Mis pasos resonaban con prisa en el solitario pasillo de la recepción mientras me dirigía al elevador. El eco de mis tacones contra el mármol parecía marcar el ritmo frenético de mi respiración. Toqué el botón con impaciencia, esperando que las puertas se abrieran de inmediato.Pero el elevador no llegaba.Observé el panel digital con frustración, viendo cómo los números parecían burlarse de mi urgencia. Pasaban los segundos, y la cabina seguía detenida en algún punto del edificio, como si el destino mismo conspirara para hacerme llegar más tarde.Solté un suspiro de resignación y giré sobre mis talones. No podía seguir esperando.Tomé la única opción posible: las escaleras.Subí los primeros dos pisos con rapidez, sintiendo cómo el esfuerzo comenzaba a arder en mis piernas. Las zapatillas, aunque elegantes, se volvían una tortura con cada escalón. Maldije en voz baja y, sin pensarlo demasiado, me las quité de un tirón, sujetándolas en una mano para seguir descalza.Con cada paso, mi
Melody y yo nunca fuimos las mejores amigas. No éramos de esas que se llamaban a medianoche para contarse secretos ni de las que compartían risas interminables por mensajes de texto. Pero había algo que siempre nos unió. Jacobo. Cuando ella comenzó a salir con él, jamás hubo enemistad entre nosotras. Nos mantuvimos en una línea delicada, un equilibrio casi perfecto entre la cortesía y la indiferencia. Ella era su novia. Yo… yo era su mejor amiga, de toda una vida. O quizá, simplemente, algunas veces pensaba que algo menos. Nunca busqué problemas. No había razón para hacerlo. Melody y Jacobo parecían encajar de una manera que yo nunca había logrado con él. Su relación era limpia, estable, casi impecable. Cuando estaban juntos, ella irradiaba felicidad, una luz cálida y genuina que iluminaba todo a su alrededor. Mientras que conmigo… No es que Jacobo hubiera sido infeliz a mi lado, pero había algo distinto en su mirada cuando estaba con ella. Algo más sereno, más natural. Como si,
Emiliano me ayudó a llegar hasta la recepción, con pasos lentos y cuidadosos, como si en cualquier momento pudiera romperme en mil pedazos.Cuando alcanzamos el último escalón, me detuve para recuperar el aliento. Fue entonces cuando lo vi agacharse sin decir una palabra, tomar mis zapatillas en sus manos y, con una delicadeza inesperada, deslizar una a una en mis pies.El contacto de sus dedos contra mi piel me hizo estremecer.El calor subió hasta mis mejillas de inmediato.No supe qué decir. No había palabras que pudieran expresar lo extraño y a la vez reconfortante que fue aquel gesto. Solo lo observé, sintiendo una mezcla de gratitud y vergüenza, mientras el silencio entre nosotros se volvía casi insoportable.Pero mi cuerpo seguía adolorido, demasiado exhausto para analizar lo que acababa de ocurrir.Cuando finalmente comenzamos a caminar juntos hacia la salida de las escaleras, no había insinuaciones, ni palabras cargadas de dobles intenciones. Solo dos compañeros compartiendo
El ambiente estaba cargado, denso como el aire antes de una tormenta. En otro momento, Jacobo habría tomado las cosas con calma, analizando cada palabra con la serenidad. Quizás hasta lo habríamos hablado con tranquilidad, encontrando un punto medio entre su carácter férreo y mi necesidad de explicarme. Pero esta vez no. Esta vez todo era diferente.Su enojo flotaba en el aire como una amenaza, un incendio que se avivaba con cada respiro. Sus emociones estaban al límite, Yo, en cambio, me refugié en el silencio, temerosa de que una sola palabra mía fuera la chispa que encendiera su furia.—¿Acaso estoy haciendo algún mal? —su voz cortó la quietud del auto, y el filo de su tono me erizó la piel.No respondí. No quería responder. ¿Acaso hablar con Emiliano, siquiera intercambiar palabras con él, era motivo suficiente para desatar su enojo? No lo sabía. Y lo peor es que tampoco sabía si quería saberlo.Me mantuve en silencio mientras avanzábamos por la carretera, los faros del coche proy
