Una cenicienta en apuros
Cinco años atrás
Sofía y su hermana mayor, Lucia, apenas habían vuelto a la casa, destrozadas luego de ver como sepultaban a su padre en un funeral triste y con pocos asistentes, cuando les tocó enfrentarse a ella.
―Su padre ya está en la tumba, así que ustedes ya no son mi problema, esta misma tarde necesito que salgan de la casa ―espetó Rut, quien había sido su terrible madrastra los últimos dos años desde la muerte de su madre.
La muerte de su padre se había desarrollado en circunstancias sospechosas y ahora les tocaba lidiar con ese problema.
―Esta era la casa de nuestro padre, tú no tienes ningún derecho―le reclamó Lucia, quien era más volátil que su hermana.
― ¡Callate mocosa! ―le gritó Rut esgrimiendo ante ella un documento firmado de puño y letra por el difunto―…. Su padre lo dejó en claro en su testamento, todo esto ahora le pertenece a mi pequeña Rebeca.
Las protestas de las dos hermanas fueron inútiles. Lucia apenas era mayor de edad y Sofía apenas tenía diecisiete cuando esto sucedió. Sus reclamos no llegaron a ningún lado, por lo que quedaron en la banca rota y sin un hogar.
Rut se quedó con todo lo que les pertenecía a las hermanas Sinclair.
Para Lucia, todo aquello fue demasiado duro.
* * * * *
En el presente
― ¡No me importa que ese mocoso esté a punto de morir! ―espetó Rut con un tono grosero y sin un mínimo de empatía por la petición de Sofía―… ya sabía yo que era una terrible idea darte esta estúpida oportunidad.
―No diga eso, señora Rut, yo le prometo que no le fallaré en el trabajo, solo le pido que me permita tomar la tarde libre para poder ir a ver a mi pequeño Tomas ―Sofía sollozó al pronunciar el nombre del pequeño y al estar a punto de decir aquello, sintió un nudo en su garganta―. El médico me acaba de llamar: dijo que la situación es muy delicada; necesito conseguir el dinero cuanto antes, pero por favor señora Rut… ¡Por favor deje que vaya a ver a mi hijo!
Rut se dejó caer con fastidio sobre la silla de terciopelo que tenía como trono detrás de aquel inmenso escritorio de su oficina.
Con la mirada clavada en la chica de mirada triste y rasgos dulces, le dijo:
―Te dije que nada de eso me importa ¿A caso estás sorda?
―Lo siento, pensé que por haber sido mi madrastra en algún momento del pasado, usted tendría un poco de consideración conmigo.
―Sofía, estás confundiendo las cosas: Tú me pediste trabajo y solo te lo concedí por la memoria de tu difunto padre, que en paz descanse mi amado Luciano ―Rut hizo el gesto de lanzar un beso al cielo, pero se notaba que todo era un acto hipócrita―… pero no voy a aceptar ningún tipo de irresponsabilidad de tu parte: Si quieres ver al mocoso debes esperar a que tu turno termine… soy una mujer ocupada y con muchas preocupaciones; esto no una casa de caridad y beneficencia.
Sofía intentó argumentar algo más para defender su petición, pero ella sabía que la mujer que había sido capaz de echarlas a la calle, a ella y a su hermana cuando solo eran dos huérfanas después de quitarles todo lo que tenían, no iba a mostrar ninguna misericordia por una situación como esa.
La pobre chica asintió y salió de la oficina sin poder contener las lágrimas. El niño que estaba muriendo en el hospital era el hijo de su difunta hermana Lucia.
Sofía era la única familia que ese niño tenía y ahora estaba esclavizada en ese empleo solo para poder pagar los gastos del hospital.
* * * *
― ¡¿Dónde está Rut?! ―protestó el sujeto de porte atlético que Sofía vio entrar en la casa.
El sujeto había tenido una actitud muy altiva, incluso para pasar a la sala sin que nadie le recibiese.
Sofía estaba en las escaleras e intentó presentarse para atenderle, pero una de las chicas que tenía mucho más tiempo trabajando en el servicio de la casa de la señora Rut Benz, que estaba junto a ella, le tomó del brazo y le dijo:
―Ni se te ocurra acercarte a él, Sofía.
