XI Lo ojos de Bastian veían cómo el cuerpo de esa bestia ardía y se hacía cenizas, dejando una estela de humo muy negro que se alzaba por encima de las copas de los árboles. Era aún de noche, la luz del fuego era intensa, y podía ver a los chicos a la perfección, no obstante, había dos de ellos que no conocía. Miró su mano izquierda, que todavía sostenía en esta aquel sucio y deteriorado pañuelo bordado, que era el tesoro de aquel que se carbonizaba. Bastian hubiera querido hacerle una tumba, pero ellos ya tenían el quemarlos como costumbre. Qué horror, haberse acostumbrado a matar de esa forma, para proteger a los que todavía no se transformaban en esas abominaciones. —Es hora de irse —dijo Francis dándole un golpecito en la espalda. Bastian se quejó ante el toque y sin darle tiempo de reaccionar a nadie, le levantó su camiseta y vio que tenía la espalda llena de moretones. No había duda que la criatura le trató con rudeza. —Seguro fue cuando me cargó en su hombro, sus manos no era
XII Escuchó una ruidosa campana que anunciaba la hora del desayuno. Se sentó en la cama sin abrir los ojos y sin encontrarse todavía con él mismo en ese momento. Se puso de pie, por fin parpadeó un tanto, se dio cuenta que estaba solo, que estaba en el internado y que Louis ya había salido de ahí. Se dirigió al baño, se quitó la ropa con lentitud y comenzó a lavarse los dientes. Estaba aún muy cansado sin entender el por qué. Pero fue en ese instante, frente al espejo y lleno de espuma en la boca, cuando como un rayo le llegaron los recuerdos al ver en su pecho pequeños moretones, que aunque no dolían, conocía a la perfección sus orígenes. La bestia, el secuestro… el beso. Se llevó las manos a la cabeza, aterrado, se metió a la ducha y, aunque todo era muy malo, ese beso que ya empezaba a palpitarle en los labios, lo tenía más asustado que feliz. Él jamás había sido audaz, ni directo, ni atrevido en ese tipo de cosas, por eso no entendía lo que sucedió ni qué lo empujó en ese momento
XIII Cada galope del caballo, la acercaba más y más a los brazos de quien sería su lúgubre y anciano esposo. Cada sonido de las ruedas de la carroza, era el canto de tristeza, misma que llevaba impregnada en todo el cuerpo. No quiso abrir las pequeñas cortinas, no quería saber el camino a la mansión de ese horrible hombre que la había comprado, para ser su esposa. Por que así se sintió ella, como mercancía, el pago de una deuda de sus padres a ese viejo de aspecto enfermo y cansado. Todos la convencieron de aceptar y no huir, al anciano no le quedaba mucho tiempo y ella sería inmensamente rica. Pero ella iba, porque de no ser así, igual la casarían con alguien que ella no deseaba, tal vez peor. Iba sola, a penas con el mayordomo del anciano, que era el encargado de arrear los caballos. Por fin se detuvo, el hombre abrió la portezuela de bordes dorados y le invitó a bajar. Ella apenas si viró sus ojos, vestía de manera sencilla, no quería impresionar a nadie. Al poner los pies en la
XIV Quien más estaba disfrutado del juego del gato y el ratón era Fausto. Le hacía una gracia enorme ver cómo Bastian hacía lo posible para rehuirlo, jugando él también, sorprendiéndolo en sitios que el de cabellos de noche no se esperaba y ver cómo se aferraba con angustia a Francis para que lo sacara de aquellos sitios donde ese de cabellos cobrizos llegaba como un relámpago. Bastian, en cambio, ya estaba fastidiado con la situación, tenía que enfrentar a Fausto, esa noche todos estaban alterados y ese beso fue producto de todo aquello. Pero ahí radicaba el problema. Ni para Fausto ni para el asustado recién llegado, aquello había sido producto de la exaltación. No obstante, si Bastian seguía escondiéndose, no podrían llegar a tener ambos una conversación seria, pero Fausto no forzaría nada, no deseaba que pensara que solo por ser el nuevo, sentía cosas por él. —Bueno, Bastian, te prometí que tendrías un lugar en el que podrías dibujar y enseñar a los chicos, ya te lo conseguí. Es
