Ana No sabía qué hacer ni qué decir. Mis palabras salieron automáticamente, como si mi cerebro hubiera dejado de funcionar. Pude ver la cara de Emir, su expresión era de shock, pero no sabía si era por el hecho de haber sido sorprendido por mí o por alguna otra razón. Era ella, estaba segura. Ese cabello rubio, esas facciones que había visto en la foto, era la misma persona, su ex prometida. En ese preciso momento, no sabía ni siquiera cómo me sentía. Mi corazón latía con fuerza, mi respiración era agitada y mi mente estaba llena de preguntas. Después de ver aquel beso, instintivamente cerré la puerta y me senté en un banco que había en el pasillo, esperando a que ella saliera. "¿Qué ridículo?", pensé. "Cualquiera en mi lugar tal vez hubiera armado un escándalo". Pero yo no podía hacer eso. Confío en Emir, sé que puede haber una explicación. Mis piernas se movían con un tic nervioso, tratando de calmar mis nervios. Esos microsegundos parecieron una eternidad mientras esperaba a que
— Si sabes que ella ha venido para entrar en tu vida de nuevo... — dije, convencida de lo que ella quería, aunque no necesitaba mencionar sus intenciones. La mirada de Emir se endureció, y su voz se convirtió en un hielo que me envolvió.— Lo sé — respondió Emir con tono glacial, desprovista de cualquier emoción o calor humano. — Y no importa lo que ella quiera. No tiene cabida en mi vida. Y nunca la tendrá. — Su convicción era absoluta, y su determinación me hizo sentir que no había espacio para la más mínima duda.Parecía muy convencido de lo que decía, y estaba segura de que él era una persona recta y que no tenía la necesidad de mentirme. Su mirada era intensa, y su voz firme, sin un ápice de debilidad.— Es por eso que quiero que me ayudes aquí en la empresa — terminó por añadir con un toque de persuasión. — ¿Cómo? — pregunté, confundida. En qué podría servirle en mi estado.— No tengo una asistente como podrás darte cuenta — me informó, guardando unos papeles en una carpeta. —
Me senté detrás del escritorio, sintiendo el peso de la responsabilidad en mis hombros. Coloqué mis manos sobre mi cara y exhale fuerte, tratando de calmar mis nervios. Sabía lo que me esperaba. Esto me causaría jaqueca si me sobrepasaba, no podría lidiar con todo y menos si no tenía la menor idea de lo que tenía que hacer. El teléfono en el escritorio sonó, sobresaltándome. Tomé el auricular y la voz del otro lado de la línea habló. —Ven — ordenó con un tono seco. Me pare de inmediato para entrar en la oficina de Emir, me quedé frente a su escritorio, él ya estaba parado al lado del escritorio. —Tengo una reunión, regresaré más tarde — me informó, mirando la hora en su reloj de muñeca. Su mirada era intensa y su voz firme, me hizo sentir que estaba en presencia de un hombre muy poderoso. Pero, a pesar de su presencia imponente, no podía evitar notar el contraste entre su comportamiento en el trabajo y en casa. En la oficina, siempre parecía serio y concentrado, con una expresión
Emir—Así que vas a casarte —dijo Aria, hablando de algo que no era de su incumbencia. Su tono era suave y aparentemente calmado, pero podía sentir la ironía y el desprecio detrás de sus palabras.Me encogí de hombros, sin prestar demasiada atención a su comentario. Sabía que estaba tratando de provocarme, de hacerme reaccionar de manera que me pusiera en desventaja.—Creí que tenías mejores gustos —continuó Aria, dándose aires de grandeza—. Las secretarias incompetentes no te van.Me reí internamente. Sabía que estaba tratando de manipularme, de hacerme sentir que Emily no era lo suficientemente buena para mí o para la familia.—¿Qué tienen que ver una cosa con la otra? —pregunté finalmente, cansado de su juego.—La gran familia Alcázar necesita alguien de su nivel —respondió Aria, sin inmutarse caminando por la oficina—. Alguien que sirva y aporte a la empresa.Me miró con una sonrisa condescendiente, como si estuviera tratando de decirme algo que yo no sabía.—Tan preocupada estás
Ana Me desperté con un sobresalto, como si el sol hubiera irrumpido en mi habitación como un ladrón, robando la oscuridad y dejando en su lugar una luz cegadora. La sensación de su calor en mi piel fue como un recordatorio cruel de que el tiempo había seguido adelante sin mí, y que ya era tarde. Miré el reloj de la mesita, y sus números brillantes me golpearon como un puñetazo: más de las diez de la mañana. La ausencia de Emir era como un vacío en el aire, un silencio que resonaba en mis oídos. No había venido como siempre por las mañanas a levantarme, y solo había dos opciones: se había ido sin mí o no había asistido al trabajo. Aunque la segunda opción parecía tan improbable como un milagro. Anoche, me había encerrado en mi cuarto como una criatura herida, cerrando la puerta con llave como si pudiera mantener a raya el dolor y la confusión. Pero ahora, la realidad se había infiltrado en mi refugio, y yo me sentía como una nave sin rumbo, a la deriva en un mar de incertidumbre.
