La cena que Teresa había planeado se sentía como una partida de ajedrez en la que cada movimiento debía ser cuidadosamente calculado. Esa mujer pensaba que estaba manipulándome, pero en realidad, había colocado su propia cabeza en la guillotina y yo disfrutaría cada momento de su lenta caída.Arzhel continuaba sentado frente a mí, repasaba algunos documentos en su computadora. Su rostro estaba sereno, pero yo conocía las señales: la forma en que fruncía ligeramente el ceño y cómo sus dedos tamborileaban suavemente sobre el escritorio. Estaba pensando, probablemente trazando una estrategia para cuando llegara el momento de enfrentarse a la vieja bruja.—¿En qué piensas?—En cómo hacer que Teresa y los demás crean que realmente estoy siendo presionado. —Respondió sin apartar la vista de la pantalla—. Si ella cree que estoy cediendo bajo la presión de una boda rápida, bajará la guardia.—Eso suena prometedor. —Afirmé con una sonrisa mientras jugueteaba con la copa entre mis dedos—. Pero
El trayecto de regreso a casa estuvo envuelto en un silencio que no era incómodo, sino reflexivo. Las luces de la ciudad pasaban como destellos en la ventana y se reflejaban en el rostro de Arzhel, quien mantenía una expresión neutral mientras conducía. Sabía que, aunque nuestras palabras durante la cena habían sido un espectáculo, su mente ahora estaba procesando cada reacción, cada mirada, cada palabra que había salido de las bocas de Teresa y sus víboras.Por mi parte, mi cabeza era un torbellino. Sentía que habíamos ganado esta pequeña batalla, pero el precio de cada mentira, cada actuación, comenzaba a pesarme. ¿Cuánto tiempo más podría sostener esta farsa antes de que el peso de todo me aplastara?—Ha sido una noche productiva. —Arzhel rompió el silencio, su tono era más relajado de lo que esperaba.—¿Eso crees? —Me giré hacia él mientras apoyaba la cabeza en el respaldo del asiento.—No hay duda. Teresa está comprando la historia. —Su mirada permanecía fija en la carretera, per
Los días siguientes transcurrieron con una inquietante normalidad, una en la que había incluso olvidado mucho de los acontecimientos anteriores y su intensidad. Los últimos días habían sido una tormenta constante de dudas, planes, incertidumbre, desconfianza, pero, en esa noche, solo éramos Arzhel y yo.—¿Sabes que no puedes ocultarte de mí para siempre? — susurró Arzhel con una sonrisa juguetona mientras se acercaba lentamente, apoyándose contra el respaldo del sofá donde yo estaba sentada.—¿Y quién dijo que estaba intentando ocultarme? —Alcé una ceja mientras lo miraba.—Tus ojos lo dicen todo, princesa. —Su voz era un poco más profunda de lo que esperaba, era casi como el ronroneo de un león y eso me ponía los pelos de punta.Había algo en su mirada que hacía que mi corazón latiera con fuerza, como si el peso de todas nuestras preocupaciones se desvaneciera por un instante y solo quedara la tensión palpable entre ambos. Su mano se extendió hacia mí, rozando apenas mi mejilla, y an
La mañana siguiente comenzó con un aire de extraña calma. Había algo casi inquietante en la tranquilidad que reinaba en la empresa. El ruido de los teclados resonaba en un ritmo sincronizado, los teléfonos sonaban con la misma proporción habitual, y las conversaciones de los empleados se mezclaban con el murmullo de la máquina de café. Pero para mí, todo parecía estar un tono más bajo, como si el mundo estuviera reteniendo el aliento en anticipación a algo grande.Cuando salí de la oficina para llevarle algunos documentos a mi padre, no pasó mucho tiempo antes de notar a Teresa en el vestíbulo, conversando con una sonrisa falsa en su rostro. No tardó en darse cuenta de que yo estaba ahí, y cuando nuestros ojos se encontraron, su sonrisa se amplió.—Kenna, querida. —Su voz era cálida, pero había un filo en ella que nunca pasaba desapercibido—. Qué bueno encontrarte aquí.Me detuve, obligándome a sonreír en respuesta mientras mis manos apretaban los documentos que llevaba.—Teresa. —Res
