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Capítulo 3. Sorpresa

Capítulo 3. Sorpresa

Canción: Iris – Goo Goo Dolls

Nara repitió los pasos de su primera entrevista para Genética Lab pero estaba más nerviosa que ese día, no quería fracasar en su segunda entrevista en la misma semana (nadie quiere, para ser sinceros) se calzó ahora unos tacones de pulsera de gamuza negros, un vestido hasta la rodilla color vino, con un saco completo negro y un cinturón a la cintura con la hebilla plateada. Se echó la mayor parte del cabello hacia la derecha, con un pasador con una mariposa de cristal se sujetó el cabello hacia allá se puso una cadena pequeñita, la única de oro que tenía con una medallita de la virgencita que le había dado su abuelita. Uno de sus tesoros.

Se maquilló lo más natural los ojos, limpió sus gafas antes de salir y sus labios ya no eran rojos encendidos, eran granate… oscuros. Nadie la escuchó salir y fue un alivio, esperaba no tener otro fracaso cuando regresara a casa; por la mañana le había llegado un mensaje que decía: “Tienes tres días para depositarme al menos 1000 pesos, ¿Si recuerdas que ya se te vencieron varios pagos o no? No me obligues a ir a tu casa”

Sentía la presión en el estómago y esta vez no hubo cafecito, no hubo tablas de multiplicar, procuró entonces mantener la mente serena y limpia, se aferraba a sus documentos. Caminó por las calles que recordaban a una época colonial, poco a poco comenzó a acortar distancia hacia su punto de encuentro, ahora sí había más movimiento en la calle aunque era temprano, miró su reloj: las 10 am, iba muy bien de momento. Faltaban treinta minutos y ya esperaba en el café sentada, era un museo por lo que veía. El MIDE, un museo sobre economía se levanta frente a ella tenía sentido que la entrevista fuera ahí. El MIDE abría sus puertas a las 9 am en punto, un museo interactivo que alguna vez llegó a visitar para sus clases en preparatoria ¿O fue en secundaria? No lo recordaba con seguridad. Preguntó por la empresa con la que se habían organizado las entrevistas, le dijeron que la recepción era a las 11:00 am en punto.

Bien. Tenía tiempo.

Se metió en la tienda de regalos, había muchas cosas curiosas y demasiado caras para ella aunque reconoce que las plumas de escribir rellenas con tiras de lo que antes fueron billetes era bastante creativo; supira, con trabajo tenía 100 pesos restantes de su semana en su cartera, tenía ahora sí algo de hambre pero no quería comer los nervios la traicionarían y se la pasaría metida en el baño el fin de semana. Caminó con calma, se paseó por la pequeña tienda llena de cuadros firmados por artistas, hacía gestos chistosos al ver los precios.

Pero eso sí, eran hermosas cada una de las pinturas que veía, cada libreta pintada a mano e incluso algunos sacapuntas con figuras chistosas, dinero falso, colecciones de billetes antiguos. Una buena tienda de regalos.

—Uy qué bien, una colección de billetes carísima, billetes que hoy en día ya no valen nada y te cobran un ojo de la cara por tenerlos en casa qué curioso ¿Ese es Zapata?—. Supuso que no apreciaba su valor real, digo, no es como si tuviera una máquina de dinero.

Ese museo se caracteriza por mostrar la historia del dinero en México, desde las monedas más antiguas hasta la producción actual de dinero, hay conferencias, talleres y por supuesto, pláticas de vez en cuando. Veía cómo en la sala donde iban a ser las entrevistas había meseros asegurándose de tener todo en orden. Acomodando los manteles blancos brillantes.

Caminó entonces fuera de la tienda de regalos y se sentó en una mesa del café que está a un lado de la tienda de regalos.

—Disculpe señorita, sólo puede estar aquí si es consumidora.

—Oh lo siento, por supuesto, me puede traer un… Un… Un café con leche—. La mesera le sonrió con amabilidad y le trajo un café tamaño pequeño, la señorita recibió su último billete de la semana y cobró el café; estaba ahí sentada, moviendo el líquido con un palito de madera para que se bajara lo caliente, le trajeron el cambio y le dio $10 fantásticos pesos de propina, no tenía más y la señorita no se disgustó con ella, la entendía seguramente, vio su folder en la mesa y supo que estaba esperando por un empleo, una oportunidad.

