Dos meses. El tiempo había volado desde que llegué a Madrid, y con él, una parte de mi antigua vida parecía haberse desvanecido. La ciudad me había acogido con su bullicio y su encanto, envolviéndome en una rutina que, poco a poco, se sentía cada vez más mía.Mateo se había convertido en un mentor excepcional. Su paciencia y conocimiento me habían guiado en cada paso, y en su manera firme pero amable de enseñar, encontré la confianza que creí haber perdido. Aprender de él había sido un privilegio, y aunque el trabajo era exigente, lo disfrutaba más de lo que esperaba.Por otro lado, Emiliano… Él parecía haberme olvidado, o al menos, no se había molestado en dirigir su atención hacia mí. Tal vez era una tregua silenciosa o simplemente aún no encontraba el momento oportuno para hacerme sentir su desagrado. De cualquier manera, prefería mantenerme en la sombra de su indiferencia.Los rumores en la oficina llegaban a mí como susurros inevitables. Gabriel y Rebeca… su boda estaba cada vez m
Nos sentamos en una de las mesas más alejadas del restaurante, en un rincón discreto donde las luces eran más tenues y el murmullo del lugar parecía lejano. Agradecí la distancia, el espacio que nos permitía permanecer en esa burbuja de calma forzada.Mi compañero me observó de reojo, con la curiosidad contenida de alguien que sabe que hay más en la historia de lo que parece. Pero no preguntó. No insistió.Yo tampoco quería hablar.El silencio entre nosotros no era incómodo, pero sí denso. Un pacto tácito de respeto o quizá de simple incertidumbre. Teníamos poco tiempo para comer, unos minutos de tregua antes de regresar a la oficina, y yo deseaba que ese momento se alargara lo suficiente para no tener que enfrentar lo inevitable.Pero la inquietud creció dentro de mí como una sombra.¿Qué pasaría si hablaba? ¿Si en la oficina, sin intención o por descuido, él mencionaba algo? Mi nombre en una conversación equivocada, una mirada de más, un comentario insignificante pero letal en el co
Mi aliento se atascó en la garganta.—¿Qué haces aquí? —pregunté, la sorpresa tiñendo cada sílaba.Pero él no respondió. No con palabras.Antes de que pudiera detenerlo, cruzó el umbral de mi departamento como si aún tuviera derecho a hacerlo, como si su presencia aquí no fuera un terremoto sacudiendo mi mundo.—Tienes que escucharme —dijo, su tono firme, pero su mirada… su mirada me quemaba.Di un paso atrás, aferrándome a la tela húmeda de mi bata, intentando recuperar el control.—Vete, Gabriel. No deberías estar aquí.Pero él no tenía intención de marcharse.Su mirada recorrió mi rostro, luego descendió, y entonces noté el cambio en su expresión.Mi bata, ligera y delicada, empezaba a pegarse a mi piel húmeda, dibujando cada curva con descaro involuntario.Él dio un paso hacia mí.—No juegues conmigo, Aurora —susurró.Y entonces, me besó.Intenté apartarlo. Quise resistirme.Pero algo dentro de mí se quebró.Era el peso de los recuerdos, la nostalgia de lo que fuimos, la intensida
Pasé gran parte de la noche perdida en pensamientos, atrapada en un laberinto de recuerdos y promesas vacías. Gabriel estaba a punto de casarse. Lo sabía, lo había sabido desde el principio, y aun así, ahí estaba yo, con el corazón desgarrado y la mente enredada en un amor que nunca debió florecer.No había venido por mí. No había cruzado la distancia para revivir lo que fuimos, sino solo para saciar un deseo egoísta. ¿Acaso no lo veía? ¿Acaso no entendía el daño que me hacía con su regreso? O tal vez lo sabía y simplemente no le importaba.Me dolía. Me dolía más de lo que podía admitir.Un pensamiento fugaz cruzó mi mente: Gabriel es un hombre malvado. No le tembló la voz para tejer una historia, para disfrazar su anhelo con palabras dulces que ahora se sentían como espinas en mi piel. Pero detrás de todo su juego, detrás de sus miradas furtivas y sus caricias llenas de culpa, lo que más me dolía era su cobardía.No tenía el valor de decir lo que realmente quería. Si solo me deseaba,
