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Capítulo 5 - Recordando (parte 1)

Emmanuel

Miré con fijeza a Alexey de nuevo, desde hace rato tenía un cuento raro con Mapa. Aunque los dos se mantienen en que son amigos, pero se veían extraños.

—Más te vale. Ya contraté la compañía femenina para dentro de ocho días. Tendremos a cinco bellas y despampanantes mujeres con sus preferencias.

Choqué las cinco con Samuel, estos éramos nosotros. Un muro impenetrable de amistad sincera. Desde el mismo instante en que llegué a esta gran familia, me hicieron sentir eso… una familia. Pero no iba a permitir una falta hacia mis tesoros; mis hermanas eran sagradas. Y les he enseñado a Eduardo José y Camilo Andrés el respetarlas y defenderlas con nuestras vidas. No vendrá un aparecido a ofenderlas.

—Alexey. —sonrió, advirtió mi llamado de atención—. Así me muelas a palo, sabes que también puedo causarte daño. Si Mapa sale lastimada mañana, una vez la ponga a salvo, escóndete. Solo por esta vez lo pasaré, a la segunda te la verás conmigo.

Estaba a punto de reventarle la cara al rubio. Traté de calmarme, pero ¿cómo se le ocurría invitarla a un antro como ese? Mi pequeña Blanquita no era mujer para esos lugares de mala muerte, menos mi pequeña Morenita y donde va una va la otra.

—¿Recuerdas, hermano, lo que le pasó una vez a Samuel? —habló el economista.

—Si ya lo sé, si no te hacemos caso al momento de curarnos, te las desquitarás.

—Espero que lo tengas claro.

—¡Emmanuel! —Al girar la mujer con quien vine, me llamaba.

—Ya regreso.

—Compártela. —sonreí.

—No es nada mío, ya saben a dónde deben llamarla. Ya regreso. —Al llegar donde Lina la tomé de la cintura.

—Morenazo ya me voy, tengo otros clientes.

—Listo preciosa. Te acompaño a tu auto.

—Gracias por invitarme a una reunión tan familiar.

—Sabes cuál es nuestra relación, no pienses en nada diferente.

Por el modo de mirarme, debía de tener presente que ya no puedo llevarla a cama, no sea que se haga falsas ilusiones, solo hasta el fin de semana.

—Sí, ya sé cómo eres. El verga sin dueña. —sonreí de nuevo.

A mi madre no le agradaban para nada las amigas con quienes salía, se quedaba callada, aunque esa mirada era una daga. Al llegar a su auto, la besé, jugué con su lengua y para finalizar le mordí el labio, sacándole un sutil jadeo.

—Nos vemos dentro de ocho días.

—Solo porque tienes una verga mágica y sabes moverla. De lo contrario, eres un patán con modales.

—Gracias. No eres la primera en decirlo.

La vi partir, al darme la vuelta me llevé por delante a una chica… ¡Rubí! Pero hasta en la sopa la encuentro.

—Lo siento.

—Discúlpame a mí, sin las gafas no veo.

Tenía los ojos rojos. Hice a un lado el malestar de incomodidad que ella me generaba desde… siempre. Para dejar salir al médico. Saqué del bolsillo la pequeña linterna que siempre cargaba y revisé su ojo. Parece una conjuntivitis severa.

—¿Te estás medicando?

—Sí. —Fue un susurro, sus ojos cafés se humedecieron.

—Debes cuidarte, tienes mucha irritación ocular. —Se puso las gafas, la ponía nerviosa. Sonreí, era una niña—. Recuerda que tienes una cita el lunes.

—Así no tenga ojos, asistiré.

— Sentido de responsabilidad. Empiezas bien, niña. Ahora con permiso.

—Pase. —Lo dijo como si estuviera echando a un perro.

—¿Me acabas de decir canino? —Esta vez su mirada era retadora.

—Usted lo ha dicho.

—Voy a ser tu jefe. —Era osada la intelectual.

—Aquí somos familia.

No dije nada y me alejé, vaya manera de decirle en la cara sin decirlo que era un perro.  

……***……

Gabriela

Llegamos a las dos de la mañana del triple matrimonio. Quedó precioso, espero algún día también casarme. El problema ahora era que no tenía claro quién será el susodicho. Bajamos del carro de Eulises; los cuatro nos vinimos con él, y mis padres bajaron del suyo.

—Gabriela. —llamó Raquel.

Frente a mamá, nos decimos los nombres correctos. Si algo la enojaba era el no llamarnos como correspondía o utilizáramos el diminutivo, los apodos frente a ella quedaron descartados; de lo contrario, eso para mamá era el inicio de una guerra. Aunque había excepciones, en su vida solo se lo aceptaba al tío Alejo. 

—Dime manita. —Le dije cerca del oído.

—Esta tarde olvidé decirte, te llamó José Saldarriaga.