—La mesa es toda suya. Sin límites de tiempo.

Se retiró al mostrador a atender a más clientes que llegaban por su café de las mañanas antes de ir al trabajo. Había gastado lo que para su bolsillo era muchísimo dinero por un café que no quería beber. Pero de verdad quería sentarse y descansar sus pies, no quería que los tacones hicieran mella en sus pies tan pronto. Sacó una pequeña franela de color azul y un spray para limpiar sus gafas con el frío habían quedado empañadas y no quería ver a su entrevistador o entrevistadora a través de manchas.

Necesitaba un poco más de aumento sin duda, pero no había dinero para costear un reemplazo de lentes ahora, tendrían sus ojos que aguantar el tiempo necesario.

El llamado comenzó justo a las 11:00 am, estaba nerviosa, sus pies comenzaban a sudar y era lo que no quería, sus pies comenzarían a hacerse hacia enfrente y sus zapatos terminarían lastimándola. Traía unos zapatos bajitos en su bolsa, pero se reusó a usarlos hasta haber salido de la entrevista. Asintió. Confiaba en sus conocimientos y habilidades, así que era media entrevista en el bolsillo.

—Nara Del Valle, pase por aquí por favor.

Le tocó la mesa más cercana hacia la puerta y eso estaba bien, si sufría otra vergüenza podría escapar rápido. Llevaba el café con leche prácticamente lleno en una mano, estorbaba pero estaba bien, después de todo no tenía hambre pero no iba a tirarlo tampoco. Lo bebería después de la entrevista sea el resultado que sea y sin importar que el café se enfríe.

Había una persona, una chica que le dio la bienvenida, genial, otra vez una mujer. No era ese el problema, sino recordar su penoso incidente, suspiró.

—Déjalo pasar ya—. Se dijo antes de tomar asiento.

Se sentó y comenzó con las preguntas de rutina, había pasado media hora y seguía ahí sentada, esa era una gran señal, elogiaron su currículum y aplaudieron que hubiera acudido a todos esos foros y charlas además de participar en cuantos pudo de su área (e incluso se metía a los que le interesaban, no necesariamente de ingeniería nada más), estaba contratada si ella deseaba el puesto. Era un puesto sencillo, pero esperaba empezar a ganar dinero. ¿Y por qué no? Ganar un puesto más alto con el pasar de los años, que vieran lo eficiente que es.

Extendió su pequeña y helada mano hacia la señorita para cerrar el trato.

—Me temo que no puede tomar ese empleo.

Nara arrugó la nariz y dirigió la mirada hacia la persona que había hablado.

—Tú.

—Tú. Y me tengo que llevar a esta chica conmigo, ya es parte de las filas de Genética Laboratories, si no le molesta me alegraría que no me roben a mis trabajadores, los necesito. Será tuya cualquier otra chica que veas hoy Leonora, pero ella es mía.

Nara por primera vez en mucho tiempo se quedó muda. Seguía con el ceño fruncido y apretaba los dientes; Leonora, la señora se rio fuerte y habló con él, ahí estaba, ella dejó de escuchar. Parecería que estaban hablando hacia la nada o muy lejos de ella… Era él. Se paró y se puso detrás de su silla como protección, miraba a todos lados paniqueada y sintió cómo las mejillas le ardían, la pena… El otro día… Era él. La entrevista, el café, otro café… Era él.

La mente de Nara no terminaba de desbloquearse, cuando Rodrigo tomó el saco negro de ella que había dejado en la silla, Leonora negó con la cabeza divertida y le entregó todos los documentos a Rodrigo alzando las manos en señal de rendición con una bella sonrisa. Ella seguía parada ahí, observando. Después de todo, el hombre parecía saber quién era todo mundo, lucía muchísimo más elegante: Un traje plata, con camisa blanca, mancuernillas que perfectamente valían mucho más que cualquiera de sus vestidos en color negro como el ónix, el cabello lo llevaba hacia atrás, su muñeca izquierda portaba un reloj negro con los números en romano dorados, oro sin duda. Su traje tenía chaleco y saco, tenía ambos puestos y la piel tan perfecta, que parecería un conde o un vampiro. Un conde-vampiro se dijo a sí misma.

