La vida que deseaba no es mía
La vida que deseaba no es mía
Por: Scheherazade
Prólogo

Las voces de los médicos apenas alcanzaban a Rebeca. El “beep” repetitivo, los utensilios puestos rápidamente en la mesilla de metal, y por último, la voz urgente del médico a cargo.

—Pulso 90/64, la hemorragia interna sigue sin detenerse…¿los insumos?

—Farmacia no tiene el drenaje Redón y el resto de los instrumentos de corte, doctor.

—¡Entonces que el familiar se mueva rápido a conseguirlo!

Aaah…

¿Dónde estoy?

Rebeca hablaba consigo misma, incapaz de decir algo por las pocas fuerzas que poco a poco le quedaban, y el tubo del respirador que un internista estaba manejando de modo manual. Leves destellos de luz pasaban por sus retinas, y para su sorpresa, no sentía incomodidad o dolor.

¿Estoy en un hospital? ¿Por qué?

Ya, ya lo recuerdo… Fue ese carro, el que no vi cuando cruzaba la calle.

Recuerdo que mamá me estaba llamando desesperada, no sonaba molesta y enojada conmigo como momentos atrás cuando vio que se rompió el asa de la carrucha para llevar el agua.

No era mi culpa… de haberlo sido, trataría de reponerlo. Necesitamos esa carrucha para buscar el agua.

—¡Doctor, el pulso está bajando tres puntos cada diez segundos!

—¡Código azul, que tengan el desfibrilador listo! Llamen al cardiólogo de guardia ¡Ahora!

No debí responderle. Una buena hija nunca le responde a una madre, aún cuando está equivocada. Pero siempre me dice cosas hirientes, siempre me llama por el apodo de “estúpida” en vez de mi nombre. Supongo que lo merezco… ¿Quién querría un fracaso como hija, que con 27 años no tiene título, casa, o trabajo fijo? Los últimos días, cuando alguien le pregunta por mí, solo dice que estoy parasiteando.

 Parasitear… qué verbo tan fuerte para alguien que trató de seguir su sueño de diseñador gráfico de modo independiente. No importa cuántas veces aguante el hambre, cuantas veces lambucee la comida de otros en silencio, tampoco importaba si mi único logro en el mes era pagar el internet… yo… lo hice bien…

Los médicos hicieron todo lo posible. El desfibrilador estaba ya en el quirófano, pero el cardiólogo estaba atendiendo una cirugía importantes. El drenaje había llegado aunque tarde, pues el daño estaba ya hecho. Se podía ver como la mancha purpura empezaba a expandirse más y más por su torso. El médico residente, el que estaba a cargo de la emergencia, supo que si se salvaba del infarto no sobreviviría por la hemorragia.

Unos rayos X serían el indicativo del siguiente proceder.

En pocos minutos le trajeron el resultado. El doctor vio las placas y sacudió la cabeza.

—Si sobrevive… estará conectada a las maquinas por el resto de sus días.

¿Dijo si sobrevivo? Entonces… ¿Voy a morir?

Yo deseaba la muerte. Quería morir cada noche luego de acostarme, deseando no despertar nunca. La casa es vieja y desgastada, no nos alcanza para comer, tampoco pude comprarme ese cuaderno de dibujo que tanto me gustaba. Prometí dar una buena calidad de vida a mi familia, ayudar a mi mamá con sus exámenes, y comprarme las cosas que más anhelaba. Pero no lo logré. Y por eso deseaba la muerte.

Y ahora, finalmente, ha llegado…

—¡Doctor, la estamos perdiendo!

—¡Carga a número 5!

Supongo que era lo mejor. Finalmente dejaré de vivir.

.

.

.

Si esto era lo que quería, entonces… ¿Por qué tengo tanto miedo de morir?

El cuerpo de Rebeca saltó ante la carga del desfibrilador. Los médicos continuaron reanimarla, haciendo que ese monitor comenzara a sonar constantemente.

Estaban perdiendo la vida que egoístamente trataban de salvar.

¡No, no es justo, no pude vivir lo suficiente!

¡Quiero viajar, quiero una vida llena de lujos y dinero, quiero ayudar a mamá y mi hermana, quiero conocer Europa y comer un helado de vainilla cada vez que alcancé un triunfo!

¡Quiero explotar mi potencial, quiero ser reconocida por alguna empresa, quiero ser hermosa y tener una vida nueva!

¡Quiero amor, quiero aprender a amar y ser amada de vuelta!

El sonido incesante no volvió a cambiar. Los presentes no tuvieron más opción que desistir. El doctor no tuvo más opción que detenerse.

—Es inútil… se ha ido.

¡No, doctor, por favor!¡Sigo aquí, sigo viva, no me deje morir!

