IV
—¿Cómo está Louis? ¡Te lo juro que intenté ayudarlo, ellos querían llevárselo quien sabe para qué cosa! —habló Bastian muy alterado sin levantase del piso
—Él está bien, mira, pude ponerlo en su cama. Lo siento mucho Bastian, no esperaba que tuvieras que pasar una situación así, no tan pronto—. El joven se asomó a la ventana y vio que efectivamente ya no había nadie por los alrededores. Bastian gateó hasta la cama de Louis y lo vio profundo al parecer no se había dado cuenta de lo mal que estuvo a punto de pasarla. No quiso despertarlo y se sentó de nuevo en el piso tomando con fuerza su cabeza intentando entender todo lo que estaba pasando.
—Querían llevárselo —dijo apenas en un susurro.
—No imaginas cuánto te agradezco que lo hubieras ayudado. Él aún no es capaz de defenderse solo. La verdad casi ninguno acá puede hacerlo.
—Yo no lo creo así, uno de ellos me saltó encima y tenía los dientes muy afilados y sus dedos los erguía como garras, parecía un maldito loco…
—¡¿Pero qué estás diciendo?! ¡¿Viste a alguien así?! —El chico pareció alterarse muchísimo. Se agachó donde estaba Bastian y lo tomó por los hombros con fuerza preguntando si había logrado ver algo más. El asustado Bastian le dijo lo que vio una y otra vez hasta que el otro quedara convencido. —No pensé que tuviéramos que hacerlo de nuevo, maldito Andreé.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Bastian por fin desde el piso, sin levantar la cabeza.
—Soy Jan Francis. Puedes llamarme con cualquiera de mis dos nombres. Lamento no haberme presentado antes y lamento también mucho este recibimiento. Por favor no salgas de tu cuarto esta noche. Solo descansa.
—Dime, Jan —volvió a hablar Bastian sin levantar la cabeza —este lugar ¿es un manicomio verdad? Mi padre me trajo a una institución mental, ¿No es así? —El chico se acercó a Bastian y de nuevo se arrodilló frente a él tomándolo de una mano.
—Oh no Bastian, no, este lugar no es un manicomio: Este lugar es un cementerio.
Y ese de ojos grises y cabellos negros alborotados, levantó la mirada encontrándose con los sinceros ojos castaños de Jan. Lo que acababa de escuchar no podía procesarlo por completo en su cabeza y no dijo ni una palabra mientras veía como su salvador se levantaba y se iba. Afuera los curiosos también se habían retirado.
Se quedó junto a la cama de Louis sentado en el piso por largo tiempo. Pensaba que ya era hora de despertar del sueño y se golpeó la cabeza con la palma de su mano insistente, pero seguía ahí en el mismo espantoso sitio. Entendió que estaba solo, total y absolutamente; que debió enfrentarse a su padre, que debió escapar de su casa antes de haber accedido a ir a un internado. Ahí sentado sin una explicación, imaginó lo mucho que pudo hacer para haber evitado llegar a ese lugar y no hizo nada, porque estaba ya acostumbrado que los otros hicieran y pensaran por él. Porque creyó que el internado quizás lo alejaría de su padre estricto un tiempo, pero no que el internado lo mataría. Dos gruesas lágrimas se le escaparon de los ojos, las limpió lo más rápido que pudo y recordando a su compañero de habitación, se incorporó un tanto y lo sacudió para despertarlo y saber cómo se encontraba, por fin Louis abrió los ojos y le sonrió.
—¡Dios mío Louis! ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?
—¿Quiénes? —Preguntó el chico levantándose sobre sus codos un poco, sin dejar de sonreír. Bastian ya no tuvo qué decirle, él era una más de las rarezas de ese sitio. Se sentó a su lado y lo tomó por un hombro como si lo consolara. Como si con ese gesto le dijera que todo estaba bien y que salió bien librado de algo de lo que Louis ni siquiera se dio cuenta.
—No sé ni qué decirte Louis, pero me alegro que no estés lastimado, te diste un golpe tremendo, ya luego te contaré todo —le dijo Bastian mientras se levantaba de esa cama para dirigirse a la suya. Louis entonces pareció esperar a que el chico de cabello negro estuviera recostado para hablarle.
—Dime Bastian ¿Deseas que siga durmiendo? —Bastian se turbó con esa respuesta. Era preciso que escapara de ese manicomio, antes que muriera.
