La atmósfera en el hospital era tensa. El eco de las conversaciones entre abogados y autoridades resonaba en los pasillos, mientras Dana caminaba con pasos decididos hacia la sala de juntas donde se llevaban a cabo los interrogatorios. Había pasado una noche en vela, intentando ordenar en su mente las piezas de un rompecabezas que parecía más complejo con cada descubrimiento.
Todo había comenzado con una llamada de Zoraida la noche anterior. Dana estaba en Nueva York, al lado de Mateo, quien aún se encontraba en recuperación tras su operación. Su estado era delicado, y aunque los médicos habían asegurado que la cirugía había sido un éxito, Dana no había querido separarse de él. Sin embargo, cuando Zoraida le informó de los avances en la investigación en Caracas y de la inminente declaración de Carla Medina, supo que no podía quedarse de brazos cruLa lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del hospital, acompañando el ambiente cargado de tensión. Dana, sentada en una sala de espera vacía, observaba cómo las gotas se deslizaban por el vidrio, tratando de poner en orden sus pensamientos. Los eventos de los últimos días habían sido una vorágine de emociones y revelaciones, y ahora, con Lisana en cuidados intensivos tras su colapso, el peso de la situación recaía con más fuerza sobre sus hombros.El sonido de unos pasos apresurados la sacó de sus pensamientos. Era Zoraida, con el rostro marcado por la preocupación. Llevaba un sobre en la mano, y su expresión indicaba que traía noticias importantes.-Dana, necesito que veas esto -dijo, entregándole el sobre.Dana lo abrió con manos temblorosas y sacó copias de un conjunto de documentos. Eran informes financieros que detallaban transferencias
La sala de interrogatorios estaba iluminada por un frío fluorescente que acentuaba la tensión en el ambiente. El detective Ramírez revisaba una carpeta repleta de documentos, mientras la enfermera Carla Medina, esposada, esperaba con el rostro endurecido. Frente a ella, un micrófono captaba cada sonido para registrar su testimonio. El caso había llegado a un punto crítico, y aquella noche de hace cinco años era el centro de todo.Dana y Zoraida observaban desde una sala contigua, separadas por un cristal unidireccional. La investigación se había intensificado después de que nuevos documentos salieran a la luz, entre ellos registros alterados de nacimientos en el hospital. Carla Medina era la pieza clave para desenredar la trama.-Quiero que entiendas algo, Carla -dijo Ramírez, inclinándose hacia ella-. Lo que sucedió esa noche no solo cambió la vida de Dana y Lisana, tambi&eac
Dana permanecía inmóvil frente al espejo del baño en casa de Zoraida. Las palabras de Carla seguían retumbando en su cabeza, y cada vez que se miraba, veía reflejada a una madre a la que le habían robado cinco años con su hija. Su mirada estaba perdida, como si intentara encontrar algo que explicara cómo todo aquello había sucedido sin que ella lo notara.Zoraida entró en la habitación con un sobre en la mano. Lo dejó sobre la mesa y tomó asiento frente a Dana.-Es la solicitud oficial para la prueba de ADN. El detective Ramírez la trajo hace unos minutos.Dana asintió lentamente, pero no tomó el sobre. Su mirada seguía fija en el vacío.-¿Crees que lo sabía? -preguntó de repente, rompiendo el silencio.Zoraida frunció el ceño.-¿Quién?-Mateo. ¿Crees que él sab&
Dana colgó el teléfono, su corazón latía con fuerza. Había marcado a la administración de las residencias en Nueva York, donde solía vivir con Mateo, esperando encontrar alguna pista sobre él. El vacío de las últimas semanas había empezado a consumirla, y la revelación de que había sido dado de alta hacía más de una semana solo había avivado su ansiedad. La línea de atención fue atendida por una voz amable pero formal. -Residencias Riverstone, buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? Dana respiró hondo antes de hablar. -Hola, necesito saber si Mateo Torres sigue residiendo en su apartamento. Es urgente. Un breve silencio llenó la línea antes de que la mujer respondiera. -Señora, permítame un momento para verificar. Dana esperó, aferrando el auricular con tanta fuerza que sus dedos comenzaron a doler. Finalmente, la voz volvió. -Lo siento, pero el señor Torres dejó el apartamento hace algunos días. El mundo de Dana se detuvo. -¿Dejó el apartamento? ¿Cuándo? -preguntó con
