El sol de la mañana bañaba la ciudad con una luz cálida, pero Clara apenas lo notaba mientras caminaba apresuradamente por el pasillo principal del Hospital Central. Había pasado la noche en vela, incapaz de apartar de su mente los ojos de Mateo y el electrizante momento que compartieron. "Fue un error", se repetía a sí misma, pero la verdad era que algo dentro de ella se negaba a dejarlo ir.
Cuando llegó a la sala de enfermería, encontró a sus nuevas compañeras en una animada conversación. Aunque intentó pasar desapercibida, la enfermera jefe, Julia, la interceptó con una sonrisa afable.-Clara, justo a tiempo. Hoy tienes asignado el turno en la Unidad de Cuidados Intermedios. Familiarízate con los pacientes. Algunos son nuevos ingresos y necesitarán una evaluación completa.Clara asintió con profesionalismo, pero no pudo evitar sentir un nudo en elEl sol de la tarde se filtraba entre las hojas de los árboles, proyectando sombras danzantes sobre la mesa del cafetín al aire libre. Mateo estaba sentado con una taza de café, removiendo lentamente el líquido mientras miraba distraído hacia la calle. No esperaba compañía, pero algo en el día lo hacía sentir que el destino estaba por sorprenderlo.-¿Está ocupado este asiento? -preguntó una voz suave.Mateo levantó la vista y se encontró con Clara, una mujer de cabellos recogidos de manera informal y una sonrisa que, aunque tenue, lograba iluminar su rostro. Señaló la silla frente a él, y él asintió con una sonrisa leve.-Adelante, está libre -dijo Mateo.Clara se sentó con un movimiento grácil, colocando su bolso sobre la mesa. Por un momento, ambos permanecieron en silencio, como si el mundo se hubiera reducido
El amanecer trajo consigo una calma engañosa. Las primeras luces del día se filtraban por las ventanas del hospital, proyectando sombras alargadas sobre las paredes blancas. Mateo despertó en uno de los sofás de la sala de espera, con la muleta apoyada a su lado. Había decidido quedarse un poco más después de su encuentro con Clara, buscando una razón para prolongar aquella sensación de paz que le había dejado la noche anterior. Sin embargo, la realidad pronto lo alcanzó.Cuando revisó su teléfono, encontró varios mensajes de Dana. Eran breves, pero el tono de urgencia era inconfundible. "¿Estás bien?", "¿Por qué no respondes?", "Llámame en cuanto puedas". Mateo suspiró y decidió ignorarlos por el momento. No se sentía listo para enfrentar a Dana, ni para responder las preguntas que seguramente le haría sobre su repenti
El reloj marcaba las diez de la noche cuando Clara finalmente se dejó caer en la silla del pequeño comedor de su modesto apartamento. La habitación estaba en penumbras, iluminada solo por la tenue luz de una lámpara de mesa cuya pantalla había comenzado a amarillear con los años. Afuera, la lluvia golpeaba con insistencia contra las ventanas, su sonido rítmico mezclado con el zumbido débil del refrigerador.Clara se masajeó las sienes, intentando aliviar la tensión acumulada tras una agotadora jornada en el hospital. Sus manos estaban ásperas por el uso constante de desinfectante, y un leve dolor punzante en su espalda le recordaba las horas pasadas de pie. A pesar de su cansancio físico, su mente no encontraba descanso. Desde el momento en que leyó el mensaje de Lisana esa mañana, una sensación de inquietud la había acompañado como una sombra persistente.
La mañana llegó sin previo aviso, como siempre lo hacía en los días de tormenta. Clara se despertó agotada, su cuerpo adolorido por la tensión que había acumulado durante la noche, marcada por sueños inquietantes y recuerdos de los que no podía escapar. Se sentó en la cama, observando el techo por unos segundos, buscando en su mente una manera de liberar el peso que sentía sobre sus hombros.El apartamento seguía igual de sombrío, con la luz del día apenas entrando por la rendija de la ventana. Se levantó lentamente, dirigiéndose hacia la pequeña cocina, donde preparó una taza de café que bebió en silencio, buscando algo de consuelo en el sabor amargo. Pero nada parecía aliviar la sensación de estar atrapada en algo mucho más grande de lo que había anticipado.Esa sensación la acompañó h
Clara y Mateo estaban sentados en la mesa del café donde tantas veces habían compartido risas y complicidad. Sin embargo, aquella tarde, el aire estaba cargado de una tensión que ninguno de los dos sabía cómo disipar.Clara jugaba con la cucharilla de su taza, evitando el contacto visual. Mateo, observándola con el ceño ligeramente fruncido, intuía que algo andaba mal, pero decidió esperar a que ella hablara.-Mateo, tenemos que hablar -comenzó finalmente Clara, con un tono que hizo que el corazón de él se encogiera.-Eso no suena bien -respondió él con una sonrisa nerviosa, tratando de aliviar la tensión.Clara alzó la vista y sus ojos se encontraron. En ellos había una mezcla de determinación y tristeza.-Creo que es mejor que terminemos.La declaración cayó como una losa. Mateo se inclinó hacia adelante, a
Mateo salió del hospital sin autorización, aún no lo habían dado de alta, el encierro lo estaba volviendo loco. Tomó un taxi y le pidió al chofer que condujera sin rumbo, con las manos tensas sobre el teléfono y el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Las luces de la ciudad pasaban como destellos borrosos frente a sus ojos, pero él apenas las notaba. Su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos que lo arrastraba más y más hacia el abismo de la incertidumbre."Una semana." Las palabras de Clara resonaban en su cabeza como un eco incesante. Le había hecho una promesa, y sabía que cumplirla era su única oportunidad de salvar la relación. Pero cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que no tenía idea de cómo deshacerse de Dana sin causar un daño irreparable.Angustia. Eso era lo que sentía en cada fibra de su s
Mateo aún recordaba la noche en que Dana y él llegaron a esa ciudad. Había tratado de mantenerse tranquilo, confiando en que ella haría lo correcto, pero las horas habían pasado con una lentitud insoportable, cada segundo un recordatorio de la ausencia de su hija. Ahora, al verla de pie en la habitación del hospital, con una maleta a su lado y una expresión que él no podía descifrar, su corazón latió con fuerza, mezclando alegría, alivio y un inexplicable miedo.Todo había comenzado con una llamada. La noche anterior, Zoraida había traído noticias que no podían ser ignoradas: la investigación en Caracas había tomado un giro crucial. Dana estaba con él, sosteniendo su mano con fuerza, como si esa conexión pudiera mantenerlo anclado al mundo mientras su cuerpo luchaba por sanar. Mateo había visto la determinación en sus ojos, la
Clara estaba feliz, radiante. Algo en su interior le decía que la noticia que Mateo le daría era justo lo que ella había estado esperando, como si las piezas finalmente fueran a encajar en el rompecabezas de su vida. Inmersa en el amor profundo que sentía por él, decidió crear la atmósfera perfecta para ese momento tan esperado.Con una sonrisa en el rostro, buscó en su lista de reproducción aquellas canciones que hablaban de promesas, de eternidad y de la magia del amor. Al subir el volumen, la melodía llenó cada rincón de la casa, impregnando el ambiente de una energía cálida y romántica. Clara tarareaba suavemente mientras se dedicaba a arreglar la casa, poniéndole atención a cada detalle, como si quisiera que todo reflejara su felicidad.El dormitorio, en especial, se convirtió en su centro de atención. Ajustó las cortinas p