***
Sabía que lo estaban persiguiendo. Sentía esa presencia que le vigilaba, esas pisadas sobre las hojas secas, el leve sonido de una respiración. Estaba abrumado, cansado y decepcionado. Había corrido por horas en medio de la más espantosa oscuridad, apenas viendo los árboles frente a sí, con los cuales, por fortuna, no había tropezado. Su corazón estaba por estallar, temblaba de miedo y furia. Odiaba cada instante de aquel día desde que abrió los ojos y se fue con su padre a ese internado, y que en ese momento corriera buscando una salida que parecía estar muy lejos, muy escondida tal vez, o quizás, inexistente.
Sacando fortaleza desde lo más profundo de sus entrañas, se detuvo en seco con los puños cerrados, dispuesto a enfrentar a quien fuera. Si eran los chicos de esa tarde que intentaron lastimar a Louis, estaría en problemas, pero a lo mejor que lo mataran no era tan mala idea. Se paró desafiante y altanero, postura que había aprendido para confrontar a su padre. Sin ver nada en medio de una densa niebla que empezaba a levantarse, dio un golpe seco a un árbol para hacer saber su ubicación exacta.
—¡Voy a defenderme si es necesario! —gritó a la nada, esperando que lo escucharan, rogando para sus adentros que fuera uno solo.
—¿Por qué corrías? —De un brinco Bastian volteó a ver a su costado derecho, donde una figura atravesaba la neblina y se le acercaba. Cerró los puños pues el temblor en sus manos era demasiado evidente. —¿Y de quién vas a defenderte? ¿De mí? Yo no voy a hacerte daño.
Cuando el desconocido estuvo tan cerca como para escucharle con claridad, Bastian lo reconoció, y no había duda alguna, estaba seguro que se trataba de ese mismo chico que lo observó tan fijo desde el jardín aquella tarde. Ese mismo que despedía fuego de su mirada incitante, segura y casi calculadora. Él estaba ahí vestido como todos los de ese lugar, de negro absoluto como si siempre se estuviera de duelo, como si siempre se llorara a alguien. No pudo soportar la fuerza de aquellos ojos y esquivo la mirada.
—Te he visto correr horas, y confieso que se me hizo curioso que lo hicieras en tan tremenda oscuridad. ¿Qué pretendías? —preguntó el extraño esbozando una sonrisa.
—¿Es evidente, no? Quiero irme de aquí.
—Como todos nosotros; pero tus razones son muy diferente y tienes mucho miedo a algo que aún no pasa.
El extraño llevaba en su mano una lámpara apagada, al parecer muy antigua, que seguro funcionaba con algún combustible, y que hacía juego con todo lo de ese sitio. El chico la encendió poco a poco y con paciencia, cuando alumbró lo necesario, la levantó casi justo al lado de su rostro y, ahí Bastian, lo vio con claridad. Su mirada era igual de profunda y segura, desafiante. Parecía que en ese momento aquel chico no solo lo veía, si no que le inspeccionaba el alma fisura por fisura. No pudo determinar bien el color de sus ojos, quizás castaños quizás un poco como los de Louis. Su rostro perfecto, sus labios pálidos y húmedos, su cabello cobrizo que caía cubriendo parte de su frente. Bastian dejó por instantes de sentir terror, él no transmitía eso, él parecía de aquellos que todo lo sabían y que todo lo podían.
—Si gustas puedo acompañarte a buscar, pero creo que el resultado será el mismo. ¿Tan terrible es para ti estar con nosotros? Danos una oportunidad de odiarnos con motivos, Bastian.
—¿Cómo sabes mi nombre? —Preguntó alterado.
—Por favor, todos sabemos ya tu nombre. Eres nuestra novedad. —El chico sonrió y Bastian sintió que ese gesto no le disgustaba. Se recostó luego a un árbol mirando al cielo, sin soltar la lámpara un segundo. —Bastian en este mismo momento, en este mismo instante fuera de aquí, hay miles de personas amándose, odiándose, jugando y riendo, otras más llorando, quizás cenando, otras más gozando del día, o refugiándose en la noche para hacer daño o para acariciarse sin detenerse. Todos están donde deben estar. Es como si estuviese escrito en un libro todo a capricho del autor. Tú y yo teníamos que estar acá, esta noche, en este momento suspendido, tal vez, por mucho tiempo. No fue tu libre albedrío venir, pero quizás puedas usar la libertad que te queda para compartir con nosotros, o puedes usarla para encerrarte en tu habitación y no salir ya nunca más. Respetaremos lo que decidas. Sin embargo, entiende, por favor, que tu miedo a estar acá lo vas a replicar en cualquier otro sitio que no se acomode a tu diminuto y perfecto universo. Ya te lo dije, danos la oportunidad de odiarnos un poco más.