― ¿Pero por qué? ―preguntó Sofía mientras miraba al sujeto que era endiabladamente atractivo: Ojos azules, rostro perfilado, cuerpo musculoso y vestido con un traje de diseñador.
―Mira ―le dijo la otra chica.
Sofía miró y descubrió como ese sujeto, que parecía un ángel caído del cielo, estaba despotricando cuando otra de las chicas de la servidumbre intentó pedirle un poco de paciencia.
―Ese sujeto es apodado «El diablo» ―sentenció la mujer.
Sofía asintió entendiendo el motivo de ese sobrenombre.
Ella aún estaba destrozada por la noticia de su pequeño en el hospital, por lo que no quiso darle más atención a un asunto que carecía de importancia para ella cuando el sujeto se encaminó directo a la oficina de la señora de la casa.
* * * * *
El diablo estaba más enfadado que nunca.
Las puertas de la oficina de Rut se abrieron de par en par para el nuevo jefe de la mafia de la familia Evans.
― ¡Bruce, querido, sé bienvenido a mi hogar! ―le saludó Rut.
Bruce ni siquiera se inmutó. Su ánimo era volátil y se encontraba lo suficientemente cabreado como para estar prestando atención a demostraciones de hospitalidad hipócrita.
El abuelo de Bruce recién había muerto, justo lo que Bruce había estado esperando desde hacía mucho tiempo atrás, pero nada pudo prepararle para lo que descubrió tras la muerte del anciano y patriarca de la familia Evans.
― ¿Ya sabes a lo que he venido? ―le preguntó Bruce, ignorando del todo la opción de tomar asiento.
Él solo podía pensar en el predicamento en el que le había metido su abuelo incluso después de la muerte.
―Me halaga que creas que estoy enterada de todo, pero no Bruce, no tengo ni la menor idea.
Bruce bufó por la exasperación que le propiciaba el saber que debía decir aquello que no quería, pero se había preparado para ello, por lo que plantó sus pies en el suelo y le dijo:
―Tú estás en deuda con mi familia… el negocio que tienes ha prosperado por el acuerdo que prometiste a mi abuelo… él ha muerto y me encomendó a mí el cobrar esa deuda.
Rut quedó estupefacta en ese instante al escuchar lo que el sujeto de mirada recia y gesto altanero le decía.
―Estás diciendo que…
―Que he venido para llevarme a tu hija: Ella debe convertirse en mi esposa.
Los ojos de Rut se abrieron como platos al escuchar aquello.
La noticia sobre la muerte del anciano había puesto en marcha muchas cosas, pero aquella vieja deuda no era una de las cosas que Rut esperase que saliera a relucir.
Un miedo irracional hizo a Rut sentirse a punto de perder el control.
―Debe ser una broma Bruce.
― ¿Tengo cara de que estoy de ánimos como para bromear?
― ¿No hay otra alternativa? ¿De verdad tiene que casarse contigo?
―La idea me repugna a mí mucho más de lo que ti te repugna, pero si quiero tener todo el control del negocio familiar debo cumplir esa última voluntad del viejo.
Rut estaba a punto de entrar en crisis, pero si por una razón había logrado llegar a la cima, había sido precisamente por tomar las mejores decisiones en momentos difíciles.
―Está bien Bruce, no pienso faltar a mi palabra, solo debo pedirte tiempo, mi hija no se encuentra en la ciudad.
Bruce soltó todo el aire de sus pulmones con un gesto cansado.
Él estaba ocupado en sus propios asuntos y un retraso como ese solo iba a empeorar las cosas.
― ¿De cuánto tiempo estamos hablando Rut?
―Una semana ―explicó la mujer de edad madura que se encontraba sentada detrás del escritorio.
Bruce clavó en ella su mirada y le dijo:
―Solo tendrás un día Rut…. Yo más que nadie odio todo esto por tener que casarme con la hija de mi peor enemigo, pero debo hacerlo para tener el poder, así que si mañana no me presentas a esa chiquilla, te juró que te las veras con el mismísimo diablo.
Bruce terminó de decir esto y salió de la oficina dando un portazo.
Rut respiró aliviada por haber pensado en la solución perfecta: A su hija nadie la conocía, por lo que no sería necesario condenarla al fracaso casándose con ese infeliz.