Le extendió la mano para dirigirla fuera del recinto y con dudosa seguridad, la tomó con cuidado, él no la apretó, no la lastimó fue sumamente cuidadoso.

—Oh, nos llevaremos esto, ha perdido varios de estos.

Su café. Había agarrado su café.

En cuanto la sacó del bullicio, no le soltó la mano, la dirigió con calma a una habitación mucho más pequeña, pero sin duda con muchísimas más cosas ahí: había una mesa con comida, café, té, unos sillones de terciopelo rojo. No había nadie más en la sala, cuando Rodrigo finalmente soltó su mano para ofrecerle que se sentara dejó sus cosas en la mesita de centro, lo siguió. Se sentó con cautela y cruzó las piernas para evitar que templaran.

—¿Cómo es que…?

—Vengo al evento, las pláticas, me invitó mi amigo Arturo. Apenas y te reconocí.

Ahora que el aturdimiento había pasado, estaba empezando a recuperar el color carmesí en las mejillas, el color de la vergüenza.

—Oye…—. No sabía por qué seguía hablándole de tú, como si fueran compinches de aventuras.

—Espera. Yo lo siento. No suelo ser así realmente, sé que me llego a desesperar, soy humano como todos aquí, tenía muchas cosas en la cabeza y quiero ofrecerle una disculpa—. ¿Ahora él hablaba de usted? Se sentía extraño, ella no era la dueña de los laboratorios imaginó que la iba a fichar en todas las instalaciones de G.L. para que no pudiera trabajar con él—. No me justifico. Pero sé que no soy así tampoco, así que permítame presentarme señorita. Hagamos las cosas bien, me llamo Rodrigo Heredia Torres, fundador y director de Genética Laboratories y le ofrezco una disculpa si la ofendí, no suelo ser descortés.

Nara lo veía con cautela. Seguramente la chica pensaba que era una broma (y entendía el por qué) la dejó pensar, su seño pronto comenzó a dejar de tener expresión de molestia e hizo una media sonrisa, ladeando la cabeza hacia la izquierda.

—¿Demasiado formal, Nara?

Sabía su nombre. Él sabía su nombre.

—Sí. Bueno, no. Es raro que te encuentre… Que lo encuentre aquí. Y me sacó de una entrevista.

—Lo sé, pero no me gusta perder a mis futuros trabajadores, a las personas que siento que me aportarían mucho esas personas las pescas, las conservas contigo—. Asintió aún con la media sonrisa en el rostro, la vio: se veía más tranquila y francamente más bonita en ese estilo tan casual que cuando la vio por primera vez además de que ni siquiera tuvo tiempo de mirarla había salido disparada como una flecha— ¿Qué dices, quieres trabajar conmigo?

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Háblame de tú, no te preocupes. Aunque debo señalarte que no se responde una pregunta con otra—. Nara se llevó las manos a la boca y cerró los ojos, se reía nerviosa—. Ahora estamos a mano.

Se recargó en el sillón individual de terciopelo, que estaba frente al suyo. Sonrió, también encontraba el evento sumamente curioso. Nara lo tomaba como una broma cruel y extraña.

—Perdón. Esta vez, mi culpa—. Cuando dijo eso, Rodrigo movió la mano con un ademán para que lo dejara pasar, era una broma—. Me encantaría trabajar con usted… Contigo. Pensé que después de mi comentario ya no me iba a dejar poner un pie ahí.

—Tenías razón sobre ser grosero e interrumpir, de verdad no suelo ser así—. Rodrigo bajó la vista a su saco y ahí estaba: Un perfecto y delicado pañuelo blanco.— Sinceramente, siento que hiciste bien al defenderte, tienes razón, si estás buscando empleo o aunque no lo fuera, una interrupción como aquella, es sumamente descortés. Tu contrato previo fue enviado hace unas horas, pero me informaron que no respondías el teléfono.—Nara se había quedado sin datos, sin saldo, no tenía dinero ya, tendría que esperar hasta llegar a casa.—El contrato establece parámetros previos, algunos deberes y tu compromiso así como el nuestro contigo; el real lo firmarás presencial cuando vayas el lunes a trabajar conmigo. La verdad leí todo lo que has hecho en tus años de estudio y sentí una gran empatía por ti, el puesto es todo tuyo si lo quieres.

