La sala de interrogatorios estaba iluminada por un frío fluorescente que acentuaba la tensión en el ambiente. El detective Ramírez revisaba una carpeta repleta de documentos, mientras la enfermera Carla Medina, esposada, esperaba con el rostro endurecido. Frente a ella, un micrófono captaba cada sonido para registrar su testimonio. El caso había llegado a un punto crítico, y aquella noche de hace cinco años era el centro de todo.
Dana y Zoraida observaban desde una sala contigua, separadas por un cristal unidireccional. La investigación se había intensificado después de que nuevos documentos salieran a la luz, entre ellos registros alterados de nacimientos en el hospital. Carla Medina era la pieza clave para desenredar la trama.-Quiero que entiendas algo, Carla -dijo Ramírez, inclinándose hacia ella-. Lo que sucedió esa noche no solo cambió la vida de Dana y Lisana, tambi&eacDana permanecía inmóvil frente al espejo del baño en casa de Zoraida. Las palabras de Carla seguían retumbando en su cabeza, y cada vez que se miraba, veía reflejada a una madre a la que le habían robado cinco años con su hija. Su mirada estaba perdida, como si intentara encontrar algo que explicara cómo todo aquello había sucedido sin que ella lo notara.Zoraida entró en la habitación con un sobre en la mano. Lo dejó sobre la mesa y tomó asiento frente a Dana.-Es la solicitud oficial para la prueba de ADN. El detective Ramírez la trajo hace unos minutos.Dana asintió lentamente, pero no tomó el sobre. Su mirada seguía fija en el vacío.-¿Crees que lo sabía? -preguntó de repente, rompiendo el silencio.Zoraida frunció el ceño.-¿Quién?-Mateo. ¿Crees que él sab&
Dana colgó el teléfono, su corazón latía con fuerza. Había marcado a la administración de las residencias en Nueva York, donde solía vivir con Mateo, esperando encontrar alguna pista sobre él. El vacío de las últimas semanas había empezado a consumirla, y la revelación de que había sido dado de alta hacía más de una semana solo había avivado su ansiedad. La línea de atención fue atendida por una voz amable pero formal. -Residencias Riverstone, buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? Dana respiró hondo antes de hablar. -Hola, necesito saber si Mateo Torres sigue residiendo en su apartamento. Es urgente. Un breve silencio llenó la línea antes de que la mujer respondiera. -Señora, permítame un momento para verificar. Dana esperó, aferrando el auricular con tanta fuerza que sus dedos comenzaron a doler. Finalmente, la voz volvió. -Lo siento, pero el señor Torres dejó el apartamento hace algunos días. El mundo de Dana se detuvo. -¿Dejó el apartamento? ¿Cuándo? -preguntó con
Dana salió del hospital con Zoraida a su lado, envueltas en un silencio que parecía absorber el aire a su alrededor. Las palabras de Lisana martillaban su mente una y otra vez. "Prepárate para enfrentarlas. No siempre son lo que esperamos". Cada paso hacia el auto parecía más pesado que el anterior, y cuando finalmente se sentó en el asiento del copiloto, las lágrimas empezaron a brotar, aunque intentaba disimularlas. Zoraida la miró de reojo mientras arrancaba el auto. -Dana, ¿quieres hablar de esto? -preguntó con voz suave. Dana negó con la cabeza, cerrando los ojos y apoyando la frente en la ventana. -No sé qué decir, Zoraida. Siento que estoy caminando en un sueño del que no puedo despertar. El trayecto de regreso al apartamento estuvo envuelto en un silencio incómodo. Una vez dentro, Dana se desplomó en el sofá como si el mundo entero estuviera sobre sus hombros. Zoraida fue a la cocina, buscando algo que pudiera reconfortar a su amiga, aunque fuer