Hace tres años Emir Mientras mi padre cortaba su jugoso filete, no pudo evitar preguntarme: — ¿Ya han fijado la fecha de la boda?— Suspiré, mi humor no era el mejor en esos días. — Aún no padre— mi respuesta fue seca. Aria, mi prometida, me había estado evitando con excusas poco convincentes, como el clásico "no tengo tiempo" que cualquiera puede usar. Me sentía confundido y preocupado. ¿Cómo era posible que Aria, una chica de veintitrés años sin muchas responsabilidades aparentes, estuviera tan ocupada? La incertidumbre comenzó a pesar sobre mí, haciéndome preguntar qué podría estar pasando por la mente de Aria. ¿Había algún problema en nuestra relación que no habíamos abordado? ¿Existía algún conflicto interno que ella no quisiera compartir? Estas preguntas daban vueltas en mi cabeza, dejándome aún más confundido. Convencido de la importancia de la comunicación abierta y honesta, decidí iniciar una conversación sincera con Aria. Quería comprender mejor su perspectiva y desc
Regresé a la ciudad sin previo aviso, decidido a resolver las diferencias con Aria. Sin embargo, mis intentos de comunicarme con ella fueron en vano, decidí tomar el teléfono y llamar a la señora Azunsolo, mi futura suegra. Tenía la esperanza de obtener información sobre el paradero de Aria.Marqué el número y esperé ansiosamente mientras el teléfono sonaba. Finalmente, la señora Azunsolo respondió y, con un tono educado pero preocupado, le pregunté: —Señora Azunsolo, ¿sabe dónde puedo encontrar a Aria?.La señora Azunsolo, con amabilidad, me informó que Aria se encontraba en su apartamento arreglando todo para la venta. Agradecí su ayuda y nos despedimos amistosamente.Con la información en mano, agradecí a la señora Azunsolo una vez más y colgué el teléfono. Sabiendo que el tiempo era limitado, me apresuré a planificar mi siguiente movimiento para encontrarme con Aria.La puerta del apartamento estaba frente a mí, pero me di cuenta de que no tenía la llave en la mano. Tardé un mom
Busqué con la mirada a la dueña de esa voz reconfortante y mi atención se dirigió hacia una señora sentada en el suelo, cuya apariencia sugería que era una gitana.A pesar de haber escuchado sus palabras de consuelo, el peso de mi tristeza me mantenía en silencio, incapaz de encontrar alivio en ese momento.La gitana, con una mirada penetrante, decidió abordar el tema directamente y me cuestionó: —¿Crees en las casualidades o en el destino?.Sin mirarla directamente, dejé escapar en un arrebato de dolor y frustración: —¡No creo en nada ahora!— Y en verdad así era ahora. Mis palabras estaban llenas de amargura, reflejando mi desilusión y mi negativa a aferrarme a cualquier esperanza en medio de mi desolación.La gitana permaneció en silencio por un momento, como si entendiera el peso de mis palabras. Luego, con calma y comprensión en su voz, respondió.—A veces, cuando menos lo esperamos, las piezas del rompecabezas se unen de una forma sorprendente. Puede que no creas ahora, pero e