Salieron del hospital esa misma tarde. Con un vestido ligero, llevado por el mismo Hyun-Seok, y montada en una silla de ruedas que él empujaba como su "esposo", Elizabeth abandonó el lugar que se había convertido en su hogar durante meses, aunque no recordaba haber vivido allí. Sintió una fuerte presión en el pecho cuando Seok la cargó con gallardía y la acomodó en el asiento del copiloto, asegurándole con mucho cuidado el cinturón de seguridad.
Detrás de él, sus guardaespaldas personales llevaban sus pertenencias y las metían en el maletero, mientras subían a otro coche polarizado, estacionado detrás de ellos. Rebeca miró el tablero del coche con atención: pantallas brillantes, un moderno sistema de música con señal de internet y un vistoso volante que parecía de plata. Vio la marca de forma disimulada y abrió los ojos al reconocer que era un Mustang.
«En Venezuela apenas empezaron a verse los Ferrari y los modelos más viejos. Apenas había visto un Mustang en las redes.»
El viaje transcurrió en un silencio casi absoluto, acompañado solo por la música pop en inglés. Ella observaba el camino y, de vez en cuando, el rostro de Hyun-Seok, quien conducía con atención cautelosa y a una velocidad adecuada.
—Luego de tu accidente dejé de conducir a alta velocidad —dijo él.
—¿Siempre lo hacías?
—En Alemania hay carreteras donde no existe un límite de velocidad. Aumentar la potencia es mi estilo de vida, y también el tuyo —respondió con voz entrecortada—. También el tuyo.
El accidente. Le dijeron que fue por manejar a exceso de velocidad. «Pues claro, ¿quién no sufriría un accidente si manejas como un maníaco? De seguro esta mujer era una niña mimada, sin respeto por las reglas.»
Finalmente, los altos edificios fueron sustituidos por apartamentos y villas que superaban la imaginación de Rebeca, quien apenas había conocido los pobres edificios derruidos del centro de su ciudad. Sus ojos azules brillaban con una emoción desconocida, que se instalaba en su interior y la hacía temblar.
Entraron en una zona privada y se estacionaron en un aparcamiento interno, donde una fila de coches limpios y brillantes provocó que Rebeca abriera la boca, sorprendida.
—Joder, ¿todos esos coches son tuyos?
Seok soltó una risa divertida.
—No, no son míos.
Al llegar al final, señaló una zona privada y acordonada, donde se veían aparcados cinco coches de concesionaria y último modelo. En la pared había una placa que decía: Familia Kim-Rouch. Hyun-Seok respondió con solemnidad y autoridad varonil, haciendo que ella temblara por razones desconocidas:
—Todos esos son nuestros.
En el elevador, ambos estaban en silencio. Rebeca tenía las manos sobre su regazo, apretándolas con fuerza mientras intentaba calmar los latidos de su corazón. Mientras los números se iban marcando en el tablero, ella trataba de adivinar el piso en el que se bajarían.
—¿Recuerdas el piso de nuestro apartamento? —le preguntó.
—No realmente... Y ya vamos por el piso 21.
—Está bien. Es natural que no recuerdes muchas cosas, pero al menos ya recordaste quién eres, y eso me es suficiente.
Rebeca no dijo nada. Al llegar al piso 34, la puerta se abrió y Kim empujó la silla de ruedas con cuidado. Se detuvieron en la puerta 34-C, metiendo la llave, la giró y la abrió. El lugar estaba oscuro; no podía distinguir absolutamente nada por dentro. Ambos entraron en silencio, y al encenderse la luz, varias personas aparecieron en su campo de visión, con el sonido de lo que parecían petardos inundando el silencio.
El rostro de personas con rasgos perfectamente europeos y llenos de una alegría efusiva la hizo sentirse incómoda, más cuando sus sonrisas, grandes y perfectas, estaban todas dirigidas a ella.
—¡Bienvenida a casa!
—Ah...
Dos mujeres se acercaron. Una era mayor y tenía lágrimas en los ojos; la otra, relativamente joven, usaba un traje de oficina. Eran la mamá y la mejor amiga de la infancia de Elizabeth.
—¡Mi niña, gracias a Dios que has vuelto! —gritó la mujer mayor, abrazando a Rebeca con fuerza por el cuello—. ¡Sabía que volverías, mi tesoro, lo sabía!
—Eli, qué gusto verte. Finalmente...
La más joven miró a Seok, pero él no le regresó la mirada. Por su parte, Rebeca se hundía en la silla, sintiendo cómo todas las miradas de personas desconocidas se fijaban en ella, como si realmente la conocieran. Los latidos de su corazón aumentaron, golpeando furiosamente su nueva piel en un intento de salir.
—¿Eli?
—No sé quiénes son ustedes —soltó de inmediato—. Yo no...