El sueño fue ligero, pero reconfortante. Me acurruqué en su pecho, sintiendo el calor de su cuerpo y el ritmo acompasado de su respiración. Dormimos juntos durante dos horas, apenas un susurro en la inmensidad del tiempo, y sin embargo, cada instante pareció envolverme en una sensación de paz efímera. Cuando desperté, el tenue resplandor de la tarde se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación de tonos dorados. Me deslicé con cuidado fuera de la cama, intentando no perturbar su descanso. Jacobo merecía dormir un poco más.Mis ojos se posaron en la mesa de noche. Allí, un ramo de flores descansaba, como un susurro de amor en la penumbra de la habitación. Lo tomé con delicadeza, deslizando mis dedos sobre los pétalos frescos. Mi corazón latió con fuerza al reconocer cada flor: rosas peonias y algunas margaritas silvestres, mis favoritas. Él las había elegido, una por una, con la certeza de quien conoce cada pliegue de mi alma. Y por un instante, la duda se esfumó. Había temido qu
—¡Gabriel! Tú no puedes estar aquí, debes irte en este momento…Pero él no se movió. Sus ojos ardían con una intensidad que nunca antes había visto en él, y cuando habló, cada palabra fue un dardo envenenado.—¿Acaso me estás ocultando algo, querida Aurora? —dijo con un tono afilado, cruel—. ¿Acaso tienes a Jacobo en tu cama?El golpe de sus palabras fue más feroz de lo que esperaba. Sentí el ardor en mis mejillas, un dolor punzante en el pecho. Nunca lo había visto así. Los celos lo estaban devorando, y en sus ojos oscuros brillaba un veneno desconocido, un abismo de rabia y amor desbordado.Lo miré con frialdad, con un dolor que me ahogaba, y de mis labios brotaron palabras que jamás imaginé decir.—Estás en lo correcto, Gabriel. Aquí está Jacobo y está conmigo —mi voz se rompió, pero no me detuve—. No tengo que darte explicaciones, ni siquiera tienes derecho a saberlo. Es más, no tienes derecho a estar aquí. ¡Tú te vas a casar! ¡No tienes derecho a venir a mi casa y exigirme nada!
La mañana del lunes se desplegaba como cualquier otra, con la luz dorada filtrándose entre las cortinas mientras yo me preparaba para el día. Entre pinceles y telas suaves, intentaba concentrarme en la rutina, pero mi mente divagaba en un torbellino de pensamientos. Sabía que hoy sería un día largo, complicado… Y sabía también que Gabriel pronto se marcharía.Él se iría de aquí, con su prometida.El peso de esas palabras se aferraba a mi pecho como una sombra imposible de disipar. Todo lo que me había dicho la noche anterior había dejado un eco en mi corazón, llenándolo de preguntas que no quería responder. ¿Era cierto que se casaba? ¿Era por voluntad propia o lo habían obligado? Pero, ¿qué importaba ahora? Lo único cierto era que, aunque lo amara con cada latido de mi ser, Gabriel estaba a punto de convertirse en el esposo de otra mujer.Suspiré, dejando que el agua tibia de la ducha resbalara por mi piel, llevándose con ella mis dudas, mis miedos… o al menos intentándolo. Cerré los
El frío se aferraba a mi piel como un manto invisible, congelándome desde adentro. Mis manos, completamente heladas y temblorosas, apenas respondían a mi voluntad. Pero lo peor no era el frío… era el miedo.Nunca antes había sentido algo así.Nunca antes Jacobo me había tocado de esa manera, con esa intensidad que aún quemaba mi piel como un eco persistente. Mi corazón latía desbocado, mis pensamientos eran un torbellino de emociones que no lograba ordenar.Tenía que salir de ahí.Tenía que llegar al trabajo lo antes posible.Necesitaba tiempo para respirar, para recomponerme, para borrar de mi rostro cualquier rastro de lo que había ocurrido antes de que alguien me viera… antes de que Gabriel me viera.Apenas crucé la puerta de la oficina, me dirigí a toda prisa al baño. No podía permitir que nadie notara mi agitación, pero la desesperación me nublaba los sentidos. Mis pasos eran torpes, mis manos temblaban mientras sujetaban mi bolso con fuerza.Y entonces, ocurrió.En mi prisa, no