XV Bastian estaba luchando por encajar y lograr ganarse la confianza de esos chicos, que a su vez, se encontraban desesperados por acercarse a él. La primera gran interacción se dio en el pequeño curso de dibujo, al que solo asistió el primer día Francis y Antonio, luego unos más curiosos, y después ya no había espacio en aquel salón. Todos aún le temían mucho al de ojos grises, pero él los desarmaba con su sonrisa y calidez. Bastian, se estaba convirtiendo en ese amigo que hubieran querido conocer fuera de ese sitio, el aire fresco que afuera, las cosas no era tan horribles si había seres humanos como él. Francis siempre estaba a su lado, siempre apoyándolo, cosa que solo hacía que los celos de Fausto, muy infundados, aumentaran y lo desencajaran, porque era un hombre al que apreciaba en lo más profundo. Pero con Bastian, no podía controlar bien esos sentimientos que crecían en oleadas. Sus encuentros, se estaban convirtiendo en apasionados besos furtivos, como si en verdad en ese s
XVIBastian había salido corriendo al llamado silencioso de Fausto. Ese brillo en sus ojos cuando la luz de aquella lámpara alumbró su rostro, fue todo lo que necesitó para saber que le había lanzado una cuerda y de esta halaba con fuerza. El muchacho anduvo todo lo que sus piernas pudieron, pero el otro parecía haber desaparecido. Todo fue peor, cuando empezaron a caer gotas que se hacían más fuertes cada segundo. Venía entonces una tormenta.—Ah, maldita sea… —murmuró Bastian fastidiado con aquella situación. Creía que su día iba a terminar mejor que como empezó, y tendría la oportunidad de verse con Fausto, sin peleas de por medio que ni siquiera eran suyas. Se quedó un rato inmóvil, sin embargó, la lluvia arreció a tal punto que no podía ver con claridad a dónde ir para buscar algo de refugio. El ruido de los truenos estaba cada vez más aterrador. Bastian caminaba sin sentido, ya estaba empapado de pies a cabeza y algo asustado, en uno de esos estruendos del cielo tuvo que recoger
XVII Sin saber aún que hora de la madrugada era, los amantes dormían abrazados, cubiertos por sus gabanes como una manera de retener el frío. Seguían desnudos, la ropa estaba demasiado mojada, y así seguiría un buen tiempo. Fausto abrió los ojos primero, ya afuera de la cueva no se escuchaba el sonido de la lluvia, ni las luces de los relámpagos con sus ruidos aterradores. Supo que era momento de salir de ahí, a un lugar más cómodo para dormir y evitar enfermar. Al mover un poco su cabeza, se encontró con ese cabello tan negro, que ahora amaba. Lo acarició un poco con la intención de despertarlo y pareció funcionar, el muchacho perezoso empezó a estirarse, pero al dejar un brazo al descubierto lo cubrió de inmediato y se aferró más al cuerpo del Fausto. Este se alegró mucho, sin embargo, debió insistir en que despertara, era ya la hora, el fuego estaba casi extinto y no deseaba un resfriado. —Por favor, abre un poco tus ojos, nos pondremos la ropa que se pueda e iremos a descansar.
XVIII La alarma muy escandalosa empezó a resonar por todo el internado, era hora de abrir los ojos para comenzar el día, uno normal, aburrido y sin mayores expectativas, más que las de sobrevivir y llegar a la cama en la tarde, otra vez. Mientras todos entraban y salían del baño, él no parecía querer despertar para ir a las clases. Con la delicadeza de una enorme roca en pendiente, una almohada le cayó en el rostro, dándole el susto de su vida, tanto así que saltó de la cama de forma estrepitosa. —¿Pero es que te volviste loco? ¡Me hubieras podido matar de un maldito susto! —reclamó el recién levantado tomándose la espalda, había dolido en verdad la caída. —Mira, Sebastián, no me importa que anoche te hayas ido de juerga con tus amiguitos, ahora tienes responsabilidades y debes cumplirlas, o serás expulsado, así de fácil. El supervisor de piso, que era otro estudiante tan joven como él, dio la vuelta y salió de la habitación que compartía el bello durmiente con otros tres compañer