—¡Elizabeth, pero si soy tu madre, y ella es Corina! ¿De qué estás hablando?
—¡Es suficiente!
La voz fuerte y severa de Hyun-Seok detuvo la animosidad del ambiente. Las dos mujeres miraron al hombre como si hubieran visto a un recién aparecido. Los demás invitados estaban estáticos, viendo cómo el rostro del asiático comenzaba a tornarse rojo. Era una señal de que estaba cabreado.
Rebeca no dijo nada; primero, porque le convenía, y segundo, porque también sintió el peso de su voz sobre ella.
—Señora Katherine... Le dije que nada de fiestas. Elizabeth no se siente bien del todo —dijo con una voz fría, aunque respetuosa—. Ver muchas personas puede abrumarla.
—¡Pero nos dijiste que ella estaba perfecta! No pude estar con ella cuando despertó, así que organicé esta fiesta para ambos.
Hyun-Seok la miró severamente, como si hubiera cometido un crimen.
—No debió hacerlo, así de sencillo.Rebeca no pudo evitar alzar una ceja internamente ante esas palabras. Seok, por su parte, seguía con la mirada seria, observando a los demás invitados, que no eran más que amigos lejanos de la familia. La única cercana era Corina Hearthrone, una joven de cabello chocolate y ojos verdes, que trabajaba como manager personal de varios influencers, entre ellos, Elizabeth. Eran, además, amigas de la infancia.
No podía hablar como quisiera con su suegra, así que, abriendo la puerta, miró al resto de una forma que nadie pudiera llevarle la contraria.
—Por favor, les pido que se vayan. Necesito hablar con la señora Katherine... a solas.Hyun-Seok no perdió la oportunidad de mirar a Corina con recelo. Ella, por su parte, arrugó ligeramente el entrecejo, pero, mirando a Elizabeth y luego a Katherine, soltó un suspiro y salió de allí, seguida del resto de los invitados.
Rebeca no soltó palabra alguna, su mirada estaba fija en su regazo mientras apretaba sus uñas contra su carne. Hyun-Seok tomó las asas de la silla.
—Voy a llevar a Elizabeth a su cuarto; ella merece descansar. —Kim, quiero... —Yo lo haré, suegra. —Volteó hacia ella con una sonrisa fina—. Tiene que creerme, hago lo mejor para ella.La llevó a su habitación. El cuarto era grande, con una ventana que daba a un pequeño balcón donde se podía ver un vasto terreno boscoso y la ciudad a lo lejos. Tenía una decoración moderna con tonos grises y negros, y todas las comodidades: una chimenea eléctrica, un televisor de pantalla plana y hasta cuadros en formato tableta.
Seok tomó a Rebeca entre sus brazos, cargándola como una princesa, y la llevó a la cama, donde la depositó con tanto cuidado como si fuera de vidrio. El fuerte calor llegó a sus mejillas al mirarlo tomar las sábanas y ponerlas encima de ella para abrigarla.
—Hace mucho frío. Tienes que abrigarte bien para que no te resfríes... ¿No necesitas algo? ¿Algo para comer, beber...? No has comido nada desde que saliste del hospital. Debí comprarte algo en el camino. Lo siento, amor mío.
Rebeca negó. Luego de lo sucedido, había perdido el hambre y solo tenía una inmensa curiosidad por saber quiénes eran todas esas personas, pero sobre todo, por conocer a esas dos mujeres tan cercanas a la verdadera Elizabeth.
—¿Es cierto que esa mujer es mi madre? —dijo en un tono quedo—. ¿Por qué no dejaste que me acompañara? —No estás para visitas, lo dijo tu doctor. Además, no la recuerdas; ¿no crees que sería difícil y doloroso para ambas? Ella sufrirá al saber que ni siquiera sabes bien quién eres, y tú sufrirás porque querrás recordar y no puedes.Se sentó a su lado en el borde de la cama. Su mano se posó sobre la de ella y le dio un apretón contenedor. Rebeca nunca pensó que una mano así pudiera tocarla; ni siquiera se había imaginado que un hombre como él le miraría, mucho menos con tanto amor como Hyun-Seok lo hacía ahora.
El nudo en su pecho se hizo más pesado, producto de la culpa de su usurpación.
—Eli, sé que esto es complicado. Debes estar confundida, incluso asustada. Pero te prometo que no tienes por qué temer, porque yo estoy aquí contigo. —Tomó su mano y la pegó a su pecho—. Cuando nos casamos, te prometí que estaría contigo en las buenas y en las malas, y eso haré. Lucharé para que puedas recordar nuestra vida, todas las cosas hermosas que compartimos antes y después de casarnos. Volverás a recuperar tu vida, aunque me cueste la mía, te lo juro.
Se agachó y, con mucho cariño, besó su frente.
