DOS

S A W Y E R

No es tan difícil. Tomarla de la mano, sonreír, y que sorprendentemente el lugar se llene de paparazis como si nuestros managers no nos hubieran dicho nada. Era pan comido. Siempre lo había sido. Soy tan buen mentiroso que en algún punto he empezado a creer que con los asuntos del corazón se puede jugar sin salir mal parado.

Puede sonar superficial pero he aprendido que el mundo trata exactamente eso, de la cubierta. Nadie tiene suficientemente tiempo ni ganas para ir más allá de la cubierta si en la primera ojeada no has sido capaz de captar su atención. Lo mismo sucede con las personas... ¿Qué más da que este podrido por dentro, si mi cubierta tiene como subtitulo escrito: rico, joven y atractivo? He sido siempre un hijo de p**a y no lo digo como una insignia de la cual fardar. No quiero ser el estereotipo pero le hago justicia. En mi mundo, lo importante no es de lo que se habla de ti, si no que se hable de ti.

Me presento... Soy Sawyer Reed, el chico estrella.

Observo a Colette, mi compañera de elenco. La otra gran actriz de esta novela. Ella me mira con desdén como si no creyera que estuviéramos repitiendo esta m*****a escena de nuevo mientras en lo único que mi cerebro es capaz de ofrecerme son unas pecas y unos rizos de caramelo mirarme con sorpresa. Inexpertos, inocentes, deliciosos, al entrecerrar los ojos casi podía aspirar su aroma de nuevo. Había pasado una semana de la última parada en Bermen, aún recuerdo sus manos dulces recorrer mi espalda, sus suspiros y sus leves gemidos, probablemente haya enloquecido, suena mucho más creíble que este aquí cuál colegialo hablando sobre un polvo más como si hubiera sido el mejor polvo de mi vida. He pasado por diez mujeres distintas desde entonces sin que mini Sawyer haya sido capaz de levantarse, ni siquiera de m****r un saludo de agradecimiento a sus compañeras. Estoy muy enfadado con mi soldado. Es casi una falta de respeto que no se haya dignado ni siquiera a alzarse ante las preciosidades con las que he estado. Debía estar gravemente enfermo, eso es lo más creíble en estos instantes.

—¿Pasa algo?—la voz de Colette hace que salga finalmente de la profundidad de mis pensamientos, la miro con una sonrisa.

—Nada, tranquila. ¿Cómo está Jean?—pregunto finalmente.

—¡Oh, mon ange, él está genial! De hecho después de que nos hagan las fotos en este bar voy a pillar un avión a París para verme con él—afirma ella con los ojos llenos de emoción la francesa.

Colette se había casado a los dieciocho, a sus veinte y dos años y en el estrellato de su carrera no podía permitirse el lujo de que los pajilleros que la seguían supieran que su gran idola estaba casada y felizmente enamorada del mismo hombre. Eso no vende, en cambio que sea un putón de verbenero que sale con otro putón de verbenero, si gusta a la discográfica. Por si no ha quedado claro el putón de verbenero con el que sale soy yo, ya los he visitado muchas veces en su cuchitril de París, Jean es un hombre muy agradable de esos que te causan nauseas. Atento, simpático, es perfecto para ella.

—Me alegro muchísimo Colette, son unas vacaciones merecidas—respondo con sinceridad.

—¿Qué hay de ti? Habéis acabado la gira, ¿Qué piensas hacer este verano?—pregunta ella seria en sus ojos puedo ver la indignación, como si esperara realmente una respuesta rompedora, poco común.

—Componer, irme de fiesta, follar, componer, follar, beber, follar, y componer—anuncio con una sonrisa ladina, ella niega con la cabeza.

—¿Nada de sexo? ¡Qué raro!—afirma ella con burla.

—¿Qué dices? ¿Me lo he saltado?—pregunto con preocupación siguiéndole el rollo.

—Básicamente seguirás en tu línea—se resigna dolida.

—¿Por qué debería cambiarla?—inquiero yo arqueando ambas cejas con diversión.

