La mañana del lunes se desplegaba como cualquier otra, con la luz dorada filtrándose entre las cortinas mientras yo me preparaba para el día. Entre pinceles y telas suaves, intentaba concentrarme en la rutina, pero mi mente divagaba en un torbellino de pensamientos. Sabía que hoy sería un día largo, complicado… Y sabía también que Gabriel pronto se marcharía.Él se iría de aquí, con su prometida.El peso de esas palabras se aferraba a mi pecho como una sombra imposible de disipar. Todo lo que me había dicho la noche anterior había dejado un eco en mi corazón, llenándolo de preguntas que no quería responder. ¿Era cierto que se casaba? ¿Era por voluntad propia o lo habían obligado? Pero, ¿qué importaba ahora? Lo único cierto era que, aunque lo amara con cada latido de mi ser, Gabriel estaba a punto de convertirse en el esposo de otra mujer.Suspiré, dejando que el agua tibia de la ducha resbalara por mi piel, llevándose con ella mis dudas, mis miedos… o al menos intentándolo. Cerré los
El frío se aferraba a mi piel como un manto invisible, congelándome desde adentro. Mis manos, completamente heladas y temblorosas, apenas respondían a mi voluntad. Pero lo peor no era el frío… era el miedo.Nunca antes había sentido algo así.Nunca antes Jacobo me había tocado de esa manera, con esa intensidad que aún quemaba mi piel como un eco persistente. Mi corazón latía desbocado, mis pensamientos eran un torbellino de emociones que no lograba ordenar.Tenía que salir de ahí.Tenía que llegar al trabajo lo antes posible.Necesitaba tiempo para respirar, para recomponerme, para borrar de mi rostro cualquier rastro de lo que había ocurrido antes de que alguien me viera… antes de que Gabriel me viera.Apenas crucé la puerta de la oficina, me dirigí a toda prisa al baño. No podía permitir que nadie notara mi agitación, pero la desesperación me nublaba los sentidos. Mis pasos eran torpes, mis manos temblaban mientras sujetaban mi bolso con fuerza.Y entonces, ocurrió.En mi prisa, no
Me sumergí en mi trabajo, tratando de ahogar las emociones que me consumían por dentro. Pero por más que intentara concentrarme, mi mente volvía, una y otra vez, a Jacobo.No podía dejar de pensar en él.En lo que había hecho.En lo que podría hacerme si volvía a casa.Un escalofrío recorrió mi espalda y un miedo frío se instaló en mi pecho. ¿En qué se había convertido? ¿Era posible que la persona que una vez me deseó con dulzura ahora fuera capaz de herirme? Mis manos comenzaron a temblar sin control, mi respiración se volvió errática. Sentía el aire escaparse de mis pulmones como si estuviera atrapada en un espacio demasiado pequeño.No podía estar aquí.No podía quedarme un segundo más en este lugar.Me levanté de golpe, mi silla rechinó contra el suelo, pero no me importó. Salí con prisa, casi corriendo, abriéndome paso entre los pasillos hasta la salida. Necesitaba aire. Necesitaba escapar de esta sensación sofocante que me asfixiaba por dentro.Pero la vida, cruel e implacable,
El atardecer teñía el cielo de tonos dorados y naranjas, pero dentro de la oficina, el ambiente era más denso que nunca. Rebeca, con su porte imponente y mirada inquisitiva, no apartaba los ojos de mí. Sus ojos, tan afilados como su presencia, me hacían sentir vulnerable, atrapada en un juego de tensiones silenciosas. No podía darme el lujo de mostrar debilidad.Entonces, como un rayo de luz en medio de la tormenta, apareció él. Mi compañero de trabajo y confidente, con su expresión serena y su voz cargada de una dulzura reconfortante. Se acercó con cautela, como quien sabe que pisa un terreno frágil.—¿Estás bien? —preguntó, su mirada sincera intentando descifrar mi angustia.Respiré hondo, fingiendo despreocupación, pero el peso de la cercanía de Rebeca, la mujer que ocupaba un lugar privilegiado en la vida del CEO, se sentía demasiado abrumador. Sabía que nada de esto debería afectarme, pero mi corazón latía con fuerza, enredado en una maraña de emociones difíciles de controlar.Él