Dana observó las cortinas balancearse con el viento que se filtraba por la ventana abierta. La habitación estaba sumida en una penumbra cálida, interrumpida solo por el resplandor tenue del atardecer. Había estado intentando concentrarse en los documentos frente a ella, pero su mente no dejaba de divagar hacia los últimos acontecimientos. La investigación en el hospital seguía su curso, pero la incertidumbre se había convertido en su sombra constante. La angustia la envolvía como una segunda piel, y cada minuto que pasaba sin noticias de Mateo o Melina era como un golpe invisible que debilitaba su fortaleza.Mientras Dana luchaba contra sus propios pensamientos, en un café al otro lado de la ciudad, Lisana compartía una conversación con Clara. La amabilidad y los recuerdos de infancia fluían entre ellas, como si fueran amigas de toda la vida. Ambas habían estudiado en el mismo cole
Cuando Clara y Melina llegaron al aeropuerto en Nueva York, la atmósfera era caótica, llena de personas apuradas, arrastrando maletas y anuncios constantes por los altavoces. Clara sostuvo la mano de Melina con fuerza, temiendo que la niña pudiera distraerse y alejarse del tumulto. Aunque su rostro aparentaba serenidad, sus ojos revelaban el miedo que la consumía por dentro. Cada paso que daba hacia el control de inmigración le parecía un juicio inminente.Cuando llegó su turno, el oficial la miró con expresión neutra pero inquisitiva. Clara sintió cómo una gota de sudor resbalaba por su espalda mientras entregaba los pasaportes.-¿Propósito de su visita? -preguntó el oficial, su voz firme y carente de emoción.Clara tragó saliva, recordando las palabras de Lisana y las instrucciones que había repasado en su mente durante todo el vuelo.-Vacacion
Clara siempre había soñado con trabajar en un hospital prestigioso, y el día finalmente llegó. Con un currículum impecable y la motivación a flor de piel, se presentó al Hospital Central, un lugar conocido tanto por su excelencia médica como por la rigurosidad de su personal. Vestida con su uniforme blanco impecable, trataba de calmar los nervios mientras jugueteaba con los bordes de su carpeta.-Clara Gómez -llamó una voz masculina, grave pero cálida.Ella se levantó de inmediato, sus manos ligeramente temblorosas. Frente a ella estaba el Jefe de Cirugía, el Dr. Jesús Rivas. Su porte era imponente, con una mirada que combinaba autoridad y un leve dejo de carisma que parecía innato.-Bienvenida. Vamos a hacer una pequeña prueba práctica antes de tomar una decisión final -dijo mientras comenzaba a caminar.Cada paso que daba detrás d
El sol de la mañana bañaba la ciudad con una luz cálida, pero Clara apenas lo notaba mientras caminaba apresuradamente por el pasillo principal del Hospital Central. Había pasado la noche en vela, incapaz de apartar de su mente los ojos de Mateo y el electrizante momento que compartieron. "Fue un error", se repetía a sí misma, pero la verdad era que algo dentro de ella se negaba a dejarlo ir.Cuando llegó a la sala de enfermería, encontró a sus nuevas compañeras en una animada conversación. Aunque intentó pasar desapercibida, la enfermera jefe, Julia, la interceptó con una sonrisa afable.-Clara, justo a tiempo. Hoy tienes asignado el turno en la Unidad de Cuidados Intermedios. Familiarízate con los pacientes. Algunos son nuevos ingresos y necesitarán una evaluación completa.Clara asintió con profesionalismo, pero no pudo evitar sentir un nudo en el
El sol de la tarde se filtraba entre las hojas de los árboles, proyectando sombras danzantes sobre la mesa del cafetín al aire libre. Mateo estaba sentado con una taza de café, removiendo lentamente el líquido mientras miraba distraído hacia la calle. No esperaba compañía, pero algo en el día lo hacía sentir que el destino estaba por sorprenderlo.-¿Está ocupado este asiento? -preguntó una voz suave.Mateo levantó la vista y se encontró con Clara, una mujer de cabellos recogidos de manera informal y una sonrisa que, aunque tenue, lograba iluminar su rostro. Señaló la silla frente a él, y él asintió con una sonrisa leve.-Adelante, está libre -dijo Mateo.Clara se sentó con un movimiento grácil, colocando su bolso sobre la mesa. Por un momento, ambos permanecieron en silencio, como si el mundo se hubiera reducido