Dana salió del hospital con Zoraida a su lado, envueltas en un silencio que parecía absorber el aire a su alrededor. Las palabras de Lisana martillaban su mente una y otra vez. "Prepárate para enfrentarlas. No siempre son lo que esperamos". Cada paso hacia el auto parecía más pesado que el anterior, y cuando finalmente se sentó en el asiento del copiloto, las lágrimas empezaron a brotar, aunque intentaba disimularlas. Zoraida la miró de reojo mientras arrancaba el auto. -Dana, ¿quieres hablar de esto? -preguntó con voz suave. Dana negó con la cabeza, cerrando los ojos y apoyando la frente en la ventana. -No sé qué decir, Zoraida. Siento que estoy caminando en un sueño del que no puedo despertar. El trayecto de regreso al apartamento estuvo envuelto en un silencio incómodo. Una vez dentro, Dana se desplomó en el sofá como si el mundo entero estuviera sobre sus hombros. Zoraida fue a la cocina, buscando algo que pudiera reconfortar a su amiga, aunque fuer
Dana observó las cortinas balancearse con el viento que se filtraba por la ventana abierta. La habitación estaba sumida en una penumbra cálida, interrumpida solo por el resplandor tenue del atardecer. Había estado intentando concentrarse en los documentos frente a ella, pero su mente no dejaba de divagar hacia los últimos acontecimientos. La investigación en el hospital seguía su curso, pero la incertidumbre se había convertido en su sombra constante. La angustia la envolvía como una segunda piel, y cada minuto que pasaba sin noticias de Mateo o Melina era como un golpe invisible que debilitaba su fortaleza.Mientras Dana luchaba contra sus propios pensamientos, en un café al otro lado de la ciudad, Lisana compartía una conversación con Clara. La amabilidad y los recuerdos de infancia fluían entre ellas, como si fueran amigas de toda la vida. Ambas habían estudiado en el mismo cole
Cuando Clara y Melina llegaron al aeropuerto en Nueva York, la atmósfera era caótica, llena de personas apuradas, arrastrando maletas y anuncios constantes por los altavoces. Clara sostuvo la mano de Melina con fuerza, temiendo que la niña pudiera distraerse y alejarse del tumulto. Aunque su rostro aparentaba serenidad, sus ojos revelaban el miedo que la consumía por dentro. Cada paso que daba hacia el control de inmigración le parecía un juicio inminente.Cuando llegó su turno, el oficial la miró con expresión neutra pero inquisitiva. Clara sintió cómo una gota de sudor resbalaba por su espalda mientras entregaba los pasaportes.-¿Propósito de su visita? -preguntó el oficial, su voz firme y carente de emoción.Clara tragó saliva, recordando las palabras de Lisana y las instrucciones que había repasado en su mente durante todo el vuelo.-Vacacion
Clara siempre había soñado con trabajar en un hospital prestigioso, y el día finalmente llegó. Con un currículum impecable y la motivación a flor de piel, se presentó al Hospital Central, un lugar conocido tanto por su excelencia médica como por la rigurosidad de su personal. Vestida con su uniforme blanco impecable, trataba de calmar los nervios mientras jugueteaba con los bordes de su carpeta.-Clara Gómez -llamó una voz masculina, grave pero cálida.Ella se levantó de inmediato, sus manos ligeramente temblorosas. Frente a ella estaba el Jefe de Cirugía, el Dr. Jesús Rivas. Su porte era imponente, con una mirada que combinaba autoridad y un leve dejo de carisma que parecía innato.-Bienvenida. Vamos a hacer una pequeña prueba práctica antes de tomar una decisión final -dijo mientras comenzaba a caminar.Cada paso que daba detrás d
El sol de la mañana bañaba la ciudad con una luz cálida, pero Clara apenas lo notaba mientras caminaba apresuradamente por el pasillo principal del Hospital Central. Había pasado la noche en vela, incapaz de apartar de su mente los ojos de Mateo y el electrizante momento que compartieron. "Fue un error", se repetía a sí misma, pero la verdad era que algo dentro de ella se negaba a dejarlo ir.Cuando llegó a la sala de enfermería, encontró a sus nuevas compañeras en una animada conversación. Aunque intentó pasar desapercibida, la enfermera jefe, Julia, la interceptó con una sonrisa afable.-Clara, justo a tiempo. Hoy tienes asignado el turno en la Unidad de Cuidados Intermedios. Familiarízate con los pacientes. Algunos son nuevos ingresos y necesitarán una evaluación completa.Clara asintió con profesionalismo, pero no pudo evitar sentir un nudo en el
El sol de la tarde se filtraba entre las hojas de los árboles, proyectando sombras danzantes sobre la mesa del cafetín al aire libre. Mateo estaba sentado con una taza de café, removiendo lentamente el líquido mientras miraba distraído hacia la calle. No esperaba compañía, pero algo en el día lo hacía sentir que el destino estaba por sorprenderlo.-¿Está ocupado este asiento? -preguntó una voz suave.Mateo levantó la vista y se encontró con Clara, una mujer de cabellos recogidos de manera informal y una sonrisa que, aunque tenue, lograba iluminar su rostro. Señaló la silla frente a él, y él asintió con una sonrisa leve.-Adelante, está libre -dijo Mateo.Clara se sentó con un movimiento grácil, colocando su bolso sobre la mesa. Por un momento, ambos permanecieron en silencio, como si el mundo se hubiera reducido
Esa mañana Lisana se acercó a la terraza de su habitación como lo hacía cada amanecer. Admiraba el tapete de vegetación que se alternaba con el naranja de los techos de las viviendas que se asomaban entre tanto verdor. A lo lejos, su mirada se detuvo en la casa de Lucas, aunque no quería acordarse de él, su pensamiento la traicionaba. Romper con su pasado era la decisión más acertada que había tomado en su corta vida, poner tierra de por medio le daría la ventaja que necesitaba para salvar su matrimonio. La luz del sol tenía un brillo inusual que destacaba los reflejos de su larga cabellera. Vestía una elegante bata de seda, aunque no había dormido bien, ya estaba maquillada y peinada, lista para cambiarse de ropa y salir hacia el aeropuerto. Estaba revisando por cuarta vez el equipaje de su esposo cuando su madre entró a la habitación.—Yo te hacía dormida, tu vuelo es en la tarde mi amor, ¿por qué no descansas un poco más? Ustedes dos necesitan despejarse, y además, tu padre y y
El día anterior, el abuelo de Dana estaba en su lecho de muerte y había pedido verlas. Necesitaba pedirles perdón a Vicky y a su querida nieta. Le insistió tanto a su hijo Ángel que este no se pudo negar a cumplir su último deseo a pesar de que estaba consciente de que quizás no accederán ir a verlo. Su padre se había ganado el desprecio de ambas, por la manera en que se comportó en el pasado.—Perdona la hora, hija. Mi padre está muy mal, está muy grave. Te pido que vengas, te lo suplico, Dana. Ya Vicky viene en camino, aunque es tarde ya, dudo que alcance a pasar la noche, ya mañana será muy tarde.Aunque sorprendida por la terrible noticia, no dudó en ir a cumplir con su deber. Pocas veces se había negado a ayudar a los demás y menos podía permitirse quedar con semejante remordimiento. Su corazón era noble, siempre dispuesto a olvidar, y hace mucho que había perdonado los desprecios de su abuelo paterno.—Sí, sí, claro, papá, enseguida voy para allá, hazle saber que en unos minutos