—Hora de muerte…

Una luz brillante y cálida la baño por completo, dejándola ciega y evitando escuchar la hora y el día en que partió de ese mundo. Vio a su madre, quien a pesar de siempre pelear con ella siempre le sonreía cuando le contaba algo. Vio a su querida hermana, a quien prometió verla cuando se graduase. Vio a su padre, Luis Souza, quién murió hace quince años pero aún recordaba… poco a poco, todo lo que hizo en vida volvió a ella como una película, y Rebeca pudo sentir el peso del desperdicio por lo mal que había manejado su vida.

Su alma poco  a poco se funcionaba con la luz, siendo tragada al instante. Podía sentir, a pesar de estar muerta, lograba sentir y pensar a la vez.

Dios ¿este es mi final? Tenía tanto por hacer, tenía tanto por lo que quería lograr y no pude hacer nada. Fui un fracaso. Pero quiero una oportunidad.

¡Por favor, por favor, escúchame! ¡Quiero seguir viviendo! ¡Quiero vivir!

¡Dame la oportunidad de tener la vida que siempre he deseado!

Y el grito de su existencia se fue expandiendo en un vórtice repentino, que la llevaba a una dirección opuesta a la luz. Rebeca no podía comprenderlo, pero tampoco le importaba, porque lo único que resonaba en su mente era el deseo que había gritado en su último momento.

 ¡Dame la oportunidad de tener la vida que siempre he deseado!

.

.

.

—Lamentamos tanto que tenga que ser yo quien le diga esto, señor Kim. Pero el panorama no es favorable. Han pasado ya dos meses del coma, sus niveles de actividad cerebral están completamente muertas.

—No diga, jamás, esa palabra ante mí, doctor.

Reprendió Hyun-Seok Kim ante el informe del médico, quien ahora mostraba un rostro serio. Aunque era entendible, decir la verdad en ese momento tan doloroso sobre la persona amada no debía ser fácil.

—Señor Kim, entiendo su preocupación y su dolor, pero el accidente casi fue mortal. El golpe en cabeza le provocó un trauma intracraneal. El mejor neurocirujano se lo dijo, podría nunca despertar o en el peor de los casos, despertar y no volverá a ser la misma. — dijo el galeno con voz firme — podría tener una regresión de edad, perderá todos sus recuerdos y comenzará de cero, o lo que es igual a no haber vivido nada.

—Eso… no será así. Ella regresará, estoy seguro.

—Señor Kim…

Hablar con él no sería productivo. Las probabilidades no mentían, y por lo que podía ver en los últimos informes de la señora Elizabeth Rouch de Kim, la esperanzas del Señor Kim se basaban en falsas suposiciones del amor y la fe que él le tenía a su esposa.

Hyun-Seok Kim era la nueva promesa del mundo empresarial. Un joven CEO que logró ser socio de una empresa multinacional de corredores de bolsa en Hamburgo. Tenía 26 años, 23 cuando se casó con el amor de su vida Elizabeth Rouch; actual modelo, influencer y también artista en tiempos libres. Era una perdida terrible, no solo por la pareja y la familia en cuestión. También lo sería para el internet. Todo aquel que era de Europa conocía a Elizabeth y a Hyun-Seok, la pareja interracial que además, vivían una vida de ensueño; Lujos, dinero, oportunidades, viajes… No era de extrañar que en internet los amaran (y codiciaran) por ser la pareja más estética y perfecta sacado de un libro.

El mismo doctor debía admitirlo, una vida así era de envidiar incluso para su buen sueldo.

Pero ahora, ¿de qué le servía a Hyun-Seok Kim ser el hombre más rico del momento si con eso no podría traer de regreso a la mujer que amaba? La frustración era palpable.

Pero no solo sentía frustración. Sentía odio, dolor, ira. Odio por el  maldito conductor que conducía en el carril equivocado, dolor por el miedo que su amada debió haber sentido cuando el carro fue a caer por el barranco, e ira porque, simple y llanamente, le decían que no podía hacer ya nada por ella. ¡No, no es justo! Él prometió luchar por ella, cuidarla y protegerla, darle todo el mundo y ponerlo a sus pies porque Elizabeth lo merecía enteramente. Ella, su querida Elly, era su mundo…, su razón de existir y la mitad de lo que él era.

Y si la perdía... entonces él no querría seguir viviendo.

Esto era injusto. ¡No, era peor de injusto! Era como una cruel broma que habían usado para burlarse en su cara; Elly sufrió el accidente hace dos meses, un día antes de su cumpleaños, y hoy justamente era su aniversario de bodas le dicen que no hay oportunidad de que regrese.

Kim se llevó las manos a la cabeza, enojado y absortó en sus pensamientos. El médico encargado le observa detenidamente, como una estatua sin emoción.