A Raquel siempre le había llamado la atención él, desde la primera vez que vino invitado por papá. A ellos les caía muy bien, pero yo solo lo veía como un amigo. Cuando ingresé a la universidad, él cursaba el último semestre; aun así, nos hicimos buenos amigos. Luego, cuando realizó las pasantías en CM abogados, el bufete de la familia, le fue muy bien y papá, como su mentor, lo alentó para abrir su propio bufete.

Él se inclinó laboralmente por el lado comercial. En todo caso, ya tenía cuatro años en donde había ido escalando favorablemente en el mundo del derecho comercial. A mí no me gustaba, pero a mi pequeña hermana sí. Aunque le llevaba casi siete años.

—Lo llamaré cuando sea la hora correcta.

Tenía la excusa perfecta para llamarlo mañana. Lo invitaré a merendar a la casa para hablar del favor requerido, ojalá acepte la propuesta. Espero no hacerle daño a Raquel, aunque si él acepta, le contaré a mi hermana. Ante todo, la lealtad familiar.  

—Sigue sin llamarte la atención.

—Exacto, aunque voy a pedirle un favor.

—Gabriela. —llamó mamá—. Mañana debo viajar a finiquitar la obra en Panamá. Iré con tu padre, quedas a cargo de la casa.

—Perfecto, mamá. Ahora voy a dormir, estoy cansada.

Cada uno ingresó a su habitación. La señora Fernanda tenía la particularidad de hacer cambio y renovación cada cinco años. Por eso, desde el mes pasado mi recámara fue remodelada con tonos turquesas, convirtiéndola en una habitación de ensueño. Me cambié de ropa, desmaquillé el rostro, lavé mis dientes, tomé el vaso de agua, y me metí debajo del edredón para dormir.

El problema vino al cerrar los ojos. De una parte, la imagen de un castaño de ojos cafés, cuerpo perfecto, sonrisa endemoniada, besador experto, invadió mis pensamientos. Mis ojos se humedecieron, lo peor de todo era que él no había mentido, no jugó conmigo, siempre fue muy claro cuando le propuse en la tercera visita conyugal que tomara mi virtud y me enseñara. Una vez más regresé al pasado.

—¿Qué tiene de malo?

—¿Es en serio tu propuesta, Gaby? Acabas de ofrecerme tu virginidad, ¡mira donde estamos! —Ya lo había decidido, por eso me lancé a besarlo.

Se sorprendió, pero no se apartó. Por unos minutos siguió el beso, luego con delicadeza me alejó. Esos preciosos ojos cafés se habían oscurecido.

—¿Te disgustó?

—No es eso, cachetona.

De tanto decirme ese apodo, ya lo amaba, solo él me dice así. Cuando los niños lo correteaban por donde fuera con el zapato para pegarle, de ahí tenía ganado el apodo de mini Chuky, ese tampoco me enojaba, al contrario; si algo admiraba de mi madre era ese poco filtro que tenía para decir las cosas y apoyar a quien tenía la razón ante sus amigos.

—¿Entonces?

—Ven, —me sentó en la cama—. Es tu virtud, se supone que las mujeres se las entregan al hombre amado. —Por eso, idiota, ¿no lo captas?— Gaby…

—No es nada de eso. No hay amor, pero quiero hacerlo con alguien de confianza. Tú puedes enseñarme las técnicas, nada de romanticismo.

—Eres rara.

—¿Hasta ahora lo notas? —Se pasó la mano por el rostro.

—Sin sentimientos, solo será sexo. —afirmé—. Nada de embarazo. Esto es técnico, por eso debes cuidarte, yo también lo haré. —volví a aceptar sus condiciones—. Por eso lo haremos la otra semana. Quiero que pienses muy bien, Gabriela Maldonado Villarreal. No quiero que luego me salgas con; estoy enamorada.

» No lo digo por ser una m****a, sabes lo mucho que te aprecio. Solo quiero dejarlo claro y que seas consciente de esta locura. Para nosotros, los hombres es muy fácil excitarnos. Pero las mujeres no. —Tomó mis manos—. ¿Por qué razón pides esto?

No podía decirle lo perdidamente enamorada que estaba de él desde los trece años. Me puse roja, desvié la mirada.

—Solo quiero.

—Gabriela…

—Sabes el problema de obesidad por el cual pasé, por eso mi piel tiene estrías, no me siento cómoda.

—¡Tienes un cuerpo lindo!, ¿esa es la razón por la cual te has mantenido virgen? Ese es tu miedo a perder tu virginidad, Gaby, tienes veintiún años.

—Es muy fácil para ti decir eso porque tienes el cuerpo perfecto, de un modelo de revista. Pero sabes que hasta mis dieciocho años fui gordita.

—Eras una mujer rellena, una linda cachetona, no obesa.

—Lo dices porque me ves con afecto familiar, pero afuera los hombres no piensan así. El adelgazamiento dejó imperfecciones. Quiero sentirme segura, Samuel.

—¿Por qué no le pides lo mismo a Ernesto, Emmanuel, Egan o Alexey?

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