—¿Cómo me encontraste? Mi correo, mis datos, mi currículum… Estoy segura que los directores tienen más cosas que hacer que leer todo eso, hay gente para contratar, tú das el visto bueno ¿no?.

Rodrigo sonrió, la chica era lista. Se llevó la mano a la bolsa de su saco palteado, con el pañuelo, lo hizo hacia el frente y sacó una pequeña tarjeta en color negro. Nara abrió los ojos más de lo que quisiera… Su tarjeta. Su tarjeta de presentación.

—No sólo dejaste tu café. Iba a llevártelo y ofrecer disculpas, vi que olvidaste ese café a la mitad, no te alcancé eso es obvio. Luego vi la tarjeta por la tarde… Con tu nombre, sólo fue cuestión de meterme a mi base de datos y encontrarte. Si no te hubiera visto aquí… Tengo tu número de teléfono, tengo contactos, te hubiera encontrado. Es como si esta tarjeta me hubiera dicho: Contrátala.

Dijo él con calma, ese pequeño pedazo de hoja la había acercado a él, su manera tan abrupta pero adecuada de responder también y ahora estaban frente a frente.

—Te vi hace un par de minutos hablando y a punto de estrechar la mano con Leonora, es de otro laboratorio, fue mi empleada mucho tiempo pero le ofrecieron mejor trabajo que queda más cerca de su casa, en fin otra historia. Y antes de que le dieras la mano, fui por ti.

Una señorita entró en la habitación.

—Disculpe, señor Heredia. El señor Armendia lo está buscando, ya casi es hora de que pase a su ponencia… Oh lo siento, pensé que había venido solo.

—También yo.

Respondió. La invitó entonces a la ponencia, le dejaría su lugar, él estaría exponiendo, hablando, cuando tuviera que sentarse pediría alguna otra silla para él o se quedaría de pie. Era lo menos que podía hacer. Tomó las cosas de nuevo de su mesa, los pies de Nara se movían lento, pero sus tacones sonaban atronadores, la invitaban a sentirse diferente, a sentirse importante y confiada dentro de ese pequeño mundo de gente.

Después de todo, había dicho que la iba a buscar ¿Tan solo para disculparse? Se sintió halagada, comprendió que Rodrigo era un caballero, no había sido una intención mala, simplemente le había ganado el estrés. Bendito estrés.

Al salir de la pequeña salita, le ofreció su brazo.

—Permíteme guiarte, es de mala educación no llevar a una dama como tú del brazo.

Con una mano sostenía sus cosas, con la otra la sostenía a ella, se había enganchado a su brazo sin apretarlo muy fuerte pero no lo soltaba tampoco. Entraron en la sala, aquel era un suceso poco común: Rodrigo Heredia Torres del brazo de una chica hermosa, con los ojos llenos de inexperiencia y ternura pero segura de sí misma. Él era muy alto, ella le llegaba abajo del hombro con sus tacones puestos. Le dio mucho gusto haberse arreglado antes de salir.

La dejó en el asiento que se suponía estaba reservado para él. Arturo E. Armendia sonreía, incrédulo y confundido con una sonrisa de oreja a oreja. Nara no tenía idea de quiénes eran, pero se veían todos de muchísimo dinero, de marcas grandes y negocios que valían millones.

—No tardo… Buenas tardes a todos me alegra que estén aquí, perdonen el retraso, por favor, las luces para la presentación.

Nadie la conocía, todos lo conocían a él. Nadie lo miraba más que ella, se sentía cautivada por su galantería y sintió cómo su espalda se relajó al completo, tendría empleo y podría comenzar a saldar cuentas. Todos la veían a ella, ella no veía a nadie que no fuera él, algunos la juzgaban, pero ¿Qué importaba?, ¿Cuántas podrían hacer lo mismo que ella? Exacto, nadie.

Tomó el café con leche que ahora estaba frío. Le dio un sorbo con muchísimo gusto, ese sorbo le supo a tranquilidad y pudo jurar que fue la bebida caliente fría más deliciosa que jamás hubiese probado.

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