Regresamos a la oficina cuando mi respiración ya era más pausada y mi mente, un poco más despejada. La tormenta emocional que había nublado mi día comenzaba a disiparse, y lo mejor de todo: Gabriel y Rebeca ya se habían marchado. No tendría que verlos más hoy. Un suspiro de alivio escapó de mis labios sin darme cuenta.El ambiente había cambiado. Lo que antes era una presión asfixiante ahora se sentía más ligero, casi como si el aire pudiera moverse con libertad otra vez. Me refugié en mis tareas, dejando que la rutina se encargara de distraerme hasta que, sin darme cuenta, el reloj marcó las seis de la tarde.Era hora de irnos.El lunes más largo de mi vida, y aún no terminaba.Tomé mis cosas con movimientos automáticos: mi bolso, mi saco… Me dirigí al elevador con la esperanza de que la noche me diera un poco de tregua. Justo cuando estaba por entrar, sentí su presencia cerca de mí.—Aurora… —su voz, baja y cálida, pronunció mi nombre como si temiera romper la frágil calma que había
Nunca antes lo había visto así. Nunca antes había sentido esta dedicación en cada detalle, esta devoción que ahora parecía envolverlo por completo. Cuando lo conocí, cuando solo éramos amigos, jamás se había esforzado tanto en hacerme sentir especial. Incluso cuando estuvo con Melody, fui yo quien le ayudó a planear cada sorpresa, cada cita romántica, cada detalle que la hiciera sonreír.Las cenas en los parques, las noches improvisadas bajo las estrellas, cada salida especial… siempre habían sido idea mía. Siempre fui yo quien organizó esos momentos perfectos para otros. Pero esta vez, todo era diferente.Él era diferente.Cada bocado que llevaba a mi boca era un regalo. Saboreé cada platillo con la misma pasión con la que él había preparado la cena. Los aromas, las texturas, los sabores… todo se sentía como un deleite exclusivo para mí. Y cuando llegué al postre, un mousse de queso de cabra con una textura aterciopelada y un dulzor exquisito, cerré los ojos por un instante, permitié
A la mañana del martes los rayos tenues del sol entraban por la ventana, no había dormido casi nada, mi cuerpo se encontraba completamente acabado, cansado y adolorido.Me dolían tanto mis muñecas, mis piernas estaban adoloridas y cansadas, mi cuerpo estaba completamente devastado, como si hubiera pasado un terremoto en mí. Me levante de la cama, Jacobo aún se encontraba acostado, tan tranquilo, desnudo, solo cubierto por una ligera sabana. Se veía tan bien.Me levanté sigilosa y me dirigí rápidamente al baño, para poder tomar una ducha matutina, antes de irme a trabajar.Abrí la llave de agua caliente, para poder llenar el cuarto de vapor y mientras esperaba me vi de reojo en el espejo y me noté, completamente herida por la noche de ayer, mis muñecas completamente moradas por que las tuve un buen rato amarradas, mis piernas arañadas y moradas por los besos dulces pero salvajes de Jacobo y mi cuello completamente lleno de moretones morados obviamente por los besos llenos de pasión que
La boda de Gabriel se acercaba inexorablemente, como un destino marcado en el calendario al que no deseaba acudir. Desde el primer momento, lo supe con una certeza silenciosa: no quería ir. Y, sin embargo, mis compañeros insistían, repitiendo una y otra vez que no pasaría nada, que sería solo una noche, solo una celebración más.Mi confidente, siempre con su tono perspicaz, compartía la misma opinión, pero iba más allá. No solo debía asistir, sino hacerlo acompañada de Jacobo. Según él, aquello no solo demostraría mi presencia, sino también que Jacobo significaba más para mí de lo que quizás estaba dispuesta a admitir.Los días transcurrieron entre dudas y pensamientos enredados. Ir o no ir. Salir de casa o quedarme en la seguridad de mi mundo junto a Jacobo. La indecisión pesaba sobre mis hombros como un dilema imposible de resolver, mientras la fecha se acercaba, implacable como el tiempo mismo.Un viernes más esperando la salida, solo espero que nadie más quiera convencerme en ir a