La mujer miró atentamente sus uñas, pensando en lo idiota que era su hijo. Ya en una ocasión una mujer lo había timado y ahora pretendía nuevamente caer en el mismo abismo. «¿De quién había sacado esa cualidad tan enamoradiza?» se preguntó. Sin duda, no era de ella. Una frialdad innata era lo que se necesitaba en el mundo de los negocios, pero eso parecía ser mucho pedir para un hombre como Massimo. —¿En qué piensas, madre? —En la estupidez de tu hermano—Karla no entendió de qué hablaba—. ¡Compruébalo por ti misma!—dijo la mujer con dramatismo, extendiéndole una revista. —Esto es…—Sí, tu hermano parece que no aprendió la lección pasada. —Pero esa mujer yo la conozco—recordó la joven el día en que había encontrado a la pareja en la oficina de su hermano a punto de tener un encuentro sexual.—¿Ah, sí? Por favor, ilumíname, hija. Necesito saber todo sobre esa que pretende convertirse en una Echeverría. —¿Qué dices, mamá? —¿Acaso no has leído el titular? Los ojos grises de la me
Massimo se hallaba revisando unos documentos en su oficina, para el momento en que su madre irrumpió en el lugar. La dama de facciones delicadas se encontraba viéndolo fijamente desde el umbral. Su mirada, decía más que cualquier palabra, era una mirada cargada de reproche y severidad. —¡No creas que permitiré que te cases nuevamente con una arribista!—sentenció la mujer entrando con grandes zancadas al lugar. —¿Arribista? ¿De qué estás hablando, madre? —Te sientes lo suficientemente inteligente, pero déjame decirte que no eres más que un imbécil. ¡¿Una secretaria, Massimo?! ¡Por Dios, cualquiera podría darse cuenta de qué es lo que quiere! —¡Estás muy equivocada, porque Victoria no es ese tipo de mujer!—respondió el hombre con firmeza, elevando el tono de su voz. —¿Ah, no? Entonces espero que no tenga ningún problema en firmar un acuerdo prenupcial. Nadia lo tenía todo fríamente calculado, si su hijo se rehusaba a poner en marcha aquel acuerdo, entonces se encargaría de que el
Para ese punto, Victoria no sabía qué estaba pasando con su prometido. Se había comunicado también a la empresa, pero su secretaria no supo darle razón de él. —El día de ayer pidió que cancelara todas sus reuniones, parecía estar sufriendo de algún tipo de jaqueca—le contó la mujer. —Mmm, gracias, Eloísa. Si se presenta en el transcurso del día, infórmame, por favor. —Por supuesto, señorita Victoria. Luego de aquella llamada que la dejo mucho más ansiosa, la castaña se preparó para asistir a la universidad. Por más que aquel asunto le inquietara, no podía detener su mundo de esa forma. Sin embargo, Victoria no se esperaba que al salir de la casa de su abuela, un Maserati rojo estuviese estacionado en la entrada del lugar. La mujer miró el auto con ojos entrecerrados, Massimo no ocupaba un auto tan llamativo, tal vez esa persona estaba esperando a algún vecino, concluyó ignorándolo. Para sorpresa de la castaña, el auto hizo sonar su bocina en cuanto sus pies pisaron la acera. Aquell
Nadia era una mujer llena de frialdad, luego de que su futura nuera se marchara, siguió degustando de una copa de champán en el cómodo asiento de aquel restaurante. Su hija Karla llamó a su teléfono, puesto que le había parecido muy sospechosa la actitud de su madre en esa mañana. —Mamá, ¿dónde estás?—Resolviendo unos asuntos, pequeña hija—explicó la rubia detallando el diseño de sus uñas postizas. —¿Y esos asuntos tienen que ver con la fulana Victoria? —Puede ser—decidió no aclarar ni negar nada. —Mamá, por favor, no te metas en problemas. Recuerda que Massimo puede ser muy temperamental cuando lo provocan. —Tarde, querida. Ciertamente, Nadia no tenía temor a las consecuencias, para ella ofrecerle dinero a aquella oportunista había sido lo correcto. De todas formas, era su responsabilidad proteger el patrimonio de su familia. Karla suspiró, consciente de lo impulsiva que podría llegar a ser su madre en estos casos. Si Anneliese Russo se había salvado de aquella intensidad, e