La noche era sumamente fría, de esas en las que el frío se filtra por cada rendija, aferrándose a la piel como un huésped indeseado. A pesar de que Jacobo dormía a mi lado, su cuerpo tibio no bastaba para disipar el hielo que se aferraba a mis manos y pies. Me estremecí bajo las cobijas, sintiendo cómo el invierno parecía haberse instalado en mis huesos.Con movimientos cuidadosos, me deslicé fuera de la cama, temerosa de perturbar el sueño profundo de Jacobo. Crucé la habitación en penumbras hasta alcanzar el sofá de la sala, donde me acurruqué en un intento desesperado por conservar el calor. Abrazando mis piernas contra el pecho, esperé que mi propio cuerpo me diera refugio, pero el frío seguía ahí, implacable.Busqué consuelo en la luz azulada de mi teléfono. La pantalla iluminó mi rostro con un resplandor fantasmal mientras revisaba mis notificaciones. Entonces, lo vi. Un detalle olvidado. Algo que, ahora, en medio del silencio y el frío, pesaba como una sombra en mi mente.Melod
Han pasado dos semanas desde el mensaje de Melody. Dos semanas de silencio forzado, de un vacío que se sentía más pesado con cada día que pasaba. Jacobo me pidió que la bloqueara, y lo hice. O al menos, eso es lo que él cree.Pero el deseo de hablar con ella no desapareció. Se arraigó en mi mente como una espina imposible de ignorar, clavándose más profundo con cada pensamiento, con cada pregunta sin respuesta.Hoy, finalmente, encontré la manera. Mi confidente, mi único aliado en este torbellino de dudas, me prestó su teléfono. Con los dedos temblorosos, tecleé su número y envié el mensaje."¿Vendrás entonces a España?"El mensaje quedó ahí, suspendido en la pantalla como una puerta entreabierta a la verdad que tanto ansiaba conocer.Necesitaba verla, hablar con ella, escuchar de sus propios labios lo que había sucedido. No solo por Jacobo, sino por mí. Había tantas cosas que no entendía, tantas piezas de este rompecabezas que aún no encajaban.Pero, sobre todo, lo que más me inquieta
Salí casi corriendo de la oficina, sintiendo cómo la adrenalina se mezclaba con la frustración. El tiempo se me había escapado de las manos. La cena que había pedido con tanto esmero para nuestra noche especial ya debía estar esperándome en la recepción del edificio, y yo… yo apenas estaba saliendo.Mi pulso latía con fuerza mientras me acercaba al elevador y presionaba el botón con más insistencia de la necesaria. La luz parpadeó, pero las puertas no se abrieron. Un segundo. Dos. Tres.Nada.Mi paciencia pendía de un hilo. Sentía el tic-tac invisible del tiempo golpeando mi nuca, recordándome que cada instante perdido arruinaba un poco más la noche que había imaginado. Pero no podía perder el control. No ahora.Respiré hondo, cerré los ojos un instante e intenté convencerme de que todo seguiría saliendo bien.El elevador llegó un minuto después, pero se sintió como una eternidad. Apenas las puertas se deslizaron para abrirse, entré apresurada y presioné el botón para bajar, como si c
El silencio entre Emiliano y yo no fue incómodo esta vez. No había tensiones, ni vacíos que necesitaban ser llenados con palabras forzadas. Ambos habíamos hablado desde lo más profundo de nuestro corazón, compartiendo fragmentos de nuestras historias que nunca habíamos contado antes.Él me había explicado por qué no estaba casado, y yo, en un acto de vulnerabilidad, le conté por qué amé tanto a Gabriel.Hace tiempo que no pensaba en él. Mi mente había permanecido enfocada en Jacobo, quien había logrado capturar mi atención. Pero, por un instante, me di cuenta de algo que me heló. Estaba repitiendo el mismo patrón de años atrás, cuando mi mundo giraba alrededor de Jacobo. Aunque solo éramos amigos, él siempre estuvo allí, como una sombra que ocupaba todos mis pensamientos.Rogaba, con cada fibra de mi ser, para que él me viera, para que me prestara atención, para que compartiera su vida conmigo, sus días, sus inquietudes. Y ahora, en este preciso momento, sentía que volvía a estar en e