Rebeca abrió los ojos lentamente cuando la tranquilidad del lugar empezaba a zumbar sus oídos, junto a un pitido leve que apenas podía captar. Cuando se acostumbró a la luz y sus ojos empezaban a enfocar su entorno, notó que la luz que le escocía un poco los ojos era la luz matinal que aparecía por la ventana. Las paredes blancas se mantuvieron quietas en dónde podía ver algunos afiches médicos.
Rebeca se removió lentamente, sintiendo las agujas bajo su piel y el suero lentamente cruzando por el torrente de sus venas. El cansancio fue inmediato, haciendo que se quedará inmóvil en la cama.
—¿Dónde… dónde estoy?
Susurró Rebeca confundida mirando el lugar limpio y ordenado.
Recordó entonces cuando salió de casa, los gritos de su madre y luego el claxon del carro. Claro, sí, la atropelló un carro.
—Es el hospital… pero, no es uno cualquiera.
Rebeca miraba a todos lados. Las paredes blancas muy limpias, el televisor apagado que era nuevo y absurdamente caro. Vio también las maquinas, que eran nuevas ante sus ojos, al voltear con cuidado a su derecha, podía ver muebles de una sola persona puestas en una mesa pequeña de madera combinada con el color de los muebles. Había unas bolsas de comida puestas en la mesa y sin consumir aún.
No era un hospital público, era una clínica.
—¿De dónde mamá consiguió dinero para pagar una clínica?— Se dijo Rebeca confundida en su mente — Se ve que es muy caro. ¿Será que Amelia mandó ayuda? No, no… pobre, ella debe estar muy endeudada.
Los pensamientos de Rebeca iban en aumento, tratando de moverse sin causar mucho dolor. Este lugar debía ser demasiado caro, por lo que hablaría con el doctor para pedir un traslado al hospital público, eso sí, siempre y cuándo existiese una cama disponible.
Otro intento y se acomodó en la cama de modo que pudiera sentarse y ver mejor por la ventana. Daba con una vista a un patio grande, lleno de arboles florecientes y bancos esparcidos para descansar. Había personas que desde la altura vestían de blanco y otros que parecían andar en paso muy lento. Desde donde estaba, se podía ver la fachada de los edificios. Edificios de estructura que nunca había visto.
—¿En qué parte de Valencia estoy? Nunca vi un centro como este — Rebeca sacudió un poco la cabeza, tratando de recordar exactamente dónde estaba y poder ubicarse. ¿La ambulancia llegaría hasta allá? Cree que sí y espera que no tarden cinco horas como la última vez que necesitaba llevar a su mamá al médico.
¿Dónde estaba su mamá, por cierto?
Rebeca trata de buscar un teléfono pero no encuentra nada o una forma de llamar a la enfermera. Es ahí, cuando al ver el suelo y su lado de la camilla, observa un inmenso arreglo floral con flores rojas en forma de corazón. El cual era seguido por otro, intercalado por dos arreglos más pequeños pero perfectamente adornados con papeles y cintas, bordeando toda la camilla en la que estaba. Miró con mayor atención una mesita que estaba justo en su lado izquierdo. Ahí, estaba un arreglo más pequeño pero no menos hermoso, en el que se trataba de una figura de vidrio de dos personas tomados de las manos y un corazón de oro unidos por un delgado hilo dorado. Arriba había globos de colores y con frases que decían “Get well son!” “We love you” “I’m here for you”, extrañamente en ingles.
—Bien… esto es raro. ¿Dónde estoy?
El intento de moverse regresó, pero el dolor en la cabeza era inconcebible y su cuerpo entero, aunque se veía por fuera sano, tenía un entumecimiento que no la permitía moverse libremente.
El sonido de la puerta abrirse captó su atención.
—¡Dios!
—¿Eh?
Rebeca miró a una joven enfermera vestida de un uniforme azul claro. Tan pronto se acercó a ella, Rebeca se retrajo contra la cama ante la cercanía. Era hermosa, pero no poseía rasgos latinos y su voz tenía un fuerte acento europeo.
—¡Señora, por fin ha despertado!
Rebeca se quedó callada. La garganta seca le impedía hablar, pero por otro lado, el extraño timbre de su voz la sorprendió ¿Acaso tuvieron que operar su garganta? Así no era su voz realmente. La enfermera salió y llamó al doctor, y mientras Rebeca más conciencia tomaba sobre su alrededor más nerviosa se ponía. ¿Dónde estaba realmente?