El resto del día transcurría con aparente normalidad en la oficina. Mi rutina me mantenía ocupada mientras trabajaba en los informes más recientes y organizaba detalles pendientes. Sin embargo, cuando regresé de una reunión breve con mi padre, algo llamó mi atención de inmediato.En mi escritorio, perfectamente arreglado en un jarrón de cristal, había un ramo de flores. Eran peonias de un amarillo intenso, tan vibrantes que parecían casi irreales bajo la luz blanca de la oficina. El aroma dulce y cautivador llenaba el espacio, destacando entre los olores neutros del lugar. Fruncí el ceño, extrañada.No recordaba haber mencionado nada sobre flores, y mucho menos recibir algo así en medio del trabajo. Caminé hacia el escritorio, notando una pequeña tarjeta colocada con cuidado entre los tallos.Mi nombre estaba escrito en la parte frontal con una caligrafía elegante y precisa: «Kenna». Una mezcla de curiosidad y precaución recorrió mi columna. Tomé la tarjeta con cuidado, abriéndola con
Había pasado un día desde el incidente con las flores, y aunque Arzhel había estado más atento que nunca, la intriga seguía pesando sobre ambos. Me encontraba en la sala, revisando algunos papeles relacionados con los preparativos de la boda, mientras Arzhel trabajaba en su computadora, sentado frente a mí.El sonido de mi teléfono rompió el silencio. Mi corazón dio un vuelco al ver en la pantalla un número desconocido y tomé una gran bocanada de aire antes de contestar.—¿Hola?—¿Te gustaron las flores? —La voz distorsionada llegó a mis oídos, y la sangre se me heló.Mis ojos volaron hacia Arzhel, quien alzó la vista de inmediato al notar mi cambio de expresión. Su cuerpo estaba cada vez más tenso, y, algo que parecía, un destello de celos apareció en su mirada.—¿Quién eres? —cuestioné mientras mantenía toda la calma del mundo.—Eso no es lo importante. Lo crucial es si acerté con las flores. —La voz tenía un matiz casi burlón, como si disfrutara de mi incomodidad.—¿Cómo sabías que
Durante la mañana siguiente, me dediqué a pensar en las palabras que emplearía para hablar con la bruja. Sabía lo que tenía que hacer, y aunque era parte del plan, no podía evitar sentirme un poco fuera de lugar al caminar por la empresa en busca de Teresa.Me ajusté la chaqueta y, luego de tomar una gran bocanada de aire, me acerqué a ella con una pequeña sonrisa. Mi mente seguía repasando el tono exacto que debía usar, las palabras precisas que harían que Teresa bajara la guardia sin sospechar de mis intenciones.—Señora Beauregard, ¿tiene un momento? —pregunté intentando mantener mi tono tan neutral como podía.Sus labios formaron una sonrisa tan pequeña que apenas era perceptible. Parecía que intentaba actuar con amabilidad, aunque esa fachada no le quedara ni un poquito en realidad.—Por supuesto, Kenna. ¿Qué puedo hacer por ti? —Sus ojos estaban fijos en los míos, y era como si me estuviera examinando con cautela, como si cada movimiento que yo hiciera fuera calculado por ella y
Los días continuaron con una aparente normalidad. Era esa tranquilidad que acostumbraba a inquietarme, pues era una clase de presagio que indicaba que algo grande estaba a punto de venir a la escena; sin embargo, con lentitud estaba acostumbrándome a vivir de esa manera, pues, lo que tenía que pasar, terminaría sucediendo eventualmente, sin que pudiéramos manejarlo todo.Aquella mañana, mientras organizaba algunos documentos en la oficina, mi teléfono vibró sobre el escritorio. Al principio no le di importancia; las notificaciones eran constantes debido a los preparativos de la boda y al trabajo con papá. Pero cuando lo desbloqueé, un mensaje apareció en la pantalla.«¿Disfrutando de los planes, Aideen? Parece que todo marcha según lo previsto»Un escalofrío me recorrió por un momento. Así que esa sensación se refería a esto. El hombre misterioso, apareciendo desde las sombras, decía algo que confirmaba que estábamos siendo vigilados e intentaría decir que hiciéramos algo más. Esa sit