Bastian bajó la mirada. Él tenía razón. Antes de huir, debía entender muy bien de qué lo hacía.
***
Fin capítulo 4
V Bastian, que se encontraba aún con la determinación de escapar, miró al extraño sin saber qué responder a lo que le dijo. Ese hombre no solo era de mirada profunda, era también de palabras que penetraban como dagas. Sintió una vergüenza enorme al no poder acomodar en su cabeza una palabra con otra para decirle. Sus profundas conversaciones de la vida, se habían limitado a qué estudiar en una Universidad, o qué casa tener cuando pudiera comprarse una. Una reflexión así, jamás había cruzado su cabeza. Sin saber qué hacer, se sentó en el piso recostándose en el tronco del árbol que tenía más cerca. El muchacho se acercó, Bastian vio sus zapatos perfectamente lustrados y era lo único que pretendía observar pues, no quería en ese momento levantar el rostro y verle directo. Tenía mil preguntas atravesadas en el pecho, además de miedo, hambre y sueño, y pensó por un segundo, que si ese extraño iba a estar en ese sitio, no todo sería malo. El muchacho se inclinó tomándolo por sorpresa y a
VI —No sé de quién me hablas, Jan. —Por favor, Bastian, anoche te vimos correr como un ratoncillo en una jaula; Dios sabe por qué luego te adentraste en el bosque, y te perdimos el rastro. Te pedí que no salieras de tu cuarto, la oscuridad acá es muy peligrosa. Fuimos algunos a buscarte para traerte de vuelta, al no hallarte regresé a tu cuarto y ya estabas ahí dormido, pero parece que fue él quien te encontró primero. —Jan suspiró con molestia—. Por favor ponte la ropa deportiva y ve a la clase de gimnasia al otro costado de la mansión. Y come algo después de la clase, sé que desde ayer no pruebas bocado, no queremos que enfermes. —Siempre hablas de «nosotros» ¿A quiénes te refieres? —Lo sabrás en su momento —respondió algo seco el chico. —¿Estás molesto conmigo? —Por alguna razón que no entendía, Bastian no soportaba que Jan estuviera así con él. Sintió en el pecho una punzada ante esa actitud. —No contigo, con él. En fin, más tarde te buscaré para entregarte un listado con tus
VIIBastian estaba en pánico. Ese tenia que ser un instituro para enfermos mentales, él había enloquecido por eso nada cuadraba en su cabeza. Escuchó de Francis las mismas palabras, las mismas preguntas a las que dio las mismas respuestas sin sentido acerca de su vida, Francis le pidió igual que pasara a la pizarra para que les mostrar su gusto por el arte. Estaba como flotando con aquella situación, todo pasaba con igual exactitud. La clase terminó, y Jan le pidió que se quedara un momento.—Pareces muy tranquilo y tolerante a la situación. Demasiado diría yo. —Bastian lo miró con los ojos muy abiertos, era increíble la precisión con la que todo se repetía. Él respondió lo mismo. Que debía adaptarse después de todo. —Lo sabía, anoche te encontraste con Fausto ¿no es así? Ese idiota.—Entonces su nombre sí es Fausto —musitó en voz baja casi imperceptible.—¿Qué dices? —Jan no entendía a qué hacía referencia. La conversación siguió igual y se fue a cambiar para su clase de gimnasia. So
VIIIBastian veía al cielo a través de la enramada en la que ahora estaba atrapado. Era una estructura muy elaborada y tenía la forma de una jaula. Ocupaba el espacio de tres metros en redonda, no obstante, era demasiado alta, tal vez para que se pensara dos veces el escapar trepándola. No se dio cuenta como fue que ese monstruo lo introdujo por ahí, así que buscaba esa rama débil que le mostrara la salida; sin embargo, parecía una tarea inútil, pues las ramas eran demasiado fuertes como para no romperlas con las manos, que ya tenía muy lastimadas. La bestia se había ido inmediatamente después de dejarlo ahí, sin haberle hecho el más mínimo rasguño, cosa que lo tranquilizó, pues en su «visión» le arrancaba la cabeza a un chico.Fue entonces cuando se sentó en las raíces pronunciadas de un árbol enorme, a reflexionar a cerca de la situación en la que estaba metido, si es que acaso existía una explicación coherente a todo aquello. Un día antes estaba en el portón de su casa rumbo a un i
IX En el internado, todo era confusión. Fausto les ordenó a todos los chicos que se encerraran en sus habitaciones, mientras se resolvía esta nueva situación con el «anormal», como solían llamar a esa bestias. Parecía que aquello no era nuevo, sin embargo, Bastian no lo sabía y tuvo que enterarse de la peor manera posible: Siendo raptado por una de esas cosas. Solo los que parecían ser los líderes estaban en un salón comedor muy exclusivo y en extremo lujoso a pesar del mucho tiempo que tenía de construido. Hablaban todos a los gritos, seguros que aquel monstruo iría al internado de nuevo y tenían que estar preparados; a ninguno, aparte de Fausto y de Francis, les importaba la suerte del recién llegado. Fausto estaba sentado a la cabeza de aquella mesa, tomándose las manos, preguntándose muy angustiado dónde demonios podía estar Bastian, mientras trataba de poner atención a lo que decían los demás. Uno de ellos, muy molesto, interrumpió de un grito los pensamientos de Fausto.