De inmediato, Rut comenzó a gritar el nombre de Sofía.
Cuando Sofía estuvo frente a ella le dejó en claro lo que necesitaba:
―Debes tomar el lugar de mi hija.
Heridas abiertas― ¿Tomar el lugar de su hija?―Exactamente… es justo lo que acabo de decir, no hace falta que lo vuelvas a repetir.Rut miró con desdén a la pobre Sofía, que se había quedado pasmada frente al escritorio al escuchar el ofrecimiento de la que había sido su madrastra. Ella no había perdido tiempo para hacer el ofrecimiento. Apenas salió Bruce de su oficina, ella se había puesto manos a la obra.―Lo siento, señora Rut, es solo que la idea me resulta absurda, ¿Cómo aspira que acepte casarme con un hombre que no conozco?Sofía se movía nerviosa ante la mirada repleta de odio de esa mujer.Ellas nunca se habían llevado bien, pero el nivel de absurdo de ese ofrecimiento sobrepasaba con creces cualquier noción de sana interacción entre ellas.―Mira niña, deberías agradecerme, literalmente te estoy ofreciendo la salvación para ese mocoso: Tú te casarás con ese sujeto tomando el lugar de mi bella Rebeca y a cambio yo me comprometo a cubrir todos los gastos del hospital y la op
No más que un trámite―La última puerta al final del corredor―le dijo la mujer de la recepción que la miraba de los pies a la cabeza. Sofía se encontraba completamente incómoda con esa ropa―Gracias —le dijo Sofía. — Pero si puede prestarme atención, le aseguro que no es un buen momento. El señor Bruce se encuentra cabreado por algo que le salió mal.Sofía asintió con los puños apretados y la mandíbula rígida.―Dígale que soy Rebeca Benz, yo me encargaré del resto.La mujer de la recepción asintió y le indicó que podía seguir su camino.Sofía llevaba la ropa que Rut le facilitó y además iba peinada y maquillada como una modelo de pasarela.Su belleza natural se encontraba acentuada de una manera esplendorosa.Cuando al fin llego frente a la puerta que la mujer le indicó, Sofía estuvo a punto de tocar el timbre, pero la puerta se abrió frente a ella y un sujeto vestido de traje y de porte militar le salió al encuentro:― ¿Usted es la señorita Rebeca Benz? ―le preguntó aquel gorila.
El infierno en vidaBruce estaba cabreado a más no poder.―Directo a mi oficina ―le indicó a uno de sus guardaespaldas que iban escoltando a su nueva «esposa» cuando llegaron a la casa.Ellos ni siquiera habían viajado en el mismo coche. Bruce se había ido es su propio auto superdeportivo, mientras que Sofía había estado obligada a viajar en compañía de los guardaespaldas de Bruce.La casa de Bruce era una mansión campestre en las afueras de la ciudad. Sofía estaba impresionada por el lujo de ese hogar, pero tras la orden directa de su nuevo esposo, no tuvo tiempo de hacer nada más.―Como ordene, señor―respondió uno de los sujetos que respondía al nombre de Tom.Sofía entonces fue dirigida a una estancia cuyas paredes se encontraban cubiertas en su totalidad con estantes repletos de libros. Una chimenea ardía al fondo y un enorme escritorio gobernaba el centro de esa oficina.Los guardaespaldas dejaron a Sofía de pie frente a su jefe y salieron del lugarBruce saboreaba las palabras q
Un acuerdo y una traición.―El señor Evans ha dejado en claro que si quiere salir, primero debe comer para que recupere las fuerzas ―Tom le había dado las indicaciones necesarias para cumplir a cabalidad lo que había sido la voluntad del jefe y dueño de la casa―. No puede de ninguna manera poner en riesgo su acuerdo de confidencialidad y debe volver a la casa antes de las ocho de la noche.Sofía repasaba en su mente estas palabras del guardaespaldas que parecía un buen tipo; Rick, por otra parte, era un sujeto que le caía bastante mal, por eso se sintió agradecida de que el mensajero fuese Tom en ese caso.Ella cumplió su palabra comiendo lo suficiente antes de irse directo al hospital.Ella quería pensar en cuál era el motivo para que Bruce diese un cambio así de radical, pero durante una semana había tenido en la cabeza la preocupación de no saber nada de su pequeño.Tomas no era su hijo natural: Tomas en realidad era su sobrino, hijo de su difunta hermana mayor, quien había muerto