«¿Cómo decirle a Victoria que debían firmar un acuerdo prenupcial?», aquella era una pregunta que no había abandonado la mente de Massimo en la última hora.Victoria había recogido los platos de la mesa luego de cenar, y se encontraba en ese justo momento en el fregadero lavando la vajilla; mientras tanto, su acompañante no dejaba de ver su pequeña silueta. El cabello de la mujer caía por su espalda como una encantadora cascada, lo tenía largo, y su tono castaño combinaba perfectamente con la dulzura de su piel aterciopelada.«Es tan hermosa» pensó Massimo. Odiaba la idea de arruinar esa complicidad que tanto les había costado alcanzar. Su prometida seguramente se enfadaría ante lo que tenía para decirle, lo miraría mal y le diría un sinfín de cosas desagradables. Solamente esperaba que, luego de su enojo, pudiese entender sus razones y que no lo hacía por desconfianza, de hecho, no existía una persona en el mundo en la que pudiese confiar más.—Bien, ya cenamos y la comida estuvo rea
Gerónimo se encontraba estacionado al frente de la universidad de Victoria.—¡Victoria!—la llamo al divisarla salir en compañía de otra persona.—Nos vemos mañana, Lilian—se despidió la castaña con un beso en la mejilla de su compañera de clases.Mientras caminaba en dirección al automóvil, Victoria no dejaba de pensar en lo mucho que aquella situación podría malinterpretarse. Ella estaba comprometida con un hombre y, sin embargo, venía uno distinto a recogerla.—No me avistaste que vendrías, Gerónimo—dijo al subirse al vehículo.—No me quedo más remedio, Victoria—le hizo saber el hombre con cierto tono de reproche—. ¿Por qué no atendías mis llamadas?Ciertamente, Gerónimo sentía que Victoria lo estaba evitando, cosa que, lo tenía muy disgustado.—He estado un poco ocupada—contestó Victoria notando aquel descontento en su voz—. Ya sabes: está la universidad, el asunto de la boda, son muchas cosas.—¿Estás segura de que es solamente eso?—Claro, ¿qué más podría ser?—lo miro cautelosa,
Los meses transcurrieron rápidamente, ya estaba todo casi listo para la flamante boda.—Dentro de un mes, Victoria—le sonrió Massimo a su prometida.La castaña en su interior se sentía muy emocionada. A pesar de que era una boda que ocultaba muchas mentiras, ella no podía evitar sentirse feliz.La madre de Massimo, Nadia, no había vuelto a inmiscuirse en ninguna de las decisiones de su hijo. Después de todo el hombre había cumplido con su petición, el acuerdo prenupcial estaba en marcha, aunque aún no habían firmado el dichoso documento. Ese día, en particular, estaban eligiendo la casa que ocuparían en su vida matrimonial. Victoria había insistido en que podían quedarse a vivir en el departamento de Massimo, sin embargo, el hombre se negó rotundamente.—Quiero una casa con un gran jardín—había dicho él.—¿Un jardín? No sabía que te gustaban tanto las flores—se burló Victoria.Pero Massimo ocultaba una razón más importante, que su supuesto gusto por las flores. Él sabía lo que quería
—Con este contrato prenupcial, los bienes de ambos contrayentes se repartirán de forma individual en el caso de un divorcio. Esto quiere decir que cada uno de los futuros esposos, podrá quedarse con lo que tiene o adquiera durante el matrimonio, sin tener que ceder su mitad al otro. Victoria asintió en respuesta. El abogado desde que había llegado no dejaba de clavar sus oscuros ojos sobre ella, claro, no era un secreto para nadie, que no poseía ni un centavo en su cuenta bancaria. Por eso, ese hombre de la ley estaba más interesado en resguardar los intereses de su contratante, porque era él, quien tenía las de perder en el caso de divorciarse. «¿Qué estás haciendo?», se reprendió la mujer, ya ni siquiera tenía como excusa el tema del dinero como motivo para casarse. Había ocultado aquella información tan relevante a Gerónimo, para no verse en vuelta en su juicio silencioso. Seguramente, Gerónimo le diría que debió negarse a dicho acuerdo, que debió cancelar la boda y presionar par