VIIBastian estaba en pánico. Ese tenia que ser un instituro para enfermos mentales, él había enloquecido por eso nada cuadraba en su cabeza. Escuchó de Francis las mismas palabras, las mismas preguntas a las que dio las mismas respuestas sin sentido acerca de su vida, Francis le pidió igual que pasara a la pizarra para que les mostrar su gusto por el arte. Estaba como flotando con aquella situación, todo pasaba con igual exactitud. La clase terminó, y Jan le pidió que se quedara un momento.—Pareces muy tranquilo y tolerante a la situación. Demasiado diría yo. —Bastian lo miró con los ojos muy abiertos, era increíble la precisión con la que todo se repetía. Él respondió lo mismo. Que debía adaptarse después de todo. —Lo sabía, anoche te encontraste con Fausto ¿no es así? Ese idiota.—Entonces su nombre sí es Fausto —musitó en voz baja casi imperceptible.—¿Qué dices? —Jan no entendía a qué hacía referencia. La conversación siguió igual y se fue a cambiar para su clase de gimnasia. So
VIIIBastian veía al cielo a través de la enramada en la que ahora estaba atrapado. Era una estructura muy elaborada y tenía la forma de una jaula. Ocupaba el espacio de tres metros en redonda, no obstante, era demasiado alta, tal vez para que se pensara dos veces el escapar trepándola. No se dio cuenta como fue que ese monstruo lo introdujo por ahí, así que buscaba esa rama débil que le mostrara la salida; sin embargo, parecía una tarea inútil, pues las ramas eran demasiado fuertes como para no romperlas con las manos, que ya tenía muy lastimadas. La bestia se había ido inmediatamente después de dejarlo ahí, sin haberle hecho el más mínimo rasguño, cosa que lo tranquilizó, pues en su «visión» le arrancaba la cabeza a un chico.Fue entonces cuando se sentó en las raíces pronunciadas de un árbol enorme, a reflexionar a cerca de la situación en la que estaba metido, si es que acaso existía una explicación coherente a todo aquello. Un día antes estaba en el portón de su casa rumbo a un i
IX En el internado, todo era confusión. Fausto les ordenó a todos los chicos que se encerraran en sus habitaciones, mientras se resolvía esta nueva situación con el «anormal», como solían llamar a esa bestias. Parecía que aquello no era nuevo, sin embargo, Bastian no lo sabía y tuvo que enterarse de la peor manera posible: Siendo raptado por una de esas cosas. Solo los que parecían ser los líderes estaban en un salón comedor muy exclusivo y en extremo lujoso a pesar del mucho tiempo que tenía de construido. Hablaban todos a los gritos, seguros que aquel monstruo iría al internado de nuevo y tenían que estar preparados; a ninguno, aparte de Fausto y de Francis, les importaba la suerte del recién llegado. Fausto estaba sentado a la cabeza de aquella mesa, tomándose las manos, preguntándose muy angustiado dónde demonios podía estar Bastian, mientras trataba de poner atención a lo que decían los demás. Uno de ellos, muy molesto, interrumpió de un grito los pensamientos de Fausto.