El barman nos sirve dos cervezas, ella las empuja hacia mi.

—¿No bebes?—pregunto sorprendido.

Colette era una compañera digna de cervezas. Con ese cuerpo de modelo era dificil adivinar su vicio por esa bebida.

Ella me mira esbozando una sonrisa con orgullo.

—No. Es malo para el bebé…—afirma ella frotándose el pequeño bulto que había en su vientre.

—¡Felicidades, supongo! Creía que era que te habías pasado con los croissants—respondo yo abrazándola en el acto intentando esconder mi asco en la mirada. Un niño es lo último que necesita alguien en lo más alto de la fama.

Ella me fulmina con la mirada separándose.

—¿Entonces me abandonas por el retoño?—pregunto haciendo un puchero de tristeza.

—Todo está listo. Yo te romperé el corazón esta noche y luego iré al aeropuerto hacia París—afirmó ella convencida.

—La historia que emocionó a Steven Spielberg—satirizo con una sonrisa tomando un trago de mi bebida despechado.

—Es lo que toca. Todo está listo, tendrás margen hasta setiembre, entonces la discográfica te asignara una nueva novia de mentira—afirma.

—¿Y tener que soportar a otra?—pregunto de mala manera sin poder camuflar mi desagrado—Estoy segura que no tendrán a ninguna francesa con la nariz estirada que me ponga en mi lugar y con una extraña obsesión por la cerveza barata—añado haciendo una mueca de tristeza—¿Entonces, esto es el fin para ti?—añado con una expresión más firme al ver su cara de pocos amigos.

—Así es. Ha finalizado mi contrato. Tengo mis ahorros, estoy preparada para volver a retomar mi vida como una parisina más junto a mi marido.

—¿Sin fama? ¿Poder? ¿Glamour?—pregunto yo con horror sabiendo que pronto los medios dejarían de hablar de Colette, sus cuentas desaparecerían, pronto le aplicarían el famoso borrado. Ese punto en tu carrera cae en picado, en que te despiertas y eres un don nadie. Algún que otro buen seguidor te recordara con amor como un recuerdo nostálgico de su adolescencia pero eso no es suficiente, nadie hace dinero de un recuerdo. Pocas veces los artistas son los que solicitan el borrado, normalmente las aplican las discográficas y los managers cuando la dirección que has tomado no les conviene y les haces perder dinero, o simplemente no sigues las ordenes que te han dado. No todos están hechos para estar en la cima.

—Así es.

—¿Estás enferma?—inquiero arqueando ambas cejas. Otra más. Debe ser un virus en el aire.

—Enfermamente enamorada de mi familia—afirma ella convencida.

—Si eso te hace sentirte mejor no te pienso juzgar—le respondo encogiéndome de hombros, ella me mira negando con diversión.

—Es lo que quiero. No quiero que mi hijo sea conocido como el hijo de Colette, la gótica culona francesa, quiero que sea hijo de Colette Gardinier sin más—responde ella—Fui yo quien firmé el contrato, no mi hijo ni mi marido y en cambio de ser de otro modo siento que ellos acabarían pagando por unos platos que no han roto.

Yo asiento con fuerza.

—Te entiendo. Bueno, siendo honestos no. Pero creo que puedo llegar a entenderte, ya sabes, si me diera un golpe en la cabeza también buscaría asesinar mi propia carrera—respondo finalmente con una mueca final.

Ella suelta una carcajada.

—Echaré de menos tus ocurrencias—afirma.

—Ya sabes donde vivo—respondo mirándola con seriedad, la rubia sonríe.

—Tu también—responde—Confío en que me vengas a visitar—añade mientras en lo único que soy capaz en que demonios debe pasar por la cabeza a alguien como Colette para dejarlo todo, es bonita, atractiva, talentosa, podría prescindir de su marido y de todos, pero prefiere prescindir de todo y aferrarse al maldito y estúpido amor. Y todo por su familia…

Finalmente el barman vuelve a la mesa diciéndonos que la tormenta ya ha pasado y que ya podemos volver a nuestros asuntos. Nosotros asentimos agradecidos con él como siempre habíamos hecho durante ese año de relación ficticia.

