, el último que celebró a su lado. Se quitó la ropa y caminó semidesnuda hasta la ducha, que solo le daba una opción de agua: muy fría. Se distrajo pensando en Axxel y en sus manos recorriéndole el cuerpo, en su lengua besándole la clavícula, en todo lo que había sentido con aquel beso...
Pensar en él la ponía muy caliente. ¿Qué frío y qué agua helada? Ella se acaloró de golpe al recordar el beso de su vida.
Traerlo a memoria también implicaba pensar en la excusa que usó para detenerlo: su novio Nick. ¿Fue tonto mencionarlo? La verdad sí. No puedes tener una relación con alguien que está en coma ¿o sí?, analizó mientras se secaba el cabello con el secador. Entonces, ¿por qué lo hizo? La respuesta era sencilla: estaba muy asustada por todo lo que el atrevido de Axxel le estaba haciendo sentir con ese beso. Nick nunca había despertado en ella aquellas sensaciones en su cuerpo.
En aquel momento, pensó que era normal no sentirse embobada por las caricias de su novio, que las cosas cambiarían con el tiempo, pero sin duda alguna lo acontecido en el pórtico de su casa ponía todo en perspectiva. Algo en ella siempre le decía que quería a Nick solo como un amigo, pero tenía miedo de perderlo. Él era la única persona que siempre estaba para ella y alejarlo no estaba en sus planes.
***
Axxel volvió a casa con su provisión de preservativos intacta y con una calentura que solo quería calmar con Melanie, la chica que le estaba haciendo perder la cabeza. No paraba de pensar en ella y en todo lo que quería hacerle. Besarla solo había logrado que le deseara más.
Esa noche, se durmió pensando en Melanie e ideando un plan para tenerla, sin importarle que tuviera novio.
Para Axxel solo dos cosas eran importantes en la vida: él y su familia, en ese mismo orden. Su madre Helen era una mujer hogareña y un tanto «entrometida». Su padre Harry, era su orgullo y su ejemplo a seguir, un Marine condecorado que aparentaba ser don seriedad, pero con su familia era todo un amor. En tercer lugar, y no menos importante, estaba Hayley, «su hermanita y la niña consentida de sus papis».
Hablando de niños mimados, en esa casa había más de uno.
—¡Mamá! ¿Dónde está mi camiseta negra? La busqué por todas partes y no la encuentro —gritó desde la escalera.
—¡Por todas partes significa en ningún lugar! —contestó Helen en el mismo tono. Ella más que nadie sabía lo despistado y desastroso que podía ser su hijo. Subió a la habitación y, sin mucho problema, encontró la camiseta.
—Tienes que ser más ordenado, Axxel. No me tendrás toda la vida.
—Sí, mamá —giró los ojos y bajó las escaleras mientras se metía la prenda de vestir por encima de su cabeza. Una vez fuera, se subió al Mustang negro que le heredó su padre unas semanas atrás y condujo a casa de Maison para molestarlo un rato.
—Oye, galán. ¿Qué tal tu cita con la rubia? —le preguntó a su amigo y se tiró en el sofá.
—Primero, se llama Rebeca. Segundo, ahora es mi novia.
—¡Wow! ¿Dijiste la palabra con “N”? El mundo se va a acabar —se burló. No podía entender cómo su mejor amigo y fiel compañero de conquistas se había enamorado de esa forma. Eso no le cabía en la cabeza.
«Pobre tonto».
—Sí, Axxel, que se parta el cielo porque me enamoré —habló con una estúpida sonrisa que se ganó un bufido de su mejor amigo.
—Vaya, creo que no podemos ser amigos, estropearás mi reputación. Ahora las chicas van a pensar que podrán amarrarme como lo hizo ella contigo.
—¡Púdrete, Axxel! —refunfuñó disgustado.
—Tranquilo, Maison. Podemos vernos a escondidas. Solo no te acerques a mí en el instituto y estaremos bien. —Siguió con la burla.
—No te preocupes, Axx. No creo que exista una mujer en el mundo que te busque para algo serio.
Axxel lo tomó con gracia y no como un insulto. No le interesaba eso de ser «atrapado» por ninguna mujer. Pensaba que el amor era para débiles.
***
—Quiero una pizza de jamón, queso y champiñones y una soda —pidió el primer cliente de Melanie de esa noche.
La pizzería Joe´s era un empleo “provisional”, pero ya habían pasado ocho meses y no encontraba nada mejor que se ajustase a su horario. La noche apenas comenzaba y estaba exhausta. Lo único que deseaba era volver a casa y dormir por tres días seguidos.
«Estúpidos pensamiento y estúpido Axxel. No pegué un ojo en toda la noche pensando en ese… sexy idiota.»