—Es hora de que tome su desición, Señor Kim. Puede dejarle más tiempo, pero el daño es irreversible. O bien, puede usted tomar una decisión más dura, pero es la más piadosa. Desco-

—¡No, eso jamás! — gritó Kim sosteniendo la bata del doctor — Una vez le dije a Elizabeth que dejaría de luchar por ella cuando yo me rindiera y no lo he hecho. Sé que ella volverá. ¡Lo sé, solo deje que ella vuelva!

La negativa era dolorosa, y el doctor no pudo más que tratar de razonar con el pobre hombre que de inmediato comenzó a llorar, incapaz de contenerse. Quería darle unas palabras de aliento hasta que el sonido de su localizador se activo. El doctor crispó su rostro en una mueca y se fue corriendo. Hyun-Seok vio que cruzaba al pasillo, justo en el que descansaba Elizabeth.

Hyun-Seok fue corriendo tras él como loco, pidiendo al suelo que fuese el milagro y no lo que su corazón se negaba aceptar. Una maquina de reanimación y las enfermeras respondiendo al código azul le confirmó lo peor.

—No…¡No!

El joven se asomó en la ventana donde el doctor le abría la bata a Elizabeth y usaba el desfribilador de inmediato. Entró al cuarto, gritando el nombre de su esposa.

—¡Elizabeth!

—¡Señor Kim no puede estár aquí!

—¡Es mi esposa! — gritó tratando de ir a ella. A su mundo feliz. —¡Elly, Elly, no te vayas. No me dejes mi amor, no me dejes!

Su suplica era el grito desesperado de un hombre enamorado. Escuchar el sonido de la maquina sin el típico ritmo que conocía y ver el cuerpo de su amada moverse de forma repentina sin signos reales de la vida que él conocía le destrozó la mente.

—Otra carga.

—¡Sigue sin pulso!

—¡Elizabeth!

La ultima carga… el corazón de Elizabeth no reaccionó.

—Ya no se puede hacer nada.

Hyun-Seok sintió que el corazón se le detenía, justo como el de ella. Negó de inmediato ante la mirada lamentable del hombre que le había confiado todas sus esperanzas.

—Hora de muerte: 6:47 pm

El grito de Kim rasgo el silencio del lugar y sin que nadie lo detuviera, fue hacia el cuerpo de su amada. El llanto fue incontrolable y con el mayor de los cuidados, acariciaba ese hermoso rostro de muñeca que tanto había besado y que nunca fueron suficientes. Una enfermera, por compasión, le retiró el tubo del ventilador de la boca de la fallecida, para que su esposo pudiera besarla mejor.

—Elly, mi Elly — sollozó el joven esposo.

—Anoten en el acta que fue deficiencia cardiaca y que el forense haga un…

Beep.

Todos quedarón en silencio. El otro sonido llegó a los dos segundos, seguido de otro, y de otro. Hyun-Seok levantó la mirada y sin poder creerlo, vio como la maquina registraba los latidos.

—¡Doctor, sí tenemos pulso!

—¡Imposible!

El quejido femenino luego de la bocanada de aire fue escuchado por Hyun-Seok, quien aún emocionado miró con fascinación el milagro que tanto había anhelado. Los ojos de la mujer poco a poco se abrieron y el par de zafiros que tanto amaba se mostraron vidriosos y confusos. Elizabeth había despertado.

—¡Elly, Elizabeth! ¡No puedo…Gracias a Dios!

—…

—¡La paciente ha despertado, esta viva!

La revisaron de inmediato. Los reflejos de sus ojos reaccionaban bien y el pulso se estabilizaba. ¡No solo eso, ella parecía no tener ningún daño cerebral! Nunca creyó en los milagros, pero ahora debía decir que podía creer en ellos. Elizabeth habló con un tono muy ronco y suave.

—¿Dónde estoy?

—No te preocupes, mi amor, estarás bien.

—¿Ah?— los ojos de Elizabeth miraron a Hyun-Seok, quien luego frunce el ceño — Y tú... ¿Quién eres?

Hyun-Seok tragó en seco ante esa pregunta.

—Elly, nena. Soy yo, Hyun-Seok, Soy tu esposo — dijo con un tono bastante preocupado. —Estuviste en coma, pero estarás mejor Elizabeth.

—¿Quién es Elizabeth?       

Hubo un murmullo del médico, pero el esposo de la paciente no le hizo caso. Sintió que le caía el mundo encima ante esas preguntas.

—Esa eres tú, mi amor. ¿Lo olvidaste?

—Ese… no es mi nombre — dijo ella con el rostro confuso —Mi nombre…Mi nombre es…

—¿Sabes cuál es tu nombre? ¿Puedes decírmelo?— preguntó el doctor de modo profesional. Elizabeth contestó sin pensarlo mucho.

—Mi nombre es…Rebeca.

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