—El doctor vendrá en cualquier momento. Quedé tranquila, recuéstese y no se mueva, por favor.
—Mamá…
—Oh su madre estuvo aquí ayer. No quería irse, pero me dijo que tenía que resolver una reunión importante con unas amigas.
—¿Reunión?
Eso no era posible. Su madre se hubiera quedado a su lado aunque antes del accidente hubiera estado muy molesta con ella. ¿Será acaso que es una reunión con personal para conseguir más dinero para pagar esa clínica? Su madre sabía cómo conseguir ayuda, y no le extrañaría que hiciera camping en la casa del gobernador con tal de recibir ayuda comunitaria.
—Oh sí, me comentó mientras le cambiaba el suero que tenía que acudir a Ámsterdam. Reunión de negocios de su padre, pero estoy segura que tan pronto el doctor los llame…
Espera…
—¿Disculpa? ¿Qué dijo?
—Que su madre fue a una reunión de negocios con sus amigas de Ámsterdam.
—Mi mamá no tiene negocios. Y mucho menos amigas en Ámsterdam.
La enfermera miraba a Rebeca detenidamente y luego sonrió de modo comprensivo. Ella entendió que era por condescendencia y no por aceptar su equivocación. Inmediatamente un hombre con bata blanca ingresó. Era un adulto joven, de mirada seria y la frente siempre lisa, sin ningún tipo de arruga. Miraba en dirección de Rebeca mientras se acercaba con aire de meditación y experiencia. Sacó sus manos de la bata mirando seriamente a Rebeca.
—Señora Elizabeth ¿puede oírme perfectamente?
—¿Qué?
—¿Siente algún malestar? ¿Cómo siente el cuerpo? ¿Puede mover las piernas y los brazos?
Le estaba haciendo tantas preguntas que apenas podía entenderlas. El corazón acelerado de Rebeca fue leído por la maquina, haciendo que la enfermera hablara con alerta.
—¿Dónde estoy? ¿Dónde está mamá? ¡Mami!
—Señorita Elizabeth, por favor, tiene que calmarse. Sé que está confundida pero debe estar tranquila y le explicaremos todo.
—¡No me llamen así, qué no soy Elizabeth! — Gritó Rebeca contrariada —¡Quiero ver a mi madre, ahora!
El doctor se mostró turbado por el ataque, pero no puso mucho caso cuando sujeto a la paciente contrariada por los hombros sosteniéndola en la cama. Ordenó a su enfermera preparar un calmante de inmediato.
—Rápido, 36 CC de Flurazepam. — Mira a la mujer — Señora, tranquilícese, no se encuentra del todo recuperada…
—¡Esto es un error, mi nombre no es Elizabeth, soy Rebeca!
—¡El calmante!
Un pinchanzo recibió en su muslo derecho haciéndola gritar por el dolor recibido. Rebeca empezó a respirar, aunque el efecto poco a poco estaba empezando a adormecerla, aún podía estar consciente y ver a su alrededor mientras murmuraba su nombre. Fue ahí cuando un hombre nuevo ingresó a la habitación, corriendo hacía ella, con el rostro difuminado siendo solo reconocible un perfecto peinado corto y un traje de saco muy bien planchado.
—¡Amor, Elly!
—Que yo… — suspiró en modo cansado — no… Rebe…
Finalmente, cayó en la inconsciencia.
Cuando volvió a despertar las ventanas estaban cerradas y cubiertas por las cortinas. El dolor de cabeza era insoportable y sentía que estaba mirando un techo giratorio. Soltó un quejido quedó que se escuchó en esa amplía habitación adornada.
—Mi cabeza…
Estaba tratando de recordar lo qué había pasado cuando las imágenes violentas del doctor y la enfermera europeos la hizo abrir ligeramente los ojos en sorpresa. Fue la pesadilla más realista que había tenido en vida. ¿Por qué soñó despertar en una clínica dónde la confundían? Quería darle más vueltas hasta que el apretón de un agarré la hizo voltear la mirada sorprendida. Ante ella, un hombre tomaba su mano mirándola con lágrimas en los bordes de los ojos y una voz quebrada.
— My precious girl. Finalmente has despertado….
