XV Bastian estaba luchando por encajar y lograr ganarse la confianza de esos chicos, que a su vez, se encontraban desesperados por acercarse a él. La primera gran interacción se dio en el pequeño curso de dibujo, al que solo asistió el primer día Francis y Antonio, luego unos más curiosos, y después ya no había espacio en aquel salón. Todos aún le temían mucho al de ojos grises, pero él los desarmaba con su sonrisa y calidez. Bastian, se estaba convirtiendo en ese amigo que hubieran querido conocer fuera de ese sitio, el aire fresco que afuera, las cosas no era tan horribles si había seres humanos como él. Francis siempre estaba a su lado, siempre apoyándolo, cosa que solo hacía que los celos de Fausto, muy infundados, aumentaran y lo desencajaran, porque era un hombre al que apreciaba en lo más profundo. Pero con Bastian, no podía controlar bien esos sentimientos que crecían en oleadas. Sus encuentros, se estaban convirtiendo en apasionados besos furtivos, como si en verdad en ese s
XVIBastian había salido corriendo al llamado silencioso de Fausto. Ese brillo en sus ojos cuando la luz de aquella lámpara alumbró su rostro, fue todo lo que necesitó para saber que le había lanzado una cuerda y de esta halaba con fuerza. El muchacho anduvo todo lo que sus piernas pudieron, pero el otro parecía haber desaparecido. Todo fue peor, cuando empezaron a caer gotas que se hacían más fuertes cada segundo. Venía entonces una tormenta.—Ah, maldita sea… —murmuró Bastian fastidiado con aquella situación. Creía que su día iba a terminar mejor que como empezó, y tendría la oportunidad de verse con Fausto, sin peleas de por medio que ni siquiera eran suyas. Se quedó un rato inmóvil, sin embargó, la lluvia arreció a tal punto que no podía ver con claridad a dónde ir para buscar algo de refugio. El ruido de los truenos estaba cada vez más aterrador. Bastian caminaba sin sentido, ya estaba empapado de pies a cabeza y algo asustado, en uno de esos estruendos del cielo tuvo que recoger
XVII Sin saber aún que hora de la madrugada era, los amantes dormían abrazados, cubiertos por sus gabanes como una manera de retener el frío. Seguían desnudos, la ropa estaba demasiado mojada, y así seguiría un buen tiempo. Fausto abrió los ojos primero, ya afuera de la cueva no se escuchaba el sonido de la lluvia, ni las luces de los relámpagos con sus ruidos aterradores. Supo que era momento de salir de ahí, a un lugar más cómodo para dormir y evitar enfermar. Al mover un poco su cabeza, se encontró con ese cabello tan negro, que ahora amaba. Lo acarició un poco con la intención de despertarlo y pareció funcionar, el muchacho perezoso empezó a estirarse, pero al dejar un brazo al descubierto lo cubrió de inmediato y se aferró más al cuerpo del Fausto. Este se alegró mucho, sin embargo, debió insistir en que despertara, era ya la hora, el fuego estaba casi extinto y no deseaba un resfriado. —Por favor, abre un poco tus ojos, nos pondremos la ropa que se pueda e iremos a descansar.