Era difícil ignorar aquellos pensamientos. Jamás había sentido tanto calor y estaba deseando probar de nuevo aquellos labios ardientes y mentolados.
«Olvídalo, Mel. Olvídate de Axxel Wilson».
—Hola, princesa. ¿O prefieres que te diga nena? —susurró en su oreja.
«¿Acaso lo invoqué?»
Sí, Melanie tenía sueño –y digo «tenía» porque se acababa de espabilar con aquel susurro–. No podía creer que Axxel estuviera ahí y menos intentado seducirla delante de todos. El calor en su bajo vientre regresó y no había dudas de quién lo estaba provocando.
Él seguía detrás para darle tiempo de reaccionar, pero comenzaba a sentirse ansioso por obtener una de las cautivantes miradas de la hermosa rubia.
—Ni princesa, ni nena —gruñó—. Estoy trabajando. ¿Acaso no te das cuenta?
Mel estaba emocionada por tener su atención, pero su llegada la tomó por sorpresa y soltó lo primero que se le cruzó por la cabeza.
La mirada que esperó nunca llegó. Melanie estaba claramente disgustada y no era para nada la emoción que quería despertar en ella. Era la primera chica que no podía comprender y necesitaba hacerlo con desesperación.
«Más temprano que tarde, vas a ceder, princesita».
—Lo siento, princesa. No quiero molestarte. —Elevó las manos en señal de rendición, dio media vuelta y se alejó aceptando la derrota. Era obvio que ella no lo quería cerca. Pero Melanie no estaba molesta con Axxel sino con ella misma por sentirse atraída hacia él de esa manera tan desmedida. La mejor forma de alejarlo era tratándolo mal.
La rubia siguió trabajando y maldijo por lo bajo por su horroroso uniforme de mesonera. Era de un espantoso color fucsia neón y lo odiaba con el alma.
«Me podrían encontrar en una cueva oscura con este uniforme puesto», fue lo que pensó cuando lo tuvo en sus manos por primera vez. Era la peor parte de trabajar en Joe´s, además de aguantar a los impertinentes, trabajar turnos dobles…en fin, detestaba su empleo.
«Yo estoy mal o esa chica es una verdadera tocapelotas. Sé que le gusto, lo sentí cuando me besó, pero sigue tratándome como si fuera b****a. ¡Qué se vaya al carajo!», despotricó Axx mientras caminaba hasta la mesa para unirse a sus compañeros de equipo y algunas porristas que estaban con ellos.
«Está bien, Melanie. Quieres jugar: pues juguemos, princesa.»
Axxel se sentó al lado de Sabrina, una castaña con la que se había enrollado un par de veces, y se dejó seducir por ella. La porrista deslizó su mano por su muslo y le susurró al oído «te espero en el baño de chicas». Axx asintió y esperó que ella saliera primero.
El calentón de la noche anterior lo dejó dispuesto a estar con la primera que se le ofreciera y ella le venía bien en ese momento.Observó desde la distancia a Melanie y se preguntó qué hacía una chica tan linda de mesonera en Joe´s. Su uniforme era horrendo, pero le agradaba la vista que le ofrecían aquellos pantalones ajustados. Con la inspiración que necesitaba, hizo su camino hasta el baño de mujeres, cerró con pestillo y se encontró con una Sabrina muy dispuesta a brindarle unos minutos de diversión.La porrista se subió la falda blanca que traía puesta y lo rodeó con las piernas por la cintura. Luego de unos pocos besos, Axx se bajó la cremallera y se puso un preservativo antes de introducirse en ella. Sus pensamientos se centraron en Mel, en imaginar que era ella y no Sabrina con la que estaba teniendo relaciones.Los peque&ntil
—¿Quién se cree ella para jugar así conmigo? ¡Qué se vaya al carajo! Hay cientos de chicas que estarían más que dispuestas a entregarse a mí sin ningún esfuerzo —bufó mientras conducía.«Pero la quiero a ella».Llegó a casa y se dio una ducha helada por su culpa, era la segunda noche que lo dejaba tan necesitado y furioso. Si quería lograr algo con la rubia, tendría que cambiar de estrategia y ella le dejó claro cuánto le molestaba su fama de playboy. Pensó que podría fingir por un tiempo que ya no lo era, si con eso lograba que cambiase de opinión.Se recostó en la cama y buscó el nombre de Nick Benson en las redes sociales. Para su sorpresa, el Facebook del soldadito estaba llena de fotos junto a Mel totalmente acaramelados. El aspecto del sus
—Calma, Max. Ya estoy aquí —le dijo al cachorro que le lamia el rostro. Puso al pequeño Yorkshire en el suelo y él correteó feliz por la casa, que no era la más grande y lujosa de la manzana, pero tenía lo necesario para vivir.Tiró el bolso sobre su viejo y descolorido sofá, que alguna vez fue gris y mullido, y caminó hasta la cocina. No era que tuviese que andar mucho, el lugar era pequeño, pero necesitaba con urgencia un cambio, desde las paredes descascaradas y amarillentas, hasta la vieja heladera oxidada.—Hola, abue. ¡Ya llegué! —gritó para que la escuchase, porque había días que Margaret estaba totalmente sorda y otros que oía con claridad.Su abuelita caminó hasta la cocina, apoyándose en su bastón, y saludó a su querida nieta con un beso en la mejilla.—Hola, dulzura. Tu padre ll
Melanie asintió cuando lo único que quería era rogarle que le sostuviese la mano mientras entraba al hospital. En sus diecisiete años, le había tocado enfrentar la vida prácticamente sola. Su abuela siempre había estado con ella, pero a su edad ya no podía darle el apoyo que necesitaba.«¿Sería mucho pedirle que venga conmigo? No, no puedo. Fue suficiente con que me trajese a ver a mi novio cuando tenía una cita con él. Además, ¿qué explicación le daría a Nick? Hola, él es Axxel, nos hemos besado dos veces y teníamos una cita hoy. Sí, sonaría genial. Así que no tengo opción, enfrentaré esto sola.»—Te puedo esperar si lo necesitas —ofreció él al verla tan nerviosa.—¿De verdad lo harías?—Sí, princesa.
