Era una mañana fresca en Madrid, de esas que susurran promesas de nuevos comienzos. El aire frío se colaba por la ventana entreabierta, pero en mi interior algo se sentía diferente: calma.Por primera vez en mucho tiempo, desperté sin sobresaltos, sin el peso de un mensaje que pudiera desestabilizarme, sin la sombra de un amor que ya no era mío. Hoy comenzaba una nueva vida, lejos de todo lo que dolía, lejos de Gabriel… lejos de la mujer que fui cuando estaba con él.Sin embargo, aún lo sentía. Su recuerdo seguía fresco, como el aroma de su colonia en mi piel, como el eco de su risa en mis pensamientos. Lo dejé ir para que pudiera ser feliz, y a pesar de todo, una parte de mí se preguntaba si me había soltado demasiado rápido.Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. Me levanté de la cama y preparé una gran taza de café, como si en su calor pudiera encontrar el coraje que aún me faltaba. Me miré al espejo, viéndome diferente, con una nueva historia por escribir.Esta vez, mi lleg
El restaurante estaba lleno de conversaciones apagadas y el tintineo de copas. A medida que caminaba entre las mesas, me di cuenta de algo: yo era la más joven en aquel círculo. Rostros curtidos por los años, miradas llenas de historias que aún no conocía, y solo tres jóvenes, apenas mayores que yo, que parecían tan ajenos a todo como me sentía en ese momento.Sonreía mientras nos acomodábamos en la mesa. La conversación fluyó con naturalidad, y aunque al principio me sentí como una intrusa, pronto me vi compartiendo mi historia: cómo había llegado a Madrid en lugar de al corporativo, cómo había elegido un destino más tranquilo para aprender. No mencioné los verdaderos motivos. No podía.Las palabras se desvanecieron cuando los demás comenzaron a contar sus propias vivencias. Hablaban de su tiempo en Madrid, de recuerdos en Mallorca, de anécdotas que les arrancaban sonrisas nostálgicas. Me dejé llevar por la calidez de sus voces, por la sensación de pertenencia que, por un instante, m
La semana había transcurrido con sorprendente ligereza a pesar de todo lo que viví el primer día, como si el tiempo hubiera decidido serme benevolente por primera vez en mucho tiempo. Los días se habían deslizado entre mis dedos sin contratiempos, y la rutina laboral, que solía ser un peso insoportable, esta vez me resultó curiosamente amena. Era extraño cómo, cuando la mente estaba en paz, incluso las obligaciones más tediosas podían tornarse llevaderas.A veces, en los pasillos o en el ascensor, me cruzaba con Emiliano. Sus gestos de desaire eran fríos, su mirada apenas un destello de reconocimiento antes de desvanecerse en la indiferencia. Pero ya no me afectaba. Había aprendido a no cargar con su desprecio.Este fin de semana sería solo mío. Después de tanto tiempo, tendría la oportunidad de disfrutar de la soledad de mi hogar, de saborear la calma que me había sido esquiva por tanto tiempo.Tendida en la cama, envuelta en la tenue luz de la mañana, para estar más tranquila en est
Dos meses. El tiempo había volado desde que llegué a Madrid, y con él, una parte de mi antigua vida parecía haberse desvanecido. La ciudad me había acogido con su bullicio y su encanto, envolviéndome en una rutina que, poco a poco, se sentía cada vez más mía.Mateo se había convertido en un mentor excepcional. Su paciencia y conocimiento me habían guiado en cada paso, y en su manera firme pero amable de enseñar, encontré la confianza que creí haber perdido. Aprender de él había sido un privilegio, y aunque el trabajo era exigente, lo disfrutaba más de lo que esperaba.Por otro lado, Emiliano… Él parecía haberme olvidado, o al menos, no se había molestado en dirigir su atención hacia mí. Tal vez era una tregua silenciosa o simplemente aún no encontraba el momento oportuno para hacerme sentir su desagrado. De cualquier manera, prefería mantenerme en la sombra de su indiferencia.Los rumores en la oficina llegaban a mí como susurros inevitables. Gabriel y Rebeca… su boda estaba cada vez m
