Nadia

La mujer miró atentamente sus uñas, pensando en lo idiota que era su hijo. Ya en una ocasión una mujer lo había timado y ahora pretendía nuevamente caer en el mismo abismo.

«¿De quién había sacado esa cualidad tan enamoradiza?» se preguntó.

Sin duda, no era de ella. Una frialdad innata era lo que se necesitaba en el mundo de los negocios, pero eso parecía ser mucho pedir para un hombre como Massimo.

—¿En qué piensas, madre?

—En la estupidez de tu hermano—Karla no entendió de qué hablaba—. ¡Compruébalo por ti misma!—dijo la mujer con dramatismo, extendiéndole una revista.

—Esto es…

—Sí, tu hermano parece que no aprendió la lección pasada.

—Pero esa mujer yo la conozco—recordó la joven el día en que había encontrado a la pareja en la oficina de su hermano a punto de tener un encuentro sexual.

—¿Ah, sí? Por favor, ilumíname, hija. Necesito saber todo sobre esa que pretende convertirse en una Echeverría.

—¿Qué dices, mamá?

—¿Acaso no has leído el titular?

Los ojos grises de la me
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