Pasé gran parte de la noche perdida en pensamientos, atrapada en un laberinto de recuerdos y promesas vacías. Gabriel estaba a punto de casarse. Lo sabía, lo había sabido desde el principio, y aun así, ahí estaba yo, con el corazón desgarrado y la mente enredada en un amor que nunca debió florecer.No había venido por mí. No había cruzado la distancia para revivir lo que fuimos, sino solo para saciar un deseo egoísta. ¿Acaso no lo veía? ¿Acaso no entendía el daño que me hacía con su regreso? O tal vez lo sabía y simplemente no le importaba.Me dolía. Me dolía más de lo que podía admitir.Un pensamiento fugaz cruzó mi mente: Gabriel es un hombre malvado. No le tembló la voz para tejer una historia, para disfrazar su anhelo con palabras dulces que ahora se sentían como espinas en mi piel. Pero detrás de todo su juego, detrás de sus miradas furtivas y sus caricias llenas de culpa, lo que más me dolía era su cobardía.No tenía el valor de decir lo que realmente quería. Si solo me deseaba,
El sueño fue ligero, pero reconfortante. Me acurruqué en su pecho, sintiendo el calor de su cuerpo y el ritmo acompasado de su respiración. Dormimos juntos durante dos horas, apenas un susurro en la inmensidad del tiempo, y sin embargo, cada instante pareció envolverme en una sensación de paz efímera. Cuando desperté, el tenue resplandor de la tarde se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación de tonos dorados. Me deslicé con cuidado fuera de la cama, intentando no perturbar su descanso. Jacobo merecía dormir un poco más.Mis ojos se posaron en la mesa de noche. Allí, un ramo de flores descansaba, como un susurro de amor en la penumbra de la habitación. Lo tomé con delicadeza, deslizando mis dedos sobre los pétalos frescos. Mi corazón latió con fuerza al reconocer cada flor: rosas peonias y algunas margaritas silvestres, mis favoritas. Él las había elegido, una por una, con la certeza de quien conoce cada pliegue de mi alma. Y por un instante, la duda se esfumó. Había temido qu
—¡Gabriel! Tú no puedes estar aquí, debes irte en este momento…Pero él no se movió. Sus ojos ardían con una intensidad que nunca antes había visto en él, y cuando habló, cada palabra fue un dardo envenenado.—¿Acaso me estás ocultando algo, querida Aurora? —dijo con un tono afilado, cruel—. ¿Acaso tienes a Jacobo en tu cama?El golpe de sus palabras fue más feroz de lo que esperaba. Sentí el ardor en mis mejillas, un dolor punzante en el pecho. Nunca lo había visto así. Los celos lo estaban devorando, y en sus ojos oscuros brillaba un veneno desconocido, un abismo de rabia y amor desbordado.Lo miré con frialdad, con un dolor que me ahogaba, y de mis labios brotaron palabras que jamás imaginé decir.—Estás en lo correcto, Gabriel. Aquí está Jacobo y está conmigo —mi voz se rompió, pero no me detuve—. No tengo que darte explicaciones, ni siquiera tienes derecho a saberlo. Es más, no tienes derecho a estar aquí. ¡Tú te vas a casar! ¡No tienes derecho a venir a mi casa y exigirme nada!