Rebeca volteao hacía la voz. Era de origen asiático. Sus ojos eran oscuros, cubiertos por un doble parpado con la forma del ojo un poco hundidos y un notorio borde ciruelo en su piel blanca y limpia producto de largas horas de insomnio. Su cabello era perfecto; un peinado corto con cabello abundante y liso de color negro azabache que lo tenía peinado hacia atrás sin fijar con gel; brillante y sedoso y notoriamente limpio. Su nariz era un poco gruesa pero tenía un perfil impecable, que junto a sus labios finos daba impresión de un modelo o un idol. Vestía de modo formal pero con mucha clase; una camiseta de manga larga blanca, con un pantalón de jean negro con cinturón de hebilla de plata. Tenía un collar con un circulo de plata colgando y una inscripción que no podía leer en ese momento. Ambos se vieron y de inmediato él fue hacía ella con el rostro adornado con una sonrisa grande, a pesar de sus ojos cansados.
—Mi amor, mi vida… Creí que te había perdido para siempre.
Los besos sobre su piel no se hicieron esperar. Rebeca se removió, incomoda ante esa efusiva muestra de cariño, pero él no se detenía. El dolor de las agujas era doloroso, pero pudo mover una mano y tratar de empujar con tan pocas fuerzas al extrañó. Él por su parte entendió el lenguaje corporal que la mujer la transmitía y de inmediato la soltó aunque sin separarse de ella. Sus lágrimas habían caído, pero se las limpió de forma automática para que no lo viera vulnerable a sus emociones.
—Perdón, Elizabeth ¿Te hice daño?
Rebeca estaba confundida y un miedo le entró en todo el cuerpo cuando volvió a escuchar ese nombre, recordando lo sucedido en su sueño. ¿O era real?
—¿Quién eres? ¿Por qué me abrazas?
—¿Elizabeth?— dijo el hombre con asombro y confusión en su voz — ¿Qué estás diciendo?
—¡Ya basta! No me llamo Elizabeth ¿Es qué no lo entiendes? ¡Yo me llamo Rebeca!
Rebeca tosió cuando forzó su voz al punto de sentir ardor. El hombre, con el rostro compungido, la miraba como si le hubiera clavado una puñalada. No se atrevió a tocarla, pero se notaba que se resistía para no hacerlo. Rebeca solo miraba a su alrededor como una demente, su mente agonizando en la dolorosa faena de "recordar".
—El accidente. Pensé que había muerto.
—¿Recuerdas el accidente? ¿Qué más recuerdas?
Rebeca trató de recordar más. Recordaba a los médicos, que pedían los insumos que no tenían, el sonido de las maquinas sonar… y luego, había despertado allí, en esa habitación.
Cuando intentó levantarse nuevamente las manos firmes la retuvieron con dulzura, lo que provocó que Rebeca se ofuscara más y más. En eso, por el reflejo de la ventana, ella nota algo. Ve un rostro que a pesar de la palidez era hermoso. Era ovalado, de nariz y rasgos definidos. Vio unos preciosos ojos azules en forma de almendra y también unos labios finos, que a diferencia de los suyos era mas gruesos. Rebeca miro a la mujer desde el reflejo, y luego, alzo la mano. Ella la imitó y Rebeca sintió que el corazón se le paralizaba.
Esa mujer era ella.
Cuando el doctor entró nuevamente, Rebeca se queda estatica. No quiere que la seden de nuevo, pero el médico con tranquilidad, se acerca a la paciente.
—Señorita, ya he recibido sus informes medicos. — dijo con naturalidad —Resulta que en el accidente su cerebro sufrió un daño severo en el hipocampo. Es por eso que se siente desorientada.
El doctor hablaba no solo con ella, se lo decía tambien a su acompañante, aunque ya habian hablado antes de ese diagnostico. Rebeca miró al doctor con el rostro ansioso.
—Entonces ¿Me dice que yo... perdí mi memoria? –Era lo que ese hombre le decia, pero ella sabía la verdad. Aun así, le siguió la corriente como podía — Debe haber... no, no puede ser. Yo...
El hombre que la acompañaba quiso acercarse, pero el galeno se lo impide. Rebeca empieza a rememorar y analizar lo que le habían dicho. El reflejo en la ventana de esa mujer que era ella, la casualidad del accidente, el recuerdo de los doctores renunciando a mantenerla con vida cuando aún seguía escuchando todo...
Esta no es mi vida. ¡Esta no es mi vida!
El doctor la llamó con la intención de traerla a la realidad. Rebeca solo ignoró y pudo arroparse con las sabanas por encima de su cabeza. Era su unica forma de encontrar paz.
—Por favor, déjenme sola.
—Elizabeth— dijo el desconocido que Rebeca rechazaba, mirandola arroparse como una niña pequeña.