X “Oí un leve sonido a la mitad del día Era del viento que se paseaba alegre…” Una y otra vez, esa melodía tan hermosa, esa que arrullaba su corazón ante el terror, podía escucharla de la voz de un hombre, uno que no conocía, uno que estaba ahí con él, aunque no pudiera verlo. Bastian ya no sabía si de verdad escuchaba esa canción, o solo bailaba en su mente. Quería pensar que alguien estaba ahí, y que no deseaba hacerle daño. Ya había perdido la noción del tiempo que había transcurrido bajo esa enramada, a la que la bestia lo había llevado. Llevaba probablemente más de un día sin probar comida y eso había debilitado su cuerpo a más no poder, aquel sitio, minaba la voluntad de cualquiera. Sentía que estaba en el regazo tranquilo de alguien, que le acicalaba los cabellos y le susurraba esa melodía, tan suave, tan lenta como para que tocara el alma. Podía entender que se trataba de una canción de cuna y se enterneció. No le era posible abrir los ojos, estaba muy cansado, así que n
XI Lo ojos de Bastian veían cómo el cuerpo de esa bestia ardía y se hacía cenizas, dejando una estela de humo muy negro que se alzaba por encima de las copas de los árboles. Era aún de noche, la luz del fuego era intensa, y podía ver a los chicos a la perfección, no obstante, había dos de ellos que no conocía. Miró su mano izquierda, que todavía sostenía en esta aquel sucio y deteriorado pañuelo bordado, que era el tesoro de aquel que se carbonizaba. Bastian hubiera querido hacerle una tumba, pero ellos ya tenían el quemarlos como costumbre. Qué horror, haberse acostumbrado a matar de esa forma, para proteger a los que todavía no se transformaban en esas abominaciones. —Es hora de irse —dijo Francis dándole un golpecito en la espalda. Bastian se quejó ante el toque y sin darle tiempo de reaccionar a nadie, le levantó su camiseta y vio que tenía la espalda llena de moretones. No había duda que la criatura le trató con rudeza. —Seguro fue cuando me cargó en su hombro, sus manos no era
XII Escuchó una ruidosa campana que anunciaba la hora del desayuno. Se sentó en la cama sin abrir los ojos y sin encontrarse todavía con él mismo en ese momento. Se puso de pie, por fin parpadeó un tanto, se dio cuenta que estaba solo, que estaba en el internado y que Louis ya había salido de ahí. Se dirigió al baño, se quitó la ropa con lentitud y comenzó a lavarse los dientes. Estaba aún muy cansado sin entender el por qué. Pero fue en ese instante, frente al espejo y lleno de espuma en la boca, cuando como un rayo le llegaron los recuerdos al ver en su pecho pequeños moretones, que aunque no dolían, conocía a la perfección sus orígenes. La bestia, el secuestro… el beso. Se llevó las manos a la cabeza, aterrado, se metió a la ducha y, aunque todo era muy malo, ese beso que ya empezaba a palpitarle en los labios, lo tenía más asustado que feliz. Él jamás había sido audaz, ni directo, ni atrevido en ese tipo de cosas, por eso no entendía lo que sucedió ni qué lo empujó en ese momento
XIII Cada galope del caballo, la acercaba más y más a los brazos de quien sería su lúgubre y anciano esposo. Cada sonido de las ruedas de la carroza, era el canto de tristeza, misma que llevaba impregnada en todo el cuerpo. No quiso abrir las pequeñas cortinas, no quería saber el camino a la mansión de ese horrible hombre que la había comprado, para ser su esposa. Por que así se sintió ella, como mercancía, el pago de una deuda de sus padres a ese viejo de aspecto enfermo y cansado. Todos la convencieron de aceptar y no huir, al anciano no le quedaba mucho tiempo y ella sería inmensamente rica. Pero ella iba, porque de no ser así, igual la casarían con alguien que ella no deseaba, tal vez peor. Iba sola, a penas con el mayordomo del anciano, que era el encargado de arrear los caballos. Por fin se detuvo, el hombre abrió la portezuela de bordes dorados y le invitó a bajar. Ella apenas si viró sus ojos, vestía de manera sencilla, no quería impresionar a nadie. Al poner los pies en la
XIV Quien más estaba disfrutado del juego del gato y el ratón era Fausto. Le hacía una gracia enorme ver cómo Bastian hacía lo posible para rehuirlo, jugando él también, sorprendiéndolo en sitios que el de cabellos de noche no se esperaba y ver cómo se aferraba con angustia a Francis para que lo sacara de aquellos sitios donde ese de cabellos cobrizos llegaba como un relámpago. Bastian, en cambio, ya estaba fastidiado con la situación, tenía que enfrentar a Fausto, esa noche todos estaban alterados y ese beso fue producto de todo aquello. Pero ahí radicaba el problema. Ni para Fausto ni para el asustado recién llegado, aquello había sido producto de la exaltación. No obstante, si Bastian seguía escondiéndose, no podrían llegar a tener ambos una conversación seria, pero Fausto no forzaría nada, no deseaba que pensara que solo por ser el nuevo, sentía cosas por él. —Bueno, Bastian, te prometí que tendrías un lugar en el que podrías dibujar y enseñar a los chicos, ya te lo conseguí. Es