La mañana del lunes se desplegaba como cualquier otra, con la luz dorada filtrándose entre las cortinas mientras yo me preparaba para el día. Entre pinceles y telas suaves, intentaba concentrarme en la rutina, pero mi mente divagaba en un torbellino de pensamientos. Sabía que hoy sería un día largo, complicado… Y sabía también que Gabriel pronto se marcharía.Él se iría de aquí, con su prometida.El peso de esas palabras se aferraba a mi pecho como una sombra imposible de disipar. Todo lo que me había dicho la noche anterior había dejado un eco en mi corazón, llenándolo de preguntas que no quería responder. ¿Era cierto que se casaba? ¿Era por voluntad propia o lo habían obligado? Pero, ¿qué importaba ahora? Lo único cierto era que, aunque lo amara con cada latido de mi ser, Gabriel estaba a punto de convertirse en el esposo de otra mujer.Suspiré, dejando que el agua tibia de la ducha resbalara por mi piel, llevándose con ella mis dudas, mis miedos… o al menos intentándolo. Cerré los
El frío se aferraba a mi piel como un manto invisible, congelándome desde adentro. Mis manos, completamente heladas y temblorosas, apenas respondían a mi voluntad. Pero lo peor no era el frío… era el miedo.Nunca antes había sentido algo así.Nunca antes Jacobo me había tocado de esa manera, con esa intensidad que aún quemaba mi piel como un eco persistente. Mi corazón latía desbocado, mis pensamientos eran un torbellino de emociones que no lograba ordenar.Tenía que salir de ahí.Tenía que llegar al trabajo lo antes posible.Necesitaba tiempo para respirar, para recomponerme, para borrar de mi rostro cualquier rastro de lo que había ocurrido antes de que alguien me viera… antes de que Gabriel me viera.Apenas crucé la puerta de la oficina, me dirigí a toda prisa al baño. No podía permitir que nadie notara mi agitación, pero la desesperación me nublaba los sentidos. Mis pasos eran torpes, mis manos temblaban mientras sujetaban mi bolso con fuerza.Y entonces, ocurrió.En mi prisa, no
Me sumergí en mi trabajo, tratando de ahogar las emociones que me consumían por dentro. Pero por más que intentara concentrarme, mi mente volvía, una y otra vez, a Jacobo.No podía dejar de pensar en él.En lo que había hecho.En lo que podría hacerme si volvía a casa.Un escalofrío recorrió mi espalda y un miedo frío se instaló en mi pecho. ¿En qué se había convertido? ¿Era posible que la persona que una vez me deseó con dulzura ahora fuera capaz de herirme? Mis manos comenzaron a temblar sin control, mi respiración se volvió errática. Sentía el aire escaparse de mis pulmones como si estuviera atrapada en un espacio demasiado pequeño.No podía estar aquí.No podía quedarme un segundo más en este lugar.Me levanté de golpe, mi silla rechinó contra el suelo, pero no me importó. Salí con prisa, casi corriendo, abriéndome paso entre los pasillos hasta la salida. Necesitaba aire. Necesitaba escapar de esta sensación sofocante que me asfixiaba por dentro.Pero la vida, cruel e implacable,
El atardecer teñía el cielo de tonos dorados y naranjas, pero dentro de la oficina, el ambiente era más denso que nunca. Rebeca, con su porte imponente y mirada inquisitiva, no apartaba los ojos de mí. Sus ojos, tan afilados como su presencia, me hacían sentir vulnerable, atrapada en un juego de tensiones silenciosas. No podía darme el lujo de mostrar debilidad.Entonces, como un rayo de luz en medio de la tormenta, apareció él. Mi compañero de trabajo y confidente, con su expresión serena y su voz cargada de una dulzura reconfortante. Se acercó con cautela, como quien sabe que pisa un terreno frágil.—¿Estás bien? —preguntó, su mirada sincera intentando descifrar mi angustia.Respiré hondo, fingiendo despreocupación, pero el peso de la cercanía de Rebeca, la mujer que ocupaba un lugar privilegiado en la vida del CEO, se sentía demasiado abrumador. Sabía que nada de esto debería afectarme, pero mi corazón latía con fuerza, enredado en una maraña de emociones difíciles de controlar.Él
Regresamos a la oficina cuando mi respiración ya era más pausada y mi mente, un poco más despejada. La tormenta emocional que había nublado mi día comenzaba a disiparse, y lo mejor de todo: Gabriel y Rebeca ya se habían marchado. No tendría que verlos más hoy. Un suspiro de alivio escapó de mis labios sin darme cuenta.El ambiente había cambiado. Lo que antes era una presión asfixiante ahora se sentía más ligero, casi como si el aire pudiera moverse con libertad otra vez. Me refugié en mis tareas, dejando que la rutina se encargara de distraerme hasta que, sin darme cuenta, el reloj marcó las seis de la tarde.Era hora de irnos.El lunes más largo de mi vida, y aún no terminaba.Tomé mis cosas con movimientos automáticos: mi bolso, mi saco… Me dirigí al elevador con la esperanza de que la noche me diera un poco de tregua. Justo cuando estaba por entrar, sentí su presencia cerca de mí.—Aurora… —su voz, baja y cálida, pronunció mi nombre como si temiera romper la frágil calma que había