XVIII La alarma muy escandalosa empezó a resonar por todo el internado, era hora de abrir los ojos para comenzar el día, uno normal, aburrido y sin mayores expectativas, más que las de sobrevivir y llegar a la cama en la tarde, otra vez. Mientras todos entraban y salían del baño, él no parecía querer despertar para ir a las clases. Con la delicadeza de una enorme roca en pendiente, una almohada le cayó en el rostro, dándole el susto de su vida, tanto así que saltó de la cama de forma estrepitosa. —¿Pero es que te volviste loco? ¡Me hubieras podido matar de un maldito susto! —reclamó el recién levantado tomándose la espalda, había dolido en verdad la caída. —Mira, Sebastián, no me importa que anoche te hayas ido de juerga con tus amiguitos, ahora tienes responsabilidades y debes cumplirlas, o serás expulsado, así de fácil. El supervisor de piso, que era otro estudiante tan joven como él, dio la vuelta y salió de la habitación que compartía el bello durmiente con otros tres compañer
IXX Elis caminaba de puntillas, mientras dirigía a ese que le había descubierto en su misión de robar pan. Llegaron a una parte muy alejada de la mansión, más allá de las habitaciones, los salones y los cuartos de trebejos. Un lugar muy apartado donde casi nadie iba, más por el susto de encontrarse un bicho enorme, o de ver los huesos de algún desafortunado que haya vivido ahí, y no hubiese tenido forma de salir. Esa edificación, se decía, escondía muchos secreto. Por fin la caminata los llevó a unas escaleras viejas, en la cima ya de estas había un estrecho corredor y luego otras elegantes escalinatas en madera que llevaban a lo que parecía un ático. Ese era el sitio al que por fin le dirigía Elis, algo exagerado el tener que caminar tan lejos para comer pan. Sebastián lo miró mientras el chico se acomodaba en una enorme ventana circular por donde se filtraba la luna. Al parecer le gustaba mucho esa ubicación en particular. No se podía estar de pie en en esa habitación, así que gat
Acto Final Era otra noche, como muchas tantas antes, en las que Bastian debía cumplir con su turno en la clínica. Miraba por el ventanal del área de pediatría hacia la calle vacía, esperando encontrar el rostro de aquel al que esperaba hacía ya tanto tiempo. No llovía, no hacía frío, tampoco era un cielo estrellado. Era tan común tan normal, y aun así, ese mismo techo de estrellas, había sido testigo de cosas tan extraordinarias y siniestras, que nadie jamás podría plasmar completas en un libro. Miró la hora en su reloj, pasaba la media noche. Sonrió un poco y sin dejar de ver a la calle, tres pisos abajo, fingió tomar una copa y tomar de esta. —Feliz cumpleaños treinta y dos para mí. Otro, en el que no te tengo a mi lado… —dijo mientras cerraba el puño sobre su frente. Recordarlo dolía, sentir su ausencia minuto a minuto, era el infierno que debía soportar, para que así él regresara. Metió su mano en el bolsillo de la bata blanca adornado con el bordado de un pequeño oso Teddy, y
II —Bastian, hemos llegado. Por favor, baja. No se dio cuenta en qué momento su padre había detenido el auto pero en cuanto lo escuchó hablarle, abrió los ojos y solo pudo ver maleza por todo lado. Muy a lo lejos vio una torre de lo que suponía era del internado. Hasta ahora nada del lugar lo consideraba atractivo. El padre comenzó a bajar las valijas del chico con lo poco que pudo empacar. Un baúl pequeño donde guardaba sus dibujos y los materiales para hacerlos, era lo más pesado. —¿Por qué nos detuvimos acá? Aún parece que falta para llegar a la entrada principal, ¿vendrán por mis cosas o algo así? —preguntó llevando las manos a su cintura, intentando ver a alguien. —Este lugar luce terrible, ¿te esforzaste por conseguirme lo peor verdad? —Yo no puedo ir más allá. De ahora en adelante, tendrás que seguir tú solo. No parece que sea muy lejos así que no cargarás tus cosas mucho tiempo. Si te das prisa podrás llegar para el almuerzo. Bastian, recuerda, siempre que al lugar que f
III Lo único lindo de esa habitación eran los ventanales. Su enormidad, la vista; todo eso le recordaba mucho a la habitación en su casa. La nostalgia le pegó en el corazón cuando los recuerdos de una niñez tranquila y aburrida le llegaron a la cabeza. Tomó su pequeño baúl y lo metió bajo la cama y en ese instante un muchacho tan joven como él, intentó entrar al cuarto pero no pasó de la puerta y se quedó observándolo. Bastian se levantó de prisa y le sonrió. —¿Eres mi compañero de habitación? —El otro muchacho no respondió ni se movió. —Mucho gusto yo soy Bastian, soy nuevo en este internado pero de seguro ya sabes eso. ¿Cuál es tu nombre? —Mi nombre es Louis, y sí soy tu compañero de cuarto. —Mucho gusto Louis. Bastian le observó un momento y no sintió nada negativo de parte de ese joven de cabello lacio, del color del trigo. Tenía la mirada sencilla, los ojos enormes y de color miel, las facciones muy finas, parecía eso sí muy delgado apesar de ese montón de ropa que llevaba e