Dana salió del hospital con Zoraida a su lado, envueltas en un silencio que parecía absorber el aire a su alrededor. Las palabras de Lisana martillaban su mente una y otra vez. "Prepárate para enfrentarlas. No siempre son lo que esperamos". Cada paso hacia el auto parecía más pesado que el anterior, y cuando finalmente se sentó en el asiento del copiloto, las lágrimas empezaron a brotar, aunque intentaba disimularlas. Zoraida la miró de reojo mientras arrancaba el auto. -Dana, ¿quieres hablar de esto? -preguntó con voz suave. Dana negó con la cabeza, cerrando los ojos y apoyando la frente en la ventana. -No sé qué decir, Zoraida. Siento que estoy caminando en un sueño del que no puedo despertar. El trayecto de regreso al apartamento estuvo envuelto en un silencio incómodo. Una vez dentro, Dana se desplomó en el sofá como si el mundo entero estuviera sobre sus hombros. Zoraida fue a la cocina, buscando algo que pudiera reconfortar a su amiga, aunque fuer
Dana observó las cortinas balancearse con el viento que se filtraba por la ventana abierta. La habitación estaba sumida en una penumbra cálida, interrumpida solo por el resplandor tenue del atardecer. Había estado intentando concentrarse en los documentos frente a ella, pero su mente no dejaba de divagar hacia los últimos acontecimientos. La investigación en el hospital seguía su curso, pero la incertidumbre se había convertido en su sombra constante. La angustia la envolvía como una segunda piel, y cada minuto que pasaba sin noticias de Mateo o Melina era como un golpe invisible que debilitaba su fortaleza.Mientras Dana luchaba contra sus propios pensamientos, en un café al otro lado de la ciudad, Lisana compartía una conversación con Clara. La amabilidad y los recuerdos de infancia fluían entre ellas, como si fueran amigas de toda la vida. Ambas habían estudiado en el mismo cole
Cuando Clara y Melina llegaron al aeropuerto en Nueva York, la atmósfera era caótica, llena de personas apuradas, arrastrando maletas y anuncios constantes por los altavoces. Clara sostuvo la mano de Melina con fuerza, temiendo que la niña pudiera distraerse y alejarse del tumulto. Aunque su rostro aparentaba serenidad, sus ojos revelaban el miedo que la consumía por dentro. Cada paso que daba hacia el control de inmigración le parecía un juicio inminente.Cuando llegó su turno, el oficial la miró con expresión neutra pero inquisitiva. Clara sintió cómo una gota de sudor resbalaba por su espalda mientras entregaba los pasaportes.-¿Propósito de su visita? -preguntó el oficial, su voz firme y carente de emoción.Clara tragó saliva, recordando las palabras de Lisana y las instrucciones que había repasado en su mente durante todo el vuelo.-Vacacion
Clara siempre había soñado con trabajar en un hospital prestigioso, y el día finalmente llegó. Con un currículum impecable y la motivación a flor de piel, se presentó al Hospital Central, un lugar conocido tanto por su excelencia médica como por la rigurosidad de su personal. Vestida con su uniforme blanco impecable, trataba de calmar los nervios mientras jugueteaba con los bordes de su carpeta.-Clara Gómez -llamó una voz masculina, grave pero cálida.Ella se levantó de inmediato, sus manos ligeramente temblorosas. Frente a ella estaba el Jefe de Cirugía, el Dr. Jesús Rivas. Su porte era imponente, con una mirada que combinaba autoridad y un leve dejo de carisma que parecía innato.-Bienvenida. Vamos a hacer una pequeña prueba práctica antes de tomar una decisión final -dijo mientras comenzaba a caminar.Cada paso que daba detrás d