Nos abrazamos por última vez ahora en la entrada.

—Deseo con todo mi corazón con que la vida te regale la oportunidad de amar y lo más importante sentir amado por lo que eres realmente, y no lo que quieres ser—afirma la rubia, en sus ojos aprecio una capa de lágrimas.

—¡Demonios, Colette, esas lágrimas habrían ido genial para las fotos!—gimo molesto mientras la envuelvo de nuevo entre mis brazos, ella me mira seria.

—Hablo en serio Sawyer.

—Y yo.

Ella blanquea los ojos con diversión para dar la vuelta y marcharse mezclándose entre la población local de la ciudad. Observo su esbelta figura, pronto la Colette glamurosa y sexy que había conocido sería historia. Ahora sería Colette, la mamá.

No puedo evitar pensar en todos esos recuerdos que habíamos hecho juntos. No es que estuviera enamorado o algo así pero Colette era el tipo de mujer que conseguía calar, por más que su cubierta llevará deletreado chica fácil en mayúsculas. Sí, se supone que nuestra sociedad ha avanzado totalmente y que ahora esas etiquetas no se llevan, yo pienso que es totalmente el contrario, las hemos interiorizado tanto que ahora están escritas en nuestra piel.

Miro al cielo encontrándome con las estrellas mientras me digo a mi mismo que no todos estamos hechos para la fama. Que Colette y yo somos distintos, que a mi nada ni nadie me hará olvidar mi carrera. Suena tal como es, soy egoísta. Quiero los focos, quiero la fama, y si para ello debo resignarme al hecho de renunciar al amor, estoy bien con ello.

Busco frente al bar mi coche y canturreando una nueva canción que no paraba de repetirse en mi mente arranco con fuerza. Conduzco entre bostezos hasta llegar a casa para encontrarme con la figura menuda de un extraño en mi puerta. Decido aparcar como puedo en frente para salir a fuera armándome de valor.

—¡Eh tu hijo de p**a!—grito con fuerza intentando esconder mi propio miedo en el acto, lo último que necesitaba era un mendigo meando en mi puerta. Se supone que esto es un barrio para gente rica ni siquiera entiendo como ha podido pasar.

El encapuchado parece asustarse, mira hacia un lado y a otro dándome la espalda. Yo me acerco a él de mala manera. Lo tomo por el hombro, eso parece alterarle. Finalmente me encara encontrándome con la última persona que esperaría encontrarme el primer viernes noche después del concierto, una semana exacta después de lo sucedido.

—Pecas—es lo único que soy capaz de pronunciar.

Veo su menudo cuerpo encogerse.

—¿Te acuerdas de mi?—pregunta sorprendida como si diera por sentado que pecas era su nombre.

—¿Tienes una ETS?—pregunto señalando el papel que tiene en la mano recordando que a Byron una vez una de sus amantes le vino con sorpresa, al final no pasó a mayores porque ni siquiera se habían acostado, lo único que quería la muchacha con eso era sacar unos cuantos dólares al castaño.

Ella me mira horrorizada.

—¡No!—grita ofendida.

—¿Entonces?—pregunto.

—Estoy embarazada—afirma, la capucha azul cae dejándome ver que esta vez tenía el pelo liso. Me preguntaba si lo tenía así al natural… En ese caso me gustaban mucho más los rizos.

—Creo que prefería la ETS—respondo de inmediato.

Lo último que esperaba esa noche era eso. Parecía una mala broma como si de repente Colette, las estrellas, pecas, todo el mundo, el universo entero quisiera dar una lección a un pobre idiota llamado Sawyer Reed, aunque un hombre cegado por su ego, no resultara novedoso.

El horror en los ojos de esa mujer, no tenía nada que hacer con el horror que transmitirían ahora mis ojos. Eran distintos tipos de horrores, el suyo tenía madre escrito, el mío padre. Combinados parecían el peor de los desastres. Un desastre que al parecer no ha hecho más que desatarse.

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