X “Oí un leve sonido a la mitad del día Era del viento que se paseaba alegre…” Una y otra vez, esa melodía tan hermosa, esa que arrullaba su corazón ante el terror, podía escucharla de la voz de un hombre, uno que no conocía, uno que estaba ahí con él, aunque no pudiera verlo. Bastian ya no sabía si de verdad escuchaba esa canción, o solo bailaba en su mente. Quería pensar que alguien estaba ahí, y que no deseaba hacerle daño. Ya había perdido la noción del tiempo que había transcurrido bajo esa enramada, a la que la bestia lo había llevado. Llevaba probablemente más de un día sin probar comida y eso había debilitado su cuerpo a más no poder, aquel sitio, minaba la voluntad de cualquiera. Sentía que estaba en el regazo tranquilo de alguien, que le acicalaba los cabellos y le susurraba esa melodía, tan suave, tan lenta como para que tocara el alma. Podía entender que se trataba de una canción de cuna y se enterneció. No le era posible abrir los ojos, estaba muy cansado, así que n
XI Lo ojos de Bastian veían cómo el cuerpo de esa bestia ardía y se hacía cenizas, dejando una estela de humo muy negro que se alzaba por encima de las copas de los árboles. Era aún de noche, la luz del fuego era intensa, y podía ver a los chicos a la perfección, no obstante, había dos de ellos que no conocía. Miró su mano izquierda, que todavía sostenía en esta aquel sucio y deteriorado pañuelo bordado, que era el tesoro de aquel que se carbonizaba. Bastian hubiera querido hacerle una tumba, pero ellos ya tenían el quemarlos como costumbre. Qué horror, haberse acostumbrado a matar de esa forma, para proteger a los que todavía no se transformaban en esas abominaciones. —Es hora de irse —dijo Francis dándole un golpecito en la espalda. Bastian se quejó ante el toque y sin darle tiempo de reaccionar a nadie, le levantó su camiseta y vio que tenía la espalda llena de moretones. No había duda que la criatura le trató con rudeza. —Seguro fue cuando me cargó en su hombro, sus manos no era
XII Escuchó una ruidosa campana que anunciaba la hora del desayuno. Se sentó en la cama sin abrir los ojos y sin encontrarse todavía con él mismo en ese momento. Se puso de pie, por fin parpadeó un tanto, se dio cuenta que estaba solo, que estaba en el internado y que Louis ya había salido de ahí. Se dirigió al baño, se quitó la ropa con lentitud y comenzó a lavarse los dientes. Estaba aún muy cansado sin entender el por qué. Pero fue en ese instante, frente al espejo y lleno de espuma en la boca, cuando como un rayo le llegaron los recuerdos al ver en su pecho pequeños moretones, que aunque no dolían, conocía a la perfección sus orígenes. La bestia, el secuestro… el beso. Se llevó las manos a la cabeza, aterrado, se metió a la ducha y, aunque todo era muy malo, ese beso que ya empezaba a palpitarle en los labios, lo tenía más asustado que feliz. Él jamás había sido audaz, ni directo, ni atrevido en ese tipo de cosas, por eso no entendía lo que sucedió ni qué lo empujó en ese momento