El doctor le dirijió una mirada a Hyun-Seok con un deje de lastima, y sin más lo invito a salir de la habitación. Debían respetar su privacidad. Cuando los dos salieron, Seok golpeó la pared con enojo, sintiendo la culpa envolverlo. El médico palmeo su espalda intentando calmarlo.
—Ni siquiera sabe dónde esta parada — Dijo Seok con voz temblorosa — Es increible. Su memoria antes del accidente era envidiable.
—Hay casos muy contados en que el paciente cree que es otra persona. Es bastante particular, pero no imposible de que suceda luego de ese terrible accidente. — Con tranquilidad el medico continua — Con el tiempo y un tratamiento adecuado, puede que vuelva a su rutina normal.
Hyun-Seok volteo a verlo con severidad.
—¿Recordará todo algún día?
—Solo el tiempo dirá.
Hubo silencio en el pasillo y sin poder contenerse, el hombre de la bata le dirigió una mirada severa a Hyun-Seok, quien parecía mirar al frente con meticulosa atención. Se podía ver como los engranajes de su menten trabajaban a mil por hora.
—Te vas a aprovechar de esto para retenerla ¿no es así?
Seok le dirigio su mirada azabache a su viejo amigo de la universidad, y la mirada de preocupación cambio a una amenazante. Una sonrisa ladina adornó sus labios. —¿Y si es así, qué haras? ¿Denunciarme Ridick?
Ridick Trusk suspiró y sin más desvió la mirada.
—Tener que fingir que no eres más que el esposo de mi paciente, como si no supiera tus mierdas del pasado y de lo que eres capaz, es algo que a veces me enferma cuando lo recuerdo.
Hyun-Seok miro a Ridick y luego desvio la mirada para seguir su camino.
—Elizabeth es mi esposa y lo será siempre —dijo con severidad—. Juré protegerla, cuidarla y amarla para toda la vida, y este accidente, para bien o para mal, ha evitado que ella recuerde el divorcio. Ahora, me encargaré de que nuestro matrimonio sea más perfecto que lo que ya era.
El coreano se fue, mientras que Ridick suspira con nerviosismo. Sin duda alguna, cuando él se lo proponia, Hyun-Seok podría dar miedo si siente que su vida con Elizabeth se ve amenazada.
Al otro día, Hyun-Seok habia llegado al Asclepius Hospital Barmbek como siempre hacía. Había aparcado su coche en la entrada para que su guardaespalda, aquel que había asignado para el cuidado de Elizabeth, lo llevase al estacionamiento para no perder tiempo. Estaba ataviado con un traje casual, de chaqueta negra de tela lisa y pantalón de vestir con zapatos de cuero negro, lustrosos y brillantes. El hombre de mirada oscura, tenía en manos un ramo de flores con rosas abiertas y perfumadas, con un girasol en el medio y envuelto en papel negro mate y rodeados por un listón plateado; y con un paso firme ingresó al hospital, donde mirabas furtivas y cuidadosas se dirigían hacia el empresario.-¿Lo ves? Ese que va ahí, es el esposo de la mujer del cuarto número 38 en el área de Neurología.- Dijo una enfermera con una leve señal a su compañera recién ingresada de su turno -Viene todos los días, sin falta a ver a su esposa y dejarle flores. La mencionada vio al hombre avanzar hasta el ascen
Las voces de los médicos apenas alcanzaban a Rebeca. El “beep” repetitivo, los utensilios puestos rápidamente en la mesilla de metal, y por último, la voz urgente del médico a cargo.—Pulso 90/64, la hemorragia interna sigue sin detenerse…¿los insumos?—Farmacia no tiene el drenaje Redón y el resto de los instrumentos de corte, doctor.—¡Entonces que el familiar se mueva rápido a conseguirlo!Aaah…¿Dónde estoy?Rebeca hablaba consigo misma, incapaz de decir algo por las pocas fuerzas que poco a poco le quedaban, y el tubo del respirador que un internista estaba manejando de modo manual. Leves destellos de luz pasaban por sus retinas, y para su sorpresa, no sentía incomodidad o dolor.¿Estoy en un hospital? ¿Por qué?Ya, ya lo recuerdo… Fue ese carro, el que no vi cuando cruzaba la calle.Recuerdo que mamá me estaba llamando desesperada, no sonaba molesta y enojada conmigo como momentos atrás cuando vio que se rompió el asa de la carrucha para llevar el agua.No era mi culpa… de haber