Nos sentamos en una de las mesas más alejadas del restaurante, en un rincón discreto donde las luces eran más tenues y el murmullo del lugar parecía lejano. Agradecí la distancia, el espacio que nos permitía permanecer en esa burbuja de calma forzada.Mi compañero me observó de reojo, con la curiosidad contenida de alguien que sabe que hay más en la historia de lo que parece. Pero no preguntó. No insistió.Yo tampoco quería hablar.El silencio entre nosotros no era incómodo, pero sí denso. Un pacto tácito de respeto o quizá de simple incertidumbre. Teníamos poco tiempo para comer, unos minutos de tregua antes de regresar a la oficina, y yo deseaba que ese momento se alargara lo suficiente para no tener que enfrentar lo inevitable.Pero la inquietud creció dentro de mí como una sombra.¿Qué pasaría si hablaba? ¿Si en la oficina, sin intención o por descuido, él mencionaba algo? Mi nombre en una conversación equivocada, una mirada de más, un comentario insignificante pero letal en el co
Mi aliento se atascó en la garganta.—¿Qué haces aquí? —pregunté, la sorpresa tiñendo cada sílaba.Pero él no respondió. No con palabras.Antes de que pudiera detenerlo, cruzó el umbral de mi departamento como si aún tuviera derecho a hacerlo, como si su presencia aquí no fuera un terremoto sacudiendo mi mundo.—Tienes que escucharme —dijo, su tono firme, pero su mirada… su mirada me quemaba.Di un paso atrás, aferrándome a la tela húmeda de mi bata, intentando recuperar el control.—Vete, Gabriel. No deberías estar aquí.Pero él no tenía intención de marcharse.Su mirada recorrió mi rostro, luego descendió, y entonces noté el cambio en su expresión.Mi bata, ligera y delicada, empezaba a pegarse a mi piel húmeda, dibujando cada curva con descaro involuntario.Él dio un paso hacia mí.—No juegues conmigo, Aurora —susurró.Y entonces, me besó.Intenté apartarlo. Quise resistirme.Pero algo dentro de mí se quebró.Era el peso de los recuerdos, la nostalgia de lo que fuimos, la intensida
Pasé gran parte de la noche perdida en pensamientos, atrapada en un laberinto de recuerdos y promesas vacías. Gabriel estaba a punto de casarse. Lo sabía, lo había sabido desde el principio, y aun así, ahí estaba yo, con el corazón desgarrado y la mente enredada en un amor que nunca debió florecer.No había venido por mí. No había cruzado la distancia para revivir lo que fuimos, sino solo para saciar un deseo egoísta. ¿Acaso no lo veía? ¿Acaso no entendía el daño que me hacía con su regreso? O tal vez lo sabía y simplemente no le importaba.Me dolía. Me dolía más de lo que podía admitir.Un pensamiento fugaz cruzó mi mente: Gabriel es un hombre malvado. No le tembló la voz para tejer una historia, para disfrazar su anhelo con palabras dulces que ahora se sentían como espinas en mi piel. Pero detrás de todo su juego, detrás de sus miradas furtivas y sus caricias llenas de culpa, lo que más me dolía era su cobardía.No tenía el valor de decir lo que realmente quería. Si solo me deseaba,
El sueño fue ligero, pero reconfortante. Me acurruqué en su pecho, sintiendo el calor de su cuerpo y el ritmo acompasado de su respiración. Dormimos juntos durante dos horas, apenas un susurro en la inmensidad del tiempo, y sin embargo, cada instante pareció envolverme en una sensación de paz efímera. Cuando desperté, el tenue resplandor de la tarde se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación de tonos dorados. Me deslicé con cuidado fuera de la cama, intentando no perturbar su descanso. Jacobo merecía dormir un poco más.Mis ojos se posaron en la mesa de noche. Allí, un ramo de flores descansaba, como un susurro de amor en la penumbra de la habitación. Lo tomé con delicadeza, deslizando mis dedos sobre los pétalos frescos. Mi corazón latió con fuerza al reconocer cada flor: rosas peonias y algunas margaritas silvestres, mis favoritas. Él las había elegido, una por una, con la certeza de quien conoce cada pliegue de mi alma. Y por un instante, la duda se esfumó. Había temido qu