Confrontación indeseada Bruce estaba cabreado. Su día había sido terriblemente sofocante, no por las interminables juntas con los inversionistas ni por las incesantes quejas sobre las nuevas políticas de mercado, sino por esa incomodidad que le agobiaba el alma. Aun después de varias horas aún no podía sacar de su cabeza esa idea de haber sido demasiado blando con la chiquilla malcriada de su esposa. Algo no andaba mal, él normalmente no era así. Bruce aún se mantenía firme en su intención de proceder sin remordimiento con su plan de venganza, pero de alguna parte de su cabeza había surgido la idea de que darle un poco de confianza a la hija de su enemigo haría que ella dejara de ser un problema, por lo menos en lo que terminaba de solventar el asunto en la empresa. Por lo pronto solo quería respirar y tener un rato libre. No quería llegar a la casa para tener que lidiar con aquel asunto de su matrimonio falso, por lo menos no todavía. Bruce sacó su teléfono y marcó a su hombre d
Complejo despertar. Sophia estaba paralizada del miedo. En su mano aún sostenía aquella barra de metal con la que había golpeado al sujeto que estuvo a punto de matar a Bruce. La adrenalina del momento le había empujado a reaccionar y actuar por puro instinto. Ella sabía qué estar en ese lugar haciendo ese trabajo significaría exponerse a esas situaciones, con sujetos atrevidos, con poco entendimiento de los límites del respeto, pero jamás pensó que en su primera noche trabajando para conseguir el dinero para Tomas, le tocase enfrentar una situación de esa magnitud. Ahora estaba ahí de pie, delante de dos hombres que permanecían inconscientes por su enfrentamiento. De como había reaccionado Bruce de esa manera para salvarla a ella de su situación, era algo que Sophia aún no alcanzaba a procesar. “¿Me habrá reconocido?”, era la pregunta que más le aturdía, pues ella había seguido el consejo de las otras chicas, por lo cual se había colocado esos lentes de contacto de color azul
Incertidumbre escabrosa.Sophia estaba en medio de un amanecer complejo.Ella se levantó de la cama con las primeras luces del alba. Se vistió y salió de su habitación sin tener en claro cuál sería su destino para ese día. Aún sabia que tenía mucho por hacer con la salud de su pequeño, pero tenía en claro que debía hacerle frente a un problema mucho más cercano y peligroso para su propia estabilidad. Apenas salió al comedor, después de haberse pasado la última semana en esa casa encerrada en su habitación, descubrió que su “esposo” desayunaba bien temprano y que ya la estaba esperando en la mesa. —Buenos días, señorita —le saludó aquella voz ronca y profunda que le erizó la piel de una manera extraña. Sophia suspiró. Aún no estaba preparada para afrontar ese asunto. Ella se quedó de pie mirando los ojos profundos de ese al que apodaban el diablo, ese que era un hombre déspota y autoritario, pero que la noche anterior se había convertido en su ángel, entregándose desinteresadamente
Las dos caras de la moneda—¡Estás loca! ¡No puedes irte! —Gritó Day.Esa chica, de ojos alegres y sonrisa sincera, apenas le conocía desde un par de semanas atrás, cuando ambas llegaron a ese bar clandestino buscando la esperanza de un empleo que prometía maravillas. Sophia, esa primera vez, había salido huyendo del bar al primer momento de enterarse de todo a la que se expondría si trabajaba en ese lugar, por lo que prefirió aceptar la oferta de Rut en ese entonces; Day, en cambio, sí se arriesgó y tomó el empleo y fue ella quien le abrió a Sophia nuevamente las puertas del empleo en esa segunda oportunidad.—Lo siento Day, es que no puedo —Sophia estaba estupefacta. La esperanza de esos veinte mil le había llevado a presentarse en el bar, pero la sola idea de correr el riesgo de que Bruce la pudiese encontrar en ese sitio, hacía que su corazón palpitase desbocado. —Pero me dijiste que necesitabas el dinero —bufó Day quien apenas terminaba de colocarse la peluca de rizos dorados.