“My precious girl... The most beautiful in this universe. My universe.Hyun-Seok alzó ligeramente la cabeza de Elizabeth y lentamente su rostro se acercaba al suyo. Peligrosamente, pensaba ella en un estado febril.
Antes de que pudiera besarla, un ruido en la sala se escuchó. Él alzó la mirada y, suspirando con cierto enojo, miró a su esposa y, con una sonrisa leve, se separó de ella lentamente. —Hablaré con tu madre. Descansa mucho, ¿quieres? Cuando despiertes, te contaré todo lo que necesites saber.Retrocedió hasta llegar a la puerta, miró a su Elizabeth con dulzura y cariño, y, cerrando la puerta, la dejó sola. Rebeca suspiró aliviada, dejándose caer en la lujosa cama bajo su cuerpo, feliz de haberse librado de un momento incómodo para ella... por ahora.
—Dios, Dios... ¿Qué locura es esta?
Por otro lado, Hyun-Seok se tuvo que arreglar la cabellera y acomodar la camisa. Suspiró pesadamente y su mirada cálida y amorosa se volvió estoica y distante. Tenía que conversar con Katherina muy seriamente.
Hola a todos ¡Es un placer conocerlos! Soy una nueva escritora en este medio y estoy contenta de iniciar esta nueva novela con Ustedes. Díganme, ¿Qué les parece? ¿Les gusta? Me gustaría leerles en algún momento... Les deje este capitulo para presentarme, pero a partir del primero de mayo comenzará la emisión de capítulos, dos por día, de lunes a viernes. ¡Muchas gracias por las lecturas!
Las voces de los médicos apenas alcanzaban a Rebeca. El “beep” repetitivo, los utensilios puestos rápidamente en la mesilla de metal, y por último, la voz urgente del médico a cargo.—Pulso 90/64, la hemorragia interna sigue sin detenerse…¿los insumos?—Farmacia no tiene el drenaje Redón y el resto de los instrumentos de corte, doctor.—¡Entonces que el familiar se mueva rápido a conseguirlo!Aaah…¿Dónde estoy?Rebeca hablaba consigo misma, incapaz de decir algo por las pocas fuerzas que poco a poco le quedaban, y el tubo del respirador que un internista estaba manejando de modo manual. Leves destellos de luz pasaban por sus retinas, y para su sorpresa, no sentía incomodidad o dolor.¿Estoy en un hospital? ¿Por qué?Ya, ya lo recuerdo… Fue ese carro, el que no vi cuando cruzaba la calle.Recuerdo que mamá me estaba llamando desesperada, no sonaba molesta y enojada conmigo como momentos atrás cuando vio que se rompió el asa de la carrucha para llevar el agua.No era mi culpa… de haber
Rebeca abrió los ojos lentamente cuando la tranquilidad del lugar empezaba a zumbar sus oídos, junto a un pitido leve que apenas podía captar. Cuando se acostumbró a la luz y sus ojos empezaban a enfocar su entorno, notó que la luz que le escocía un poco los ojos era la luz matinal que aparecía por la ventana. Las paredes blancas se mantuvieron quietas en dónde podía ver algunos afiches médicos.Rebeca se removió lentamente, sintiendo las agujas bajo su piel y el suero lentamente cruzando por el torrente de sus venas. El cansancio fue inmediato, haciendo que se quedará inmóvil en la cama.—¿Dónde… dónde estoy?Susurró Rebeca confundida mirando el lugar limpio y ordenado.Recordó entonces cuando salió de casa, los gritos de su madre y luego el claxon del carro. Claro, sí, la atropelló un carro.—Es el hospital… pero, no es uno cualquiera.Rebeca miraba a todos lados. Las paredes blancas muy limpias, el televisor apagado que era nuevo y absurdamente caro. Vio también las maquinas, que e
Al otro día, Hyun-Seok habia llegado al Asclepius Hospital Barmbek como siempre hacía. Había aparcado su coche en la entrada para que su guardaespalda, aquel que había asignado para el cuidado de Elizabeth, lo llevase al estacionamiento para no perder tiempo. Estaba ataviado con un traje casual, de chaqueta negra de tela lisa y pantalón de vestir con zapatos de cuero negro, lustrosos y brillantes. El hombre de mirada oscura, tenía en manos un ramo de flores con rosas abiertas y perfumadas, con un girasol en el medio y envuelto en papel negro mate y rodeados por un listón plateado; y con un paso firme ingresó al hospital, donde mirabas furtivas y cuidadosas se dirigían hacia el empresario.-¿Lo ves? Ese que va ahí, es el esposo de la mujer del cuarto número 38 en el área de Neurología.- Dijo una enfermera con una leve señal a su compañera recién ingresada de su turno -Viene todos los días, sin falta a ver a su esposa y dejarle flores. La mencionada vio al hombre avanzar hasta el ascen