El chico de ojos pardos respiró hondo para calmarse cuando la vio salir por la puerta de emergencia. Esa media hora dentro del hospital, sin saber qué hacía con su novio, lo estaba envenenando.—¿Estás bien? —preguntó cuando subió al auto, aunque era obvio que algo iba mal. Muy mal. Era fácil saber que estuvo llorando.—No. Yo… es muy complicado, Axxel —se limitó a responder.«¿Es complicado por él o por mí? ¡Dios, Melanie! No tengo una idea de lo que haré contigo. Me estás volviendo loco».¿Iba a alejarse de él?, ¿terminaría todo con Nick? Eran dos interrogantes que lo traían de cabeza. Encendió el auto y condujo a casa de Mel en silencio, no era la noche que había imaginado unas horas antes.«Necesito tanto un abrazo. Neces
Conforme pasaban los días, las visitas de Axxel a la casa de Mel se hacían más frecuentes y subiditas de tono. No podían estar cerca sin dejar de tocarse.Ella le exigió cuatro citas y ya habían celebrado la número tres. La primera, en un restaurant de comida Mexicana, a Melanie le encantaba la salsa picante y ese era el lugar ideal para degustarlo sin impedimentos. La segunda, planeada por él, fue ir al autocine a ver una de esas películas de antaño. Era el lugar perfecto para meterle mano a su rubia favorita, pero su plan cayó en picada cuando ella se puso sentimental con la cinta que proyectaron.La tercera cita fue la más divertida, subieron a la montaña rusa más peligrosa de Miami y fue adrenalina pura. Las uñas de ella se clavaron en su antebrazo con tanta fuerza que lo dejó marcado por varios días.«Una cita más. Una m&aa
—¡Ah, soy un imbécil! Arruiné lo que estaba pasando entre nosotros. Solo faltaba una cita, una cita y la tendría. Pero no, tuve que acostarme con esa chica. ¿Y de que sirvió? De nada, porque solo pensaba en ella, en esa calienta pelotas que me tiene obsesionado —se reprochó en los vestidores del instituto.«Al carajo el juego, la voy a buscar. Ella no sabe lo que me está matando recordar esa mirada. La lastimé tanto.»Nunca, jamás en la vida le había importado herir los sentimientos de ninguna chica, hasta que la conoció a ella.—¡Axx! ¿A dónde vas? El entrenamiento va a comenzar — advirtió Maison.—Soy un jodido idiota, Maison.—Oye, no sé de qué hablas, pero te necesito en diez minutos en el campo, ya arreglarás tu asunto luego.«Com
Axxel salió del instituto más feliz de lo que había estado en toda su vida. ¿Era cierto lo que le dijo a Mel? A decir verdad, no estaba seguro, pero si sabía que entre ellos había una química innegable y brutalmente devastadora. Si tenía que gritar a los cuatro vientos que la quería para tener otra oportunidad, estaba dispuesto a hacerlo.Llegó a su casa sin esperar encontrarse con una pequeña sorpresa: la visita de Isabel, su abuela materna.«Saludo incómodo en cinco, cuatro, tres…»—Hola cariño, pero si te has convertido en todo un hombre —lo saludó, apretándole las mejillas como si fuese un niño.«Odio que haga eso.»—Hola, abuela —pronunció sin mucho entusiasmo y se separó de aquellas manos acosadoras—. Iré arriba por una ducha